27 febrero, 2022
En Puebla hay más de 2 mil 500 personas desaparecidas que son buscadas por sus familiares. Ellos están moviendo a todo el aparato estatal para lograrlo. Hasta hace cuatro años era impensable una organización ciudadana por el alto índice de violencia que aún azota varias regiones del Estado
Texto: Aranzazú Ayala (@aranhera)* / A dónde van los desaparecidos
Fotos: Marcos Nucamendi, Marlene Martínez y Alexia M. Montalbán
PUEBLA.- “Siempre me imaginé que cuando él regresara iba a hacerle una fiesta, la fiesta más grande de mi pueblo. Y como no tengo dinero, dije, pues va a ser de traje. Y que él iba a entrar aquí, que iba a haber música, y que íbamos a platicar y reírnos, y que todo esto que pasamos todos estos años iba a ser como… como un mito, que lo íbamos a ver como algo casi irreal”, dice María Luisa Núñez Barojas, mirando hacia un punto invisible en el horizonte en el patio de su casa. Entrecierra levemente los ojos, deteniéndose en un instante entre la alegría y la nostalgia.
Es sábado, después de mediodía, y por fin tiene unos minutos de calma desde el 28 de abril de 2017: ese día fue el último que vio a su hijo mayor Juan de Dios Núñez Barojas, justo una semana antes de la fecha en la que el muchacho de 23 años iba a casarse.
El joven iba con sus amigos Abraham y Vicente Basurto Linares, regresaban de Tecamachalco hacia su pueblo Tehuitzo, en Palmar de Bravo, en el centro del estado de Puebla. Cerca de las nueve y media de la noche María Luisa escuchó a su hijo contarle por teléfono sobre un retén en la carretera y la promesa de llegar pronto a casa apenas pasaran ese retraso. Para que ese momento llegara pasaron cuatro años, 9 meses y 21 días.
Tehuitzo es un pueblo muy pequeño, en el corazón del municipio de Palmar de Bravo en la zona conocida como “triángulo rojo”, una de las más violentas y peligrosas de Puebla sobre todo durante los últimos años, foco rojo del robo de combustible en ductos de la empresa paraestatal Petróleos Mexicanos, conocido también como huachicol, delito que estalló en este estado antes de intensificarse en otras entidades como Hidalgo y Guanajuato, donde ahora arrecia la violencia por grupos criminales.
Durante el periodo del exgobernador Rafael Moreno Valle (2011-2017) el robo de combustible escaló tanto que puso a Puebla como una de las entidades mexicanas con mayor problema por reportes de tomas clandestinas halladas para extraer combustible. Lo peor fue la violencia implícita con ese delito. Los grupos dedicados al huachicol replicaron las lógicas del crimen organizado, ‘peleándose las plazas’ y generando violencia en todos los niveles. Hubo desde enfrentamientos en las calles hasta desapariciones y asesinatos.
Para 2017 la inseguridad relacionada con el huachicol ya dejaba estragos en Puebla, pero ni las autoridades ni la sociedad reconocían el crecimiento de violencia. El 4 de mayo de ese mismo año, en Quecholac, municipio vecino de Palmar de Bravo, el Ejército asesinó a un hombre al que presentaron como presunto huachicolero, eso provocó una amplia investigación e incluso una recomendación de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, evidenciando por primera vez a nivel nacional lo que estaba ocurriendo.
En ese año fue desaparecido Juan de Dios, pero en Puebla no se hablaba del fenómeno que ya había carcomido a una buena parte del país desde 2010, cuando el entonces presidente Felipe Calderón le declaró la guerra al crimen organizado: la desaparición de personas. Hoy en día el dolor de tener a un ser querido desaparecido alcanza a cerca de cien mil familias en México, de acuerdo con cifras oficiales.
En ese entonces el discurso oficial en el estado era de total paz y prosperidad; el gobernador Moreno Valle insistía en promocionar una Puebla segura, alejada de todo el caos que reinaba ya en otras entidades colindantes como Veracruz y Guerrero, donde se reportaban enfrentamientos entre grupos criminales de manera diaria en noticieros y periódicos. Tenía un amplio control de los medios y sus agendas mediante contratos de publicidad oficial, así que las desapariciones y asesinatos no eran ni siquiera un secreto a voces.
María Luisa ha contado innumerables veces la historia de cuando Juan de Dios, Abraham y Vicente desaparecieron, y de cómo por más que buscaba no encontró ayuda. Casi un año después, el 10 de mayo de 2018, fecha en la que cada año miles de madres de personas desaparecidas marchan en la Ciudad de México exigiendo justicia para sus hijos e hijas, ella y Lucía, mamá de Abraham y Vicente, arrebatadas por la desesperación y el silencio, caminaron “como locas”, dice, por una de las avenidas más transitadas de Puebla hasta la sede de la Fiscalía General del Estado en la ciudad de Puebla, cerca del Centro Histórico.
La mujer de cabello castaño, estatura corta, lentes y voz firme, ha contado una y otra vez cómo tocó todas las puertas sin éxito y cómo nadie hablaba de las desapariciones, que no había ayuda, ni instituciones especializadas, ni colectivos: en Puebla las desapariciones no existían. En su búsqueda, María Luisa se encontró con la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y Víctimas de Violaciones a los Derechos Humanos en México (Afadem), quienes la orientaron y finalmente le impulsaron para formar su propio colectivo.
Así nació la Voz de los desaparecidos en Puebla, un 30 de agosto de 2018, con dos familias en búsqueda de tres muchachos. Este colectivo aglutina a más de cien familias con personas desaparecidas en prácticamente todo el estado. En ese tiempo no había otro colectivo igual a nivel local, nadie hacía búsquedas, nadie acompañaba a las familias.
De ese 30 de agosto de 2018 al día de hoy, Puebla figura ya en los reportes oficiales de la Secretaría de Gobernación federal entre los estados con mayor número de mujeres, niñas, niños y adolescentes desaparecidas, y las desapariciones ya están en la agenda obligada a discutir. La lucha que inició María Luisa Núñez ahora comparten cientos de familias en todo Puebla. Ya no se puede ignorar que hay más de 2 mil 543 personas sin regresar a casa, según datos oficiales.
Cuando la Voz se creó no había Fiscalía Especializada en materia de desaparición de personas: sólo cuatro agentes del Ministerio Público para atender los casi 4 mil 200 casos registrados hasta diciembre de 2017. Tampoco había una Comisión Estatal de Búsqueda, ni una ley local en la materia. Obtener datos tan básicos y necesarios como la sábana de llamadas y mensajes de un teléfono tomaba a las autoridades hasta un año.
En ese entonces hacían esperar a las familias hasta 72 horas para denunciar una desaparición, mientras estas deambulaban solas peregrinando de dependencia en dependencia sin tener claridad de qué pasos seguir para buscar a sus seres queridos.
Buscando a Juan de Dios, su mamá empezó a darse cuenta de todos esos obstáculos, y en las diligencias encontraba a otras familias que pasaban por lo mismo: ahí les empezaba a orientar, aconsejar, y se fueron uniendo más y más; sin querer se volvió una suerte de guía para muchas personas, y a su vez ellas personas fueron aprendiendo y acompañando a otras y otras, y se fue corriendo la voz. Ella ya no buscaba sola, y las familias que se iban encontrando, tampoco.
Un año después de haberse creado el colectivo, las 40 familias que lo integraban hicieron una movilización en el zócalo de Puebla. En 2020, en plena pandemia, cuando conmemoraron dos años de existencia, reunieron a más de medio centenar en el mismo lugar, en el asta bandera del zócalo de la capital poblana, y donde también se acercaron algunas personas solidarias para tratar de colaborar de manera voluntaria con las familias. El movimiento cada vez se hacía más grande.
Para 2021, luego de dos años de marchas, movilizaciones, mesas de trabajo y una lucha sin tregua por parte de Voz de los desaparecidos, en Puebla ya nadie podía ignorar las desapariciones. Durante todo ese tiempo la organización empezó a afinar sus métodos de búsqueda al lograr reunir información para localizar sitios donde posiblemente están los restos de las personas desaparecidas. También lo han hecho para encontrar a personas con vida.
Junto con académicos y especialistas de la Universidad Iberoamericana construyeron un proyecto de ley local en materia de desaparición de personas, el cual fue revisado por expertos nacionales e internacionales y presentado en 2021 en el Congreso local con el compromiso del entonces líder del Poder Legislativo de aprobarlo.
Pero eso no ocurrió: el Congreso le dio la espalda al colectivo evitando tocar el tema en el Pleno. A raíz de las negativas de los legisladores, el colectivo decidió hacer un plantón afuera de la sede parlamentaria, en el corazón del Centro Histórico de Puebla, donde cualquier persona podría verles y enterarse de lo que pasaba con un tema que ya suponía una crisis para este estado.
El plantón obligó a toda la sociedad a voltear a ver no sólo al colectivo, sino a las desapariciones: era imposible ignorar una calle a dos cuadras del zócalo cerrada, en la cual vivieron durante un mes decenas de familias con lonas, pancartas y playeras con fotografías impresas de sus seres queridos, donde constantemente organizaban talleres, eventos culturales, y recibían personas curiosas y también solidarias.
La ley se aprobó, no como ellas la habían propuesto, y con varias cosas que afinar, pero finalmente el Congreso cedió a la presión y el plantón se levantó un día antes del tercer aniversario de Voz de los desaparecidos en Puebla.
Para ese entonces María Luisa no sabía que Juan de Dios pronto regresaría a casa.
La mamá de Juan de Dios es abogada y ahora también activista y acompañante de decenas de familias. Su rostro ha pasado a ser una constante en los medios y redes cada vez que desaparece alguien, que hay una marcha, el aniversario de una desaparición, alguna denuncia pública.
Dice, cansada, que todo este camino ha sido de mucho dolor y coraje pero ahora, mientras está de pie a unos pasos del féretro de su hijo, lo que quiere es que se recuerde la alegría. Cuenta cómo Juan de Dios siempre fue la alegría de su casa. Cuando nació, ella prácticamente tuvo que criarlo sola; se acuerda que cuando nació era muy arrugadito, como un topo, dice, y sonríe, y que su hermano lo envolvió en cobijas enormes que lo hacían ver muy pequeño.
Desde que entró a la misma casa donde ahora lo están despidiendo, fue la luz del hogar, el primer nieto, el consentido, el más alegre. Alegría es la palabra que María Luisa más repite, se acuerda de los chistes del muchacho, de cómo le encantaba la música y las bromas, el baile, la fiesta, de cómo disfrutaba vivir.
El muchacho, que en las fotos siempre sale con sombrero y camisa, no será recordado sólo por ser un faro de júbilo para su familia y amistades, sino también un faro para alumbrar la oscuridad en la que estaban los desaparecidos en Puebla. Su desaparición impulsó a María Luisa a luchar hasta encontrarlo, y hasta encontrar a todos los demás que faltan. Eso ella lo tiene muy claro: no va a parar, y no va a dejar a sus compañeras del colectivo. Lo dice y sonríe con complicidad, porque ahora sabe que la lucha vale la pena. Que todos los esfuerzos, las búsquedas, la insistencia, la unión, la resistencia lo vale: hoy Juan de Dios ya está en casa.
La invitación que circulaba por WhatsApp sólo decía que el colectivo Voz de los desaparecidos daría una rueda de prensa el viernes 18 de febrero de 2022 a las 13:30 horas afuera de la Fiscalía de Puebla. Al menos una hora antes empezaron a reunirse personas con playeras del colectivo; algunas llegaron con globos blancos, otras con rosas, flores y pancartas, pero nadie decía qué estaba pasando.
Fue casi hasta las tres de la tarde cuando finalmente salieron María Luisa y Lucía, paradas en el mismo lugar donde hace casi cuatro años hicieron la primera marcha, pero esta vez no para exigir justicia, sino para decirle a los medios que finalmente Juan de Dios, Abraham y Vicente iban a regresar a casa.
Sus restos fueron encontrados meses atrás, gracias a las investigaciones de las mamás de los tres jóvenes, pero el proceso de identificación fue largo y complejo debido a la falta de personal en la Fiscalía y en el Semefo, a la exagerada burocracia y a la falta de voluntad política para invertir en agilizar los procesos forenses.
Ahí, afuera de la Fiscalía, en el mismo lugar donde tantas veces se han manifestado exigiendo justicia, estaban familias del colectivo como la de Nadia Guadalupe Morales Rosales, Edwin Ariel Reyes Tlalolini, Galilea Cruz Aguayo, Lily y Sergio Rueda Daniel, Claudia Morales Sánchez, Rodrigo Sánchez Juárez, Brandon Ramírez Ayuso, José Martín Jiménez y Sergio Barrios Herrera acompañando a las mamás de Abraham, Vicente y Juan de Dios.
Otras no pudieron ir hasta Palmar de Bravo, pero estuvieron esperando afuera de la Fiscalía para recibir a los tres jóvenes entre porras, gritos y abrazos. Antes del atardecer, la fila de vehículos salió rumbo a la autopista para llevar a los tres muchachos a casa.
Cuando el ataúd en el que se encontraba Juan de Dios entró al pueblo, la gente lo esperaba y caminaron hasta la casa de la familia Núñez Barojas, donde ya había un grupo con guitarras y acordeón cantando, con su foto al fondo; los restos de Abraham y Vicente siguieron su camino, rumbo al municipio vecino de Cañada Morelos.
Durante toda la noche sonaron canciones de amor, de fiesta, y no sólo cantó el conjunto que contrataron para amenizar el velorio sino también uno de los tíos del muchacho. Las familias del colectivo bailaron varias canciones con María Luisa, pausando por momentos el llanto y logrando que la despedida se convirtiera verdaderamente en la fiesta que la mamá de Juan de Dios soñó para recibir a su primogénito. Durante unos minutos la fundadora del colectivo tomó entre sus brazos la foto de su hijo y bailó, mientras sus compañeras y compañeros la acompañaban moviendo los pies y las caderas al ritmo del acordeón y la guitarra. Algunas canciones se escuchaban con más fuerza, con las voces de todos cantando a coro:
La vida es prestada y hay que disfrutarla
Como más te guste y te pegue la gana
Porque la huesuda no tiene respeto
Se lleva de todo, agarra parejo
El patio de la casa de los Núñez Barojas es muy amplio pero está descubierto, así que el aire se cuela todo el tiempo; para el fin de semana rentaron una lona naranja y amarilla pero no cubría del todo, dejaba un espacio vacío con una franja donde se ve claro el horizonte cubierto por una línea de turbinas eólicas, a un lado del Pico de Orizaba.
Tehuitzo es casi un llano flanqueado por montañas bajas, es muy frío y el aire no deja de pegar con fuerza, a veces tanta que por las tardes todo el horizonte se llena de nubes y la neblina baja casi hasta la falda del cerro empedrado salpicado de cactus. En el portón verde despintado de la casa fue colgada una lona con la ficha de búsqueda de Juan de Dios, pero ahora con la leyenda “localizado”, anunciando el esperado regreso desde hace casi cinco años.
“No como quisiéramos”, dice María Luisa. “Es una sensación agridulce, pero al menos ya está en casa”, y suspira.
La promesa de una gran fiesta se cumplió para despedir a Juan de Dios. Duró tres días. De viernes a domingo decenas de personas desfilaron por el patio de la casa de la familia Núñez Barojas para despedirse en intervalos, con rezos, música y comida intermitentes. No dejaron de llegar los visitantes con flores, amigos que cantaban sus canciones favoritas de música de banda y norteña, brindaban y recordaban anécdotas de Juan de Dios, de cómo le gustaba mucho la fiesta, la risa, de cómo era muy amiguero y le encantaba divertirse.
Durante todo el fin de semana siguió llegando gente, sobre todo personas del colectivo: la familia de Michel Jiménez Toxtle, de José María Sedano Posadas, Jurguen Manuel Nieto Granados y más personas solidarias con la madre de Juan de Dios, desde académicos, activistas y ciudadanos. Ahí se quedaron a dormir las familias del colectivo para estar en la fiesta, compartiendo las risas, los llantos, la música, las misas y los rosarios.
Javier, papá de Nadia Guadalupe Morales Rosales, desaparecida el 27 de octubre en 2017 en la ciudad de Puebla, contaba durante una de las misas cuando el Padre Arturo les invitó a compartir algunas palabras, que Juan de Dios había logrado también algo muy valioso porque por él se conocieron todos, y por él se creó otra familia: la del colectivo.
Pasaron los tres días, Juan de Dios llegó al panteón de Tehuitzo y muy temprano, antes de que llegaran los amigos y el resto de la familia, pusieron dentro del ataúd todo lo necesario para llevarse a la vida eterna: semillas, agua, sandalias, el traje con el que se iba a casar.
La procesión salió poco antes de la una de la tarde hacia la iglesia del pueblo y después hacia el panteón, a orilla de la carretera, para despedir a Juan de Dios y lograr que por fin él y su familia tuvieran paz. Entre porras y música, el ataúd llegó al polvoriento campo, rodeado de María Luisa, su esposo e hijos, papás, hermanos y las familias del colectivo, y alrededor más de cien personas.
En un momento el colectivo entonó la canción que el cantautor Arturo Muñoz Carcará les compuso durante el plantón: “Desde que no estás no existe el miedo/ cantamos por quien no tienen voz/ aquí siempre sobra voluntad: hasta encontrarles, ¡hasta encontrarles!”.
Las voces fueron flotando en el helado viento bajo el rayo del sol, mientras al fondo, en la carretera, un auto pasaba sin saber que por fin había un poco de verdad y de justicia para un joven, pero esperanza para cientos de familias.
“Viniste para permanecer. Te quisieron desaparecer, pero no sabían que eres semilla”, se leía en un cartel donde se ve el torso de Juan de Dios con flores abajo y un fondo amarillo. Y no sólo para su mamá sino para las demás familias su rostro jamás se va a olvidar, porque él fue quien las reunió, él fue quien les dio el impulso para organizarse, para acompañarse y para exigir justicia. Sin él los desaparecidos nunca habrían aparecido en Puebla.
Ahora más que nunca sé que la lucha no es en vano, dice María Luisa. Ella ha mencionado muchas veces que su hijo llegó para quedarse. Está convencida que todo lo hecho durante casi media década vale la pena, y las demás familias también. Juan de Dios seguirá siendo una luz y una esperanza porque sí es posible que los desaparecidos regresen a casa.
*Aranzazú Ayala es periodista poblana, forma parte del proyecto A dónde van los desaparecidos.
www.adondevanlosdesaparecidos.org es un sitio de investigación y memoria sobre las dinámicas de la desaparición en México. Este material puede ser libremente reproducido, siempre y cuando se respete el crédito del autor y de A dónde van los desaparecidos (@DesaparecerEnMx).
Periodista en constante formación, interesada en cobertura de Derechos Humanos y movimientos sociales. Reportera de día, raver de noche. Segundo lugar en categoría Crónica. Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo Puebla 2014. Tercer lugar en el concurso “Género y Justicia” de SCJN, ONU Mujeres y Periodistas de a Pie. Octubre 2014
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