El planteamiento teórico de Joker me parece lamentable e indignante. El director pudo comunicar las profundas carencias con las que el sistema trata a los enfermos mentales, pero culpó el desmoronamiento del protagonista en las fallas de una mujer que fue madre soltera
Mucho se ha dicho de Joker en las últimas semanas. Sobre todo, al menos en Estados Unidos, se discute si es una película irresponsable o no: si alienta la violencia, si justifica al movimiento misógino cibernético, si puede ser causal de una nueva masacre en escuelas o transporte público. No comparto ninguno de esos argumentos, es como el debate sobre los narcocorridos en México. En ambos casos sostengo que las expresiones artísticas deben continuar porque reflejan e interpretan cosas que ya están sucediendo en la sociedad. Eso no quita que Joker, por otros motivos, me parezca pésima.
Nunca había visto tanta gente con problemas de salud mental como los que he visto en Estados Unidos desde que me mudé a Nueva York. Probablemente el caso más impactante, a la fecha, fue la mujer que se subió al vagón del Metro en el que viajaba y completamente desquiciada, me soltó un golpe en la cara. Otro día, años después, una mujer profundamente confundida me confrontó blandiendo un paraguas a modo de espada gritándome “you bitch!!” (¡perra!) en la calle. En otra ocasión, un hombre sobre la acera en Times Square intentaba prenderse fuego y con él a quien pasara a su lado. Casos sobran.
Cuando estaba recién llegada acá, en 2016, me preguntaba mucho sobre las causas. ¿Nueva York vuelve loca a la gente de manera más frecuente que otras ciudades? ¿Hay mayor densidad poblacional y se nota más la gente con problemas de salud mental que en otras ciudad aunque tal vez el número neto sea el mismo? ¿Es a causa del frío, que concentra a la gente indigente por enfermedades mentales en el transporte público? ¿O es que en México las familias acogen a sus familiares y, por estigma social o fortaleza de la institución familiar, no terminan deambulando desamparados por las calles? Me lo preguntaba mucho, las causas, las explicaciones a mis observaciones. Cuestionaba lo que veía y lo trataba de entender. Pero al final la intriga o la curiosidad surgía siempre de lo mismo: una observación de gente en sufrimiento a la cual el sistema les había fallado de manera evidente y palpable.
Tenía tiempo sin pensar en esto hasta que vi la nueva película del guasón. Joker me pareció un filme con excelente producción cinematográfica, linda fotografía y excelente música. Disfruté, sobre todo, la actuación de Joaquín Phoenix que encarna a una persona con vaivenes emocionales importantes y enfrentando escarnio público en versiones e intensidades diversas. Lo último que rescato de la película es esa incertidumbre final que te deja sin saber bien qué de todo eso sucedió realmente. Pero el planteamiento teórico de Joker me parece lamentable e indignante. Vámonos por partes.
Joaquín Phoenix es un asesino que termina despertando una revuelta social a causa de la desigualdad económica. En una Ciudad Gótica donde los pocos que tienen, tienen mucho; y los muchos que no tienen, prácticamente no tienen nada, el payaso vigilante que asesina a tres cretinos de a Wall Street resulta inspirador. Hasta ahí todo bien. Pero el payaso asesino termina perdiendo el control porque el sistema le falla, le cancelan la terapia e incluso cuando todavía tenía atención psicológica, ésta parece ser bastante carente. Encima su trabajo es mezquino, el jefe no le cree nada y no hay suficiente atención a una persona en sus condiciones para prevenir que obtenga un arma de fuego de manera completamente negligente. Incluso pierde su trabajo por lo mismo. Hasta ahí sigue sin parecerme demasiado grave, porque la carga de la culpa sigue recayendo en buena medida sobre el sistema. Eso cambia cuando el protagonista confronta a Thomas Wayne.
En el momento en el que Wayne le dice al guasón que su mamá “estaba loca”, todo cambia. Porque entonces se convierte en la historia donde, independientemente de la falla del sistema que después pondrá al protagonista en una situación límite, el Joker estaba dañado desde antes. El asesino se convirtió en lo que era, ese ser incomprensible y despreciable, a causa de que su madre, pobre y soltera, no sólo no lo supo cuidar sino que abusó físicamente de él. En un abrir y cerrar de ojos, la película pasa de ser una crítica a un sistema voraz donde los individuos más necesitados no importan, a culpar una revuelta social a la incapacidad de una madre soltera para ser una mujer cumpliendo su rol de educadora, proveedora incondicional de amor y crianza y bienestar emocional.
Joker es una oportunidad desperdiciada. Pudiendo hacer una crítica mordaz a un sistema que efectivamente le falla a sus enfermos mentales, lo culparon todo a una madre soltera. Hay buen periodismo en este país que registra y documenta las carencias del sistema con sus ciudadanos con enfermedades mentales. Meg Kissinger, por ejemplo, ha escrito sobre cómo, en Estados Unidos, miles de personas con esquizofrenia son enviadas a la cárcel cuando una patrulla despachada por el 911 manda policías a esposar “gente violenta”. Muchos más mueren al salir de los hospitales mal diagnosticados, deambulando desubicados por las calles, otros mueren por inanición al ser incapaces de prepararse una comida aislados en sus casas donde, incomprendidos, nadie los pasa a visitar.
Entonces no, no me agobia que Joker sea una película violenta, ni que resalte la división social; tampoco me molesta la teoría de que pueda alentar a que otros comentan actos violentos. Lo que me parece patético, es que Todd Phillips pudo comunicar las profundas carencias con las que el sistema trata a los enfermos mentales y en vez de ahondar en una crisis real, culpó el desmoronamiento del protagonista en las fallas de una mujer que fue madre soltera. Es como si en la historia de la mujer que entró fúrica al metro a golpearme, hubiera una madre incapaz. Y en la historia de la otra mujer que luchaba contra sus demonios a punta de paraguas, hubiera una madre soltera irresponsable. Y en la historia del hombre que intentaba prendernos fuego a todos con un encendedor bajo la lluvia, hubiera una mujer soltera incapaz de ser madre. Y, dándole el beneficio de la duda al director, si el problema social fuera en efecto todas las fallas que enfrentan las madres solteras frente a un sistema patriarcal insuficiente, entonces habría que ahondar en ellas.
Columnas anteriores:
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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