23 febrero, 2020
Este abogado estadunidense, descendiente de mexicanos, acaba de abrir su oficina en la Ciudad de México y está decidido a cumplir una vieja promesa a su abuelo: regresar para luchar por los más vulnerables y enfrentar a las corporaciones multinacionales que sistemáticamente violan los derechos de miles de personas
Texto: Daniela Pastrana
Foto: Duilio Rodríguez
Jason Flores-Williams podría ser sólo un reconocido defensor de derechos humanos, del medioambiente o de los migrantes. Pero el racismo que permea en Estados Unidos con el gobierno de Donald Trump lo ha llevado a una ruta de mayor riesgo: enfrentar el corazón del sistema capitalista con sus propias leyes.
Es una guerra contra la pobreza y contra la injusticia de un mundo en el que una parte tiene todo y la otra no tiene nada, resume este activista por los derechos civiles, quien acepta una charla con Pie de Página durante su estancia en la Ciudad de México.
Es un hombre singular: ha escrito media docena de libros, fue arrestado en Manhattan por protestar contra la invasión de Estados Unidos a Irak y contra la Convención Nacional Republicana en 2004; ha defendido a personas acusadas de tráfico de drogas y a sentenciadas en el corredor de la muerte; ganó una demanda colectiva representando a 5 mil 500 homeless (personas sin hogar) y es famoso su litigio para defender los derechos del Río Colorado.
Nació en los Angeles en 1969, pero ha vivido en muchas ciudades. Viste impecable y se esfuerza por hablar español. Podría pasar por un hombre de negocios en la Avenida Reforma, sin que nadie se imagine que tiene en mente una gran batalla internacional.
“Problemas internacionales, requieren soluciones internacionales, por eso buscamos llevar los litigios a gran escala, a cortes federales en los Estados Unidos y el resto del mundo, con operaciones multijurisdiccionales”, dice.
Esta semana, Flores-Williams y su bufette anunciaron la apertura de una oficina en la capital mexicana, donde el abogado acaba de adquirir una casa en la que piensa pasar buena parte de su tiempo en los pròximos años.
“La Ciudad de Mèxico me hace pensar el estatus del mundo, cada dìa y cada minuto. Aquí al menos enfrentamos la realidad, en vez de quedarnos en la burbuja”.
Luego desgrana su teoría:
“El problema con los Estados Unidos es el silencio: un gobierno bombardea a otros países y, causa abusos, causa daños, pero sales en la mañana y la gente está teniendo un brunch, como si nada pasara. La vida en Estados Unidos, el centro del capitalismo y del consumismo, es muy cómoda, en el modo malo. Tenemos el 5 por ciento de la población pero consumimos el 20 por ciento de los recursos. Es inmoral. Y puedes fingir que todo es grande y genial, pero sabes que no es y eres cómplice de la destrucción, porque nos acercamos al punto de no retorno. Esto es un pequeño esfuerzo”.
Aclara también que no es un trabajo centrado en la migración, como se ha publicado.
“Nosotros presentamos casos de denuncia colectiva contra multinacionales. Es importante estar en la frontera pero eso es simplemente una contribuciòn de las fronteras y las multinacionales no reconocen fronteras”
Por eso, explica, su estrategia está basada en un litigio que utiliza una síntesis del derecho constitucional e internacional estadounidense.
Es decir, las batallas serán del otro lado de la frontera, en las cortes de Estados Unidos.
Apenas nos presentamos y el abogado suelta una frase que no esperamos: “He crecido con mi padre en prisión por 38 años. He experimentado con el oscuro lado de los Estados Unidos”, dice.
Se explaya: “Los Estados Unidos es una ilusión y ahorita que Trump está provocando una caída de las instituciones y de la democracia, decidí que quería estar en la lucha”,
El tema de las prisiones es personal. En mayo de 2019, contó a 37 internos del Módulo de Alta seguridad de Santa Martha Acatitla, en la ciudad de México, la experiencia que lo llevó a escribir Niño de la guerra, una memoria un libro en el que retrata a su familia, que gozaba de una buena posición social y económica en Estados Unidos cuando su padre, Drake Williams, fue cusado por el gobierno federal de tráfico de drogas.
“El encarcelamiento destruye a las personas y su mente, trae daños para toda la comunidad… no es común para los estadounidenses pensar en la afectación y las implicaciones a la familia, a otras personas y a la comunidad. Para mí la gente es gente y no me importa qué o dónde está, así sea la prisión”.
Antes de la condena de su padre, Jason vivió con su familia en Sant Fé, Nuevo México. Pero tras la condena abandonó la escuela secundaria y se mudó a Washington, DC, donde se educó en la Biblioteca del Congreso. Vivió en Harlem y se graduó de Hunter College con un título de honor en Filosofía. Luego viajó a Praga, donde trabajó como repartidor de pizzas. Y regresó a Estados Unidos, en San Francisco, para concentrarse en la escritura.
El buffete de abogados nació en Nueva Orleans, en 2009. Lo primero que hizo fue representar a la gente condenada a pena de muerte en Lousiana
“Primeramente defendí los derechos humanos de la delincuencia porque muchos son de bajos recursos y para mí todo es el resultado de la misma pelea: unos tienen todos los recursos y todos los derechos y otros nada. Eso no funciona. El sistema criminal no es un sistema de justicia. Si estás acusado de un crimen toda tu vida te afecta, porque no puedes alquilar un departamento o abrir una cuenta de banco”.
Cuando empezó a tener éxito abrió la oficina en Washington DC y luego en Denver, Colorado, (“porque me gusta esquiar”). Ahí se dieron los casos más famosos que ha tenido en su carrera: de la gente sin hogar y del río Colorado.
La historia surgió de este modo: iba a una cena con unos amigos y en el estacionamiento vió a una mujer con su hija, ambas rodeadas de vehículos de vigilancia. Las mujeres eran hostigadas por el simple hecho de estar en la calle.
«En los Estados Unidos hay una guerra contra la gente sin hogar. Es parte del capitalismo», dice sin matices el abogado, al hablar de su caso más conocido.
«Es una guerra contra la pobreza», insiste. «La ley no controla el sistema económico; el sistema económico controla a la ley. Entonces, presentamos una demanda colectiva por 5 mil 500 personas sin hogar. Decían que no teníamos oportunidad. Ganamos, fue una sorpresa. Y es un juicio importante porque depende de que la gente esté luchando por los derechos constitucionales».
La sentencia es un precedente en la jurisprudencia de Estados Unidos en el reconocimiento de los derechos de las personas que no tienen un hogar. Ahora, la policía no puede tomar las pertenencias de gente pobre o sin hogar, como lo hacía antes de la sentencia de la Corte. Eso era un abuso, explica el abogado, porque «son sus únicas pertenencias en el mundo».
Tampoco puede molestarles sin causa probable o debido proceso.
Otro caso importante, aunque no lo ganó, es el del Río Colorado: Flores-Williams intentó que el río fuera reconocido como una persona jurídica “por el derecho del río a existir, florecer, regenerarse , ser restaurado y evolucionar naturalmente” y demandó al estado de Colorado y al gobernador John Hickenlooper.
En ese caso se alió con un grupo de abogados ambientales, pero no resultó. «Ellos eran buena gente, pero cuando estás luchando contra el sistema de Estados Unidos necesitas gente dispuesta a morir, porque no es fácil. El gobierno viene detrás de ti para destruirte. El sistema no quiere cambiar, la gente que tiene riquezas intentará destruirte».
La demanda finalmente fue desestimada. Para el abogado, sin embargo, lo más relevante es tener elementos de una estrategia. «Y la estrategia es: aún si pierdes, todavía ganas, porque pones la luz en el tema y la Corte», dice.
En este sentido, explica, lo más importante no es lo que ocurre en el juicio sino lo que pasa afuera de la Corte, lo que se mueve alrededor, porque provoca una presión sobre las decisiones del sistema legal, que siempre se construye en procesos oscuros.
Desde su perspectiva, los derechos sobre la naturaleza son una buena forma de conseguir equidad. Lo que él llama «el piso parejo».
«En Estados Unidos todo es dinero y poder de corporaciones. La gente es miserable. Necesitamos construir una plataforma por los derechos del medioambiente porque cuando una parte del mundo tiene los recursos y derechos y la otra parte no, los resultados son siempre malos».
La sede de gestión en América Latina de su bufete ya existe en Guatemala. Pero ahora, con la oficina en la Ciudad de México, Flores-Williams busca abrir un nuevo frente regional.
Hablar de eso nos permite hacer dos aclaraciones sobre los asuntos que busca atender.
La primera es que no busca representar casos individuales.
«No estamos representando gente a nivel individual, nuestra especialidad son las demandas colectivas, porque son una poderosa herramienta y el modo mas efectivo para cambiar la ley. Buscamos gente que, en gran escala, sus derechos estén siendo vulnerados; gente que ha sido abusada y está encontrando más gente enfrentando la misma cosa, sistemáticamente».
La segunda aclaración es que las demandas estarán enfocadas en las empresas y no en los gobiernos.
«No presentamos demandas contra gobiernos, presentamos demandas contra corporaciones porque son las que mandan».
Los ejemplos más evidentes de qué tipo de cosas busca litigar son las comunidades que están enfrentando a corporaciones basadas en Estados Unidos (como Coca Cola o Monsanto).
De hecho, las demandas se presentarían en aquel país.
¿Por qué abrir una oficina en México?
Flores-Williams responde de botepronto:
«La gente de Estados Unidos existe en una burbuja desconectada del mundo. En México y otros países hay gente que está dispuesta a luchar porque entiende que este sistema es insostenible. Aquí tienen sus problemas, es cierto, pero tienen el entendimiento de que es posible que Estados Unidos esté haciendo un mal esfuerzo para defender derechos humanos, ambientales y en las fronteras».
También tiene otro motivo más personal: Su abuelo, William Flores, nació en la Ciudad de México y luego emigró al norte. En Estados Unidos se convirtió en un líder de la lucha por la dignidad latina y en la década de los 40, fue dirigente de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC), la organización activista para latinoamericanos más antigua en ese país.
Le hizo prometerle que en el futuro regresaría a luchar.
«Mi familia tenía una historia luchando por los derechos latinos», dice ahora el abogado.
«Por mucho tiempo había pensado que la lucha es en Estados Unidos, pero cuando Trump fue electo y vi que tenía un modo feo de racismo, pensé: ‘¡Es lo mismo que pasó en Alemania en los 30!’ El racismo ha estado sumergido en la historia de Estados Unidos, aquí (en México) también, pero creo que la gente ahora es más inteligente y no acepta su brutalidad. Trump, en cambio, es el más feo idiota en Estados Unidos, me deprime, y quizá muchos mexicanos no saben que mucha gente allá odia profundamente sus políticas. Yo soy estadunidense, pero es una vergüenza ahora ser estadunidense. Y cuando Trump dice que los mexicanos son criminales yo estoy oyendo a Trump llamando a mi abuelo criminal».
Sin embargo, admite que para mucha gente es difícil aceptarlo. No les gusta verse en el espejo y eso tiene que ver con la comodidad con la que viven.
«Yo estoy luchando contra la injusticia y quiero gastar el resto de mi vida luchando por eso. Tengo una vida buena en Estados Unidos porque he trabajado muy duro, pero es imposible vivir, lo que esta gente está pensando es horrible. Y uno elige: Puedo tratar de hacer algo. O puedo estar en una oficina como sin o pasara nada. Pero creo que tenemos una oportunidad para luchar por un mejor mundo. Por un piso parejo».
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