25 marzo, 2023
Ganaderos, campesinos, operadores turísticos y firmantes del acuerdo de paz hacen parte de una apuesta colectiva por la reconciliación con la naturaleza y con los habitantes de un territorio históricamente afectado por la guerra. En el norte del Guaviare, las comunidades integran un corredor ecológico de 109 mil hectáreas para la protección del jaguar y la Amazonía colombiana.
Texto: Luis Bonza / Mongabay *
Foto: Carlos Navarro
COLOMBIA. – Después de que termina la finca de Alirio Becerra, y el potrero donde tiene sus vacas, aparece un caño (canal natural de un río), y después del caño el piedemonte, donde la sabana y la selva espesa se abrazan en una pequeña vereda del municipio de San José del Guaviare, en el sur de Colombia. Cuando llueve, los caminos anaranjados y opacos de la zona, llenos de polvo, pasan a ser un lienzo café brillante en el que quedan plasmadas las huellas de lo que sea que atraviese el camino. Fue justo allí, al borde del potrero, adentro y por los caminos que llevan a él, donde hace años Alirio Becerra encontró las huellas de un animal que no había visto nunca; no eran de una vaca ni de una danta y tampoco de un perro.
Ese día, de madrugada, el campesino acompañaba a su hijo a cruzar el caño que conecta la finca y la escuela de la vereda. El sonido de la lluvia y los pasos de padre e hijo ambientaban el recorrido hasta que Alirio, de regreso a su terreno, escuchó un movimiento en el agua del caño. Pensó que era un venado de los que usualmente se encontraba cerca a la finca y se quedó quieto para no espantarlo; detuvo su andar para verlo salir sin asustarlo. Pero cuando el animal que chapaleaba se asomó entre la vegetación, el asustado fue Alirio.
Era un jaguar de pelaje amarillo con manchas oscuras, patas cortas y ojos redondos que se le quedaron mirando fijamente. Sostuvieron la mirada por un instante. Alirio primero pensó en cómo defenderse. Tenía un machete pequeño que llevaba para abrirse paso entre las ramas del camino. Algo más grande tampoco hubiera sido de utilidad porque se quedó atónito ante la presencia del animal.
Pasaron un par de segundos o una hora, no tiene cómo saberlo, hasta que el jaguar rompió el contacto visual para dar vuelta y continuar con su camino. Cuando Alirio salió de su aturdimiento, hizo lo mismo.
El jaguar (Panthera Onca) es el tercer félido más grande del planeta, después del tigre asiático y el león africano, pero su mandíbula es la más fuerte de todas: es capaz de atravesar el caparazón de una tortuga. Habita 18 de los 21 países de América, desde el sur de Estados Unidos hasta Argentina; sin embargo, la cantidad de individuos de la especie está decreciendo, razón por la cual la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) categorizó al jaguar en estado Casi Amenazado.
En El Salvador y Uruguay, de hecho, el jaguar ya se encuentra extinto y en Colombia, el área que habitan los jaguares se ha reducido en un 39 %, de acuerdo con información recopilada por la organización no gubernamental WWF. La destrucción de su hábitat y la caza son las dos principales amenazas para la permanencia del jaguar en este país.
En el Guaviare, las vacas y los cultivos son la principal fuente económica de los campesinos, y una causante importante de la deforestación. De acuerdo con Global Forest Watch, un sistema de monitoreo de bosque en el mundo, este departamento perdió 276 MIL hectáreas de bosque primario húmedo entre 2002 y 2021. En extensión, el tamaño del bosque perdido sería equivalente a sumar la superficie total de Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla, las cuatro ciudades más grandes de Colombia.
Por otro lado, en el Guaviare, puerta de entrada a la Amazonía en Colombia, las personas y los jaguares comparten un mismo espacio, lo que genera conflictos que muchas veces terminan con la muerte del animal, asegura Silvia Vejarano, bióloga y especialista en conservación que desde hace 10 años trabaja en WWF Colombia. El caño por el que Alirio ayuda a cruzar a su hijo de camino a la escuela es el mismo en el que el jaguar bebe agua y se alimenta de venados, chigüiros y, cuando no tiene otra opción, del ganado de sus vecinos campesinos.
Alirio Becerra vive desde hace veinte años en Sabanas de la Fuga, una vereda que hace parte de la zona rural de San José del Guaviare, tiene una finca de 50 hectáreas, 33 cabezas de ganado y cultivos de yuca. Aunque él mismo no ha sufrido la pérdida de su ganado, cada vez es más común el relato de los vecinos que encuentran los restos de sus vacas porque se las ha comido el jaguar. Becerra cree que es cuestión de tiempo para que sea su turno. “Ahora es un delito matar al jaguar, pero si usted lo único que tiene es una vaquita que consiguió con tanto trabajo y se la come un jaguar, usted se encuentra ese animal con ira y lo mata. Tenemos que buscar una solución, porque ahora lo que hay es un problema”, explica.
Según Vejarano, la razón de ese conflicto radica en que las presas del jaguar también han disminuido debido a la caza: “La gente no solo tumba monte para ampliar sus potreros sino que además están acostumbrados a comerse las presas del jaguar, pequeños animales herbívoros que andan en el bosque, como cerdos de monte y chigüiros. La gente no solo está invadiendo las áreas donde vive el jaguar, sino que se está comiendo su alimento, entonces el jaguar tampoco tiene muchas más opciones que amenazar el ganado de las personas y ahí se producen conflictos”.
Rosa Umaña es la presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda La Ataguara, en San José del Guaviare, y lleva 25 años trabajando por la protección del medio ambiente en el departamento. Ella misma se reconoce como “ambientalista de tiempo completo” y, por adentrarse en los espesos bosques para poner vallas en contra de la caza de animales, ha sido blanco de amenazas.
Su experiencia le ha permitido hacer un análisis que explica, de manera sencilla, el conflicto que genera la caza indiscriminada de la fauna: “Si yo le violo la despensa de su casa, usted tiene que ir a buscar cómo alimentarse. No digo que un campesino no pueda matar un gurre (armadillo), una lapa o un saíno para la comida, pero cuando hablamos de tres o cuatro para ir a vender, eso es otra cosa. Hemos roto la cadena alimenticia de nuestra fauna y nos venimos a quejar de que se nos comen una vaca, pero nosotros somos los únicos culpables de que eso pase”.
La preocupación de los campesinos que han perdido sus cabezas de ganado, gallinas y hasta perros llegó hasta la Corporación de Desarrollo Sostenible del Nororiente Amazónico (CDA), que es la autoridad ambiental en el Guaviare. De acuerdo con Orlando Castro, director de la seccional Guaviare de la corporación, de ese conflicto surgió la creación de un corredor ecológico que incluye la participación de la ciudadanía.
Un corredor ecológico es un espacio de la naturaleza que conecta distintas zonas boscosas o ecosistemas para que los animales puedan moverse. “Esto es especialmente importante para especies tan demandantes de un buen hábitat como el jaguar porque este félido necesita moverse y si atraviesa paisajes que se han transformado (como fincas ganaderas, por ejemplo), va a poner en riesgo los medios de vida de las personas y a él mismo”, afirma Jimena Puyana, gerente nacional de Ambiente y Desarrollo Sostenible del PNUD.
Además, los corredores ecológicos son importantes porque aunque haya jaguares en los fragmentos de bosque más grandes, “es difícil garantizar el futuro de esos animales en el largo plazo si esos bosques no se conectan entre ellos”, complementa Silvia Vejarano, de WWF Colombia. Lo que sucede es que los corredores les permiten a los jaguares reproducirse entre familias distintas y no entre miembros de su manada, y eso asegura una descendencia más fuerte en términos genéticos y menos expuesta, por ejemplo, a enfermedades.
El Corredor de Protección del Jaguar en Guaviare, nombre oficial que recibe la iniciativa que une a la comunidad y a las autoridades ambientales en un mismo propósito desde febrero de 2021, hace parte del proyecto Amazonía Sostenible para la Paz, que a su vez forma parte de un programa regional más ambicioso: Paisajes Sostenibles de la Amazonía, financiado por el Fondo Mundial para el Medio Ambiente y ejecutado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Además, se trata de un esfuerzo que se enmarca en el Plan Jaguar 2030, un plan regional de los países del sur y el centro de América para garantizar la protección de la especie y su conectividad por los ecosistemas del continente.
Actualmente, cinco zonas integran el Corredor de Protección del Jaguar en Guaviare. En total, son 109 mil hectáreas que se extienden principalmente por la ribera del río Guaviare.
Específicamente, este corredor conecta varias áreas protegidas: la Serranía de La Macarena, la reserva forestal protectora de La Lindosa, la Reserva Nacional Natural Nukak y el Parque Nacional Natural Serranía de Chiribiquete. Sin embargo, el corredor ecológico del jaguar en Guaviare no solo tiene como objetivo conectar los paisajes naturales, sino lograr que los paisajes que ya están intervenidos, es decir, las propiedades privadas en las que hay fincas, cultivos y ganado, también mantengan o establezcan áreas de protección para el jaguar. Para Puyana, ese es el verdadero corredor. “Es un tema ambiental, pero también un tema de gobernanza, un tema organizativo, de quienes están ahí y hacen un acuerdo para que el manejo de ese espacio recoja consideraciones ambientales”.
La elección del jaguar como especie a conservar no solo tiene que ver con el conflicto que los campesinos alertaron, sino con que es una especie sombrilla. “El bioma de la Orinoquía y el de la Amazonía, si bien son diferentes, deben mantener la conectividad ecológica, o sea, que haya flujo de genes, de especies, de energía, esto es lo que mantiene la funcionalidad de los ecosistemas. Las especies focales (o sombrilla) nos dan un indicador de cómo están esos flujos porque requieren hábitats y áreas de acción bastante grandes”, explica Vejarano, de WWF Colombia. “Eso quiere decir que si mantenemos el jaguar, estamos manteniendo también a las especies que están debajo de él en esa pirámide que tiene el gran depredador en la parte más alta, y otro montón de especies más pequeñas debajo. Así protegemos todas las poblaciones de las que el jaguar depende y los bosques en los que viven”, agrega.
La carretera polvorosa que lleva a El Edén es un camino anaranjado que a lado y lado está estrechado por paredes verdes de árboles y arbustos. El calor que rebota del suelo seco contra el cuerpo de quienes andan sudorosos, agotados y tostados, se queda atrás con solo poner un pie en el bosque. La selva ofrece un abrazo de frescura y sombra, una obra orquestada por las sombras del cedro, la ceiba, el yarumo y el cumare, dirigida por el sol que se filtra entre hojas y ramas y compuesta por la brisa del río Guaviare.
Dentro de esa selva espesa, en algún punto que Jonathan Torres podría identificar con los ojos cerrados, está una de las 55 cámaras trampa que hacen parte del corredor del jaguar, instaladas por la comunidad con el apoyo y capacitación de WWF Colombia. Torres guía el grupo con determinación y cuando encuentra la cámara amarrada a un tronco, se detiene y pide la atención de quienes lo escuchan.
Él es el presidente de la Asociación de Flora y Fauna del Guaviare (Asoflofagu), de la que hacen parte familias de las veredas El Limón, El Edén, Cambulos y Campoalegre, todas ubicadas en la mitad del corredor y vinculadas directamente a su monitoreo. Para confirmar la presencia del jaguar y su fauna asociada, WWF Colombia se unió a organizaciones y comunidades para instalar cámaras con sensores que activan la captura de fotos o videos cuando captan el movimiento de cualquier animal que pase por su campo de visión.
Chaqueto, chigüiro, morrocoy, cajuche, saíno, danta. Las fotos de los animales aparecen entremezcladas con imágenes vacías, del paisaje, porque el sensor de las cámaras se activa también por la caída de una hoja o incluso un cambio en la luz. Entre octubre de 2021 y noviembre de 2022, las 55 cámaras del corredor registraron doce especies presas del jaguar y cuatro especies de félidos silvestres: jaguar (Panthera onca), puma (Puma concolor), yaguarundí (Herpailurus yagouarundi) y tigrillo (Leopardus pardalis).
Gracias a esa estrategia, en el corredor ecológico del Guaviare han sido identificados 26 jaguares distintos, que se diferencian porque sus manchas, sus rosetas, son como las huellas dactilares: son distintas en cada individuo.
Sandra Pérez es habitante del corredor del jaguar, antropóloga y activista ambiental y social. Hace parte de una corporación que lleva el mismo nombre del corredor del jaguar, precisamente porque tienen el mismo objetivo: la protección de la especie para la conservación de la Amazonía.
La Corporación Corredor del Jaguar busca aprovechar el monitoreo para hacer pedagogía entre la comunidad, principalmente con la niñez. “Desconocemos el lugar en el que vivimos, y el monitoreo es una estrategia muy importante para eso, para hacer no sólo investigación sino educación ambiental. Nos ha permitido conocer más nuestro territorio, quererlo, valorarlo. Hay niños en San José del Guaviare que no saben que hay un saíno, una danta. Los niños aprenden a escribir con j de jirafa y no con j de jaguar. Esto tiene que transformarse en juegos, en material pedagógico y curricular que empiece a generar otra visión del territorio en los niños y niñas”.
Los dueños de las fincas donde se realiza el fototrampeo han recibido capacitaciones para que sean ellos mismos quienes programen las cámaras y puedan extraer los registros que de allí resulten. De esa forma se procura, además, que la comunidad continúe con el monitoreo a largo plazo y que las personas se sumen a la conservación no por obligación, sino porque conocen mejor la fauna que los rodea.
“Nosotros nunca tendremos los recursos para monitorear jaguares en todo el país y no creo que ninguna ONG los tenga, ni el Estado”, dice Silvia Vejarano. Es por eso que “este tipo de monitoreo y la conservación hay que hacerla con la gente, que a la gente le interese y le vea un beneficio a hacerla. De lo contrario eso no funciona, y va a seguir habiendo cacería, y va a seguir habiendo retaliación contra el jaguar de algún tipo”, añade.
Cuando un habitante del corredor ve las fotografías del jaguar, se da cuenta de que su casa no es solo suya, sino que ahí habita alguien más. Darse cuenta de que la casa no es propia, sino compartida, implica pensar en formas de convivencia, no sólo entre los seres humanos y la fauna del territorio, sino entre las mismas comunidades que comparten casa entre ellos y con el jaguar.
Jaime Cabrera, especialista en monitoreo comunitario de WWF Colombia, ve esta actividad como una herramienta para reconocer y apropiarse del territorio, más que un objetivo en sí mismo. “Sobre todo, es una apuesta de convivir con el otro y ese otro es la naturaleza, el jaguar, pero también los vecinos. La paz es una gran apuesta que tenemos en Colombia, que no es fácil. Entonces, convivamos con ese otro que son los firmantes de paz que están viviendo al lado de nosotros y que, como al jaguar, no los conocemos, o les tenemos miedo, o les tenemos una rencilla que ni siquiera es nuestra sino de nuestros papás y abuelos”.
En uno de los extremos del corredor del jaguar, cerca de la Reserva Nacional Natural Nukak, está el centro ecoturístico Manatú, Maravillas de la Naturaleza. Se trata de una agencia de viajes y servicios turísticos de firmantes del Acuerdo de Paz que se selló en 2016 entre el gobierno y la guerrilla de las FARC.
De Manatú hacen parte doce excombatientes que vieron en el turismo una alternativa productiva después de la guerra. Su representante legal es César García, un hombre de 30 años, hijo de campesinos, convencido de que la reconciliación tiene que incluir, necesariamente, a la naturaleza y los animales. “La reconciliación de los seres humanos con el jaguar y con el ecosistema engrana una práctica de aprender a cultivar, de aprender a compartir. ¿Qué vamos a compartir? El territorio.
Los animales no conocen de límites ni de geografía, para ellos todo es igual, todo es su paso, todo es su casa, van para donde van”, cuenta sentado en una silla de plástico con el horizonte sobre sus hombros y el cielo infinito rodeando su cabeza. De espaldas al bosque y de frente a la sabana, Manatú se presenta como el centro de un domo en el que el sol, cuando los pájaros anuncian el amanecer, pinta las paredes de cristal con todas las variedades de naranja y amarillo que tiene en su paleta.
Además de prestar servicios de alojamiento y alimentación a turistas, Manatú tiene un sendero interpretativo de mil 200 metros que incluye una recreación de un campamento guerrillero. En ese camino hay dos cámaras trampas que son operadas por los mismos excombatientes. “El que sabe manejar la tecnología simplemente le dice a uno ‘esta cámara se prende así y se programa así’ y ya queda lista, pero el que sabe los pasos de los animales es el campesino que está en el territorio. Se adhieren los dos conocimientos, el empírico y el profesional”, explica García.
“Es bastante gratificante llegar a una cámara trampa y cuando aparece un felino entonces digo: esta foto la tomé tal día, la tomé yo porque soy el que instaló la cámara, el que hace todo el proceso, y sé por dónde pasó el felino y a qué hora”, agrega.
Manatú también hace parte de la Red de Turismo, Paz y Reconciliación por la Defensa de los Territorios y del Pulmón del Mundo, una iniciativa que surgió de la unión de doce espacios donde se reunieron los exguerrilleros, que busca articular y fortalecer los proyectos de turismo que han surgido del proceso de paz, ubicados en la Amazonía y su área de influencia.
El objetivo de esa red es aprovechar el turismo que ha sido posible gracias al proceso de paz. Departamentos como el Guaviare han logrado desarrollar apuestas turísticas que antes de la firma del acuerdo eran impensables, porque allí la guerra fue protagonista por décadas. Según registros de la Unidad de Víctimas, 48 mil 350 personas han declarado hechos victimizantes en el marco del conflicto armado en Guaviare: el 58 % de los habitantes del departamento.
La reconciliación que ha propiciado el jaguar hace que este proyecto turístico de excombatientes se articule, además, con otros emprendimientos turísticos que hacen parte del corredor.
Econare, Villa Lilia y Asopronare son tres empresas turísticas que tienen su propia maravilla de la naturaleza en la vereda Damas de Nare: un espejo de agua que refleja todo lo que ocurre en el cielo. Cuando atardece, el techo de nubes que recubre la selva es también una alfombra en el agua. En ese encuentro, los pájaros vuelan y los peces nadan en el cielo cuando el sol se pone sobre el horizonte de la laguna, anaranjado arriba y abajo.
En invierno, el río Guaviare reclama la laguna y la hace parte de su caudal ancho y desbordado. En ese cuerpo de agua de 81 hectáreas, quieto y apacible en los días de sol, habitan delfines rosados de agua dulce (Inia geoffrensis), también conocidos como toninas, que ofrecen un espectáculo e incluso interactúan con los turistas que los visitan. Las tres empresas turísticas de la vereda hacen parte del corredor del jaguar, han sido capacitadas en turismo y están comprometidas con la conservación.
Aunque la fauna se ha convertido en un atractivo turístico muy importante para el Guaviare, el destino más reconocido del departamento son las pinturas rupestres de Cerro Azul, una vereda ubicada a 47 kilómetros del casco urbano de San José del Guaviare. Dentro de la vereda existe un afloramiento rocoso que pertenece al escudo guyanés y que es conocido como Cerro Pinturas, un tepuy, que es un cerro catalogado como uno de los lugares con mayor concentración de arte rupestre en el mundo: aproximadamente mil 100 metros cuadrados.
Subir Cerro Pinturas es hacer un viaje en el tiempo. Al principio del recorrido hay una cámara trampa que hace capturas del jaguar, un animal que, de manera paralela, está representado en los murales que fueron pintados hace más de 7 mil años por las comunidades que habitaban Cerro Azul. Ambas son formas de conocer y dejar evidencia para el futuro de la riqueza que alguna vez habitó el planeta.
Precisamente esa cámara les ayudó a Norbey Rojas, su papá José Noé y su hermano William Alexander a tomar decisiones que minimicen los impactos del turismo en Cerro Pinturas. Ellos forman parte de la asociación que hace los recorridos y que hoy emplea a 22 guías. “Aquí se hizo un estudio de capacidad de carga que arrojó que podríamos hacer el recorrido con 169 personas por día, pero nosotros veíamos que el lugar se alteraba, los terrenos se dañaban, entonces decidimos que vamos a manejar la carga sobre 120 personas. El objetivo es que sea un turismo sostenible, que no sea masivo.
Entre un grupo y otro se deja un intervalo de veinte minutos y con la cámara vimos que en ese intervalo pasan los animales por el sendero. Nos dimos cuenta de que sí se genera un tipo de equilibrio y creemos que lo estamos haciendo bien”, afirma Norbey.
A Raúl Tolosa, el jaguar le comió más de veinte cabezas de ganado en dos años. Otros tantos animales desaparecieron y algunos otros fueron heridos y aún conservan la marca de las garras del jaguar en su cuerpo.
Las Colinas, su finca, tiene mil 200 hectáreas y poco más de 400 reses. Ante la imposibilidad de cercar ese terreno, Tolosa implementó una de las medidas que el PNUD ha validado en otras regiones del país para proteger el ganado de los ataques de jaguar.
Rodeó un área más pequeña, de 53 hectáreas, con una cerca antidepredatoria de cuatro líneas de alambre eléctrico y otra de alambre de púas en la parte inferior, para evitar que el jaguar se arrastre, pero separada veinte centímetros del suelo para que puedan pasar animales más pequeños sin lastimarse, como el armadillo, el gurre o el cachicamo.
En la zona cercada puso a los animales más vulnerables a un posible ataque del jaguar: los terneros y los que están heridos, enfermos o débiles. Tolosa construyó en su finca, además, un acueducto ganadero con energías alternativas: una bomba tipo lapicero que funciona con paneles solares y extrae agua del caño y la bombea de manera automática al tanque, a medida que beben las vacas.
De esa manera, el ganadero convirtió la suya en una de las cuatro fincas que sirven de modelo para que la comunidad conozca las medidas que pueden tomar para protegerse de los ataques del jaguar. Este es un ejercicio que hace parte de las Escuelas de Promotoría Campesina implementadas por el PNUD para la socialización de estrategias que fortalezcan el corredor ecológico del jaguar.
Proteger el jaguar implica pensar en modelos de producción responsables con los ecosistemas, que a la vez sean económicamente rentables para los campesinos. No se trata de no tocar el bosque, sino de aprovecharlo para que siga siendo habitable por el jaguar.
Miguel Mejía, coordinador del proyecto Amazonía Sostenible para la Paz, piensa que “es importante pasar de la lógica que considera los bosques como áreas intocables o prístinas e inhabitables, al reconocimiento de los ejercicios de gobernanza, tenencia, dominio y propiedad de las comunidades, el uso sostenible y una economía de la biodiversidad para las comunidades, por ejemplo, con el turismo de naturaleza, el agroturismo y el aprovechamiento de los frutos del bosque”.
Las juntas de acción comunal, entendidas como la forma de organización por excelencia de las veredas y corregimientos en Colombia, han sido fundamentales para encaminar las propuestas y estrategias de protección del jaguar entre las comunidades que habitan su corredor ecológico. Las 109 mil hectáreas forman un territorio pequeño entre la vasta extensión de los departamentos de la Amazonía colombiana, que suma más de 40 millones de hectáreas, pero es enorme en iniciativas para la protección de la naturaleza.
Hace años, después de que Alirio Becerra se encontró al jaguar, otro de sus hijos, el más pequeño, también se lo cruzó en el camino, cuando iba para la escuela. “Yo lo miré y él se fue, no hace nada”, recuerda Alirio citando a su hijo. Aunque reconoce que siente miedo por la posibilidad de que su familia sufra un ataque, no existe en su cabeza la posibilidad de matar al jaguar, más bien busca que tanto su finca como sus hijos puedan estar protegidos mientras el félido los rodea.
Como él, hoy cada vez más vecinos que viven en el corredor están hallando la forma de cuidarse y cuidar al jaguar. Algunos se lo han encontrado y lo han mirado a los ojos, otros han visto sus huellas y unos más han escuchado su voz. Todos, de alguna manera, han entendido que jaguar y seres humanos comparten la misma casa.
*Este reportaje es una colaboración periodística entre Mongabay Latam y Vorágine. Aquí puedes consultar la versión original.
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