Hace diez años comenzamos a investigar cómo niñas, niños y adolescentes comprenden la ironía. A lo largo de varios estudios descubrimos que la edad, la función social de los enunciados irónicos y diversos aspectos sociales influyen en su interpretación. En específico, hallamos que el género afecta cómo se percibe la ironía: es más fácil de entender si proviene de un hombre que de una mujer. Esto subraya la necesidad de abordar los estereotipos de género en la educación
Por Karina Hess Zimmermann y Gloria Nélida Avecilla Ramírez* / MUxED
Hace alrededor de diez años, cuando nos propusimos investigar la manera en que las personas desarrollamos la capacidad para comprender y producir ironía, planteamos un experimento en el que pretendíamos presentar a niñas, niños y adolescentes una serie de historias con un final irónico. Las historias eran como la que sigue:
La mamá de Norma le mandó hoy pizza de lunch a la escuela. Norma dice:
– ¡Pizza de pepperoni!
Pero cuando Norma va a morder la pizza se da cuenta de que está podrida. Su amiga Lucía huele la pizza podrida y dice:
– ¡Qué deliciosa pizza te mandó tu mamá!
Como seguramente se habrán dado cuenta, el último enunciado es irónico, puesto que existe una discrepancia entre lo que Lucía dice (“¡Qué deliciosa pizza te mandó tu mamá!”) y lo que realmente quiere decir (que la pizza está asquerosa). Con historias como éstas buscábamos saber si niños, niñas y adolescentes eran capaces de comprender la ironía, así como indagar sobre sus reflexiones acerca de diversas expresiones irónicas. Presentamos entonces nuestro instrumento a un foro de discusión con colegas –integrado exclusivamente por mujeres, por cierto– donde se nos dijo que estos textos no eran convenientes para menores de edad porque “sonaban groseros”.
A pesar de los comentarios recibidos por el grupo de colegas persistimos en nuestro interés por investigar cómo las personas adquirimos y desarrollamos la ironía. Queríamos descubrir por qué este tipo de lenguaje es un desafío tan grande para los individuos, al grado de que incluso hay adultos que no logran comprenderlo. Nos hacíamos preguntas como las siguientes: ¿Qué hace que un enunciado irónico sea tan complejo de entender y producir? ¿Por qué el lenguaje no literal es el que tardamos más en adquirir? ¿Qué aspectos debemos tomar en cuenta cuando empleamos la ironía? Y, más allá de eso, ¿qué hace que las personas elijan usar la ironía si pueden decir las cosas de manera directa?
Desde entonces hemos llevado a cabo una serie de estudios para intentar responder a esas interrogantes. Así, hemos descubierto que las personas empezamos a entender los enunciados irónicos alrededor de los nueve años, aunque a esa edad aún no somos capaces de determinar la intencionalidad del hablante detrás de la emisión irónica.
En estudios posteriores encontramos que, durante la adolescencia, por una parte, incrementa la capacidad de atribuirle funciones sociales a la ironía y, por otra, aumenta también la facilidad de tomar cada vez más en cuenta las intenciones, deseos, preocupaciones y pensamientos de las personas que participan en un intercambio irónico. Asimismo, nos fuimos dando cuenta –sin que fuera muy evidente para nosotras en un principio– que hay un factor social esencial que incide en la comprensión y producción de la ironía: el género de los interlocutores.
El primer indicio de ello surgió cuando empezamos a trabajar con un instrumento de creación propia que tenía como objetivo asegurarnos de que las y los participantes de nuestros estudios fueran capaces de comprender la ironía. En ese instrumento presentamos historias irónicas y, mediante preguntas, solicitamos a nuestros participantes su interpretación de ellas. Nuestra expectativa era que identificaran todas las historias como irónicas. Pero, por alguna razón, tanto mujeres como hombres interpretaban la oración irónica de una historia en particular –en la que las protagonistas eran niñas– como una mentira. Sabíamos que cuando somos pequeños, entre los 5 y los 9 años, solemos interpretar los enunciados irónicos como mentiras. Lo que no nos quedaba claro era por qué ocurría justamente en esa historia, y no en las otras siete que incluía el instrumento, los niños, niñas y también las y los adolescentes favorecieron la interpretación de mentira por encima de la de ironía.
En un trabajo posterior, les presentamos a individuos de 9 y 15 años un instrumento en el que aparecía el siguiente ítem:
Carolina y Sandra están en el mismo equipo para el concurso de poesía. Sandra pasa al frente, se le olvida el poema y la pareja pierde. Cuando Sandra regresa a su lugar, Carolina le dice: “Te salió muy bien el poema”.
Cuando preguntamos a las y los participantes sobre su interpretación del enunciado irónico, encontramos que varios –de ambos grupos de edad y géneros– daban respuestas como las siguientes:
“Yo creo que, por todo lo que ha hecho la sociedad, los estereotipos y todo eso, yo creo que cuando una mujer dice ‘Qué gran trabajo hiciste’, tal vez se le vea mal o tal vez se crea que ella es una persona que no es muy buena onda o que es mandona…” [mujer, 15 años]
“Ella le dijo eso a su amiga porque no quería que se sintiera mal. Tal vez porque si le decía que le quedó mal se iba a sentir mal; tal vez y se podrían pelear, y a lo mejor hizo su esfuerzo…” [hombre, 9 años]
Nos dimos cuenta de que, desde los 9 años, tanto niñas como niños interpretan la ironía con mayor facilidad cuando es producida por hombres que cuando, como en la historia de arriba, se da entre mujeres. Parecería que existe la expectativa de que las mujeres usemos mentiras piadosas en lugar de ironía porque no tenemos permitido socialmente ser críticas y hacer sentir mal a las demás personas.
Desde entonces hemos llevado a cabo otros estudios sobre la ironía y el género. Hemos encontrado, por ejemplo, que nuestro cerebro no procesa igual la ironía cuando la produce una mujer que cuando es emitida por un hombre. Eso lo hemos logrado a través de una técnica llamada “Potenciales relacionados con eventos”, la cual nos permite estudiar las respuestas eléctricas neurales que se llevan a cabo mientras leemos diferentes textos. Mediante el uso de esta técnica descubrimos que leer y comprender una historia irónica requiere que el cerebro de niños, niñas y adolescentes lleve a cabo un proceso más complejo que el que requiere leer una historia sin ironía, pues implica usar más recursos neurales. En particular, una historia irónica en la que la ironista es una mujer, requiere más recursos neurales para ser analizada por el cerebro que una historia donde el ironista es hombre.
Esto significa que los estereotipos de género pueden llegar a afectar no solamente cómo vemos el mundo y cómo usamos el lenguaje, sino incluso cómo nuestro cerebro analiza de manera diferenciada el lenguaje de una mujer y el de un hombre; debido a que se generan expectativas sobre lo que tiene permitido socialmente un hombre y lo que tiene –o no– permitido una mujer. Típicamente, en nuestra cultura se acostumbra que los varones produzcan juegos de palabras graciosos, en doble sentido y hasta agresivos, sin que sean interpretados como groseros o como socialmente inadecuados. En cambio, de las niñas y mujeres se espera más cortesía y amabilidad. Si se rompen las expectativas y una mujer o una niña usa una expresión irónica, quien escucha o lee la historia tendrá que llevar a cabo procesos cognitivos adicionales para lograr comprender lo que está escuchando –¿es una mentira piadosa? ¿es una ironía? ¿no estaré malinterpretando?–, lo que se verá reflejado en un mayor uso de recursos neurales para procesar la información.
Nuestros hallazgos revelan, por tanto, la importancia de abordar los estereotipos de género desde la educación, para así fomentar una comprensión más equitativa y crítica de las interacciones lingüísticas y sociales desde edades tempranas.
*Karina es profesora-investigadora de la Facultad de Psicología y Educación de la Universidad Autónoma de Querétaro. Pertenece a dos programas de formación para profesores: la Maestría en Aprendizaje de la Lengua y las Matemáticas y la Maestría en Estudios Amerindios y Educación Bilingüe. Sus líneas de investigación analizan el desarrollo lingüístico en la edad escolar y la adolescencia.
**Gloria es profesora-investigadora de la Facultad de Psicología y Educación de la Universidad Autónoma de Querétaro. Participa en la Maestría en Aprendizaje de la Lengua y las Matemáticas y en la Maestría en Lingüística. Es responsable del Laboratorio de Neuropsicología y sus investigaciones están enfocadas en comprender las bases neurobiológicas del desarrollo del lenguaje.
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