Desde hace 3 años, los niños y niñas triquis desplazados de Tierra Blanca Copala aprendieron a exigir retorno junto a sus madres. Todos dejaron de estudiar, algunos, como Andrés, dejaron los juguetes por el trabajo
Texto y fotos: Isabel Briseño
CIUDAD DE MÉXICO.- Hace 3 años, estas niñas y niños perdieron todo. Fueron expulsados de sus casas de forma violenta, perdieron sus juguetes favoritos, su escuela, su forma de alimentación, su cancha, y su forma de vida.
Algunos, también, perdieron a sus padres y su infancia.
«¿Qué es lo que quieren los desplazados?, ¡Justicia!», gritan ahora. Es una de las consignas que aprendieron a repetir desde que el 26 de diciembre de 2020 fueron obligados a huir de su pueblo: Tierra Blanca Copala, en Oaxaca.
Andrés tiene 15 años, es el hermano varón mayor y ahora es el encargado de trabajar para sostener a sus 4 hermanos y a su mamá.
Aquel 26 de diciembre del 2020 Andrés viajaba en un auto junto con su padre, y sus hermanos: Darwin, de 2 años, y Sheyla, de 8. Habían ido a comprar despensa para llevar a su familia pero en el camino fueron emboscados y atacados con armas de fuego. Los niños resultaron heridos; su padre, de 33 años, murió frente a ellos.
De un día para otro, el niño de 12 años se convirtió en el jefe de una familia desplazada.
Sheyla, su madre, y los 4 hijos menores viven desde hace poco más de 2 años en las Oficinas Representativas de Oaxaca en la colonia Anzures en la Ciudad de México. Instalaciones que fueron tomadas por las familias desplazadas cansadas de vivir en la calles de la Ciudad de México esperando ser atendidas por las autoridades.
Darwin y Diego, de 4 y 3 años respectivamente, juegan con unos carritos, su hermana Sheyla permanece callada y un tanto ausente. Ella prefiere no hablar, no le gusta recordar ese día en que perdió a su papá. La madre les reparte sandía.
Una videollamada suena en el teléfono de Sheyla mamá. Es Andrés, que ahora tiene 15 años de edad y trabaja de forma irregular en un restaurante en Estados Unidos para poder sostener a sus hermanos y su mamá.
“Siento feo que mi hijo este allá solito, lejos y trabajando, pero no quedó de otra”, dice su madre al final de la llamada.
Darwin recuerda que su casa es grande y blanca.
“Quieren ir al pueblo, extrañan la tortilla, el monte, sus casas, quieren volver”, dice su madre.
Los hermanos que ahora están “atrapados” entre 4 paredes institucionales y ajenas a lo que tenían en Tierra Blanca, extrañan correr, brincar y jugar a la pelota en la cancha de su pueblo.
Darwin tenía un año y medio cuando ocurrió el ataque pero aún tiene recuerdos que alteran su sueño.
“En las noches se despierta, luego no duerme y es porque se queda pensando y dice que tiene miedo, que sueña con su papá”.
Los tres hermanos fueron heridos pero Sheyla estuvo más grave, pues la bala que le atravesó la parte derecha de su pecho dañó varios órganos vitales. Durante una semana estuvo en coma.
“Decían que no iba a sobrevivir y ya la iban desconectar”, recuerda su madre.
“Andrés no lloró para nada, se hizo el fuerte aunque se estaba muriendo de dolor”, dice su tía.
Las mujeres cuentan que Dante y Darwin, los más pequeños, preguntan constantemente por su papá.
Sheila extraña ir a la escuela y a sus compañeras de clase. Extraña su vida y su privacidad, dice su mamá:
“Mi hija dice que no es lo mismo estar en un plantón que en su cuarto para ella sola. Aquí no tiene privacidad, todos los niños que viven aquí, lloran, piden de comer, se pelean, gritan y mi hija extraña estar en su cuarto sola, extraña dormir en su cama, aquí tiene que dormir en el piso o en sillones”.
La tía de Sheyla dice que su sobrina también extraña todo lo que hacía con su papá como acompañarlo a cazar al monte.
“A veces ella llora con todo el sentimiento y le reclama a su mamá, ella ya no quiere estudiar, extraña salir al monte, extraña los momentos en que era feliz junto a toda la familia. No teníamos necesidad de pasar hambre, no teníamos necesidad de de sufrir en el frío. Le pregunta a mi hermana, su mamá si cree que algún día podamos volver al pueblo pero ambas nos quedamos calladas”, dice la tía.
Mientras, han tenido que acostumbrarse a una vida diferente le piden a Dios con todas sus fuerzas, que les haga el milagro de volver a su añorado pueblo.
Sheyla también se pregunta si volverá a ser feliz o como su hermanito Andrés, tendrá que ponerse a trabajar en un futuro cercano para ayudar a sostener a su familia.
Andrés quería terminar de estudiar su secundaria y ser músico, su hermana Sheyla soñaba con ser enfermera, pero esos sueños ahora parecen imposibles. En el caso de la niña, se han transformado en apatía y enojo.
Es una vida que no eligieron. Pero por ahora, la única que tienen. El retorno a sus casas cada vez parece más lejano.
Nunca me ha gustado que las historias felices se acaben por eso las preservo con mi cámara, y las historias dolorosas las registro para buscarles una respuesta.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona