A pesar de que frecuentemente se utilizan como sinónimos, la accesibilidad y la inclusión son dos dimensiones diferentes de la lucha por la equidad. En el contexto educativo, conocer la diferencia nos permite crear intervenciones que fomenten tanto la pertenencia a la comunidad educativa como el acceso a los espacios académicos
Por: Andrea Pozo Barruel* Tw: @AndreaPozoB / MUxED
Con el aumento de movimientos sociales que luchan por los derechos de diferentes comunidades, se han generado un sinnúmero de nuevos términos que hablan de las distintas dimensiones en las que debemos trabajar para crear una sociedad más justa. Si bien la definición de estos términos varía en diferentes contextos y disciplinas, en el mundo de la educación hay dos que tienden a usarse como sinónimos, pero no lo son: accesibilidad e inclusión. Este artículo explica la diferencia entre ambos y analiza las implicaciones que tiene el usar estos términos en el ámbito de la educación.
Empecemos por “accesibilidad”. Este término se refiere al diseño de espacios y programas que permiten que las y los estudiantes aprendan; es esencial para garantizar el aprendizaje. Si un estudiante no puede ver el pizarrón, no va a aprender. Si una estudiante no entiende el contenido de una clase, no va a aprender. Si un grupo de estudiantes no puede llegar a la escuela porque el trayecto desde su casa es extremadamente largo, no va a aprender. El acceso es el primer paso para generar oportunidades a través de la educación. Sin acceso no hay posibilidad de aprendizaje.
Diseñar programas accesibles implica que las y los estudiantes puedan – siendo redundantes – acceder al contenido educativo. La accesibilidad por sí misma tiene muchas dimensiones. Por ejemplo, puede ser física o pedagógica. Accesibilidad física es la posibilidad de que una persona esté presente en un salón de clases. El que las mujeres cursen una licenciatura, que una persona con silla de ruedas pueda desplazarse libremente por las instalaciones o que un estudiante sordo pueda comunicarse con sus profesores y compañeros son tres ejemplos de accesibilidad física.
Por otro lado, algunas veces las barreras no están en el acceso al espacio físico, sino en el acceso al contenido educativo. En estos casos, se requiere de accesibilidad pedagógica. La accesibilidad pedagógica implica que el estudiantado pueda interpretar y entender el contenido de las clases. El acceso pedagógico es mucho más que estar presente en el salón de clases, requiere de la participación y las oportunidades para aprender. Implica que los profesores resuelvan dudas, ofrezcan apoyo y acompañen el desarrollo de cada estudiante. Implica diseñar programas que puedan ajustarse a las necesidades de cada estudiante y, por supuesto, requiere también capacitar al cuerpo docente para implementar dichos programas.
Muchos programas de inclusión educativa se enfocan en la accesibilidad, ya que buscan crear en la escuela espacios y oportunidades para las y los estudiantes, sin los cuales no aprenderían lo necesario. Estos programas se enfocan principalmente en estudiantes con problemas de aprendizaje o con alguna discapacidad, ya que la mayoría de los programas educativos no están diseñados para esta población. A pesar de que el acceso es esencial y que aún hay mucho por hacer para que toda la niñez y juventud mexicana tenga acceso a la educación, hay otra dimensión que también es importante: la inclusión.
“Inclusión” es un término que se utiliza con más frecuencia que accesibilidad, pero al que generalmente se le presta menos atención. La inclusión se enfoca en eliminar jerarquías entre pares y en que todas las personas que forman una comunidad sean bienvenidas en ella. Cuando hablamos de “incluir”, el acceso es un primer paso. Una persona que no puede acceder a un espacio no puede ser parte de él. Sin embargo, el hecho de que una persona acceda a un espacio no necesariamente asegura que sea parte de la comunidad o que se vea como un igual ante sus pares.
La accesibilidad se enfoca en aprender, la inclusión se enfoca en pertenecer.
¿Es suficiente con que las mujeres acudamos a la escuela si la educación que recibimos no nos da las mismas oportunidades que a un hombre? ¿Es suficiente con que un estudiante con discapacidad asista a una escuela si su aprendizaje no le abre las puertas a una vida social y laboral digna? ¿Es suficiente con que las y los estudiantes que viven en comunidades rurales vayan a la escuela si el contenido de los programas académicos no es aplicable a su vida cotidiana? Todos estos son cuestionamientos que señalan por qué es necesario buscar la inclusión y no solamente la accesibilidad.
En este sentido, las intervenciones en pro de la inclusión se deben dirigir a toda la comunidad, no solamente a quienes se benefician de “ser incluidos”. En una escuela, los programas de inclusión necesitan combatir los estigmas y sesgos del profesorado, del cuerpo administrativo, de las familias y del cuerpo estudiantil. No es suficiente con que exista un alumnado diverso, es necesario trabajar con la forma de pensar de toda la comunidad.
La inclusión no sólo busca que un estudiante con discapacidad se sienta parte del grupo, sino que el resto de sus compañeros lo consideren un par. La inclusión no sólo busca que las mujeres tengan un título universitario, sino que los hombres valoren las aportaciones de sus compañeras de la misma forma que valoran las de otro hombre. La inclusión no sólo busca que las comunidades rurales tengan acceso a la educación, sino que los estudiantes que viven en la ciudad vean la vida de las personas que viven en el campo como una vida igual de digna, valiosa e importante para la sociedad. La inclusión busca crear un estatus de igualdad entre todos los miembros de la comunidad y esto va más allá de generar acceso a los espacios educativos.
Así como el acceso es necesario para lograr la inclusión, la inclusión es esencial para generar acceso. Para que las y los estudiantes tengan acceso a la educación es esencial que la comunidad educativa esté consciente de que todas y todos tienen derecho a pertenecer a ese espacio educativo; que les consideren un par y no un grupo que recibe caridad o favores. La comunidad educativa, en especial el profesorado, debe convencerse de que todo el estudiantado tiene el derecho de aprender y que para hacer valer este derecho diferentes personas van a requerir de distintos tipos de apoyo. No se puede pertenecer a un espacio al que no se puede acceder y no tiene sentido acceder a un espacio al que no se puede pertenecer.
¿Por qué es importante resaltar la diferencia entre inclusión y accesibilidad? Porque necesitamos asegurarnos de no priorizar una de estas dimensiones sobre la otra. Los programas que se enfocan en accesibilidad sin generar un ambiente inclusivo deben estar conscientes del camino que les queda por recorrer y enfocarse en diseñar intervenciones en la comunidad educativa a la que pertenecen. Al mismo tiempo, hablar de inclusión educativa sin ofrecer opciones de acceso lo deja en un nivel de discurso, sin lograr realmente equidad entre integrantes de la comunidad. Ambas son esenciales y necesitan nuestra atención.
Hablar de accesibilidad e inclusión es hablar del derecho a la educación. Todas y todos tenemos derecho a recibir una educación que traspase fronteras, que nos ayude a cuestionar nuestras prácticas cotidianas y a diseñar una vida que sea nuestra y que sea coherente con nuestros propios valores, principios y deseos. Muchas instituciones educativas ya cuentan con iniciativas de inclusión y accesibilidad. Es importante reconocer el camino ya recorrido y analizar el que aún queda por recorrer para lograr un sistema educativo al que las y los estudiantes de México realmente pertenezcan.
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*Andrea Pozo Barruel es integrante de MUxED. Estudiante de doctorado con experiencia en diseño curricular, educación inclusiva y formación docente. Su campo de investigación es la educación para la justicia social enfocada en profesiones de la salud.
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