La incertidumbre es una realidad longeva y profunda para las minorías en Estados Unidos y, por primera vez desde hace mucho tiempo, alcanzó también a los pocos privilegiados
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Hace una semana leí el newsletter de una de mis autoras favoritas. En su publicación quincenal, Anne Helen Petersen escribía sobre la incertidumbre que viven los estadounidenses desde el inicio de la pandemia del coronavirus. “Cuatro meses de incertidumbre sobre, bueno, todo”, leía el newsletter. “Sobre cómo será el trabajo, las guarderías, el liderazgo. Sobre qué le hace esta enfermedad a la gente y durante cuánto tiempo. Sobre cuándo veremos a los miembros de nuestra familia otra vez. Sobre la seguridad relativa de una reunión con distanciamiento social en un patio, en la tiendita, en la escuela. Sobre si podemos confiar en lo que nos dice la secretaría de salud a nivel local, estatal o nacional.” Después prosigue a hablar sobre la incertidumbre que ha generado el paupérrimo liderazgo político de los Estados Unidos donde, en las últimas semanas, los contagios han aumentado de manera estrepitosa. Sobre todo en estados republicanos con fuertes tendencias libertarias como Florida y Texas.
Leer a Petersen me hace pensar en la serie de Little Fires Everywhere, protagonizada por Reese Witherspoon y Kerry Washington, y basada en la novela de la autora Celeste Ng. La serie es excepcional. Toca todos los temas sociales que la generación de los Baby Boomers no supo tratar, mismos que –irresueltos—le heredaron a la Generación X, quienes los trasladaron intactos a la generación millennial sin explicación o resolución. Los Baby Boomers blancos que controlaban las instituciones en los sesentas, exacerbaron las desigualdades sociales, fallaron en solucionar temas de racismo estructural y fueron incapaces de entender la diversidad sexual. En otras palabras, esa serie es un vistazo al tipo de mujer en el que se convirtió Sally Draper: la hija de parejas como Betty y Don Draper –de la serie Mad Men. Si seguimos con el paralelismo, Reese Witherspoon es Sally Draper de grande. Y Little Fires Everywhere refleja su incapacidad para amar a su hija homosexual, entender las miles de aristas del racismo y elegir una vida diferente a la que le impusieron las expectativas sociales y familiares de su época.
Reese Witherspoon interpreta el mismo papel que ha interpretado siempre: el de una mujer blanca privilegiada fungiendo el rol de mujer blanca privilegiada. Es decir, su papel es ser bonita, el centro de todos sus círculos sociales, la parte femenina de una relación romántica tradicional heterosexual, madre y una figura reconocida socialmente. La diferencia es que, en esta serie, a diferencia de muchos otros de sus roles en pantalla, éste está inserto en una realidad compleja, donde se reconoce el racismo institucional y la injusticia se replica sin esfuerzo. Esa es la genialidad de la serie, que existe en un vacío y no ignora las experiencias de las minorías.
En la serie, Reese Witherspoon, está en su papel de esposa y madre con cierto poder en su pequeña comunidad suburbana. También es arrendataria de un departamento que le renta al personaje de Kerry Washington, una mujer negra, artista y madre soltera que cuestiona y reta el orden social del suburbio predominantemente blanco de los Estados Unidos de los años noventa. Pero el rol más emblemático de la serie bien podría ser el de un tercer personaje femenino: Bebe Chow, interpretado por Huang Lu.
Bebe es una inmigrante indocumentada proveniente de China que se convierte en madre soltera al tener una bebé sola durante un frío invierno de Ohio. La serie contrasta las experiencias entre mujeres inmigrantes y de razas minoritarias y las de mujeres blancas. Mientras las últimas tienen acceso a abortos seguros, a estructuras familiares y a programas estatales de apoyo emocional, económico y legal, las segundas viven al margen de todos estos privilegios. Bebe Chow termina abandonando a su hija afuera de una estación de bomberos en medio del invierno para asegurar que alguien pueda cuidar a su hija mientras ella no puede. Sin empleo, sin dinero, sin acceso a programas estatales por su situación migratoria irregular, sin una red de apoyo por ser inmigrante, Bebe llega a un punto de quiebre donde no tiene cómo alimentar a su hija. De haber sido blanca o quizá solo estadounidense, habría tenido acceso a apoyos gubernamentales, contacto con una comunidad más amplia, posibilidad de entrar a un hospital sin miedo a que la deportaran o acceso a un banco para solicitar un préstamo.
En Little Fires Everywhere, Bebe Chow vive con la incertidumbre de no tener pisos mínimos. No tiene un empleo ni prestaciones; no tiene un seguro de desempleo tampoco ni seguro médico; no es candidata a incorporarse al sistema financiero formal; no tiene ahorros; no tiene posibilidad de acceder a una guardería o a una familia que la apoye. Después de dejar a su bebé en la estación de bomberos, una pareja blanca acoge a la niña en un hogar temporal e inician un proceso formal de adopción. Cuando Bebe se entera de dónde terminó su hija, intenta recuperarla. Consigue un abogado que lleve su caso al juzgado, pero una migrante indocumentada difícilmente gozará del privilegio de la empatía. En una frase genial, el cónyuge del personaje de Reese Witherspoon, que es el abogado de la madre adoptiva, le dice a su esposa: “no tienes de qué preocuparte. La gente como Bebe Chow no gana”. Porque ni el juez ni los medios ni la madre adoptiva en el juicio serán capaces de entender las razones institucionales y estructurales que orillaron a Bebe a tomar la decisión de renunciar a su hija, aunque fuera temporalmente, para que pudiera gozar de las prestaciones a las que ella no tenía acceso.
En Little Fires Everywhere, Bebe Chow vive con la incertidumbre de la precariedad, de recursos escasos. La misma incertidumbre que caracteriza la experiencia de países en vías de desarrollo. Donde nuestros liderazgos políticos, nuestras instituciones plagadas de corrupción, nuestros precarias garantías e inestables economías están siempre en riesgo.
Escribía Anne Helen Petersen, en su newsletter, que los estadounidenses están experimentando, desde hace cuatro meses y por primera vez, la incertidumbre. Pero esa incertidumbre es una realidad longeva y profunda para las minorías en Estados Unidos. Basta ver quiénes son los más contagiados por el coronavirus en ese país, que coincide con los que son también mayoritariamente encarcelados: negros y latinos. Es una realidad longeva y profunda para los países en vías de desarrollo. Es una incertidumbre que florece en la desigualdad donde pocos tienen acceso a la seguridad institucional, alimentaria, financiera, política y económica. Y donde los muchos viven al margen de las garantías proporcionadas por instituciones que privilegiaron a los pocos. La diferencia es que, por primera vez desde la expansión económica de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, con la presidencia de Donald Trump, la certidumbre que gozaban estos pocos estadounidenses privilegiados se ha erosionado incluso para ellos.
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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