Humana (¿existe el demasiado?)

21 diciembre, 2021

A partir de la discusión abierta en los últimos días entre columnistas de Pie de Página por la iniciativa para prohibir las corridas de toros en la ciudad de México, una lectora nos compartió su propia reflexión: “¿Somos demasiado humanos?”

Por Edurne Uriarte Santillán / @cazacocteles

Para Daniela

En los últimos días, he seguido la discusión acontecida en Pie de Página sobre las corridas de toros, a la que se sumaron algunos lectores (entre los cuales me incluyo) y extendida a la mesa de las súper periodistas en #Momentum, por Youtube. Leí dos textos de Ignacio de Alba, seguidos de las réplicas de Lydiette Carrión, así como la mesa mencionada. Finalmente, el «Miralejos» de Daniela Pastrana de esta semana, quien nos dice que hablemos de los humanos, no de los toros. Todo ello me ha sembrado una inquietud personal y otra de interés intelectual que quise cerrar con un tuit, pero acabé en esto.

En la casa en la que crecí, el fin de semana seguíamos por la televisión, con cierta regularidad, a los toros, las carreras de autos y a veces los caballos. Mi papá, español de origen, llevó ese hábito a casa y se seguía aun cuando él no nos acompañaba. Así lo recuerdo hasta los 15 años de edad, cuando él murió. En ese breve periodo, viajamos juntos a España un par de veces y asistí a las corridas de toros en vivo y a todo color en algunas ciudades, Madrid por supuesto.

El primer viaje fue un viaje en auto, un roadtrip, por España, yo tenía nueve años. La primera vez que mi padre me llevó a una corrida: tomamos la mañana con calma, pasamos a comprar una baguette, jamón y queso, y un tinto del que ocasionalmente me ofreció un traguito. Acciones que se volvieron rutina por varios días porque, aunque recuerdo poco, tengo presente la sensación de emoción que me produjo la primera visita y, por ese motivo, en aquel viaje asistimos a todas las corridas que se pudo. Están fijas en la memoria afectiva la música y los colores, los gritos, los cojines volando; la experiencia del indulto a un toro, al igual que la cornada que recibió un torero que falleció días después.

Con la muerte de mi papá, los toros quedaron en los recuerdos de una de las pocas anécdotas que pudimos compartir en público. En 30 años he visto la fuerza que ha tomado la opinión antitaurina. En un inicio, quizá como producto de defender mis recuerdos, defendí las corridas con fuerza. Pero con el tiempo he aprendido a callar y a escuchar, a hacer de esas anécdotas algo privado. Aprendí que hay una verdad muy fuerte de nuestro tiempo acerca de la violencia y el trato a los animales: ¿debemos promovernos en esta superioridad humano––animal? No, no debemos, y hoy los antitoros parten de una lucha sensible contra la violencia y el maltrato animal; la fiesta brava no puede escapar a esa discusión.

Sin negar lo último —que simplemente me ha terminado por convencer que es una discusión que hay que acompañar—, un lado de mí, de mis recuerdos, vibra con la fiesta, o la «fiesta», para matizar el acto festivo. Como señala Daniela, «es una pasión que vibra en favor y en contra». Esto se suma a la reflexión de Ignacio, sobre todo en su segundo artículo, cuando señala brevemente que la lidia ha quedado extraviada en una discusión que la rebasa, y en la que simplemente es absorbida por la ola de lo que está bien o mal, sin entender la condición que le ha dado origen y presencia firme en varios lugares y por varios cientos de años y, claro, su contradicción como «espectáculo» desprovisto de su carga original.

Es decir, quizá ni siquiera entendemos la tauromaquia y, el hecho de que actualmente está políticamente mal recibida, no le merece una atenta lectura y comprensión. Los dos textos de Ignacio nos invitan a entender este ritual, sacrificio, a partir de nuestros modos de vida y la relación que establecemos con los animales en distintos contextos. Sus artículos surgen del contexto político mexicano, en que los legisladores discuten la iniciativa de un diputado del partido verde, que no es verde, ni partido; ni el sujeto, diputado. En ese sentido, falta mucho por explorar, ya que los toros no se entienden sin su sentido social, sin su naturaleza eminentemente social.

Después llega la réplica de Lydiette, que, por un lado, nos señala que no hay forma de justificar las corridas y, por otro, invita a una lectura antropológica. ¿Es posible una lectura antropológica? Se pregunta ella y la respuesta es sí. Yo también pienso que sí y no solo eso, es posible hacerla tal y como lo dice, formulándonos las mismas preguntas que nos hacemos por otros fenómenos políticos, económicos y sociales, locales o internacionales. Ello implica, contrario a lo que indica la autora, entender que las corridas de toros existen más allá de que hoy día prevalezca una oposición firme y legítima. En ese sentido, es contradictorio apuntar a una lectura antropológica y, al mismo tiempo, decir lo siguiente: «De verdad, no hay forma de justificar las corridas de toros; como no hay manera de justificar cualquier sufrimiento gratuito». En esas líneas desaparece la disciplina.

No tengo mucho que recomendar en ese sentido, de los años universitarios reconozco algunas lecturas de Marvin Harris que hablan sobre nuestra relación con los animales y cómo se construyen las culturas de la alimentación. Sin embargo, la mención a la antropología y el último texto de Daniela me llevan a pensar en cómo los seres humanos hemos, sí, transformado nuestro entorno, y también construido una relación con los animales, en este caso. Hacia allá va la inquietud intelectual que me evocan estas discusiones que, al igual que los autores, no escapa a mi experiencia personal.

Ahí, en las ciencias sociales, debe haber numerosos ejemplos de la relación entre los animales y diferentes fenómenos culturales, por ejemplo: ¿por qué podemos callar y respetar que en una iglesia en Chiapas maten gallinas, mientras asistimos al espacio como espectadores externos a un ritual que no conocemos, y no podemos darle ese lugar de conocimiento o reconocimiento a la fiesta brava? ¿Si esa pequeña y local representación se hiciera extensiva e internacional la veríamos de la misma manera? Seguro que por ahí andan los científicos sociales con sus investigaciones y sus respuestas, el tema da para demasiado y es una fortuna que la discusión se haga pública. Estoy segura que no solo aporta a las causas hacia los animales, sino también a la comprensión de nuestra especie.

En mi cancha, a partir de leer y conocer la historia de las colecciones biológicas —animales, vegetales, fósiles—, invariablemente me he topado también con una historia de nuestros procesos de consolidación industrial, de sedimentación de la ciencia, de la medicina, de la institucionalización del quehacer científico, la educación y la academia, así como de las motivaciones económicas y políticas que definen nuestra modernidad: la que heredamos y en la que estamos montados, construyendo con o sin querer.

Leo sobre los zoológicos, sobre los seres humanos que llegaron a ocupar un lugar para ser vistos como asombrosos animales. Por otro lado, en su ritual con el poder, desde los griegos y romanos, los animales han sido objeto de colección, de regalos, de demostración de superioridad. Desde la ciencia, no deja de haber un toque de ritualidad del poder: el conocimiento no escapa a los intereses de dominación o de superioridad social, o de desarrollo de los Estado-nación.

Claro, en nuestro tiempo podemos centrarnos en qué es o no correcto para nosotros, pero la única manera de entender cómo fue posible es saber por qué fue correcto o no para otros, para los actores, presentes y pasados. Hoy pienso, por ejemplo, en una Josefina Vicens que sería políticamente incorrecta: es imposible pensarla periodista, cronista, de izquierda, feminista, gay, y que ame la fiesta brava. Ella se vuelve una contradicción, como también lo es llevar a tu hija de nueve años a los toros o darle un sorbito de tu tinto.

Lo cierto es que la crónica periodística vibra y cobra más fuerza mientras más genere opinión y opiniones. Leo que en Pie de Página han tenidos sus debates al interior y que algunas se han hecho públicas como estas columnas. Hay una parte de la discusión interna que se vuelve pública, que han elegido abrir el debate y, pues, cada lector hace lo propio. Como dice Daniela, somos antropocéntricos, pensemos en los humanos, ya que eso somos y, ¿lo somos demasiado?

Correción: Inés Weinstock

Nota: el título es una referencia al texto de Daniela Pastrana, y una alusión a la expresión «humano, demasiado humano» de Nietzsche, pero en un sentido muy coloquial y a partir de la idea de ¿qué tan humano es posible ser? ¿Cuáles son los límites de nuestras ideas y cómo nos preocupa nuestra especie?

Fuentes:

Belozerskaya, Marina. La jirafa de los Medici y otros relatos sobre los animales exóticos y el poder. Barcelona. Gedisa. 2008.

Blom, Phillip. El coleccionista apasionado. Una historia íntima. Anagrama. Barcelona, 2013.

Carrión, Lydiette. La trampa previa en Pie de página

De Alba, Ignacio. Cartohistoria en Pie de página

Momentum. RompevientoTV y Pie de página. 16 de diciembre, 2021. Noticiero en línea: https://www.youtube.com/watch?v=g2DPbZbmGGc

Pastrana, Daniela. “Miralejos. No hablemos de toros, hablemos de humanos” en Pie de página, 19 de diciembre, 2021. En línea: https://piedepagina.mx/no-hablemos-de-toros-hablemos-de-humanos/

Animales, Revista de la Universidad de México. Número 860, mayo 2020. México, UNAM.

Portal periodístico independiente, conformado por una red de periodistas nacionales e internacionales expertos en temas sociales y de derechos humanos.