La genealogía feminista nos ofrece una aproximación distinta a la historia oficial, a la construcción del mapa, al libro de texto o al museo de historia. Urge reconocernos como un país racista, para entonces mover estructuras, ideas y prácticas cotidianas, y trazar así los primeros esbozos de nuestra genealogía
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Dicen los libros de historia que hace 529 años Cristóbal Colón “descubrió” un nuevo continente. Lo que sabemos es que en 1492 Cristóbal Colón llegó a una isla que hoy alberga las Repúblicas de Haití y República Dominicana.
Tiempo después, este territorio se “asume” como parte de la Corona Española, Colón la nombra La Hispaniola, una isla habitada por la comunidad taína mucho antes de la llegada de los colonizadores.
Es así como los bucaneros ingleses, holandeses y franceses se disputaron lo que los nativos taínos habían nombrado como Ayiti.
En enero de 1808, Haití sería el primer país del continente en independizarse de Europa. Algunos historiadores lo consideran la primera república negra.
Mediante un articulado movimiento de emancipación, este pueblo inició una imparable lucha hacia su libertad. Algo que no sabíamos es que, para obtener su independencia del colonialismo francés, Haití fue obligado a pagar 150 millones de francos, lo que hoy equivale a más 21 millones de dólares.
Si el gobierno haitiano no firmaba este acuerdo, el país no sólo seguiría aislado diplomáticamente, sería bloqueado por una flotilla de buques de guerra dispuestos en la costa haitiana.
Para liquidar el pago, Haití solicitó préstamos a bancos europeos, principalmente franceses y alemanes. Así comenzó lo que se conoce como la deuda de la independencia.
Desde la perspectiva eurocentrista, es hasta el año de 1947 que Haití terminó de “compensar” a los dueños de las plantaciones de aquella colonia francesa. Le tomó 122 años pagar esta “deuda de Independencia”.
En los libros de historia, en los medios de comunicación, seguimos leyendo que Cristóbal Colón “descubrió” América. Desde mediados de los años noventa este relato comienza a fragmentarse con la presencia de movimientos políticos que reivindican otros relatos, como la presencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional y diversos movimientos de pueblos originarios en todo el continente.
En el caso de la diáspora afrodescendiente, las historias tienen diversos puntos de partida. El proyecto académico Slave Voyages revela que del año 1525 al año 1866 se realizaron 36 mil viajes trasatlánticos de África al continente americano. Durante este tiempo los colonizadores traficaron con más de 11 millones de seres humanos.
Esta iniciativa cuenta con manuscritos, ilustraciones, mapas y una extensa base de datos. En este sitio se puede leer: “Los registros de estos viajes se han encontrado en archivos y bibliotecas a lo largo del mundo atlántico. Estos registros aportan información sobre buques, poblaciones esclavizadas, traficantes y dueños de esclavos, así como rutas comerciales”.
Cinco siglos después, seguimos revisitando la historia, interpretando las huellas que han dejado diversas culturas asentadas en el continente.
De Alaska a la Tierra de Fuego… hñahñus, wixáricas, mayas, aymaras, mapuches, taínos, nativos del norte del continente continuaron un diálogo de siglos desde distintas geografías, expresiones e idiomas.
¿Recuerdan el famoso cuadro de las castas en el Museo del Virreinato en Tepotzotlán, en el Estado de México? Esta pintura es un claro ejemplo de cómo nos contaron la organización de la sociedad colonial. Este relato dominante se asentó en museos, en los libros de historia y sigue reproduciéndose desde las redes sociales dejando una huella de oprobio a la división social de los distintos grupos étnicos y lingüísticos de lo que se consideró la Nueva España.
Es aquí donde vale hacer un alto en el camino y revisar el trabajo que realizan desde hace siglos historiadores, feministas y otras voces expertas sobre la historia del continente.
En una charla sobre luchas feministas en América Latina, Astrid Yulieth Cuero menciona el poder de las genealogías para reconstruir las narraciones que la historia oficial nos ha borrado.
¿De dónde vienes?, ¿quiénes son tus ancestras?, ¿podrías dibujar un árbol genealógico donde la línea materna sea la guía? Abuelas, bisabuelas, tatarabuelas, choznas. La genealogía feminista nos ofrece una aproximación distinta a la historia oficial, a la construcción del mapa, el libro de texto… al museo de historia.
La propuesta implica un grado de subjetividad y complejidad, una mirada disidente, un relato no lineal de los hechos, una revisión íntima -y en ocasiones dolorosa- a nuestras raíces. Y justo por eso, vale mucho indagar en ello.
Luego de 500 años tenemos la posibilidad de unir puntos improbables, reconstruir relatos que habían permanecido en la sombra y develar momentos críticos de nuestro pasado colectivo.
Es urgente reconocernos como un país racista, para entonces, mover estructuras, ideas y prácticas cotidianas. Y paralelamente, revisar nuestra historia cotidiana: tatarabuelas, bisabuelas, abuelas, madres, hermanas y trazar así los primeros esbozos de nuestra genealogía.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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