El debate ético sobre el quehacer fotográfico continua hasta la fecha. No es fácil trabajar bajo la presión de la industria de contenidos que exige lo espectacular e inmediato para ganar clicks o premios. En esa lógica, muchos fotógrafos o creadores de contenido hacen hasta lo imposible por lograrlo. ¿Estamos conscientes por qué lo hacemos, o simplemente nos gana el hecho de quedarnos sin la foto que tomó el otro?
Tw @duiliorodriguez
La pornografía de las catástrofes o la pornografía de la miseria son términos que se utilizan cuando un fenómeno noticioso es reproducido sin mayor reparo por periodistas o fotoperiodistas.
Uno de los casos más ilustrativos y polémicos sobre estos términos se retomó a partir de una cobertura periodística en Haití, hace un poco mas de una década, cuando varios fotógrafos tomaron el cadáver de Fabienne Cherisma, una niña de 15 años de edad asesinada por haber robado, minutos antes, unos marcos de madera.
Haití había sufrido un terremoto devastador. Mucha gente había muerto o estaba herida. La ausencia gubernamental exacerbó los problemas. Había hambre y muchas necesidades básicas estaban comprometidas.
En ese contexto, muchos periodistas y medios de comunicación llegaron a la isla para documentar lo que ocurría. La brutal escena de la niña tirada en el piso, con hilos de sangre escurriendo por la calle, dio la vuelta al mundo.
Pero una imagen causó indignación y abrió debates sobre el quehacer periodístico: la que mostraba cómo aquellos fotógrafos, uno al lado del otro, buscaban milimétricamente un mejor ángulo que de al lado.
La fotografía mostró al mundo el detrás de cámaras y puso a debate la ética del fotoperiodismo.
Cada fotógrafo estaba ahí para representar a su medio, que compiten por audiencias. Los fotógrafos hicieron su chamba: fotografiaron a la niña para mostrar la tragedia.
El entonces director del Comité de emergencias y desastres de Gran Bretaña se pronunció en contra del interés desmedido por obtener imágenes de la miseria y lo llamó “disaster pornography” (pornografía del desastre).
El debate ético sobre el quehacer fotográfico continua hasta la fecha. No es fácil trabajar bajo la presión de la industria de contenidos que exige lo espectacular e inmediato para ganar clicks o premios. En esa lógica, muchos fotógrafos o creadores de contenido hacen hasta lo imposible por lograrlo.
En algunos casos hasta se construye la idea del fotógrafo valeroso que asiste a guerras y desastres. Personalmente esa idea no me gusta, porque alimenta el ego y desvía el interés genuino de conseguir información que sirva a la gente. Es difícil saber cuántos fotoperiodistas son conscientes de ello.
Los últimos días han estado repletos de imágenes del Popocatépetl. Las primeras fotografías que circularon eran sorprendentes: el gran volcán arrojaba material incandescente mientras las autoridades subían la alerta amarilla a Fase 3 (una etapa antes de la evacuación).
Eso movilizó a otros fotógrafos.En pocas horas empezaron a circular más y más fotos del volcán arrojando material incandescente, unas técnicamente mejores que las otras, pero casi iguales. Pasaron unos días y las imágenes seguían llegando: fotografías tomadas con telefotos, angulares, con drone, timelapses, de noche, al atardecer, exposiciones largas, distintas profundidades de campo…
Motivos para acercarse a fotografiar sobraron y la ocasión no se desaprovechó. Los fotoperiodistas llegaron porque necesitaban una fotografía para sus medios; los montañistas para el recuerdo y los influencers para alimentar su imagen personal.
Por el conocimiento de vulcanólogos se sabía que no había mayor riesgo de erupción y que, en caso de haberla, el radio de caída de material incandescente no podría rebasar los 20 kilómetros. En pocas palabras no había mayor riesgo para la población. Las propias autoridades informaron que la actividad volcánica no merecía evacuar poblaciones cercanas, aunque sí alertaban de afectaciones por la caída de cenizas.
El volcán ha estado activo desde 1994. La gente que vive cerca del Popo sabe que, de vez en cuando, Don Goyo echa un poco de lava. Esta no fue la excepción.
A pesar de ello, la cobertura periodística se centró en conseguir fotografías del volcán con lava, sin poner mucha atención en otros aspectos que los expertos mencionaron.
La repetición de fotografías del volcán luminoso terminó por agotarse a los pocos días y casi no vimos fotografías de los poblados cubiertos de ceniza, ni supimos mucho de la gente que vive alrededor. ¿Qué pasó en Tlalmanalco, Amecameca, Tetela del volcán?
Las pocas fotografías de la ciudad de Puebla cubierta por ceniza son también espectaculares y no hubo tanta cobertura.
El evento, con muchas fotografías parecidas, se convirtió en un muy buen ejercicio para practicar habilidades técnicas de fotografía. Cada uno, por la razón que fuera, tuvo una foto del Popocatépetl.
El interés periodístico en cierta forma se diluyó. Las agencias y los medios de comunicación que ofertan sus imágenes tuvieron la toma más vendedora y no necesariamente la más informativa.
Esto es un buen pretexto para cuestionarnos qué buscamos como fotoperiodistas. ¿Qué es lo que nos mueve a hacer lo que hacemos? ¿Para qué correr en busca de una fotografía que muchos otros colegas ya hicieron?.
Tal vez sea la mera intención de hacer algo distinto, o competir, o cumplir con las exigencias de la industria, ó simplemente nos gana el hecho de no poder quedarnos sin la foto que tomó el otro.
Por cierto, en estos tiempos no podía faltar una imagen a partir de esta columna creada con inteligencia artificial.
Editor y fotógrafo documental, retrato, multimedia y vídeo. Dos veces ganador del Premio Nacional de Fotografía Rostros de la Discriminación.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona