La crisis de régimen que vive la Quinta República francesa ha sumado así un nuevo capítulo. Bayrou será el cuarto primer ministro durante el segundo mandato presidencial de Macron, que lleva más de dos años en el cargo. Su misión: sacar a Francia del estancamiento político en el que se encuentra desde hace tiempo ¿lo logrará?
Texto: Iván Cadin @ivankdin
Foto: Tomada de la Haut-commissariat au Plan de Francia
FRANCIA. – “Soy consciente de que me enfrento a una montaña de dificultades, un Himalaya (…), pero estoy convencido de que existe un camino inédito, marcado por la voluntad de reconciliación para superarlo». Estas fueron algunas de las primeras palabras de François Bayrou, el nuevo primer ministro francés, quien tiene como misión, encomendada por el presidente Emmanuel Macron, sacar a Francia del estancamiento político en el que se encuentra desde hace tiempo.
El Palacio del Elíseo, sede presidencial de Francia, emitió este viernes un comunicado anunciando que Bayrou, un político centrista de larga trayectoria, sería el nuevo primer ministro, reemplazando a Michel Barnier, quien perdió su puesto hace más de una semana tras ser destituido por una moción de censura presentada por la oposición en la Asamblea Nacional, cargo que ocupó solo durante tres meses.
La crisis de régimen que vive la Quinta República francesa ha sumado así un nuevo capítulo. Bayrou será el cuarto primer ministro durante el segundo mandato presidencial de Macron, que lleva más de dos años en el cargo (séptimo, si se considera su primera administración).
“El presidente de la República ha nombrado a François Bayrou como primer ministro y le ha encomendado la tarea de formar un gobierno”, señaló en un breve comunicado la presidencia. Un gobierno que deberá conciliar posiciones muy encontradas, y sobre el cual ya pende una nueva moción de censura, cuya viabilidad dependerá de las concesiones que gobierno y oposición negocien. A estas alturas, con una Francia muy polarizada, esto significaría un costo político considerable para la oposición.
Tras la caída de Barnier, el presidente se reunió con los líderes de casi todos los partidos para barajar los perfiles de la nueva figura que debía ocupar el cargo de primer ministro, con excepción de las dos organizaciones mayoritarias en la Asamblea: la ultraderechista Agrupación Nacional (RN) y el partido de izquierda La Francia Insumisa (LFI), los cuales tampoco buscaron el encuentro con el presidente.
Las reuniones buscaban llegar a un acuerdo sobre un candidato y un proyecto de gobierno que no fuera derribado por una nueva moción de censura (una medida que dispone la Asamblea para remover a un gobierno), o, al menos, lograr asegurarle 289 diputados que evitaran esa medida.
Pero formar una base de apoyo sólida para el programa político de Macron, muy cuestionado por la oposición, con su figura presidencial desgastada y su fuerza política (Renacimiento, más aliados) ubicada en un tercer lugar en la Asamblea, parece una tarea difícil. Se sabe, por diversas fuentes, que las mesas de negociación no fueron fáciles: la izquierda que participó (los verdes, los socialistas y los comunistas) no aceptó el perfil de Bayrou, mientras que él mismo presionó por su nombramiento condicionando el apoyo futuro de su partido, el Movimiento Democrático (MoDem), al presidente.
Por su parte, Michel Barnier hizo historia, pero no la que probablemente hubiera querido: con apenas tres meses en funciones, es, hasta ahora, el primer ministro más efímero de toda la Quinta República, convirtiéndose también en el segundo en perder una moción de censura (su homólogo, Georges Pompidou, dejó el gobierno en 1962, siendo presidente Charles de Gaulle). La volatilidad de la política francesa hace pensar que un logro de Bayrou será, al menos, durar más que Barnier, ya que el tiempo político del primer ministro en este segundo periodo de Macron se acorta con cada nombramiento sucesivo. Su desafío será permanecer, al menos, hasta julio de 2025, fecha límite para que Macron pueda disolver la Asamblea, si decide tomar esa medida.
El nuevo primer ministro es un veterano de la política francesa. Con 73 años, ha sido elegido sin interrupción desde 1982 como alcalde de Pau, una ciudad en el sur de Francia. Ex candidato presidencial, exdiputado, exministro, y actual presidente del MoDem, un partido que representa el «centrismo» en Francia y que ha acompañado a Macron desde sus inicios como presidente. Por esto, su nombramiento es visto como una continuación de la política macronista.
En 2017, Bayrou se vio envuelto en un escándalo de corrupción, acusado de malversar fondos del Parlamento Europeo en beneficio de intereses partidistas. Esto lo obligó a renunciar al Ministerio de Justicia en el primer mandato de Macron, cargo que ocupó solo 34 días. Recientemente fue absuelto por la justicia francesa «en beneficio de la duda», aunque el caso sigue abierto.
Otras figuras que se perfilaban como posibles candidatos al puesto provenían también de la centroderecha o de la socialdemocracia, en un intento por unir a la derecha y a la izquierda en torno a un nuevo gobierno. Sin embargo, esta lógica parece quedar anclada en los tiempos políticos de 2017, cuando Macron se presentaba como una joven promesa política «ni de izquierda ni de derecha», y una alternativa fresca para la política francesa. En la Francia actual, ese supuesto centro está desdibujado y bastante inclinado hacia la derecha (como demuestran las dos gestiones de Macron), lo que hace que la idea de aglutinar los polos desde esa postura se vea débil.
Recientemente, una encuesta en Francia reveló que el 41% de los ciudadanos preferiría un primer ministro de corte «apolítico», proveniente de la sociedad civil o del sector empresarial, mientras que el 23% deseaba que el nuevo primer ministro fuera del Nuevo Frente Popular (NFP), coalición de izquierda. El 17% prefería a alguien del ultraderechista RN, el 12% a un miembro de Los Republicanos (LR), y solo el 6% quería que surgiera del campo presidencial.
Bayrou tiene la inmediata tarea de formar un gabinete y presentar su plan de gobierno ante la Asamblea para ser ratificado (o no) por este órgano legislativo. Posteriormente, deberá abordar lo que la administración anterior dejó pendiente, como el presupuesto, que se presenta como la primera prueba de fuego. Este lunes, la Asamblea examinará y probablemente aprobará una ley provisional para prorrogar el presupuesto de este año hasta 2025. La cartera nacional del próximo año incluye posibles aumentos de impuestos y recortes presupuestarios debido al déficit público (del 6%), un tema crucial para Bayrou. Para aprobar las medidas macronistas en la Asamblea, sin mayoría o sin recurrir al decreto (artículo 49.3), el primer ministro deberá, literalmente, hacer magia.
La Asamblea está dividida en tres bloques: el NFP y el RN, los dos grandes grupos, y un tercer grupo minoritario donde se encuentra la fuerza política del presidente, Renacimiento y sus aliados recientes, como Los Republicanos. Ningún grupo posee por sí solo la mayoría absoluta para aprobar o bloquear leyes sin complicaciones.
Si el plan de gobierno que presentará Bayrou a la Asamblea propone una continuidad macronista, como es probable dada su trayectoria, deberá hacer magia para evitar ser censurado por fuerzas como el NFP y el RN (como ocurrió con Barnier). Si, en un giro poco probable, presenta un plan rupturista con el macronismo y propone una nueva dirección, como exige la izquierda, Bayrou deberá hacer magia para evitar que una eventual moción de censura, promovida por el partido del presidente, lo derroque.
Aunque el presidente de la Agrupación Nacional, Jordan Bardella, indicó que no habría una moción de censura contra Bayrou a priori, la líder de esta organización, Marine Le Pen, en la red social X, exigió a Bayrou que haga «lo que su predecesor no quiso hacer: oír y escuchar a la oposición para construir un presupuesto razonable y reflexivo. Cualquier otra política que no sea más que una prolongación del macronismo, rechazado dos veces en las urnas, solo podría llevar al estancamiento y al fracaso».
Por su parte, el frente de izquierdas del NFP no emitió un comunicado único, sino que cada partido integrante expresó su opinión por separado. Los insumisos fueron los únicos en hablar de una futura moción de censura. Jean-Luc Mélenchon, líder del partido, ironizó: “¡Cuatro primeros ministros en un año! Tres por voluntad, uno por fuerza. Bayrou también debería nombrar a otro presidente”.
La jefa de bancada de los diputados insumisos, Mathilde Panot, fue tajante: “El país tiene dos opciones claras: la continuidad de la política de desgracia con François Bayrou o la ruptura. Los diputados tendrán dos opciones: apoyar el rescate de Macron o la censura. Nosotros hemos tomado la nuestra”.
El líder del partido, Manuel Bompard, fue aún más directo: la designación de Bayrou “es una nueva ofensa para la democracia. Después de perder las últimas elecciones, Macron instaló su primer y último apoyo en Matignon. Derribar a Bayrou será derribar a Macron. ¡Presentaremos una moción de censura!”
Los otros partidos del NFP (los verdes, los comunistas y los socialistas) emitieron comunicados muy críticos, aunque sin llamar abiertamente a la censura. De todas formas, advierten que Bayrou no debe saltarse la discusión parlamentaria para emitir leyes ni continuar con la política de Macron. En los hechos, su sobrevivencia dependerá de no cruzar estas líneas rojas.
Los insumisos consideran a Barnier un primer ministro «usurpador», ya que no era él quien debía ocupar el puesto, sino alguien del NFP, pues esta fuerza obtuvo el primer lugar en las elecciones legislativas anticipadas convocadas por Macron tras disolver la Asamblea en un intento por conseguir una nueva correlación de fuerzas. Sin embargo, Macron desestimó a la primera fuerza ganadora, argumentando que no representaba una mayoría consistente, y optó por Michel Barnier, un miembro de Los Republicanos (LR), partido que había quedado en cuarta posición en esos comicios.
Como se puede apreciar, la realidad política francesa está en un punto muerto ante la falta de una mayoría capaz de trabajar en un programa político legítimo. Con este panorama, es muy difícil gobernar.
Ante esta situación, La Francia Insumisa exige la dimisión del presidente, una salida contemplada en la constitución francesa para situaciones límite. Consideran que se ha alcanzado un punto de quiebre, ya que el ejecutivo, argumentan, obstaculiza todo proceso deliberativo y democrático y se aferra al poder, un poder desgastado y sin respaldo popular. Los insumisos recuerdan el caso de Charles de Gaulle, quien renunció en 1969 tras el rechazo mayoritario de sus políticas.
Si el presidente dimite, el artículo 7 de la constitución francesa estipula que las funciones ejecutivas recaen en el presidente del Senado, quien deberá convocar elecciones presidenciales anticipadas entre 20 y 35 días después de que se produzca la vacante, para definir un nuevo programa político con el pueblo francés. Para LFI, esta es la única forma de salir del actual impasse político. Sin embargo, tras la salida de Barnier, Macron ha dicho que permanecerá en el cargo hasta 2027, al final de su quinquenio.
Siendo realistas, es probable que Bayrou termine enfrentando una moción de censura tarde o temprano, salvo que se logre tejer una mayoría parlamentaria negociada que lo respalde, pero con altos costos políticos de cara a las elecciones presidenciales de 2027. Si el macronismo continúa articulando un discurso de derechas para entenderse con ese sector político, podría dejar en evidencia su talante conservador, cuando su objetivo es, a pesar de todo, mostrarse como una «opción moderada» para las presidenciales.
Por el lado de la oposición, un vínculo notorio con el macronismo también implicaría un costo político. Por ello, el partido de Le Pen votó por la remoción de Barnier, a quien inicialmente había respaldado.
El presidente Macron no puede disolver nuevamente la Asamblea para convocar nuevas elecciones hasta que haya transcurrido un año desde las elecciones legislativas de julio pasado. Si lo hiciera, sería una situación inédita y demostraría una falta de pericia política del macronismo.
A Macron le ha durado muy poco el pequeño margen de oxígeno político que le proporcionaron los Juegos Olímpicos de París y la reciente reapertura de la Catedral de Notre-Dame. Le quedan más de dos años de presidencia, cerca de 30 meses, y este diciembre ya se avecinan huelgas en educación, transporte e industria, además de protestas de agricultores debido a la reciente firma del acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur.
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