Y aunque sea la CanSino, estás agradecida. No creíste que sucedería tan pronto y, por un rato te quedas anonadada, pensando en lo que la humanidad unida puede lograr cuando se lo propone
@luoach
En el periódico anuncian que ha llegado el turno para el grupo de tu edad. Te metes a la página de registro, anotas tu CURP y esperas. Días después te llega un mensaje con la notificación: tienes fecha, hora y lugar para la cita.
O quizá no fue así. Quizá viste otro anuncio en el periódico, uno que decía que en Nueva York invitaban a gente de todo el mundo para vacunarse en la ciudad y hasta regalaban pases semanales del metro. Quizá compraste un boleto de avión. Quizá ya vivías allá.
O tal vez eres de otro país y otra ciudad enteramente diferentes. Vives en Argentina o en España y decidiste hacer un plan con tus amigas para ir todas juntas. Finalmente es un día histórico y, aunque nadie lo admita, ponerte la vacuna también da muchos nervios. No sabes qué vacuna te tocará y todos los días hay información nueva en los medios de comunicación sobre los posibles efectos secundarios de cada una.
De todos modos estás consciente de que la mejor vacuna es la que te toque. Y aunque sea la CanSino, estás agradecida. No creíste que sucedería tan pronto y, por un rato te quedas anonadada, pensando en lo que la humanidad unida puede lograr cuando se lo propone. Cuando pensabas en la vacuna te imaginaste que, si te tocaba, te tocaría ya bien entrado 2022. Pero te toca ahora, a mediados de 2021. A ti. La vacuna. Eres la última de tu familia y no ves el momento de abrazarlos a todos.
Has pasado más de un año encerrada, sin saber si puedes o debes salir a la calle. Extrañas el contacto de la piel de la gente en el antro. Deseas abrazar a tus amigas y besar las mejillas arrugadas de tus abuelos. Quieres salir a comer y sentarte en una mesa al interior de los restaurantes. Añoras viajar. Te quedaste sin trabajo hace meses y esperas que los negocios empiecen otra vez a contratar. Estás al límite; llevas meses viviendo de tus ahorros. Pero el día ha llegado. Parece que la espera, la incertidumbre y el miedo pueden quedar –por fin—en el pasado. Pueden, al menos, esperar un rato. Hoy te van a poner la vacuna.
Llegas al campus universitario. Entras a Grand Central. Pasas a la cancha que habilitaron como centro de vacunación y agarras a tus amigas de la mano. Te formas en la fila. Estás esperando con el cubrebocas sobre la cara; esa mascarilla a la que algunos días todavía no te acostumbras y otros se siente tan natural, tan parte de ti, que se te olvida que la traes puesta. Sacas tu celular y, al ver la fecha, te das cuenta que justo hoy hace un año cerró tu ciudad. Hace 12 meses, con ella, se apagaron tus sueños. Se pusieron en pausa tus proyectos y la luz del escenario de tu vida se oscureció, sin que supieras cuándo o si es que se volvería a prender. La fila avanza.
Te sientas en la sillita de metal. Te descubres el brazo. Sientes tu corazón palpitar, acelerado. No sabes si sientes nervios o miedo o el corazón te estalla de alegría. Llega una doctora voluntaria y te avisa que la inyección no duele. Te dice el clásico “es un piquetito”. Sientes el pinchazo en el brazo y, mientras presiona el líquido de la jeringa a tu brazo, el dolor te invade al grado de las lágrimas. Piensas, de inmediato, que la doctora te mintió. Que duele; que duele mucho. Se te llenan de lágrimas los ojos. Te mintió, la doctora. Las lágrimas se te escurren por la cara. Cuando te das cuenta, no solo tienes un par de gotas en los cachetes: estás sollozando. Lloras y no puedes parar. La doctora se te acerca y, sin sorprenderse, te pone la mano en el hombro y te dice: “tranquila, lo lograste”, o bromea “ya no repruebes a tus alumnos” (porque eres maestra), o simplemente agrega “sobreviviste”.
Enfrente de ti hay gente tomándose selfies. Afuera escuchas música. Algunas personas bailan. Escuchas un grito de emoción y, cuando volteas alrededor, encuentras a una joven sonriendo. Te sientes ligera. Liberada. Te das cuenta que todo este tiempo estuviste cargando algo, sin darte cuenta, en los hombros. En la parte de atrás de la mente. Algo pesado que te oprimía. Algo invisible que decidiste normalizar, ignorar y aguantar sin cuestionarlo. Porque sabías, de alguna manera, que voltear a verlo era peor que cargarlo. Así habías estado más de un año cargando con tu miedo. Viviendo con la incertidumbre. Pretendiendo que no te afectaba, que no te pesaba.
Sales del centro de vacunación queriendo abrazar a todos. No sabes como agradecerle a los voluntarios. Te ves reflejada en las caras de todos, llenas de tranquilidad y esperanza. Nunca olvidarás este día, estás segura. Todo va a terminar. Vas a poder volver a la vida, empezar de nuevo.
Flotas todo el día. Te sientes cambiada, como cuando votaste por primera vez o recibiste tu primera quincena. Sabes que no volverás a ser la misma. Y te sabes parte de la historia de la humanidad. Hasta que cae la noche y llega la fiebre.
No puedes dormir. Despierta, en tu cama, te quedas pensando que ojalá te hubiera tocado otra vacuna. La Pfizer o la Johnson & Johnson. Hasta la Sputnik. Empiezas a dudar si en realidad te la pusieron. Después de retozar enfebrecida te dices que es una tontería. Claro que te la pusieron. Te recuerdas que la mejor vacuna es la que te toque. Prendes la tele. La cepa delta de la covid-19 se está propagando rápidamente. Dicen, en el noticiero, que está ganando terreno en Estados Unidos. Avisan que el primer caso tiene tiempo de haberse registrado en México. Sacas el celular y, mientras el peso se hace presente otra vez en tu espalda, empiezas a googlear la efectividad de cada vacuna para la variante delta.
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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