Decía Felipe González que los ex presidentes son como jarrones chinos en apartamentos pequeños; se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes
Twitter: @chamanesco
Un hombre incapaz de resignarse al juicio de la historia; protagónico, rencoroso, obsesionado con el poder, negado a admitir que su tiempo ya pasó. Ése es hoy el ex presidente Felipe Calderón.
Tuvo seis años para dirigir el país, y fracasó. Tuvo un sexenio para poner en marcha su “proyecto”, y fue reprobado en las urnas. Tuvo el poder que da la banda presidencial –independientemente de cómo haya hecho para ponérsela–, y no compuso las cosas.
Declaró una guerra, y heredó un país ensangrentado. Prometió que su guerra traería la paz, y su legado fue un país que todos los días está de luto.
Su gobierno fue la crónica de un sexenio fallido y, aun así, Felipe cree que su tiempo no fue suficiente.
Hoy quiere otra oportunidad, amparado en el proyecto de partido político que, con muchos contratiempos, intenta construir su esposa, Margarita Zavala.
Pero en esa aventura es él, y no ella, el actor principal. Hoy, como siempre, Felipe exige atención y reflectores.
Convertido en la némesis del presidente Andrés Manuel López Obrador, Felipe derrocha protagonismo, desplazando a las oposiciones formales y legales del debate público; sin importarle que eso –de paso– eclipse el proyecto de Margarita.
Lo suyo no es la prudencia, ni la crítica sensata, documentada y bien intencionada; lo suyo, como en 2006, es la alerta perenne sobre un “peligro” que acecha al país; la estridencia, el golpeteo permanente, el acomodo de datos a su antojo para construir una supuesta fatalidad, el dardo envenenado lanzado desde el rencor y la nostalgia por tiempos que según él fueron mejores, sin importar que no hayan sido mejores.
Lo suyo es la comparación absurda, la hipérbole, la bilis derramada, el descontón y el tuitazo.
Animado por sus cinco millones y medio de seguidores en sus redes sociales, Felipe construye todos los días un “time line” esquizofrénico y delirante, en el que lo mismo llora la muerte de José José, que lamenta las decisiones del gobierno.
En una sola semana –la semana pasada–, Felipe aparece como protagonista de la coyuntura nacional de principio a fin, como el crítico más avezado, la voz más sonora de la oposición.
Desde su púlpito tuitero, critica ferozmente el “cinturón de paz” implementado por el gobierno de la Ciudad para contener la violencia en la marcha del 2 de octubre, y llama al presidente a “ir al frente” del operativo.
Mientras en la plataforma change.org se acumulan miles de firmas exigiendo que Felipe Calderón no vaya al Tec de Monterrey a dictar una conferencia el 9 de octubre por respeto a Jorge y Javier –dos estudiantes asesinados por la Marina en 2010–, él se soslaya compartiendo fotos y videos de la violencia que el presidente ha sido incapaz de contener.
Mientras Fundar informa que durante su sexenio otorgó privilegios fiscales por más de 130 mil millones de pesos a empresas y personajes como Carlos Ahumada, Juan Collado y Diego Fernández de Cevallos, él “aclara” que desconocía quiénes serían los beneficiarios de la reforma a la Ley de Ingresos que él mismo promovió en 2007, y pide voltear a ver las condonaciones hechas a la presidenta de Morena.
Mientras su ex procurador, Eduardo Medina Mora, renuncia a la Suprema Corte de Justicia en medio de una tormenta, él rescata una entrevista con una encuestadora como prueba máxima de que en 2006 no hubo fraude en su elección.
Quizás Felipe no haya reparado en lo que algunos de sus ex colaboradores advierten, aunque seguramente no se lo han dicho a la cara: que tantos tuits abaratan su palabra, que salir diario y en todas horas desgasta su rol de ex presidente, que la prudencia también puede ser buena consejera, que para tener liderazgo es menester el prestigio.
O, quizás, no ha leído a otro Felipe, también ex presidente, quien escribió que los ex mandatarios son como jarrones chinos en apartamentos pequeños; “se supone que tienen valor y nadie se atreve a tirarlos a la basura, pero en realidad estorban en todas partes”.
Felipe González, quien gobernó España durante cuatro periodos (de 1982 a 1996), continúa en su metáfora: “Nadie sabe muy dónde poner esos jarrones chinos, pero todos albergan la secreta esperanza de que, por fin, algún niño travieso les dé un codazo y los rompa”.
Atrapado en su ex presidencia, Felipe Calderón se erige como cabeza de quienes auguran y alientan el fracaso lopezobradorista.
Aunque es probable que México Libre, el partido de su esposa, corra la misma suerte que la candidatura independiente que la postuló a la Presidencia en 2018, él seguirá ahí, crítico e incendiario, provocador y desafiante.
Un recalcitrante tuitero, un ex presidente sin más causa que el fracaso de AMLO, un nostálgico que añora un buen gobierno que nunca jamás sucedió, un jarrón chino en medio de la habitación.
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Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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