31 diciembre, 2020
El pasado 7 de mayo, el estudiante de biología de 21 años fue asesinado a balazos en su rancho, en la comunidad de Tierra Blanca, municipio de San Agustín Loxicha, donde pasaba la cuarentena impuesta por la pandemia de covid-19
Texto: Rodrígo Soberanes / Mongabay*
Fotos: Rogelio Simón
OAXACA,.-Había un chico en una región de México que tocaba “las víboras que eran del diablo”. Las personas se asombraban al ver cómo las manipulaba con naturalidad. Y por eso, cuando alguien hallaba una de esas serpientes, de inmediato lo llamaban y él corría para evitar que la mataran.
Eugui Roy Martínez Pérez nació y creció en la región zapoteca Loxicha, del estado mexicano de Oaxaca. Su hermana, Rosalinda Martínez, recuerda el miedo que le daba a las señoras ver a su hermano trabajar con ejemplares de la víbora chatilla.
En los relatos sobre Loxicha se habla de supersticiones —algunas relacionadas con la víbora chatilla—, de la presencia de nahuales y demás espíritus. Pero también se habla de acontecimientos políticos, guerrilla, cacicazgos, emboscadas y masacres. Personas consultadas por Mongabay Latam mencionan que Loxicha es una zona estigmatizada y silenciada: muchos sucesos trágicos se quedan sin que se sepa de ellos fuera de la región.
En la imagen de Eugui tomando en sus manos, con inmenso cariño, a una serpiente temida por los lugareños, está el choque entre la realidad violenta de Loxicha y el mundo de un joven que vivía absorto en la ciencia, maravillado por los reptiles y que caminaba solo por las montañas, como si fuera el protagonista de un cuento magnífico.
Las señoras asustadas por la víbora chatilla decían que era un reptil “maligno”. Eugui —cuentan sus personas allegadas— no percibía el mal en nada ni en nadie. “Hay que estar deconstruido para tratar con esos animales y tener un profundo conocimiento per se del ejemplar”, dice Rogelio Simón, el mejor amigo de Eugui.
Eugui Roy Martínez fue asesinado a balazos el pasado 7 de mayo, en el municipio de San Agustín Loxicha, en su rancho de la comunidad de Tierra Blanca. Ahí, estudiando reptiles y anfibios, pasaba solo la cuarentena impuesta por la pandemia del COVID-19.
En las últimas conversaciones que tuvo con su mamá, ella le decía en broma que ya sacara a sus víboras de la casa para que ella pudiera ir. Eugui le había contado que tenía unos renacuajos en observación, que algunos ya estaban “reventando” para seguir con su desarrollo.
Tenía 21 años y era estudiante del segundo semestre de biología en el Instituto Tecnológico del Valle de Oaxaca. Su asesinato indignó a la comunidad estudiantil, a sus maestros, a biólogos que realizaron trabajos de campo con él y a científicos dedicados a la conservación de especies. El nivel de conocimientos que Eugui alcanzó, lo llevó a escenarios donde convivió con varios investigadores.
Eugui, por ejemplo, fue un protagonista fundamental para el redescubrimiento de una rana (Charadrahyla altipotens), que había sido declarada extinta hace 50 años: él guió al equipo científico y encontró al ejemplar. Además, descubrió a una nueva especie de víbora y trabajaba en el artículo para presentarla a la ciencia. Sus amigos tienen en su poder ese hallazgo y lo harán público en su momento.
El joven biólogo escribía un libro con información detallada de 40 especies de la Sierra Loxicha. Uno de sus objetivos era que se conociera los nombres zapotecas y vernáculos de esos animales. Ese proyecto ahora lo han abrigado sus amigos. El libro estará firmado por Eugui Roy Martínez Pérez. Por nadie más.
Su primera colaboración en una investigación científica fue en 2012, cuando tenía 13 años. Fue en un proyecto de revisión de lagartijas con Raúl Gómez Trejo —el primer mentor de Eugui— y otros tres investigadores. Al siguiente año participó en un estudio sobre morfología de renacuajos y presencia de chytridiomycosis (enfermedad que afecta a los anfibios) en la sierra sur de Oaxaca. Ese mismo año también formó parte de un equipo que grabó cantos de ranas de la región.
El investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Raúl Gómez Trejo, cuenta que Eugui había dado “un salto cuántico en sus conocimientos”; entre el gremio de investigadores, se le veía madera para ser un importante científico a nivel nacional.
En 2017 colaboró con los investigadores de la UNAM Alejandro Calzada y Víctor Jiménez Arcos en los proyectos Ecología de ranas arborícolas de la Sierra Loxicha y Distribución y evaluación de riesgo de extinción por cambio climático de la lagartija Sceloporus tanneri.
La lista de las colaboraciones que Eugui realizó con varios científicos es larga. Una de las últimas fue con el doctor Guillermo Woolrich Piña, profesor de Instituto Tecnológico Superior de Zacapoaxtla en el proyecto Ecología térmica de las lagartijas del género Xenosaurus de Oaxaca. Raúl Gómez Trejo recuerda que Eugui Martínez fue guía de muchos investigadores.
Ahí, en el terreno, el muchacho se desenvolvía como una criatura más del ecosistema. Por eso, para sus amigos, familiares y científicos, su asesinato es un crimen incomprensible que deja muchas preguntas en el aire: “¿Por qué a él si se llevaba bien con todo el mundo? ¿Durante sus caminatas nocturnas miró algo que no tenía que ver? No sé ni de quién sospechar”, dice su amigo Rogelio.
Para quienes conocen Loxicha, y han estado involucrados desde hace décadas en sus acontecimientos, un crimen así es parte del trágico panorama que se vive ahí desde hace más de siglo y medio. Las preguntas sobre el asesinato de Eugui son las mismas que rondan a muchos otros casos que han quedado en la sombra.
“Allá quedó muy metido en la gente eso de andarse quitando la vida unos y otros”, dice el abogado oaxaqueño Israel Ochoa, quien ha participado en la defensa de 150 personas acusadas de haber realizado acciones guerrilleras, como parte del Ejército Popular Revolucionario (EPR).
Tan solo preguntar sobre lo que pasa en Loxicha ya es complicado.
“Es un lugar complejo, complejo, complejo. Poco se ha escrito al respecto. La guerrilla estuvo muy dura. Era un tema muy escabroso. Se ha vuelto una región con mucho narcotraficante”, dice una persona de la cual, por seguridad, no se puede dar ni una sola pista.
El abogado del EPR conoce Loxicha de cerca. Él ha sido testigo de la “descomposición social muy importante” que se refleja en una total desconfianza entre la gente. A él le llama la atención que el asesinato de Eugui Martínez Pérez no haya sido durante una emboscada, la forma más común en que ocurren los asesinatos en el lugar.
El profesor Francisco Abardía conoce la región desde la década de los años setenta, porque ha realizado diversas tareas de desarrollo comunitario. Su experiencia y su testimonio abren una ventana hacia la región donde asesinaron a Eugui: “Es impresionante cómo cambia el paisaje en el camino a San Agustín. Al principio del trayecto no se ve nada alrededor y ahí mismo, en junio y julio, los maizales son hermosos. Luego —describe—, al pasar San José Pacífico (conocido por los hongos alucinógenos), hay unos bosques de pino con lugares donde no entra el sol”.
Después hay una frondosa región de media montaña, donde sobresalen algunos grandes cafetales, vestigios de una época de bonanza del siglo XIX. “Cuando entró el café a Loxicha, entraron otras cosas: llegaron acaparadores de café que pagaban muy barato”, así se abrió una brecha económica que dejó a pocos con fortunas y a muchos en la precariedad. Ese panorama fue el que Francisco Abardía encontró en la región en la década de los años setenta.
A Loxicha, dice Abardía, hay que ubicarla en ese contexto de profunda desigualdad y abusos. En los años setenta, cuenta, “escuché y conocí hechos entre los cacicazgos que eran muy violentos. Incluso llegaban a cerrar pueblos enteros en la región. Disparaban desde avionetas. Después sacaban a las personas una por una y les cobraban impuestos”.
Y recuerda que cuando, en un camino vecinal, ocurrió una emboscada de caciques a autoridades municipales de San Agustín Loxicha, a él le tocó ir a “recoger las almas” al lugar: se realizaron ceremonias religiosas con la finalidad de “traer” esas almas al pueblo para que se reencontraran con sus cuerpos sepultados, “porque si el alma no tiene buen reposo, nunca va a estar tranquila”.
A esa violencia siguió, otra y otra: El 28 de agosto de 1996, el EPR atacó instalaciones militares y bancos en Oaxaca, Guerrero y la Ciudad de México. Los reportes oficiales indicaron que murieron 15 personas en total, la mayoría policías; 12 de esas muertes ocurrieron en Oaxaca.
Después de esa fecha, en la región Loxicha, epicentro del EPR, se registraron desapariciones, asesinatos a manos de grupos armados contrainsurgentes que surgieron tras los ataques, detenciones masivas bajo acusaciones de terrorismo y rebelión.
Sentencias de hasta 30 años cayeron sobre 150 personas, principalmente originarias de Loxicha y sus inmediaciones. La población civil vivió épocas oscuras. “Para el gobierno todos eran participantes activos. Aquí se deshicieron muchas comunidades, mucha gente murió sin que se sepa. Aquí ha muerto mucha gente, hay mucho recelo”, señala Israel Ochoa.
El tiempo de almas tranquilas aún no ha llegado a San Agustín Loxicha.
Cuando Eugui tenía 11 años, se le apareció un biólogo. Era Raúl Gómez Trejo, investigador que andaba estudiando a un grupo de lagartijas y que, sin saber, entró al rancho de la familia de Eugui. Raúl se quedó cinco días en la casa del niño.
Raúl Gómez Trejo había escuchado que en la zona se decía: “si andas buscando animales, vete con Eugui, un chamaco de secundaria”.
Uno de las primeras cosas que el investigador recuerda es que Eugui Martínez tenía cinco ejemplares de víboras que él mismo había capturado; ya las había estudiado y estaba registrando su comportamiento. Durante esos cinco días, el investigador y el niño recorrieron la sierra, intercambiaron libros, materiales y capturaron camarones al pie de una cascada.
Rosalinda, la hermana de Eugui, cuenta que la inesperada llegada de Gómez Trejo fue el comienzo de una constante relación entre su hermano y el gremio de la ciencia.
Rogelio Simón, quien habría de conocer a Eugui años más tarde, asegura que su amigo y compañero de escuela era un salvoconducto para entrar a esa zona de la sierra y hacer investigación.
Cuando sus dos amigos y su hermana lo recuerdan, parece que hablan de un pequeño mago de las montañas que encantaba a las personas con sus relatos. En una ocasión, recuerda Raúl, fueron juntos a una boda y en medio de la fiesta, Eugui tenía a cinco señores alrededor escuchando “sus historias de ranitas, aves, tortugas y su bosque mesófilo, que es de los más lastimados en México”.
En otra ocasión, Eugui pidió a los investigadores detener la camioneta de la UNAM para que él pudiera bajar y buscar a una lagartija que había visto. “Le daba clases a sus maestros. Tenía conocimientos que no he visto en niveles de doctorado. Él ya me daba clases a mi, tenía un nivel de discusión muy alto”, relata Raúl Gómez.
“Nos volvimos muy amigos. Pasábamos hasta 15 días juntos acampando. Un día nos agarró un huracán en la Sierra Norte (Oaxaca), la región más lluviosa de México, y caminamos 25 kilómetros con equipaje y mojados. A él ni le daba hambre”, cuenta Rogelio Simón.
“Tocó muchas vidas. Trabajo que hacía, trabajo que amaba. Fue pinche en un restaurante, estibador en una bodega y ayudante de investigadores renombrados. Nunca se quejó por el dinero”, narra su hermana Rosalinda.
El 18 de mayo, la Oficina en México del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ONU-DH) difundió un comunicado donde condenó el asesinato de Eugui Martínez Pérez. La Facultad de Estudios Superiores de Iztacala, de la UNAM, también distribuyó un documento firmado por cuatro académicos que conocieron a Eugui, quienes expresan que el crimen del joven biólogo “daña gravemente a nuestra sociedad”.
“Era un estudiante entusiasta proveniente de una comunidad marginada. Pese a las limitaciones socio-económicas, luchó para poder realizar una licenciatura. Siempre apasionado por el cuidado de la flora y la fauna, en especial de los anfibios y reptiles, incentivó a cientos de niños, jóvenes y adultos de diferentes comunidades de Oaxaca”, dice el texto.
En el documento se describe la importancia del trabajo del estudiante: “Desde diciembre de 2016 nos apoyaba con la obtención de datos para determinar el riesgo de extinción de la herpetofauna de la Sierra Loxicha y la documentación y descripción de especies nuevas de fauna. Se esperaba que en un futuro cercano Eugui pudiera realizar estancias de investigación y desarrollar e incrementar sus habilidades en el ámbito científico de la FES Iztacala UNAM”.
Raúl Gómez Trejo asegura que la intención de Eugui era muy clara: conservar a las especies, pero para ello era necesario compartir el conocimiento con los niños. “Decía que la mejor herramienta son los chavitos. ¡Terminaba de padrino en cada comunidad a donde iba!”
A princios de mayo, el estudiante de biología encontró a una venada y a su cervatillo y había acordado con un niño de la comunidad ir al monte para supervisar a los animales. La mañana del jueves 7 de mayo, el niño fue a casa de Eugi, pero como él todavía no estaba listo, pidió al niño que regresara más tarde. Minutos después se escucharon detonaciones y gritos. Pensaron que lo había mordido una víbora (algo que no le pasó nunca en su vida). Una señora fue a verlo y lo encontró muerto. “El asesino conocía bien el rancho porque entró y salió muy rápido”, dijo una fuente desde el anonimato.
Uno de los tantos proyectos de Eugui era dedicar el predio donde está el rancho de su familia a la conservación y conseguir que se declarara zona protegida. La familia ya le comunicó a sus amigos que se seguirán con esos planes.
Si hace 10 años Eugui era el único biólogo con “la llave” de Loxicha, ahora Raúl Gómez y otros amigos del muchacho planean que cada año lleguen cientos de investigadores, estudiantes e interesados en la conservación de especies para celebrar en el lugar el Festival Eugui Roy Martínez.
La puerta de la casa de Eugui, que fue la escena del crimen, no fue acordonada durante las primeras horas. La fuente anónima dijo que el Ministerio Público se presentó hasta pasado el medio día y no hizo ninguna diligencia. A las 16:00 horas, el cuerpo de Eugui seguía en la batea de una patrulla.
Estaban dadas las condiciones para que el crimen se perdiera en el silencio de Loxicha, pero la familia pidió que la carpeta de investigación se sacara del municipio y, con la presión mediática que generó el caso, el gobierno de Oaxaca se comprometió a investigar. Mongabay Latam solicitó entrevista a la Fiscalía General del Estado de Oaxaca; hasta la publicación de este texto, no se tuvo respuesta.
En el velorio de Eugui un grupo de niños conversaban junto al cuerpo. Cuentan sus amigos que esos críos hablaban de “ranitas en amplexo” (en posición de apareamiento) y encuentros con falsas coralillos. Uno de ellos dijo: “Me encontré una víbora ratonera pero no me dio miedo porque ya me enseñó Eugui”.
Fue así como esos seres pequeños, como los renacuajos que “revientan” para lanzarse a la vida del exterior en Loxicha, mostraron que están listos para multiplicar el conocimiento que les regaló Eugui Roy Martínez Pérez.
Este trabajo fue publicado originalmente en Mongabay y está en la lista de los 10 más vistos de 2020. Aquí puedes consultar aquí la publicación original
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