Estela, la guatemalteca que despertó del sueño americano en Oaxaca

26 agosto, 2022

Abandonar su país por la violencia, la falta de empleo y las desigualdades, cada vez es más común para las mujeres centroamericanas que cruzan México. En Guatemala año con año son más las mujeres menores de edad quienes lo hacen solas, en su mayoría aspirando el anhelado sueño americano. Estela despertó en Oaxaca, acá sembró su semilla y vive el sueño americano y haciendo un vínculo con los binnizá (zapotecos)

Por: Diana Manzo / Istmo Press*

UNIÓN HIDALGO, OAXACA. – Con el miedo de aliado y aferrada a sus sueños, Estela dejó Guatemala a los 17 años de edad. Viajó con el anhelo de llegar a los Estados Unidos. Y aunque durante su travesía de caminos oscuros y violentos vivió momentos de angustia al cruzar el río Suchiate, nunca se detuvo. Hoy Estela tiene 36 años de edad, es abogada y madre de dos hijas y una hijo. Ella es la guatemalteca que alcanzó el sueño americano en Oaxaca.

Era de noche y no conocía a nadie, recuerda, como si fuera ese domingo de verano del 2003, cuando llegó a Unión Hidalgo; un poblado sureño de Oaxaca donde habitan los binnizá (zapotecos). Ahí, Juana Estela ha aprendido a convivir y relacionarse durante los 19 años que lleva de estancia.

El desplazamiento de Estela ocurrió por la violencia, la falta de empleo y la educación, pero sin recursos económicos. Su padre abandonó a su madre y migró a Estados Unidos. Ella decidió entonces trabajar. Para ganarse unos cuantos quetzales se empleó en una cocina y también limpiaba casas, pero su aspiración era ser doctora.

El desplazamiento por la violencia que lleva a la solicitud de asilo para las personas migrantes no se detiene. De acuerdo con la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados (Comar) hasta mediados del 2022 recibió 9,740 peticiones, principalmente de países como Honduras.

Sin avisarle a nadie, Estela tomó el camión que la condujo de Guastatoya -su ciudad natal- hasta Guatemala. Recorrió casi 700 kilómetros hasta Unión Hidalgo. Primero llegó a la frontera sur, en Chiapas, y lo cruzó en una balsa; después caminó, tomó camiones y rodeó las vías del tren. Durante todo este trayecto el miedo siempre la acompañó.

“Llegué de noche a la frontera, unas lámparas alumbraban mi ingreso. En ese momento era algo muy desconocido para mí, había mucha gente, ahí conocí a cinco personas y juntos decidimos caminar. Yo solo llevaba unos cuantos quetzales, no sabía qué sucedería. Mi único objetivo en ese momento era llegar a Estados Unidos y no me importaba nada”, recuerda.

El miedo no la soltaba y lo recalca en la conversación. Para ella fue la luz que la iluminó en ese momento, cuando era solamente una adolescente que aspiraba a un sueño: Trabajar para tener una mejor vida.

Aunque de paso, su estancia en Chiapas no fue nada agradable para  Estela.

“Un señor nos brindó alimentos y nos invitó a que nos quedáramos en su casa, me refiero a mis cinco amigos y yo. Jamás imaginé que en la noche quisiera abusar sexualmente de mí. No pude gritar por miedo a que me detuvieran los de Migración y lo que hice fue huir y perderme en la oscuridad sin rumbo. Pensé que no lo contaría, fue algo muy feo y muy doloroso”, refiere con tristeza, pero asqueada de esa situación.

Ese momento fue decisivo para ella y sus amigos, pero Estela decidió continuar su camino sin importarle la presencia de agentes migratorios.

Rodear un camino significó para la mujer andar entre espinas, piedras filosas y correr a gran velocidad sin rumbo para esconderse de los agentes de Migración. Ella quería evitar que la deportaran. Pero Estela ya no podía regresar, de hacerlo encontraría violencia y acoso.

“Migrar no es nada fácil, te encuentras con mucho riesgo, e insisto, el miedo es el que te impulsa a seguir. Ya no podía regresar; había caminado ya mucho y con pocos pesos la decisión fue avanzar y así llegué a Unión Hidalgo, en donde actualmente vivo con mis tres hijos”, señala.

El imaginar que una muchacha de 17 años, toda frágil y temerosa, caminaba por las calles, sola, en busca de empleo, le hace pensar que todo ha valido la pena.

“Fue como un respiro llegar a Unión Hidalgo”, asegura Estela. Después de caminar varias horas cansada y desesperada, encontró trabajo en un bar en donde conoció a Julio, padre de sus hijas e hijo.

Respira y suspira al narrar esta parte de su historia. Hablar de su vida personal le cuesta; pero asegura que es necesario, porque forma parte de su travesía por Oaxaca.

“Era una adolescente cuándo conocí a Julio, el padre de mis hijos; con él encontré seguridad y cariño. Después de unas semanas decidimos unirnos. Me fui a vivir a su casa. Sus padres me recibieron muy bien, y así comenzó mi vida por estos rumbos, tuve a mis tres hijos”, cuenta.

Estela reconoce que siempre contó con el apoyo de Julio, pero la relación comenzó a fracturarse. Y sin dar mayores detalles menciona que llegó a su fin. A inicios de este año se divorciaron.

“El divorcio no era lo que hubiera querido, con Julio viví cosas bellas y estoy agradecida. Ahora sigue continuar con mis sueños en compañía de mis tres hijos”, afirma convencida de sus anhelos.

El historiador y lingüista zapoteca Víctor Cata refiere que el pueblo Binnizá de Unión Hidalgo, Oaxaca, tiene una estrecha relación con la migración. Esto, porque aquí las personas también son migrantes procedentes de los Valles Centrales de Oaxaca. Por eso, se les llama “gente de la nube”, o “que llegaron de las nubes”.

La comunidad zapoteca de Unión Hidalgo, llamada antes Ranchu Gubiña, es un poblado relativamente reciente. Su origen data solo de poco más de 198 años de vida. En este lugar, durante mucho tiempo cruzaron migrantes montados en “La bestia”, como llaman al tren que circula de Tapachula, Chiapas, a Ixtepec, Oaxaca. Este municipio es rico en tradición y cultura, pese a sus pocos años; cada año celebra sus velas, fiestas nocturnas de reconocimiento nacional.

Soy orgullosamente guatemalteca

Quien la viera no la reconoce. Vestida con enagua y huipil, el traje típico de la mujer istmeña, Estela ha adoptado y se ha adaptado a la vida tradicional y cultural de Unión Hidalgo. Habla el diidxazá (zapoteco), en las fiestas danza los sones regionales, el “Son Calenda” es su favorito y elabora tlayudas, un platillo típico de Oaxaca.

Aunque es guatemalteca de nacimiento, Estela se considera istmeña de corazón. Ella hizo un vínculo afectuoso de raíz y cultural con Unión Hidalgo, el pueblo donde ha habitado casi dos décadas de su vida.

“A mí me gusta decir que soy guatemalteca y que me ha costado todo, nadie me ha regalado nada, pero debo aceptar que soy feliz viviendo en Unión Hidalgo”, asevera convencida Estela mientras está sentada en una banca del parque central.

La mujer risueña saluda a toda persona que cruce por ahí. Mientras, sigue narrando su travesía. También explica lo difícil que es para una mujer ser migrante, madre de familia, estudiar y trabajar.

En 2013 comenzó a fracturarse su relación de pareja y decidió retomar sus sueños, ya no en Estados Unidos, sino en Oaxaca.

A la par de dedicarse a la crianza de sus hijo e hijas (Frederick Julián; Sicarú Guié; y Biaani Jazmín), Estela buscaba obtener refugio. Tras 11 años de papeleo y trámites burocráticos, logró su residencia permanente y ahí comenzó otra historia de su vida.

Ya con la documentación oficial en mano decidió estudiar con el apoyo de su pareja. En Guatemala no concluyó la preparatoria, por lo que en México era comenzar de nuevo.

Acudió a una preparatoria abierta, pero le dijeron que no podían validar estudios de ningún grado. Desesperada llamó al Instituto Estatal de Atención a los Adultos (IEEA) en donde presentó y aprobó un examen de primaria y otro de secundaria.

Estela no podía detenerse, hacerlo era un fracaso. Sin dudarlo acudió después a la preparatoria abierta donde tomaba clases tres veces por semana.

En esa etapa, los conflictos entre Estela y su pareja crecieron más y la relación comenzó a desgastarse, pero ella seguía firme en la conquista de sus sueños.

En el 2016 -después de un año de ausencia- retorna a clases y concluye la preparatoria y a la vez toma clases de inglés. Hoy Estela goza de una certificación y es apta para dar clases.

Su sueño de ser doctora quedó sólo en eso, en simple sueño. Estela se enfocó en lo que podía hacer realidad y decidió estudiar la licenciatura en Derecho.

Ingresó a la Universidad Interamericana para el Desarrollo (UNID) donde concluyó en 2021; ahora estudia una maestría en educación.

De acuerdo con el estudio “Mujeres centroamericanas en las migraciones”, el destino más frecuente de las y los migrantes mesoamericanos es Estados Unidos, entrando la mayoría desde México.

Larraitz Lexartza Artza, Ana Carcedo Cabañas y María José Chaves Groh, autores de esta investigación, señalan que  “El corredor México-EEUU es el más importante del mundo, con un flujo de 9,3 millones de personas (OIM 2010, 160). Sólo en 2006 alrededor de 216,000 migrantes de Centroamérica fueron detenidos en esta frontera y devueltos a sus países de origen, de acuerdo con la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Juana Estela, un ejemplo de mujer

Carismática y con temple de roble por no desistir de sus sueños, así es Estela, quien huyó por la violencia y el machismo de Guatemala, pero, asegura, en México también impera lo mismo, por eso su visión es brindar asesoría legal a otras “Estelas” que llegan de Centroamérica sin conocer sus derechos como mujer migrante y vivir una vida digna.

Estela no se rinde y para sostenerse económicamente en lo que logra un empleo seguro y su naturalización, los fines de semana vende tlayudas, un platillo típico en Oaxaca y que aprendió a elaborarlo a lo largo de su residencia en esta región oaxaqueña.

“Lo que ahora hago es dar acompañamiento legal a las mujeres, principalmente en trámites de divorcio y pensión, también doy clases de inglés a jóvenes y asesoría para los que necesiten. Las empresas difícilmente dan la oportunidad a extranjeras, o bien nos piden muchos requisitos que no puedo cumplir por ahora, que es la naturalización”, expresa con cierto reproche.

Mientras Estela sigue contando de su vida, a lo lejos una mujer la saluda, ella la llama y se acerca, su nombre es Iliana Santiago, su amiga desde hace 10 años.

Iliana se refiere a ella como una mujer ejemplo de vida y luchadora de sueños. “La admiro mucho, ella es un ejemplo de mujer”, exclama con orgullo.

También reconoce que Estela es un ejemplo de disciplina y seguramente con la visión que tiene llegará más lejos, porque es una mujer que ha conquistado lo que se propone, y a pesar de que viene de lejos ha echado raíz e hizo familia en Unión Hidalgo.

“Estela es parte de nosotros, sale a la calle y la admiramos, si usa el traje regional y habla zapoteco nadie la crítica, ella se ha sabido ganarse a la gente de acá, y tal y como nosotros es defensora de la cultura zapoteca”, recalcó.

Evy Peña, directora de campañas en el Centro de los Derechos del Migrante, asegura que en los últimos 17 años a las mujeres se les discrimina en los programas de migración laboral, especialmente cuando son reclutadas de sus comunidades de origen.

La activista reconoce que conseguir empleo para una mujer migrante es complicado. De sus experiencias sabe que uno de los grandes problemas es que no hay continuidad ni revisión cuando llegan a Estados Unidos, después de ser reclutadas.

Peña recalcó que el tema de género es mucho más complicado porque a las mujeres les cobran cuotas por trabajar en Estados Unidos, y además viven acoso, intimidación y los peores salarios.

“El abuso en la frontera para una mujer trabajadora o que intenta cruzar el territorio es alto, y si es migrante centroamericana mucho más, porque sabemos que hay abusos de parte de los reclutadores en todo México”, reitera.

La migración por la frontera sur no se detiene, como tampoco los aseguramientos. Hasta abril del 2022, el Instituto Nacional de Migración (INM) informó que ha asegurado 115 mil 379 personas migrantes en territorio mexicano.

En la zona del Istmo de Tehuantepec -frontera con Chiapas- las autoridades locales han señalado que se ha acrecentado el flujo migratorio y la inseguridad debido a que existe una red de tráfico que utilizan la vía marítima y también terrestre a través de taxis que circulan por las carreteras locales.

Terminar su maestría y dar clases en una Universidad es el anhelo de Estela, ese sería su sueño americano ideal y digno porque después de huir de la violencia, la falta de empleo y educación llegó a Unión Hidalgo, Oaxaca, esta comunidad indígena mexicana que llegó de las nubes y que todos los días le  recuerda que “todos somos migrantes”.

*La realización de este reportaje fue posible gracias al apoyo del Fondo Fiduciario de Naciones Unidas para Eliminar la Violencia contra la Mujer

**Este trabajo fue realizado por ISTMO PRESS, parte de la alianza de medios de la Red de Periodistas de a Pie. Aquí puedes leer la original.

 

Reportera en Unión Hidalgo, Oaxaca.