El 5 de junio pasado, manifestantes de Jalisco fueron detenidos por sujetos sin identificación y trasladados en vehículos particulares. Seis fueron llevados al penal de Puente Grande. Dos víctimas relatan las horas que permanecieron desaparecidas por agentes del Estado
Texto: Jade Ramírez / Perimetral
Fotos: Felix Márquez
GUADALAJARA JALISCO.- Volvieron a pie a sus casas. Ya había caído la noche. Caminaron más de 20 kilómetros asustados, esperando que nadie los siguiera, con sed, despojados de sus pertenencias y aturdidos por las dos horas que los tuvieron privados de su libertad en cuartos y patios de la Fiscalía el Estado de Jalisco. Recibieron golpes, gritos, cuestionamientos y amenazas: “Los vamos a destazar y aventar por ahí”, lo escucharon una y otra vez.
“Nos metieron inmediatamente a un patio grande, estaba un cuarto de lado derecho y uno en el izquierdo; en el patio que estaba lleno de personas. Calculo que éramos entre 60 y 100 personas. Tenías que tener la cara al frente y de lado, si volteabas te pegaban. Les pude ver las placas de policías ministeriales. Revisaban la información y escuché que muchos decían que este celular se iba para inteligencia”, relata Flavio.
Flavio y Monserrat no aparecen en ningún registro de las varias listas que no han dejado de circular en redes sociales. Tampoco en algún listado dentro de la fiscalía. La tarde del viernes 5 de junio ha quedado borrada de su historial de vida, luego de auxiliar a una joven que era sometida por tres policías en plena calle. Fueron detenidos y pudieron dimensionar, a la luz de los días, que se trató de una desaparición forzada orquestada por toda la institución procuradora de justicia en Jalisco.
Ambos relatan que vieron a docenas de servidores públicos, mujeres y hombres, metiendo y sacando personas de habitaciones, confiscando sus celulares y tratando de justificar el abuso policiaco. Calculan 20 personas dentro de cada cuarto o hasta más y otras hileras en el patio bajo un domo. A ella le enviaron por whatsapp el cartel con el cambio de sede de la protesta, ya no sería en Minerva sino en la fiscalía, eso fue suficiente para detenerla.
No vieron a sólo dos comandantes, Salvador Perea y Raúl Gómez Mireles, quienes ya fueron presentados en la primera audiencia en su contra el domingo 7 de junio a las 19 horas en el penal de Puente Grande.
“Corrieron y ya me dijeron ‘a ver, tú, ¿qué estás haciendo?’. Me quitaron el celular y me pidieron que lo desbloqueara, lo desbloqueo y encontraron dos conversaciones con un cartel de la marca y dijeron ‘¡Te trepas!’, era una camioneta azul. Me dijeron ‘¿cómo viene acá con nosotros si las defendemos damos la vida por ustedes y así nos pagan?’ Al llegar me recibe otro investigador de la fiscalía vestido de civil con placa, abre la caja de la camioneta, me da la mano y me dice ‘Ay, señora, y usted por qué viene aquí, pues qué hizo? Había dos cuartitos, eran 20 por cuarto, lo sé porque ellos lo dijeron: ‘ya tenemos veinte y no nos caben’”.
«Ah no, no había sana distancia. Eso sí si alguien se bajaba el cubrebocas les gritaban ‘el cubrebocas no te lo estés bajando’. Tenía a un chico a un lado mío, pegado, yo estaba sudando todos estábamos sudando”.
Tanto Flavio como Montserrat son maestros con postgrados, ciclistas, apicultores. Son visibles algunos golpes que recibieron pero más resalta el miedo y el estrés postraumático. Ya dimensionan más allá de la narrativa similar a otros testimonios lo que les pasó y los actos violatorios de derechos perpetrados por la fiscalía. La cautela con la que acceden a charlar conmigo asumo se relaciona con su edad y en el nivel de información que tienen.
A él lo derribaron y golpearon desde primer minuto que interpeló la detención a una chica que ni conocían. Le aventaron encima una vez esposado y dentro de una camioneta sin placas, su propia bicicleta de acero inoxidable que no le devolvieron. Es su herramienta de trabajo, con un costo asciende a 39 mil pesos. La bicicleta de ella también la resguardaron. Dentro de los cuartos en la fiscalía, les explicaron el porqué del abuso y violación a sus derechos humanos:
“Algo que me causó mucho temor y miedo fue que entró un policía grande muy corpulento y nos gritó muchos insultos muy vulgares: ‘hijos de su puta madre, ya cállense, hijos de su chingada madre, si no los vamos a descuartizar y al cabo que ahorita ya es bien facilito hacerlo, los desaparecemos y no pasa nada, cállense’. Algunos estaban llorando y los ofendían ‘¿No que muy valientes, hijos de su puta madre?’, y los golpeaban. Al otro rato llegó otra persona, sin cubrebocas y sin capucha. Lo miré y sí lo puedo identificar bien, traía su placa, nos dijo: ‘Ya, hijos de su puta madre, ya se van a ir. Entiendan, cabrones, esto lo estamos haciendo porque ayer quemaron a un policía, nosotros también tenemos familia’. Alguien quiso decir algo y lo callaron a golpes”.
Los periodistas mientras tanto estábamos en el cerco que establecieron alrededor de la calle 14. Consignamos los tubos en sus manos, las armas largas, los antimotines; atestiguamos varias detenciones y no recibimos información en ningún momento.
Alrededor de las 6 de la tarde me alejé de donde había un contingente frente a los policías investigadores que impedían el paso a la calle 14 para observar otro grupo de 80 jóvenes que ya sabían de las detenciones en plaza Las Torres y calles cercanas. Planeaban bloquear el tránsito vehicular en calle Pinzón con 8 de julio. Al instante que bajaron de la banqueta, se me emparejó una camioneta tipo van. Lo que llamó mi atención fue la copiloto. Me miró, era una mujer policía completamente de negro. Tomé mi cámara para fotografiar el auto, me resultó obvio que llevaban detenidos ahí dentro y la escena no tenía lógica: ¿por qué una camioneta que en teoría servía banquetes y era de repostería la copiloto era una policía completamente vestida de negro?
En el instante que me llevó levantar el brazo avanzó el bloqueo de la calle y arrancaron a toda velocidad “quemando llanta”.
Montserrat recuerda cómo la sacaron para “liberarla” en una camioneta blanca con franjas y letras azules.
“Ustedes no están detenidos, ahorita los vamos a dejar ir, no digan nada y todos están libres. Dijeron ‘vayan buscando cuáles son sus mochilas’. Empezaron a llevarse de 20 en 20 y dijeron ‘¡hey falta una fémina!’, como yo estaba en la puerta dijeron ‘llévate a ella’, y le dije ‘oiga, usted dijo que yo me iba con mi esposo ya nos vamos juntos’ y dijo ‘no, usted sola’. Entré en pánico porque pensé ‘ya dije que vengo con él y a lo mejor le hacen algo en represalia’. En cuanto salí me agacharon la cabeza y me dijeron ‘usted no va a levantar la cabeza porque le metemos un putazo’”.
Flavio relata el momento en que lo liberaron una hora después de salir en una camioneta de las instalaciones de la fiscalía.
«Entraban y sacaban muchachos. Empezaban a llenar las camionetas de personas, todo el rato desde que llegué así fue la dinámica: llegaban, hacían eso que ya describí y luego los sacaban. Ya no me animé a preguntar a dónde íbamos porque ya estaba muy golpeado; encima me pusieron a otro que tenía un poco de sobrepeso y me causó que se me entumieran los pies. Tardamos como cuarenta minutos a una hora en que de ahí de la fiscalía nos llevaron. Fue por el rumbo de 8 de julio y Periférico sur, en un callejón donde había tierra, ahí nos separaron, nos bajaron y cuando te iban bajando te golpeaban brutalmente. Yo no podía caminar porque estaba entumido de mis piernas”.
Se estima son mínimo 100 personas con patrones de coincidencia como la misma estrategia y un modelo sistemático de detención, desaparición, tortura y “liberación” fuera de proceso legal.
Para acceder a la verdad y la justicia sobre lo que narran los testimonios que ya han salido en medios hay que tomar en cuenta la referencia inmediata de que en 2004, cuando en torno a la represión policiaca hubo detención arbitraria, tortura, desaparición forzada y alteraciones en la investigación.
Eso da luz para configurar delitos que derivaron en largos y viciados procesos judiciales a manifestantes calificados de «globalifóbicos», entre otras víctimas que no se encontraban en el lugar de la refriega. El procurador de entonces, Gerardo Octavio Solís Gadea, es ahora el fiscal general del estado de Jalisco.
La tortura emprendida en el lapso fuera de las instalaciones de la fiscalía, donde refieren que estuvieron siempre, no fue solo física. Este delito tipificado en el Código Penal Federal y que en México se describe en la Ley para prevenir y sancionar la tortura, refiere cómo un servidor público haciendo uso de sus atribuciones realiza actos de acoso psicológico como lo describe Monserrat.
“Que nos pusiéramos a rezar, que buscáramos un novio, un muchacho bueno que nos casáramos con él; ‘¿muchachas, qué andan haciendo aquí? ¡Cásense!’ El que iba manejando dijo ‘sí, quédense en casa es lo mejor que saben hacer’ -típico macho-. Yo no hablé. Luego de repente daban el discurso se oía ‘pues las vamos a tirar por ahí, hay que llevarlas a carretera a Zacatecas, a ver qué hacemos si las descuartizamos o las perdemos’; luego otra vez el discurso ‘cásense’ y luego ‘las vamos a dejar super lejos para que se vengan pero les agarre la noche y se les dificulte volver a Guadalajara’. Y luego preguntaron si alguien quería decir algo. ‘¿Qué andaban haciendo?’ ‘No pues yo venía a la manifestación pero pacífica’. Y decían: a ver, ustedes, uno que los defiende ¿Y así nos pagan? ¿A qué vienen a nuestra casa a enfrentarnos? Y una les dijo: ‘no, nosotros solo veníamos a manifestarnos no estamos de acuerdo que hayan quemado al policía’”.
A Montserrat la bajaron junto a otra mujer. Sentía desconfianza en ese momento de quién era la otra chica y prefirió caminar sola. A un con el miedo de no saber dónde estaba, intuyó para dónde caminar y tomar un autobús que la acercara al centro de la ciudad. Ambas subieron al mismo camión pero no hablaron durante el trayecto y, aun así, tuvo que caminar docenas de calles para llegar a su casa. Al volver, su esposo no había vuelto y comenzó a contactar personas. A las 10 de la noche apareció él golpeado y en estado de perturbación.
“Condeno a las policías, especialmente a la fiscalía porque son unos criminales, no hicimos nada me golpearon, nos insultaron, me provocó mucho terror psicológico, estoy en shock. Ya lloré, sigo llorando, tengo miedo, terror. Condeno a quienes siguen alimentando la basura que son los gobiernos que nada más nos quitan nuestros impuestos; ya la vida no es apta en este país, ya pasó por mi cabeza el suicidarme, exiliarme, esconderme y no me merezco esto porque no cometí ningún delito y condeno a todos los gobierno especialmente al de aquí.”
“Confirmo que han pasado muchísimos años y la policía en vez de cambiar empeora, siempre dicen que hay que confiar en ellos y siento que no. No cumplen con lo que deberían de ser, siguen siendo prepotentes, violan los derechos humanos de todos.”
Para Monserrat y Flavio, lo que vivieron el viernes 5 de junio no fue el último acto de la autoridad de detenciones arbitrarias. A seis jóvenes que lanzaron bombas molotov al inmueble del Palacio de Gobierno en el centro, el sábado 6 de junio pasadas las 10 de la noche, los detuvieron y fueron trasladados al penal de alta seguridad de Puente Grande, sin informar a sus familias ni a su representante legal. Enfrentan delitos graves, sin embargo, tienen derecho a fianza.
Enfocada a la cobertura de temáticas sobre derechos humanos, conflictos socio-
ambientales y cultura. Ha sido premiada por la Bienal Internacional de Radio en la
categoría de Radioarte, Radio Indigenista, Mesa de Análisis y Debate; finalista del Premio Fundación Nuevo Periodismo en 2007 y 2009. Obtuvo el Premio Internacional de Periodismo Rey de España por el reportaje “La Discriminación vuela por Avianca”, también en 2009. Actualmente escribe para medios digitales y realiza reportajes para la radio y televisión universitaria en Jalisco.
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona