El 14 de diciembre abre la oportunidad para que el presidente mexicano reconozca a Joe Biden –como lo han hecho la mayoría de los jefes de Estado–, y empiece a construir la relación con el sucesor de Donald Trump
Twitter: @chamanesco
Cuando en agosto de 2016 el presidente Enrique Peña Nieto recibió a Donald Trump en Los Pinos, la crítica fue unánime. Especialistas, opinadores y opositores lamentaron la falta de cálculo y oficio político del gobierno mexicano que, al abrirle las puertas de la residencia oficial al candidato republicano, provocaría una afrenta a la candidata demócrata Hillary Clinton, que entonces cabalgaba segura rumbo a la Casa Blanca según la mayoría de las encuestas.
Tres meses después, cuando Trump sorprendió al mundo con su insólito triunfo, el gobierno peñista aseguró que aquella polémica visita pavimentaría el camino de la relación con el futuro presidente de Estados Unidos, una relación que se antojaba compleja por las declaraciones vertidas por el republicano sobre los mexicanos durante su campaña, y su amenaza de construir un muro fronterizo que sería pagado por México.
Lo que había sido uno de los peores errores de la diplomacia mexicana –recibir a Trump en Los Pinos en plena campaña sin confirmar antes que Hillary Clinton también haría dicha visita– parecía convertirse de pronto en un acierto.
Luis Videgaray, quien como secretario de Hacienda había sido el promotor y organizador de la visita de Trump a Los Pinos –lo que le costó la salida del gabinete el 7 de septiembre de 2016–, fue reintegrado al gobierno como canciller el 4 de enero de 2017, dos semanas antes de la toma de protesta de Trump como presidente 45 de la Unión Americana.
Era conocida la estupenda relación de Videgaray con Jared Kushner, esposo de Ivanka Trump, yerno del presidente y hoy consejero superior de la Casa Blanca.
Esos contactos de alto nivel, presumía entonces el nuevo canciller mexicano, permitirían construir una relación bilateral sin contratiempos entre México y Estados Unidos.
Cuando en julio de 2020, el presidente Andrés Manuel López Obrador viajó a Washington para reunirse con el presidente Trump, dos meses antes del arranque de las campañas presidenciales en las que el magnate buscaría la reelección para permanecer cuatro años más en la Casa Blanca, también le llovieron las críticas.
López Obrador estuvo un par de días en Washington DC, visitó la Casa Blanca y se dejó tomar miles de fotografías con el polémico presidente, sin importarle las advertencias que desde México hacía la oposición por los posibles costos políticos de una visita innecesaria.
La formalización de la entrada en vigor del Tratado entre Estado Unidos, México y Canadá no era un requisito esencial para que éste se pusiera en marcha. Y el anuncio del primer ministro canadiense, Justin Trudeau, de que no asistiría a la cumbre, hacía aún más insustancial aquel viaje.
Lucía cuesta arriba justificar la realización de esta visita (el único viaje internacional que ha hecho López Obrador en dos años de gobierno) en plena emergencia por la pandemia de COVID-19 y a cuatro meses de una elección que, desde entonces, anticipaba una fuerte polarización de la sociedad estadounidense.
En las horas en las que permaneció en la capital estadounidense, López Obrador colocó dos ofrendas florales, una en el monumento a Abraham Lincoln y otra en la estatua de Benito Juárez, y acudió a la Casa Blanca para la reunión oficial.
Allí, pronunció un discurso como jefe de Estado, en el que agradeció la “comprensión, gentileza y respeto” de Trump hacia los mexicanos, pese a las expresiones xenófobas que siempre han caracterizado a Trump respecto a los migrantes.
La visita no incluyó reuniones con congresistas y mucho menos con líderes o representantes del Partido Demócrata, que para entonces ya perfilaban la fórmula que postularían a la Casa Blanca: Joe Biden y Kamala Harris, quienes terminaron triunfando después de un proceso no exento de tensión.
Las elecciones del martes 3 de noviembre fueron, efectivamente, tensas y cerradas. El poco margen de ventaja de los demócratas sobre Trump y, sobre todo, el funcionamiento del sistema electoral estadounidense hizo que la victoria de Biden-Harris se confirmara hasta el sábado 7, cuando los demócratas alcanzaron los 270 votos del Colegio Electoral necesarios para ganar la elección.
Desde antes del 3 de noviembre, Donald Trump puso en duda la legalidad y limpieza del proceso electoral. Con su acostumbrada retórica, descalificó el proceso y alegó un fraude que, según él, le impediría quedarse cuatro años más en la Casa Blanca.
Su equipo de campaña lanzó una ofensiva jurídica, impugnando los procesos en varios estados, tratando de anular los comicios o revertir los triunfos de Biden.
Sin embargo, el demócrata alcanzó 306 de los 538 votos del Colegio Electoral, frente a 232 de Trump, lo que hace prácticamente imposible que haya un resultado distinto: Joe Biden será el presidente 46 de Estados Unidos y Kamala Harris será vicepresidenta.
Así ha sido reconocido por casi todo el mundo, salvo unos cuantos países, entre ellos México, donde el presidente López Obrador ha decidido que no felicitará al ganador hasta que haya resultados oficiales.
La postura es acorde con la Doctrina Estrada –uno de los pilares de la diplomacia mexicana–, que postula que ningún país debe decidir si un gobierno extranjero es legítimo o ilegítimo.
Sin embargo, es inevitable relacionar el no reconocimiento a Biden con la estrecha relación creada entre López Obrador y Donald Trump, y un probable acompañamiento del presidente mexicano a la retórica trumpista de un fraude electoral que no ha sido probado por los republicanos y que ya ha sido descartado por el Tribunal Supremo de Estados Unidos, que el pasado viernes rechazó la demanda de anular los resultados electorales en cuatro estados.
Por eso es tan importante este lunes 14 de diciembre, cuando el Colegio Electoral oficialice el resultado de las elecciones norteamericanas, al contar los votos de los compromisarios emanados de cada uno de los estados.
El 14 de diciembre es una oportunidad para que el presidente mexicano reconozca la victoria de Joe Biden –como lo han hecho ya la inmensa mayoría de los jefes de Estado en todo el planeta–, lo que le permitiría a su canciller, Marcelo Ebrard, empezar a tejer una buena relación con la administración de quien sucederá a Trump el próximo 20 de enero.
Esperar más podría potenciar los riesgos emanados de la visita de julio a la Casa Blanca, en la que López Obrador hizo bien en advertir que “la historia nos enseña que es posible entendernos sin prepotencias ni extremismos”.
Quizás ha llegado la hora de hacer diplomacia: desmarcarse de Trump y de sus simpatizantes radicales, como los que el sábado se manifestaron con estridencia en las calles de Washington DC, y construir una nueva relación con quien será presidente en los últimos cuatro años del sexenio lopezobradorista.
Periodista desde 1993. Estudió Comunicación en la UNAM y Periodismo en el Máster de El País. Trabajó en Reforma 25 años como reportero y editor de Enfoque y Revista R. Es maestro en la UNAM y la Ibero. Iba a fundar una banda de rock progresivo, pero el periodismo y la política se interpusieron en el camino. Analista político. Subdirector de información en el medio Animal Político.
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