15 agosto, 2021
José María Espinosa, el director del documental Te nombré en silencio, logra contar una tragedia conocida de manera innovadora, la búsqueda de personas por parte de las rastreadoras en Sinaloa. Para mi sorpresa, lloré durante la función, pero también reí. Agradecí salir indignada, pero también conmovida y esperanzada
Twitter: @luoach
La semana pasada tuve la oportunidad de ver el documental Te nombré en el silencio en uno de sus preestrenos. Antes de ver el largometraje pensé que podría tratarse de una historia que había sido contada antes. Creí que, de alguna u otra manera, ya sabía cómo iba a desenvolverse la película. No fue así. El director logra contar una tragedia conocida de manera innovadora. Para mi sorpresa, lloré durante la función, pero también reí. Disfruté enormemente el detalle minucioso de la fotografía escénica, la música precisa y transiciones satisfactorias. Pero, sobre todo, agradecí conocer un poco del día a día de las rastreadoras y salir de ahí conmovida y llena de esperanza, no solo indignada. La conversación tiene ediciones mínimas para facilitar su lectura.
Sinopsis de Te nombré en el silencio: Las Rastreadoras de El Fuerte son un grupo de madres de personas desaparecidas en el norte de Sinaloa que, ante la ausencia de las autoridades, salen dos veces a la semana con picos y palas en busca de los restos de sus hijos; un testimonio del abandono del Estado, las agresiones del narco, la indiferencia de la sociedad y el dolor, pero también de la fuerza y valentía que mantiene unidas a estas mujeres, y de su empoderamiento para movilizar a la sociedad en la organización comunitaria.
El grupo nació el 14 de julio del 2014. Fue fundado por Mirna Nereida Medina Quiñonez y actualmente está constituido por más de 600 personas.
-Alejandra Ibarra Chaoul: ¿Cuál es tu formación?
-José María Espinosa: Yo estudié marketing en Monterrey porque tengo un tío con el que trabajé cuando estaba más chico, que tiene agencias de marketing y tuve una experiencia bastante gozosa en los veranos trabajando para él. Y ya cuando llegué a la universidad y estaba entrando al segundo semestre, me di cuenta qué tipo de trabajo era y de alguna manera me arrepentí y me vine a la Ciudad de México. Y yo siempre he sido cinéfilo desde que estaba muy chiquito. Es algo que me pasaron mi mamá y mi papá. También la lectura. Siempre he leído y cuando me vine para acá empecé a escribir cuentos cortos y, de alguna manera, mi cabeza tuvo un clic. Cuando empecé a escribir los cuentos cortos dije: ¿por qué no escribo también una película o un cortometraje? Y ahí empecé como mi camino de autodidacta. Mi formación ha sido: trabajar en mis propios proyectos, libros, internet –o sea YouTube– y ver películas. Pero sobre todo ver cine. Hubo un tiempo que veía como tres o cuatro películas al día. Así fue como me formé.
Alejandra: Yo pensé que habías estudiado cine.
José María: No… Ya estaba muy grande cuando dije: ¿me meto al CCC?, ¿no me meto al CCC? Ahorita que tengo 32 sí digo: pues a los 25 sí te pudiste haber metido. Pero no sé por qué yo decía: ya estás muy grande, mejor especialízate, haz cursos, talleres… Es lo que he estado haciendo también. Acabo de terminar un curso con Claudia Becerril que es la cinematógrafa de Sin señas particulares, que también es una película de una madre que busca a su hijo. Con ella tomé un curso que se llama «Cómo iluminar con lo que tienes en casa». Entonces con eso también me he ido formando, con pequeños talleres, con pláticas. Soy muy ávido de ver Master Classes, conferencias de prensa de festivales de películas, sobre todo de los festivales grandes: Venecia, Cannes, el TIFF en Canadá, que tienen unas conferencias de prensa hermosas de las bocas de los directores, de los actores principales de las películas. Entonces ahí también aprendí muchísimo.
Alejandra: Siendo que así llegaste al cine, ¿cómo llegaste a este proyecto?
José María: Contactaron a Juan Pablo [hermano del director] una ONG gringa que tenía interés en hacer pequeños proyectos o cortometrajes sobre puntos rojos de violencia en México y sabían que él era de Sinaloa, de Culiacán. Entonces lo contactaron y le dijeron: “tenemos esta cierta cantidad de dinero para hacer el proyecto, tienen una temática libre”. Y nosotros pensamos: ¿qué nos compete como sinaloenses?, ¿qué nos interesaría que fuera la narrativa? Y quedamos en que la normalización de la violencia es algo que nos preocupa como sinaloenses.
Empezamos a hacer entrevistas con periodistas, con activistas, con víctimas y yo había leído sobre las madres buscadoras. Me contacté con Mirna [la representante de Las Rastreadoras de El Fuerte] y me dijo: «mira, qué casualidad». Ella está en Los Mochis, que es al norte de Sinaloa. Nosotros estamos en Culiacán, que está en el centro. Y me dijo: «yo voy mañana a Culiacán, voy a la Fiscalía […] y voy con otras tres mujeres».
Y en una primera entrevista, al escuchar el dolor de Betty —de esta madre que había perdido a su hija— al sentir la pérdida y al verla a los ojos fue una experiencia shockeante. Me di cuenta que no es lo mismo leer un artículo que de verdad platicar con las personas y los matices que existen dentro de cada historia. Se me prendió el foco y dije: tenemos que pivotear hacia otro lado, sí terminar este pequeño proyectito de normalización de la violencia, pero la temática de las madres buscadoras es algo urgente. Le comentamos a Mirna y luego, luego nos dijo: «claro que sí, cuando quieran». Entonces ahí empezó el viaje y fue por tratar de integrar a ellas a este pequeño proyecto y darme cuenta de que aquí había una historia más grande y muy importante que nadie había tocado dentro del ojo cinematográfico. Que se ha tocado bastante en ensayos, libros, artículos, pero no en el cine.
Alejandra: Tú siendo de Sinaloa, ¿qué tanto sabías de ellas y de las desapariciones y de la inacción del gobierno, que también lo muestran, antes de filmar? ¿Qué tan empapado estabas tú de esto que podría parecer un microcosmos ya que uno se adentra en la película?
José María: Sobre la violencia y sobre desapariciones me queda clara la situación desde que tengo 6, 7 años. Yo me acuerdo de ver estos periódicos sensacionalistas de nota roja en donde viene el cuerpo del asesinado de frente con estos títulos, así como estridentes. Me acuerdo de ir a la escuela y verlos y preguntarle a mi mamá por qué tenemos que ver eso, por qué lo venden así. Entonces ya tienes eso desde pequeño. Al crecer, claro que estás haciéndote más y más consciente de las cosas que pasan a tu alrededor. Y habiendo una violencia rampante en Sinaloa, que literal toca a todo mundo, pues sí sabes que aquí no debe de haber gobierno o no sabes, cuando estás más chico, el porqué de estas cosas si se supone que hay un Estado que debería estar protegiendo a los ciudadanos. Debería estar implementando políticas para sacar a los morros de estas situaciones, brindando oportunidades. En un punto te das cuenta de que hay un vacío de autoridad y que ellos [los narcos] operan impunemente. Específicamente de los grupos de madres de buscadoras no puedo decir que estaba empapado porque creo que leer sobre ellas solamente da ciertos matices, pero no todos. Por eso fue un shock llegar con ellas y escuchar todos los grises, todos los matices que existen dentro de estas historias. Desde la primera entrevista me pegó duro todo lo que me estaban diciendo y me di cuenta de lo poco que sabía sobre la situación.
Alejandra: Cuando grabaron y cuando ya estaban con ellas en campo, ¿tuvieron miedo?
José María: Creo que sí… Siempre hay miedo. De alguna manera yo lo hablé con el crew. Hablé con el fotógrafo, hablé con Ale que hizo vestuario y arte para algunas cosas que no terminaron en la película, el productor en línea Miguel Luque, el sonidista Luis Gil. Hablé con ellos. Hicimos una reunión y les dije: “miren, así está la situación, esta es una película donde vamos a arriesgar, tenemos que estar todos conscientes de lo que le estamos entrando para que luego no haya cierto tipo de discusiones dentro del rodaje”. Quería poner las cartas sobre la mesa. Todo mundo dijo que sí, nadie chistó. Y claro que tienes miedo. Sobre todo, cuando vas entrando a las rancherías y entras a los pueblos; cuando cruzas el arco que dice «bienvenidos a», hay una red compleja de información de parte del crimen organizado en donde ya saben a dónde vas, con quién vas. Ya traes un Tsuru atrás polarizado negro, negro, negro. Y sabes que te están siguiendo para checarte y que en cualquier momento te pueden parar y hacerte lo que les plazca. También te cuento que hubo una situación en la que estamos entrando a un páramo en las afueras de Los Mochis, en un terreno de mucho matorral, así como muy enredoso. Íbamos a una casa abandonada que estaba en el centro de este predio y al llegar, no pasaron ni 10 minutos, cuando ya estábamos escuchando que estaban tirando balazos al aire para intimidarnos —para intimidar al grupo de las rastreadoras. Pero absolutamente nadie chistó, nadie dijo absolutamente nada. Sólo hubo una conciencia de lo que estaba pasando: son balazos y son balazos. Vamos a terminar lo que venimos hacer y eso fue lo que hicimos, ellas y nosotros. Nosotros filmando y ellas haciendo su trabajo, lo que les compete: buscando. Ok, no se encontró. Vámonos. Pero de ninguna manera hubo: vámonos ahorita ya y qué miedo. Yo creo que ellas tienen una valentía admirable al no dejarse amedrentar ni siquiera por el narco, que está literal a unos cientos de metros de ahí tirando balazos al aire, creo que ya es casi una afronta personal. Pero pues sí, sí hay miedo. Claro que cuando escuchas esos balazos dices: ¡Dios! Pero sabes, desde el principio, que vienes a un lugar peligroso, que vienes a hacer esta chamba y se hizo el trabajo y nos salimos de ahí.
Alejandra: Me recuerda a otra escena de la película donde van en el coche y en algún momento como que dudan si filmar o no filmar…
José María: Sí, que dicen: “vienen unos peritos… o son sicarios”. Realmente por la distancia no los veíamos, solo veíamos una troca que venía hacía nosotros. Justamente en esa situación pueden estar ellas. Pueden estar saliendo en un punto, pueden estar entrando en un punto y se los pueden cruzar. Yo tengo una amiga que le tocó justamente eso. Estaban en un predio y estaban sacando el segundo cuerpo y llegó una camioneta y le dijeron a Mirna… Se bajó un güey y le dijo: «mira, ven pa’acá». Mirna fue para allá. Y les dijo el sicario: «o se van de aquí o las vamos a matar». Entonces esas cosas pasan y claro que agarraron todas las palas, se subieron a las camionetas y se fueron. Pero eso te habla otra vez de lo desprotegidas que están y de lo vulnerables que son al rastrear sin protección del Estado y sin que existan mecanismos para protegerlas y para salvaguardar sus vidas… cuando están haciendo la chamba del Estado y el Estado ni siquiera puede hacer lo mínimo que es protegerlas en la búsqueda de sus seres queridos.
Alejandra Ibarra: Ahora que hablas de las medidas de protección, ¿a ustedes les dieron medidas de protección para filmar?
José María: Sí nos integraron al mecanismo de protección, pero de verdad es totalmente… ¿cómo describirlo? Desesperante. Es reprobable la manera que tienen de proteger. Vemos cómo hay asesinatos de periodistas en todo México y creo que eso es una buena explicación de por qué pasa con tanta facilidad. A nosotros lo que nos dieron de protección es un teléfono satelital y un botón de pánico. Primero, el teléfono satelital es un teléfono satelital que no servía, que no agarraba señal saliendo de Los Mochis. ¿De qué sirve eso? De absolutamente nada. Y el botón de pánico era un botón de pánico que, si tienes una situación o tienes algún tipo de encuentro, le picas. Tienen que pasar 3 o 4 minutos para que te marquen y decir: «ay sí, estoy teniendo un problema». Si vienen por ti, ¿tú crees que vas a tener 4 minutos de marcar? A los 4 minutos ya estás en la cajuela del carro amarrado. Creo que son insuficientes. Creo que son… no sirven para nada. ¿De qué le puede servir a un periodista, a estas personas que sí están en riesgo los 365 días del año? Nosotros íbamos protegidos bajo este mecanismo por los períodos de tiempo que filmamos. Creo que son insuficientes y deberíamos establecer políticas, establecer mecanismos que sí funcionen. No tengo la solución para eso, no te podría poner ejemplos, pero lo que me queda claro es que estos no funcionan.
Alejandra: Si tuvieras un deseo para este documental, ¿cuál sería?
José María: Que lo viera la mayor gente posible en México. Ese es mi deseo más grande: que lo vea muchísima gente, que concienticemos, que provoquemos una reflexión. Poder mostrar los matices que existen dentro de los grupos de madres buscadoras. Es importante también que la gente conozca, otra vez, la luz y la sombra dentro de estas situaciones. Que sí hay pérdida, que sí hay muchísimo dolor, un dolor profundo, pero también que existe muchísima luz, muchísimo amor en esta familia que se formó ante el vacío de la autoridad. Que ellas están reclamando buscar a sus seres queridos, los están buscando con sus propias manos. Sí es importante poner todo eso sobre la mesa y hacer reflexionar a la gente y esperemos provocar una acción. Mi deseo es que lo vea la mayor cantidad de gente posible en México, nuestro país.
Alejandra: ¿Qué fue lo más difícil para ti de hacer este proyecto?
José María: El hecho de tener bajo mi responsabilidad a todo el crew. Fue algo muy pesado. Creo que si les pasaba algo a alguno o alguna yo nunca me lo iba a perdonar en mi vida. Me sentía como el Pípila cargando esas piedras en todo el rodaje porque, como te cuento, nos tiraron balazos, nos persiguieron e incluso el gobierno del estado nos puso unos escoltas: Eulalio y Carlos, que terminaban siendo amigos de nosotros, personas cercanas. Hubo una ocasión que íbamos a un predio y nos venían persiguiendo y me dijeron: «bájale a la música». Yo tratando de ponerla para calmar al crew. Íbamos a hacer una entrevista. «Bájale a la música», me dijo Eulalio. Le bajé a la música y me dijo: «mira, si llegan ahorita y nos paran nos vamos a bajar tú y yo y Carlos y vamos a negociar con ellos y les vas a decir que estás haciendo un cortometraje sobre el campo de Sinaloa y que por eso traen este equipo y todo esto». Y nos dijo después de eso: «y si no quieren negociar y si no quieren hablar, pues vamos a soltar el plomo». Así se dijo. Y pues claro que eso te shockea y es muy pesado. Pero bueno, no todo es pesado, no todo fue terrible, ni fue este tipo de situaciones. También quiero decir la contraparte: que sí fue difícil, sí fue pesado, me deja con una tristeza profunda. Me deja un poquito marcado de haber visto lo que vi, de haber escuchado lo que escuché, de verlas a los ojos cuando te cuentan sus historias. Pero también me dejan una lección de vida, me dejan mucha luz. Me contagian sus ganas de vivir, su resiliencia. Y eso también es hermoso. Me contagian su amor, el que tienen entre ellas, y el que nos mostraron a nosotros también. Porque de alguna manera nos integramos a su dinámica e hicimos relaciones que nos van a durar para toda la vida.
Alejandra: Qué experiencia tan transformadora. ¿Cuántos eran en el crew?
José María: Yo director, Miguel Luque que era el productor en línea, Daniel Zúñiga que es un fotógrafo, Luis Gil que era el sonidista, Alejandra Herrera que era arte y vestuario, Punk que era la asistente de cámara, había el otro Dani que era un asistente de producción. Éramos siete. Y vale la pena decir que esta es una película hecha por veinteañeros. Ahorita ya tengo 32, pero cuando empezamos y cuando terminamos de filmar, todos estábamos en nuestros veintes. Entonces también es este ímpetu de aportar y de poner, por más cliché que se escuche, nuestro granito de arena.
Alejandra: ¿Cuánto tiempo duró todo el proyecto?
José María Espinosa: Empezamos en el 2016. Entonces llevamos cinco años en el proyecto. El esquema de financiamiento fue el que nos fue dando la pauta porque era conseguir dinero, filmar, conseguir dinero, filmar. Yo pensaba que iba a resultar contraproducente eso, pero resultó muy beneficioso para la película porque nos dio cierta calma ver qué teníamos, hacia dónde queremos tomar los siguientes pasos, qué dirección queremos tomar. Y creo que también nos dio oportunidad de ver ciertos matices dentro del grupo porque ciertas temporadas son diferentes a otras.
Alejandra: ¿Cómo financiaron el proyecto?
José María: Eso fue chamba total de Juan Pablo [Espinosa]. Él se encargó de eso y fue a través de ONG. Tuvimos la ayuda de la Ford Foundation. Nos ayudaron muchísimo. Ixchel Cisneros también y Open Society le entró con bastante dinero. Y dinero de Juan Pablo. También hicimos, para la postproducción, un Kickstarter y nos fue muy bien. Estábamos pidiendo 150 mil pesos y terminamos recibiendo como 250 mil por el apoyo de la gente a estas temáticas.
Alejandra: Ahorita que decías lo del 2016, cuando empezaron el proyecto Javier Valdez seguía vivo. Según entiendo, él les puso el nombre de rastreadoras, ¿no?
José María Espinosa: Sí Javier Valdez estaba involucrado muchísimo con los grupos, en especial tenía una relación estrecha con Mirna. De hecho, Mirna y Javier platicaban y Mirna, sabiendo a lo que se atiene y sabiendo lo que arriesga, le decía a Javier: «cuando me maten, a ti te voy a dejar todo, te voy a dejar todos mis documentos, toda mi información, todo lo que he investigado». Y era un arreglo que tenían entre ellos. Y me dice Mirna a mí: «mira cómo son las cosas», dicho de su boca así me lo dijo, «mataron a Javier primero».
Las rastreadoras y, sobre todo Mirna, tenían en Javier un aliado importantísimo. De alguna manera era un protector, era un facilitador, era alguien que las entendía. Era alguien que no revictimizaba. Era alguien que entendía profundamente la temática, entendía profundamente sus sentimientos, la situación en la que estaban. Y era una persona muy sensible en ese sentido. Para Mirna y yo creo que para las rastreadoras es una pérdida irreparable.
Alejandra: ¿Cómo describirías a la rastreadora en una palabra?
José María: Resiliencia.
Alejandra: A pesar de lo desgarrador del documental, logras transmitir mucha esperanza y creo que es algo raro en el cine mexicano, pero específicamente en el cine documental. ¿Era tu intención dejar esta sensación? ¿Cómo lo logras?
José María: Sí fue totalmente intencional. Justamente pienso lo mismo que tú, creo que hay muchas películas que –sin juzgar– están tiradas mucho más hacia la pérdida y hacia el drama y al profundo dolor sin mostrar la dualidad de las cosas. Siempre existe esta oscuridad, pero también existe su contraparte que es la luz. Y creo que esto habita todas las situaciones que rodean a esta problemática del narcotráfico. ¿De qué manera lo logré? Literal picándole «rec» a la cámara. Porque eso ya estaba ahí. Es algo que yo vi el día uno: es una mezcolanza extraña, porque son estas mujeres que tienen una pérdida profunda, que les duele muchísimo, pero hay un ímpetu ahí y hay luz y hay ganas de buscar. Y cuando tú vas con ellas a rastrear están emocionadas por encontrar y son echadas para adelante, como decimos en Sinaloa. Y para mí era muy, muy, muy importante introducir de manera correcta esta dualidad que vi yo desde el día uno cuando empecé a introducirme a las dinámicas del grupo. Creo que a veces nos cargamos hacia lo oscuro, lo terrible y dejamos de lado esto: la luz y el amor que se tienen entre ellas, la familia que han formado a base de sus pérdidas. Pero una familia cuyo único consuelo y, la única luz que tiene una rastreadora, es la rastreadora de enfrente. Es una parte importantísima de la historia y creo que es más real, de entrada. Eso es algo que ya estaba ahí, que yo solamente grabé y, junto con el editor, vimos una manera de implementarlo de manera correcta para la narrativa.
Alejandra: ¿Qué sigue para ti?
José María: Nunca pensé que mi primera película fuera a ser un documental —en mi vida. Porque yo estoy más tirando a la ficción, a escribir, a crear mis propios mundos. Y la verdad es que esta fue una experiencia extraordinaria. Me enamoré del documental, pero también es algo bastante pesado. Sí tengo planes de seguir tocando ese tipo de temáticas. Me interesa muchísimo el tema del desplazamiento forzado, que es una problemática latente en Sinaloa, sobre todo ahorita. Hay varias temáticas que me gustaría tocar para seguir haciendo mis aportaciones para entretejer soluciones y empujar hacia adelante como sociedad. Pero ahorita necesito algo diferente. Estoy escribiendo un cortometraje de ficción, de ciencia ficción —o sea, de SciFi que no tiene absolutamente nada que ver con esto. Y después de eso, hacer mi primera película de ficción. Quiero seguir hablando de nuestra vida en Sinaloa, es una historia que está basada en Culiacán. Sobre cómo vivimos, con nuestro acento —no con acento que le quieren meter en esas series de Narcos que todos hablan como de Monterrey— y mostrar nuestra sensibilidad, cómo vivimos, cómo crecimos, qué es lo que nos rodea y de qué estamos hechos. Y continuar con esto de la descentralización porque yo creo profundamente que el cine está sumamente centralizado en la Ciudad de México y que ya estamos un poco hartos de que cuenten las mismas historias habiendo tanta variedad y tanta belleza y sensibilidades diferentes en el norte del país, en el sur del país.
Alejandra: ¿Dónde se puede ver Te nombré en el silencio?
José María: Te nombré en el silencio se puede ver del 15 al 31 de agosto en Cinépolis Klic como parte de la muestra de desaparecidos o desapariciones forzadas en Ambulante que se llama Rastros y Luces.
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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