Enfrentar el colonialismo y el desarraigo: rarámuris y jesuitas en la Sierra Tarahumara

5 julio, 2022

Microfilme Postal, columna de opinión por Daliri Oropeza Alvarez

Los Centros Culturales Jesuitas de la Tarahumara son un esfuerzo por una educación popular efectiva, basada en vigorizar el modo de ser, costumbres, cosmovisión y lengua rarámuris. Son una herramienta para arrebatarle a los grupos que operan de manera ilegal su influencia sobre los jóvenes

Twitter: @Dal_air

Laura, una maestra rarámuri, camina por horas en medio de la sierra con su bebé en el rebozo. Los paisajes son los de las vértebras de la tierra, ahí donde nadie llega, a veces en la cima, desde donde miras el valle y las barrancas, a veces en el río donde saltas las piedras para cruzar, eso sí, siempre saludar al atravesar las comunidades y ranchos que están de paso. No necesita mapa. Conoce las veredas como coser la ropa a mano, puntada a puntada.

Vamos atrás de ellas, caminando en una fila, recolectando hongos, reconociendo plantas. Me pregunto cómo es que las maestras decidieron andar estos caminos, cuatro horas a paso rarámuri, seis horas a paso chabochi (o persona de fuera), dos veces a la semana, para ir a dar clases a La Gavilana, comunidad donde nació el primer Centro Cultural Jesuita de la Tarahumara. Fue la misma comunidad quien les planteó a los religiosos implementar un proyecto con las infancias para aprender a leer y escribir.

Mientras caminamos, se ven a lo lejos sembradíos de mariguana y amapola. Pienso en preguntar al respecto. Por el momento me concentro en no perder el aliento, no sé si de cansancio o de sentirme en la totalidad de naturaleza que me rodea. El bebé a veces va en la espalda, a veces en los brazos de su madre. A estas maestros y maestras les debe gustar mucho su trabajo con los jesuitas, pienso.

Cielo de estrellas pronunciadas sin luna. El andar del río definió el lugar en el que habitan las personas en la comunidad de La Gavilana. Allá, además de quienes aquí habitan, solo llegan los religiosos jesuitas que montaron los centros culturales o los narcotraficantes que se apropiaron a la fuerza del territorio. Hay una escuela oficial pero está abandonada y las maestras llegan de vez en vez. 

Al platicar con el grupo de docentes de los Centros Culturales Jesuitas, concuerdan que los maestros de la SEP tienen otra estrategia para enseñar, y casi no se meten en cuestiones de la cultura rarámuri, ni dan clase en la misma lengua.

La Gavilana conserva su estructura originaria de gobernanza, conformada por el siríame, o gobernador, los mayores, capitanes, soldados y tenientes. De esta organización y de una asamblea nació el primer centro cultural.

Para la maestra Viki, es muy importante enseñar en lengua rarámuri. Ella aprendió la variante de La Gavilana, aunque es de Samachique y en su pueblo es otra variante del rarámuri. Confiensa que le apasiona lo que hace “para que les sirva en su vida, que no dejen la lengua materna, su cultura. Si va a salir de la comunidad que se defiendan de la gente de fuera y que conteste lo que le pregunten, por ejemplo en las tiendas, que reciban el cambio que se necesita”.

Claro, aquí nadie habla español, pienso. De hecho, las misas han tenido que realizarse partes en rarámuri. Cuando escucho las oraciones y las canciones religiosas en lengua, pienso ¡a los jesuitas los raramurizaron! 

Los Centros Culturales Jesuitas de la Tarahumara son ahora un pilar para los rituales sagrados, fiestas ceremoniales, comidas, canciones, lengua y tradiciones que dejaban de realizar las comunidades rarámuri.

Fue en 2016 que tuve la posibilidad de viajar a la Sierra Tarahumara a documentar este esfuerzo educativo y cultural que realizan los padres que integran la Misión Jesuita de la Tarahumara desde 2014 y hasta la fecha, aún con la pandemia, tres de los cuatro centros resistieron: La Gavilana, Pamachi y Guachochi. La misión es una comunidad y funciona como tal entre todos sus proyectos.

Es en esa enorme sierra en donde este 2022 en Cerocahui asesinaron a dos jesuitas muy importantes para la misión, el padre Gallo Javier Campos, quien era el superior, y el padre Joaquín Mora.

Recuerdo la narración de Enrique Mireles, padre que en aquel entonces era administrador parroquial de la misión Jesuita:

“El gobernador de las autoridades indígenas de La Gavilana nos dijo que por qué no ayudamos a que los niños aprendan. Levantamos las antenas, hay una necesidad que nos expresa la misma comunidad que al enfrentarse en este mundo los niños no saben leer ni escribir, nos pusimos a pensarle cómo”.

Daniel Vargas, quien en aquel entonces coordinó el proyecto de Centros Culturales en la Tarahumara, nos contó que uno de los indicadores para ellos es la participación de la infancia en la vida comunitaria: “en las fiestas mayormente participan los señores, las mujeres preparan la comida. Los niños y niñas están al rededor. Lo que hemos visto, es que a partir de los centros culturales, la participación de los niños en las danzas de matachín es más. Sin folclorizar. Las personas tienen un motivo y un sentido por el cual danzan, lo cual tiene mucho que ver con su espiritualidad, su religiosidad propia”.

Para los jesuitas que trabajan en este proyecto, es de suma importancia vigorizar la identidad rarámuri “que se ve desprotegida, olvidada por el sistema, los desarraigan de su modo de vida y tratan de homogeneizar a la cultura dominante, en este caso la vida occidental”, dijo Vargas en aquel 2016.

Félix Velasco sj, actual Párroco de San Miguel de Guaguachique, explica en entrevista que este acercamiento es parte de una Iglesia Autóctona que ellos ejercen y que les ha permitido tener un acercamiento horizontal de correspondencia con las comunidades rarámuri.

“Nuestra visión de esta iglesia autóctona y nuestros proyectos van en relación al diálogo intercultural, reforzar la identidad rarámuri, reconociendo sus autoridades indígenas, reconociendo su modo de organización, reconociendo también sus ministerios, que es que son ministerios eclesiales, y que en ella se reconocen cargos tradicionales como el cargo de mayora, o el cargo de resandero”.

“Para entrar en este diálogo intercultural y buscar fortalecer a esta iglesia autóctona en la parte de justicia pues tiene que ver con organización comunitaria, con la  autonomía, justicia alimentaría, comercio justo, educación, salud.

“Ahora que regresé en el 2021 y llegué al Centro Cultural de La Gavilana, mi percepción es que yo me estaba integrando a su espacio, que ya es más de ellos, entonces para mí eso fue un impacto muy fuerte y algo que me sorprendió, así como también ver que los niños estaban jugando juegos que implican números, por ejemplo el domino, es un cambio positivo que yo noté pues definitivamente hace unos años no se hacía”.

El párroco recuerda que los jesuitas tienen distintos proyectos de salud, aumentación, educación a lo largo de la sierra y hasta de comercio justo donde compran el maíz o el frijol a precios arriba del mercado a los campesinos rarámuri.

Félix Velasco sj habla de la exigencia que tiene la misión jesuita después de los asesinatos del padre Javier Campos y del padre Joaquín Mora:

“Lo que exigimos es que haya paz en la sierra, eso es nuestra principal exigencia. Es una exigencia que nos compromete también como jesuitas, como gente que vive en la sierra Tarahumara, que nos compromete tanto gobierno, como sociedad civil e iglesias. (…) Esperamos que haya diálogo entre los diversos sectores y que podamos plantear en unidad cuáles serían los caminos para la paz. 

“Necesitamos que también el gobierno se siente a la par para poder hacer esos planteamientos. No no es una exigencia contra el gobierno. Es una exigencia hacía los grupos armados. Y reitero no solo los involucra a ellos, nos involucra a todos. Implica no solamente el decir que se van a capturar los cabecillas, se van a desaparecer es de los grupos armados, no. 

“Tiene que ver con algo más profundo y Cultural que viene lacerando a la sierra desde hace décadas, sino es que hasta siglos. Por el modo en cómo se ha habitado la sierra, ha sido colonial, en el que siempre terminan perdiendo los pueblos rarámuri, que terminan al servicio de la Corona, al servicio de los mineros, al servicio de los que deforestan el bosque, al servicio de los que plantan o comercian con la marihuana y la amapola, es decir como que hay una lógica allí cultural arraigada tenemos que repensar, desmenuzar para reevalorar y reconstruir”. 

La situación de violencia en la Sierra Tarahumara ha sido bien descrita por colegas periodistas, como Miroslava Breach, a quienes incluso les ha costado la vida. No es algo nuevo. Incluso cuando yo estuve observé cómo los grupos que actúan fuera de la ley controlan el comercio y lo que entra o lo que sale de las comunidades. Tienen halcones por doquier que informan a sus jefes cualquier movimiento.

Sin embargo, estos Centros Culturales Jesuitas son una herramienta para arrebatarle a los grupos que operan de manera ilegal su influencia sobre los jóvenes, o que por lo menos sea más difícil un proceso de desarraigo del ser rarámuri.

Aquí puedes ver la documentación de los Centros Culturales Jesuitas de la Tarahumara:

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