Ahora mismo cinco de los diez artistas y 9 de las diez canciones más escuchadas en YouTube desde Cuba son de reparto. A diferencia del ya estetizado reguetón, este ritmo aún contiene esa condición primaria subversiva, que en su tiempo tuvieron la champeta, el funky carioca, los narcocorridos o la cumbia villera. Según el especialista musical Rafael González Escalona no hay radiografía social más precisa de la Cuba de hoy que las canciones y videoclips de reparto, donde los sonidos “están marcados por el color de la piel, la incertidumbre de cómo llegar a fin de mes, el sueño de hacerse rico de manera vertiginosa (casi siempre migrando) y volver al barrio para demostrar que sí se puede triunfar”
Texto: Rafael González Escalona / Revista Anfibia
Ilustración: La Vieja Flores
Para Jank, por haberlo visto primero que nadie
Es 19 de diciembre de 2018 en La Habana, Cuba. No lo parece, pero muy pronto todo se irá al carajo. Una crisis económica como no se ha visto en tres décadas, una pandemia global que nos encerrará por dos años en las casas, unas revueltas sociales que sacudirán a un pueblo aletargado por demasiado tiempo, todo eso vendrá en poco tiempo, pero ahora se disfruta una aparente bonanza, y lo más traumático que se vive es la irrupción de un ritmo demoníaco que ha tomado por asalto los barrios cubanos.
“Ta-tá ta-uh-ta-tá, Ta-tá ta-uh-ta-tá, Ta-tá ta-uh-ta-tá, Ta-tá ta-uh-ta-tá…” es la base percutiva que repica de bocina en bocina, de balcón en balcón, de guagua en guagua, como si un virus infeccioso se hubiera apoderado de los reproductores de la ciudad. La esquina de Benjumeda y Nueva de Pilar, en Centro Habana, no es la excepción. En la puerta de la Galería El Oficio, se congrega una pequeña y variopinta multitud de personas: un adolescente “army” de BTS, con sus pelos teñidos y estirados, y su (¿premonitorio?) cubrebocas; dos chamacos con jeans desteñidos y ajustados y unas camisetas en las que a una cuadra de distancia se puede leer “SUPREME” en rojo intenso; un señor de 60 años, de camisa a cuadros y pantalón beige, con cara de funcionario público; un joven alto lleno de tatuajes y con las orejas perforadas; una muchacha suntuosa llena de lentejuelas, lista para perderse en un night club.
Chocolate tiene una habilidad innata para armar con unos pocos recursos creativos unas canciones que tocan la fibra más honda de la identidad barrial cubana.
La pequeña turba llegó al local atraída por los aires de fiesta de una entonces naciente revista de nombre extraño. No sabían mucho de qué iba, solo que habría música, bebidas razonablemente baratas y karaoke, razones más que suficientes para gravitar hacia aquel pequeño antro. La conjunción tenía un extraño equilibrio, como si solo allí tuviera sentido que se hubiera congregado ese grupo para gozar de la cerveza tibia y el sonido quebrado y sin prejuicios que salía de los altavoces.
Al calor del karaoke, la noche se va calentando. Las manos se disputan el micrófono, el “army” se suelta y canta una canción de Rocío Durcal, los chamacos de SUPREME se atreven con una de José José. Entonces, el clímax. Con los primeros compases de Bajanda, la pequeña habitación sudorosa se convierte en un hervidero de voces que entonan en magnífico y desigual coro el himno del reparto firmado por Chocolate MC.
En este minuto la galería El Oficio es una iglesia y se está entonando un salmo. La música sacude el aire, cargado por un magnetismo del que es imposible sustraerse. Aquí, perdido entre los coros de esa canción que habla de gatos matones de barrio y ratones que arrollan por el malecón, empiezo a entender que el reparto es algo más que una moda: es la música de estos tiempos, de mi tiempo. ¿Qué es lo que tiene ese sonido endiabladamente sencillo que logra atraparnos a los cubanos? ¿Qué hay en el reparto que nos hace sentir tan felices, tan alegres, en un país en el que la sensación de libertad está prácticamente secuestrada?
En medio de la pandemia, se nos ocurrió hacer un podcast llamado Los Casetes de AM:PM. Nos convertimos en parte de esa masa entusiasta que buscó frenéticamente maneras de convertir el encierro en algo útil. Desde el comienzo queríamos dedicar un episodio al reparto, y sabía que Jesús Jank Curbelo tenía que estar.
Cuando el reparto era música underground que luchaba por salir de los barrios, Jank estaba siguiéndolo. Cuando lo acusaban de lo que se suele acusar a los nuevos géneros populares (marginales, musicalmente pobres, etc), Jank estaba viendo lo que nadie más veía. Periodista finísimo, fumador empedernido, rapero jubilado tempranamente, Jank tiene una sensibilidad muy especial que lo hace distinguir la belleza y el genio donde la mayoría solo vemos una imagen borrosa. Su mirada fue decisiva para mí a la hora de entender qué estaba sucediendo con esa nueva ola. La intervención de Jank en Los Casetes de AM:PM contiene la mejor cronología del reparto que he visto hasta la fecha.
“Para hablar de los inicios del reparto hay que empezar diciendo que más o menos veinte años atrás empezó la fuerza del reguetón en Cuba”, arranca. “Acá los primeros que creo empezaron a hacer reguetón como tal fueron Eddy K, que venían del rap. Ellos pegaron aquello de “soy el genio de la lam pam pam pam parara”, y después le hicieron una versión en reguetón, y sacaron un disco entero [Aquí están los cuatro], que ya era completamente reguetonero. Pero ese reguetón venía del rap, seguía los códigos de los raperos y se había adaptado a otro ritmo, a otra forma de hacer, incluso tenía más elementos melódicos”.
“Eddy K tenía un DJ, DJ Tony, que hacía su música propia; eso lleva unos conocimientos y un dinero, un drama”, recuerda Jank, “pero por otro lado estaban unos chamacos que empezaron a hacer esa música, pero sin recursos”. En el ambiente más underground, un piquete de gente comenzó a samplear fragmentos de las canciones que se pegaban en aquel momento —de Tego Calderón, de Don Omar— y con eso hacían backgrounds que no eran propios, pero que podían utilizar para hacer sus canciones.
De entre esos grupos de entusiastas surgió Femembe Records,el sello del que emergerían figuras como Elvis Manuel, Pipey, El Micha. Con su forma de cantar —muy propia, más nasal— Elvis se convirtió rápidamente en un modelo que otros artistas de esa escena emergente empezaron a imitar.
El reguetón cubano empezaba a encontrar su tono, y un jovencito que respondía al nombre de David El 22 (luego rebautizado como Lobo King Dowa) iba a jugar un papel esencial. Siendo todavía un adolescente, empezó a producir a estos artistas, incluido un entonces desconocido Chocolate, quien en 2010 pegó su primer tema, Para pa pam pam, alias El campismo. En esta canción, a Chocolate se le ocurrió que podía ser una buena idea meter en el tema unas palmadas con la clave cubana. Una ocurrencia que pondría patas arriba al reguetón cubano.
Algo hizo clic en esa unión entre Chocolate y Lobo King Dowa. Lobo King Dowa sabía manejar las máquinas, y Chocolate tenía las ideas, así que la alianza que formaron fue un paso natural. En 2012, con 16 años, David El 22 hizo el pedal, que es el bombo de la timba incorporado a contratiempo a las palmadas que había puesto Chocolate. El resultado es el ya clásico “Ta-tá ta-uh-ta-tá”. El primer tema que tuvo pedal, según Lobo King Dowa y Chocolate, fue Vívela, canción que ya incorporaba el pedal en algunos fragmentos.
Vívela no se pegó, pero sembró la semilla. Un par de años más tarde, era habitual encontrar el pedal y las palmadas en los coros de las canciones de reparto. Alrededor de 2015 aparece el primer tema completo de lo que ahora llamamos reparto, con la unión del pedal y las palmadas, en las que se cambia el high hat por un sonido más seco, como de un chequeré. “El primer tema que tuvo pedal, palmadas y chequeré de inicio a fin es un tema que se llama Ponte que estoy puesto, de Adonis MC Represent con El 1yawo”, dice Jank. “Igual, el tema se pegó en los suburbios, en la calle, o sea, son temas que por supuesto nunca llegan a la televisión ni a la radio, pero ‘calentó’, como dicen ellos”.
La consagración llegó un poco después, con El pisteo, que en su versión original es de Lobo King Dowa con Wildey, y que tiene otra versión de Wildey con Harrison. “Te cogió el pisteo oh oh eh oh oh oh oh”, es el primer tema de reparto que se hace verdaderamente popular, el que logra romper el cerco y se convierte en algo más que una música de unos pocos. El resto es historia.
A 90 millas de distancia, ignorante de la orgía karaokera que en diciembre de 2018 tuvo lugar en El Oficio, Yosvani Arismín Sierra, aka Chocolate MC, entra y sale de la cárcel de manera intermitente (agresión, problemas migratorios, accidente de tránsito, posesión de sustancias ilegales, agresión otra vez). No sabe de esa fiesta en particular, pero sí que episodios así se repiten a lo largo del país. Desde que en 2015, todavía en La Habana, explotara con Guachineo, el trabajo del Choco había comenzado a transformar la escena del reguetón cubano. Con un talento que solo supera su egolatría (“Penco, pero con talento”, dice en una de sus canciones), Chocolate tiene una habilidad innata para armar con unos pocos recursos creativos unas canciones que tocan la fibra más honda de la identidad barrial cubana.
Como todos los pioneros, su mejor obra es la influencia. Chocolate MC ha definido buena parte de las maneras de hacer, de los códigos del reparto: el tono chulesco y agresivo de sus composiciones, la voz estridente que no teme perseguir notas que no alcanzará jamás, el orgullo que no busca excusarse, evadir o camuflar su condición marginal, sino que la reivindica. Para él hay un país debajo de todos los disfraces y estereotipos, un país lleno de carencias y aspiraciones. Un país que se agrupa bajo el término reparto y del que él se ha autonombrado presidente vitalicio. Qué manía la nuestra de perpetuar dictaduras.
Chocolate MC ha definido buena parte de las maneras de hacer, de los códigos del reparto: el tono chulesco y agresivo de sus composiciones, la voz estridente que no teme perseguir notas que no alcanzará jamás, el orgullo que no busca excusarse, evadir o camuflar su condición marginal, sino que la reivindica.
No hay radiografía social más precisa de la Cuba de hoy que las canciones y videoclips de reparto. A diferencia del ya estetizado reguetón, el reparto aún contiene esa condición primaria subversiva, que en su tiempo tuvieron la champeta, el funky carioca, los narcocorridos, la cumbia villera y hasta el propio reguetón. El reparto forma parte del linaje de los sonidos que están marcados por el color de la piel, por la incertidumbre de cómo llegar a fin de mes, por el sueño de hacerse rico de manera vertiginosa (casi siempre migrando) y volver al barrio para demostrar que sí se puede triunfar. Sonidos que se saltan todos los manuales y que hacen poner las manos en la cabeza a los señores de la academia, pero que no necesitan de otra aprobación que el goce de los cuerpos.
En menos de diez años nos ha puesto a caminar por el expressway, a hablar en gerundio, a guachinear con la punta’el pie, a celebrar como campeones la travesía victoriosa hasta Estados Unidos. Con su característico sonido distorsionado —que tiene su origen en el precario contexto lo-fi en que nació, pero que ha devenido un estilo creativo— y su jerga callejera, se ha convertido en la banda sonora de las bocinas portátiles que forman una cacofonía de sonidos por toda la ciudad, en la música que pone buenas las fiestas del barrio y los clubes exclusivos de las nuevas y viejas élites.
En los últimos tiempos, lo más parecido a una casa que ha tenido el reparto es Rami Records, el sello fundado por Raymel Pérez en los altos de Ensenada #526, en el corazón del barrio habanero de Luyanó. De ahí salieron al mundo Wow Popy, Wampi, Fixty Ordara y Ja Rulay, las voces que le han abierto nuevos caminos al género.
No hay radiografía social más precisa de la Cuba de hoy que las canciones y videoclips de reparto.
A sus 31 años, Raymel es uno de los personajes más poderosos de la real «industria musical» cubana. Su talento para tirar de los numerosos hilos que rodean a un artista lo ha convertido en una figura fundamental de estos tiempos. A la manera de un Berry Gordy Jr. tropical, ha sabido a quién halagar, con quién pactar, con quién no aliarse y, especialmente, qué artistas son los que debe aglutinar para darle a su sello un sonido reconocible.
Primero fichó a Wampi, el niño lindo y bueno que estudiaba saxofón en la escuela formal de música, pero que no pudo resistir el llamado de la calle. Lo suyo son las melodías y unos arreglos no muy comunes en la escena urbana local, por lo general bastante conservadora.
Luego llegó Wow Popy, un tipo duro que se ha reinventado y ya viene de vuelta. Con una capacidad increíble para generar coros que se incrustan en el habla popular, su lengua es la lengua del pueblo; parece que caza frases que andan en el inconsciente colectivo de la gente y se las vende como propias, de tan bueno que es.
“El tridente”, como lo llama Raymel, lo completaron Fixty Ordara & Ja Rulay, un par de faunos que son la fiesta en persona, adolescentes grandes que no parecen preocuparse demasiado de a dónde va esto, en tanto puedan seguir haciendo las cosas que les divierten. Verlos juntos es una suerte de aleph que nos pone delante de los senderos posibles que tiene ante sí el reparto.
Hay dos videos que muestran a la perfección sus personalidades y su impacto en la juventud cubana. El primero, Porno-Sotros, es de comienzos de 2022. Cuba salía de un encierro pandémico brutal, con restricciones que darían risa si no hubieran estado a punto de acabar con la salud mental de 11 millones de personas. La vuelta a “la normalidad” fue como si hubieran levantado una reja enorme y la gente se lanzó a vivir con frenesí.
El video es una superposición de planos más o menos caóticos que nos muestran a Wampi, Wow Popy y Fixty Ordara & Ja Rulay, con sus cadenas, sus gorras, sus gafas, cantando en unas ruinas rodeados de un montón de adolescentes de ojos hambrientos. El contexto es un barrio en el que unos bailarines se mueven en un paisaje dominado por los grafitis con los símbolos abakuá (una sociedad masculina secreta de origen africano) pintados en las paredes, y un rottweiler marrón y con manchas blancas aguantado por una cadena gordísima que sostiene Ja Rulay. Como el nombre de la canción indica, es un canto lascivo, pornográfico diría alguien, una celebración de las ganas. Se convirtió instantáneamente en uno de los himnos de lo que llamo pornoreparto, todo un subgénero dentro del reparto dedicado a la temática sexual explícita. Tanto así que tuvo dos secuelas (Por ustedes y Por todos).
A diferencia del ya estetizado reguetón, el reparto aún contiene esa condición primaria subversiva, que en su tiempo tuvieron la champeta, el funky carioca, los narcocorridos, la cumbia villera y hasta el propio reguetón.
El segundo video se llama Todo está OK, y repiten Fixty Ordara y Ja Rulay. Los muestra en dos tiempos, primero avanzando por las calles de un barrio habanero y luego en el centro de un solar. Los distinguen otra vez las pintas vistosas que contrastan con la vestimenta humilde de los muchachos que los acompañan en el video. En este clip es más evidente el aire naturalista que quieren imprimirle; excepto las ropas de los músicos y la corrección de color, nada lo distingue de una escena cotidiana. Es curioso que en plena crisis económica este tema se haya convertido en el himno de fin del año 2022. Curioso que en todos lados cantáramos “todo está ok” cuando pocas veces hemos estado más lejos de estarlo.
Al tiempo que se convertían en ídolos de los adolescentes de los barrios cubanos, el equipo de Raymel encontraban una segunda patria a cuatro mil kilómetros de distancia. El público peruano, uno de los últimos bastiones de la timba, una vez más demuestra su olfato para detectar la autenticidad de la música popular cubana y ha hecho de Perú una casa habitual para los artistas del reparto.
Es efímera la fama en ese mundo. Cuesta mucho hacerse de un nombre y establecerse en el tiempo; por lo general los nombres desaparecen del radar con la misma velocidad con que emergen. Lo de Chocolate es una rareza. Pero los de Rami Records han llegado en un buen momento, y han sabido mover bien sus cartas. Aunque ya no son la sensación del momento (ahora compiten con nuevas caras, con nombres como Charly & Johayron y Bebeshito) y el tridente se ha desgajado (Wampi se unió a otro manager, Wow Popy comentan que anda por Miami), Rami Records y su plantilla han sentado las bases para que este género comience a ser algo más que un sonido del margen y empiece a tener una base comercial sólida. Ahora mismo las colaboraciones entre salseros y reparteros son cosa corriente. Ahora mismo hay un freaky haciendo hyper reparto. Ahora mismo cinco de los diez artistas y 9 de las diez canciones más escuchadas en YouTube desde Cuba son de reparto. A la manera de una de las pautas (frases) más celebres de Wow Popy (“que la varilla se jorobe, pero nunca se parta”), el género se está abriendo a un campo de posibilidades infinitas.
Con su característico sonido distorsionado y su jerga callejera, se ha convertido en la banda sonora de las bocinas portátiles que forman una cacofonía de sonidos por toda la ciudad, en la música que pone buenas las fiestas del barrio y los clubes exclusivos de las nuevas y viejas élites.
Como tantos otros géneros populares anteriores, este no hace otra cosa que poner en clave contemporánea un tema que ha estado presente siempre en la música: el deseo. No hay que esforzarse mucho para encontrar el hilo conductor que nos lleva desde “Que calentito, y rico está, ya no se puede pedir más” a “Se me sale la babita, yo no lo puedo evitar” a “Quieres que te lo meta, al berro y sin gorro”. Ante el callejón sin salida en que se convirtió la salsa, y aupado por el avasallante desarrollo del reguetón, el reparto emerge como un género que recupera la condición de “popular” de la música bailable cubana, de la calle, por la calle, y para la calle.¿Es el reparto el nuevo son, y como aquel (en esos ciclos centenarios que tanto morbo nos causan) está marcando el paso de la música cubana por venir en este siglo? ¿Está al llegar El Manisero de estos tiempos? Las bocas y los oídos parecen estar listos.
Este texto se trabajó en el Laboratorio de No Ficción Creativa llevado adelante por Revista Anfibia, el Doctorado de Escritura en Español de la Universidad de Houston y la Maestría en Periodismo Narrativo de Unsam entre septiembre de 2022 y mayo de 2023. El texto formará parte de un libro que será publicado en 2024 por Penguin Random House. Puedes consultar la publicación original en este link
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