Después de años de protestas y de la popularización de la lucha en contra de la violencia machista, podemos desarticular el falso argumento de “la violencia no se combate con violencia” porque reconocemos que, en el caso de la violación, las niñas y mujeres son capaces, necesitan y tienen derecho a la autodefensa
Tw: @celiawarrior
La primera vez que escuché en una protesta la consigna “v*rg* violadora a la licuadora” coincidió con la llegada a México de la llamada primavera violeta o #24A, aquella manifestación de 2016 que pasó a ser un hito del movimiento contra la violencia machista por el gran número de participantes y porque se realizó a la par en varios estados del país. Desde entonces las protestas de las mujeres —que les da por englobar como “feministas”— se tornaron cada año más y más masivas. Los medios de comunicación ya no pudieron ignorar su importancia.
Pero en 2016 la opinión pública estaba aún muy estancada en la narrativa que tildaba a las manifestantes de feminazis. La supuesta “crítica al movimiento” se cimentaba en las formas de protestar. Incluso muchas mujeres que coincidían con la idea de luchar contra la violencia machista se deslindaban de la caracterización “feminista” que los medios de comunicación crearon: mujeres que lucían enardecidas. O sea, imagínense, estaban enojadas, gritaban, se cubrían el rostro, hacían toples y realizaban “actos vandálicos”, uy.
Aún recuerdo a una periodista escandalizada por la consigna en cuestión, y hablo del año 2016 y de una colega que cubre la agenda social. Su argumento era el mismo que aún podemos encontrar en comentarios en redes sociales si gogleamos “v*rg* violadora a la licuadora”. Es la aversión social que resurge cada vez que hay una manifestación y los medios se enfocan en mostrar la acción directa como algo reprochable: la cantaleta “la violencia no se puede combatir con violencia”.
Además, la consigna de la licuadora les pareció en exceso gráfica, me imagino. Tal vez porque, a su modo de ver, ponderaba una ¿reacción innecesaria? O quizá no entendieron la irreverencia que significaba para muchas mujeres gritar el mensaje por las calles en las que nunca estamos seguras; para quienes fuimos socializadas en el recato, a hablar con propiedad, a comportarnos como señoritas, es decir, a ser propias, a permanecer calladas, sumisas, a no defendernos. El sentido común no les daba para reflexionar que la consigna pueden ser simbólica, apelar al cambio de mentalidades, no a la literalidad.
Pero ahora, después de años de protestas y de la popularización de la lucha en contra de la violencia machista, podemos desarticular el falso argumento de “la violencia no se combate con violencia” porque reconocemos que, en el caso de la violación, las niñas y mujeres son capaces, necesitan y tienen derecho a la autodefensa, y que la autodefensa no es violencia, ¿verdad?
“No lo sentí como un acto de violencia, sino como un acto de liberación”, dijo Ann Hansen, la activista de la Brigada de Mujeres Incendiarias, después de quemar varias tiendas que comercializaban videos pornográficos en Vancouver, Canadá, en 1982, hecho que por supuesto fue detestado por un amplio sector social en su momento, además de llevar a la activista y otros miembros del grupo a la cárcel. [Más de la Brigada de Mujeres Incendiarias en esta recopilación de declaraciones, ensayos y comunicados en español].
Rememoro todo esto a partir de la reciente discusión pública que provocó la sentencia a Roxana Ruiz Santiago, quien fue culpada por homicidio por actuar en defensa propia en contra de su violador. Finalmente, el pasado 23 de mayo la Fiscalía General de Justicia del Estado de México se desistió de la acción penal en su contra y reconoció que Roxana actuó en “legítima defensa”. Esto último, claro, solo después de una fuerte presión mediática y social.
Es entendible, la acción directa y los discursos a favor de la autodefensa feminista influyen, y eso les mueve el piso y su horizonte de abusos. Ya mencionaba la socialización del “calladita te ves más bonita” que nos siembran desde niñas. Mientras, los hombres crecen refugiados en el privilegio del dominio de la violencia, de considerarse dueños de la agresividad, del reclamo, de la rabia, así como creen ser dueños de los cuerpos de las niñas y mujeres. El feminismo plantea: no más.
De algo ha servido presagiar que “la rabia es nuestra y es nuestro motor”. De algo ha servido defender el derecho a la acción directa, a la autodefensa. De algo ha servido lo que en un primer momento siempre parece demasiado radical.
Periodista
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