31 diciembre, 2019
Sara Uribe es autora del libro Antígona González. A partir de testimonios de familiares que buscan a sus desaparecidos, recopilados de notas periodísticas publicadas en distintos estados del país, reconstruye la búsqueda, la incertidumbre, el dolor, el amor y la memoria de las familias de los ausentes
Texto: Daniela Rea
Fotos: Alejandro Meter
En esta conversación con Pie de Página, Sara Uribe reflexiona sobre la pertinencia del testimonio en el espacio periodístico y literario como un elemento constructor de memoria y de sensibilidad en una sociedad polarizada.
–El testimonio tuvo un auge reciente (pienso por ejemplo a partir de trabajos como la Premio Nobel Svetlana Alexievich), pero pareciera que se está agotando.
–He escuchado esta idea del agotamiento del testimonio. Y me pregunto suspicazmente: ¿por qué hay tanto interés en descalificar o en ponerle una fecha de caducidad al testimonio? Me pregunto por qué tanto interés y pienso que quizá tenga que ver con el propio valor del testimonio; que tiene que ver con la construcción de la memoria.
–En un país como México, donde la violencia continúa dejando consecuencias humanas terribles, ¿cuál es esa pertinencia?
–Cuando trabajaba en la Secretaría de Cultura de Tamaulipas, un día me llama una profesora de preparatoria para decirme que me va a llevar a sus chicos a investigar a la hemeroteca. Le pregunto qué años para tenerlos listos, me dice 1994, enero, el levantamiento del EZLN. Me dio curiosidad preguntarle por qué en periódico. Seguramente han visto documentales, está internet. Y me dijo la maestra ‘es que los chicos no me creen que pasó’. Eran chicos que nacieron después de 1994. ¿Cómo no te creen?, pregunté. Y me respondió ‘los chavos dicen que si está en Wikipedia no lo creen. Que solo creerían lo que está en un periódico, porque en su cabeza lo que está impreso en un periódico es que fue real’.
Esta anécdota me sirve para pensar en la fragilidad de la memoria. Claro que nosotros pensamos en esto que está ocurriendo, porque lo estamos viviendo. Pero quizá para algunos pueda resultar en la sobre exposición del testimonio. Ahora estamos viviendo en el presente. Y ¿qué va a pasar cuando pasen 50 años, 100 años?
El testimonio, me parece que es una forma de acceder a la experiencia que realmente le ocurrió a una persona. Y eso contribuye a solidificar una memoria. No como cantidades, no como 200 mil muertos o 50 mil desaparecidos. Creo que parte de construir la capacidad de sensibilidad en una sociedad es no quedarnos con los números, sino conocer qué le pasó a esa persona en específico.
–En tu trabajo ¿qué ha aportado el testimonio?
–La intromisión del testimonio en la escritura, en la poesía por ejemplo, me parece que tiene el valor de permitirnos seguir escuchando la voz de esa persona que probablemente dentro de la nota roja o el periodismo se pierde. Porque un día aparece una nota y al día siguiente otra más horrorosa y aunque yo no pude en Antígona González poner todas las voces de todos lo que hablaron en esas notas periodísticas que recolecté para construir el libro, mi intención era poner esa voz. Y otras voces se incluyeron en la construcción del personaje, la joven Antígona González que busca a su hermano desaparecido.
Lo pienso en el poema de La Reclamante de Cristina Rivera Garza, donde podemos escuchar aún la voz de Luz María Dávila (una madre trabajadora de maquila cuyos dos únicos hijos fueron asesinados en la masacre de Villas de Salvárcar). Y a partir de ese poema, que no es Cristina doliéndose de lo que dijo Luz María Dávila, sino Luz María Dávila hablando por ella misma. Su testimonio hablando en el poema, se remite a los lectores a la búsqueda de quién es ella, Luz María. El testimonio inserto en la literatura le invita a un lector atento, preocupado, a buscar.
Y ese sería para mi el valor del testimonio: conducir a la experiencia directa de la persona que lo vivió y construir una memoria sólida sobre la guerra, la violencia.
–¿Cómo fue el proceso de trabajar el testimonio de familiares de desaparecidos recopilados de segunda mano -a partir de notas periodísticas- y traducirlos, escribirlos, compartirlos en un poema? El tono, su voz…
–En los testimonios de personas desaparecidas noté tres cosas: las personas hablaban muy brevemente, respuestas cortas, se cortaban a sí mismas y eso lo atribuí a que era un dolor tan grande que no les alcanzaba el aliento para terminar, sus intervenciones eran breves. Otra cosa es que siempre estaban hablando del cuerpo de la persona: la ropa que llevaban, como se peinaba, si tenía lentes, pecas, qué le gustaba comer. Siempre había una alusión a lo físico y la cuestión religiosa. Eso me ayudó a entender o a interpretar que ese testimonio entrecortado era como una forma de guardar energía para la búsqueda para seguir. Entonces creo que por ello en el libro hay un tono en el que el dolor no se deja desbordar, hay una contención. Y pienso, ahora, que para el lector es importante, porque un desbordamiento del dolor no habría sido la mejor guía para llegar al lector.
Aquí puedes descargar Antígona González
Reportera. Autora del libro “Nadie les pidió perdón”; y coautora del libro La Tropa. Por qué mata un soldado”. Dirigió el documental “No sucumbió la eternidad”. Escribe sobre el impacto social de la violencia y los cuidados. Quería ser marinera.
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