En 76 años esta cárcel se convirtió en la faceta más abominable del régimen político. En sus celdas compartieron espacio destacados luchadores sociales y criminales de película. Ninguna penitenciaría ha marcado tan hondo la memoria colectiva de los mexicanos
@ignaciodealba
Un pariente de mi abuela hizo una pequeña fortuna con cheques fraudulentos, al cabo de algunos meses de que abrió su pequeño y redituable negocio fue descubierto por la policía de la Ciudad de México. El hombre fue a dar al temido Lecumberri. La familia no pudo con la preocupación, como sucede en esos casos, se contrataron abogados y, por fin, gracias a un conocido de altos vuelos se logró que Gonzalo saliera de la cárcel.
Para sorpresa de la familia, cuando fueron a recoger a Gonzalo a las puertas de Lecumberri, el hombre salió contento de haberse mezclado con intelectuales y perseguidos políticos, él mismo era un aficionado a la literatura; un personaje novelesco. Pero Gonzalo no solo salió con muchas amistades, del lugar partió con un recuerdo: una pintura hecha por David Alfaro Siqueiros, que en ese tiempo también estaba encarcelado.
La familia, bastante extrañada, cuestionó a Gonzalo sobre cómo se había hecho de la obra del afamado muralista “muy simple, le pagué con un cheque”. Los parientes se pusieron fúricos, volvieron todos a la penitenciaría el mismo día a devolver el cuadro, la familia le dio a Gonzalo la zurra de su vida.
Pero lejos de esta anécdota familiar Lecumberri conserva en la memoria colectiva un sitio funesto. Este fue de los primeros sitios pensados, desde su origen, para que funcionara como una cárcel. Antes, los reclusos eran aprisionados en edificios gubernamentales, en las oficinas de la policía, cuarteles militares, palacios de gobierno, edificios religiosos, e incluso en haciendas y en estancias privadas.
Durante el gobierno de Porfirio Díaz, rodeado de “científicos” y admiradores del modelo europeo cambió el sistema carcelario. Para empezar, se hizo una reforma legal que abolió la pena de muerte en México, para muchos delitos. Aquel cambió provocó que las cárceles se empezaran a abarrotar de presos que ahora debían cumplir condenas largas. Para darle salida al hacinamiento el gobierno de Díaz ideó construir el complejo penitenciario más grande de la capital.
La construcción de Lecumberri significó abandonar el viejo modelo de cárceles, que permaneció prácticamente igual desde el virreinato. Lo mejor y más moderno de la ciencia penal estaba aplicado a este lugar.
La mega construcción estuvo a cargo del arquitecto Lorenzo de la Hidalga, el hombre hizo una construcción panóptica; ósea, que desde el centro se puede dominar toda la edificación. Esta fue la única construcción carcelaria que hizo de la Hidalga, uno de los más prestigiosos arquitectos de la época. Él edificó el Gran Teatro Nacional, la Plaza del Volador, la Catedral de Tampico y la cúpula de la Iglesia de Santa Teresa la Antigua, por mencionar algunas.
El centro penitenciario se construyó sobre los pantanosos terrenos de la Hacienda de Lecumberri, la cárcel abrió sus puertas en el año 1900. Pero el sistema político mexicano no estaba a la altura de su penitenciaría. Rápidamente el lugar se convirtió en un sitio de represión.
Algunos de los más importantes líderes sociales del siglo 20 pasaron por Lecumberri. Demetrio Vallejo, líder ferrocarrilero; el maestro revolucionario Othón Salazar; varios líderes del 68, como Luis González De Alba que escribió “Los Días y los Años” en esta prisión; también José Revueltas quien describe la penitenciaría en su novela Apando, “Para mí, las rejas de Apando son las rejas de mi vida, del mundo, de la existencia”.
Una parte de Lecumberri se puede apreciar en la película Pepe el Toro (1952), protagonizada por Pedro Infante. También por los pasillos de este lugar pasó el Goyo Cárdenas, también conocido como el “estrangulador de Tacuba”, se dice que el Goyo fue empleado por los funcionarios de la penitenciaria para torturar a otros reclusos.
Otra curiosidad es que la palabra joto fue inventada en Lecumberri, según se relata que las personas de la diversidad sexual, muchos recluidos por “desorden al orden público” eran encerrados en la crujía “J”.
Pero no hay cárcel célebre si no hay un célebre escapista que haya logrado fugarse de sus muros, el cubano Alberto Sicilia Falcón hizo un túnel de 40 metros de largo hasta una casa ubicada en Tercera Cerrada #25 de San Antonio Tomatlán, en 1976. La hazaña de Sicilia Falcón, que colaboró con la CIA y fue narcotraficante, fue muy similar a la que hizo el chapo 30 años después.
El mismo año en que Sicilia Falcón huyó de la cárcel se decidió que la penitenciaría cerrara sus puertas. Si el sitio empezó con una capacidad para 800 reos, la cárcel terminó con 3 mil 800 reclusos. El novedoso sistema penitenciario del porfiriato se pudrió desde dentro, la corrupción y el poco mantenimiento del lugar lo convirtió en un calabozo.
Aquel terrible sitio, que la gente apodó como “Palacio Negro”, fue clausurado. Desde 1982 el lugar es la sede del Archivo General de la Nación, buena parte de la memoria histórica del país se encuentra en este lugar.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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