Si trabajamos en escuchar y atender las perspectivas, dolores y esperanzas de los más jóvenes, puede que caminemos en la ruta correcta rumbo a la sostenibilidad
Por: Eugenio Fernández / X: @eugeniofv
De acuerdos y declaraciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas está empedrado el camino del infierno climático y humanitario. Sin embargo, esas promesas y compromisos sí tienen una utilidad: dan legitimidad a causas y enfoques, ponen de manifiesto y en plata problemas y desafíos y facilitan la acción de muchos que luchan sobre el terreno y en sus propias arenas por defenderlas. Aunque es difícil tener esperanzas directamente en el Pacto por el futuro que acaban de firmar los 193 países que conforman la ONU, el documento y, sobre todo, su Declaración sobre las generaciones futuras pueden tener impactos muy positivos.
Uno de los problemas básicos de la ONU es que depende de la voluntad de los Estados —o de las presiones y amenazas de unos sobre otros— para que se cumplan los acuerdos. Lo mismo pasa con otros organismos internacionales. Los acuerdos comerciales, por ejemplo, o los compromisos y reglas de la Organización Mundial de Comercio, se cumplen porque establecen mecanismos por los que un Estado puede actuar con derecho contra otro que, según considere, se salte las normas. Esto, a su vez, presta legitimidad a la ley del más fuerte que rige en el mundo y por eso, en parte, el desastre global que padecemos lleva tanto tiempo vigente.
Lo mismo pasa con declaraciones y objetivos globales que se construyen en el seno de la ONU. Como a los poderosos les dan lo mismo y no estaban dispuestos a actuar en sus propios países, y mucho menos a gastar dinero para que otros países los cumplieran, los Objetivos de Desarrollo del Milenio se quedaron en nada, y los Objetivos de Desarrollo Sostenible que les siguieron amenazan, también, con quedar en papel mojado. Todo esto es cierto, pero también lo es que la inclusión de acciones y temas entre esos objetivos —el tema del agua, por ejemplo, o el de la vivienda— y el establecimiento de metas concretas sirvió de guía para la acción al interior de Estados y sociedades y prestó banderas a actores sociales que las necesitaban.
Eso mismo pasa con el nuevo Pacto por el futuro. Está por verse qué piensan los congresos de cada país y, sobre todo, sus tesorerías y secretarías de Hacienda sobre él —sin presupuesto no hay política ni sueño que sobreviva—, pero por lo pronto dará legitimidad a quienes exijan acciones en línea con él.
En forma muy novedosa, además, a este nuevo acuerdo lo acompaña una declaración sobre los niños y jóvenes y sobre las personas que nacerán en el tiempo por venir. Esto en sí ya es un enorme avance. Se trata de un llamado a tomar en cuenta los intereses de los menores de edad y de quienes están por llegar no solamente en el presente, sino también tomando en cuenta que algún día serán adultos y necesitarán un mundo habitable. Es notable, por ejemplo, que llame a “crear y mantener un medio ambiente limpio, saludable y sostenible donde la humanidad viva en armonía con la naturaleza” y a “garantizar un mundo más sostenible, justo y equitativo para las generaciones presentes y futuras (…) entendiendo que el pasado, el presente y el futuro están interconectados”.
Si se trabaja en ese sentido, además de escuchando y atendiendo las perspectivas, dolores y esperanzas de los más jóvenes, no hay nada que perder. Son ellos quienes heredarán la tierra o lo que quede de ella, y peor de lo que lo han hecho quienes mandan hoy difícilmente lo podrán hacer.
No se trata, claro, de glorificar la juventud por el solo hecho de que lo sea. Hay muchos jóvenes fascistas en el mundo, muchos racistas, muchos mezquinos, muchos que prefieren condenar la “ideología de género” que curarse sus propios traumas y dejar de golpear al próximo. Eso es innegable, pero no es el asunto central. Lo que sí es central es, más bien, trabajar con ellos y con los demás que vivirán en el planeta después de nosotros para construir con ellos un futuro mejor. Al hacerlo no estaremos sacrificando el presente, sino enriqueciéndolo, dándole nuevos sentidos, haciéndolo mejor por el mero acto de construir, con él, un mañana distinto y más luminoso.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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