Se tiene que invertir en bienes públicos y bienes comunes, hacer ya una reforma fiscal que acabe con las grandes fortunas y redistribuya sus activos, así como favorecer a las economías de los más pequeños y pobres facilitando las cadenas productivas cortas y la relación directa entre productores y consumidores. La vida de todos nos va en ello
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
La meta de mantener el aumento de las temperaturas globales por debajo de los 1.5 grados centígrados respecto de niveles preindustriales ya no se cumplió: la temperatura global promedio se ha mantenido durante más de un año ya por encima de ese mojón, según datos hechos públicos por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus, el observatorio satelital que maneja la Unión Europea. Esto confirma que el planeta ha entrado en un territorio climático desconocido y que, si no se hacen todos los esfuerzos posibles para reducir drásticamente la quema de combustibles fósiles y las emisiones de gases de efecto invernadero y para, al mismo tiempo, adaptarnos al nuevo régimen climático, la humanidad pasará varias décadas muy dolorosas.
La meta de los 1.5 grados centígrados surgió del Acuerdo de París que casi todos los países del mundo firmaron en 2015. La idea era que “ello reduciría considerablemente los riesgos y los efectos del cambio climático”, como explica el texto del tratado. Sin embargo, este año ha ilustrado cuán devastadores son los impactos de un aumento relativamente moderado en comparación con los escenarios posibles. Pensar que el mundo, según el Reporte de la brecha de emisiones de la Organización de las Naciones Unidas, va camino de un aumento de tres grados centígrados debería de aterrarnos a todos.
El mundo al que entramos a partir de ahora es uno que simplemente no conocemos. Los modelos atmosféricos con los que contamos son mucho menos certeros que antes porque se validaron con patrones que ya no existen. Lo mismo ocurre con prácticas milenarias para producir alimentos o lidiar con los fenómenos naturales: las dinámicas ecológicas sa partir de las cuáles se construyeron se han visto ya severamente alteradas, y no sabemos lo que se nos viene encima.
Se ha dicho hasta el hartazgo, pero ni gobiernos ni empresas ni organismos internacionales parecen haber registrado del todo la gravedad del asunto: urge actuar y las políticas climáticas —de adaptación y mitigación— no pueden ser meros parches, sino que deben ser el eje de acción de toda política pública y de toda decisión económica.
La alternativa es ver repetirse con agravantes la sequía que padecimos estos años, la fuerza de los huracanes de la temporada pasada —a ver cómo llega ésta—, las temperaturas brutales de la primavera reciente. La humanidad seguramente sobrevivirá a estos golpes, y la naturaleza se adaptará mal que bien —peores crisis ha superado la vida en el planeta, aunque con extinciones masivas y periodos de recuperación de decenas de millones de años —. El problema es que nuestra especie habrá sufrido horriblemente, la población se reducirá y los que más padezcan esos golpes habrán sido los más pobres.
Se ha dicho muchas veces que las políticas climáticas se deben postergar porque la prioridad es combatir la pobreza, pero en realidad es al revés: no hay mejor manera de combatir la pobreza que emprender políticas económicas y sociales regenerativas, redistributivas y radicales en favor del planeta y para frenar el cambio climático. Los culpables de esta crisis, según el Informe sobre desigualdad global, son los más ricos del mundo, y haberles dejado la cancha libre no hizo más que empeorar la crisis ecológica, traer mayor desigualdad y aumentar el número de gente con carencias.
Es tiempo ya de emprender el camino contrario: se tiene que invertir en bienes públicos y bienes comunes, hacer ya una reforma fiscal que acabe con las grandes fortunas y redistribuya sus activos, así como favorecer a las economías de los más pequeños y pobres facilitando las cadenas productivas cortas y la relación directa entre productores y consumidores. Es hora de frenar la especulación y el auge de lo financiero e invertir en restaurar la naturaleza para garantizar la supervivencia de todos.
Otra vez, como se ha dicho tantas veces: la vida de todos nos va en ello.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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