Hace unos días, en Italia (país que como el mío me deprime y al mismo tiempo me llena de esperanza), el presidente Sergio Mattarella confirió el reconocimiento “Alfiles de la República” a 28 jóvenes que durante el último año inventaron formas para ayudar durante la pandemia. A todos ellos, en realidad, se les premió su bondad.
Cynthia Rodríguez
A un año de que la Organización Mundial de la Salud declarara la pandemia por el virus Sars-Cov2, las reacciones en el mundo son diversas.
Después de vivir en una ciudad (Milán), una región (Lombardía) y un país (Italia) extremadamente castigados por el Covid, estar fuera de ahí ha sido como por momentos creer que la pandemia fue algo que ya pasó o un recuerdo que se quedó flotando en el tiempo.
Llevo ya más de un mes en una ciudad donde la principal preocupación ya no es el Covid. No que no exista e implementen medidas como el toque de queda desde las 9 pm para aminorar el movimiento de la gente, o los cubrebocas y el gel desinfectante que todo mundo usa es la comprobación del ‘más vale’, sino que según lo que puedo observar, el covid-coronavirus-pandemia, ya no es prioridad.
Aquí, con todos los problemas económicos que se han empeorado a partir del bloqueo internacional al que el país fue sometido por órdenes de Donald Trump desde mayo del 2018, lo menos que podría hacer la población sería encerrarse. Es algo que, simplemente, no se pueden permitir y que todos los días, cada quien, trata de hacerle frente a sus lastimadas finanzas.
La pandemia parece que aquí ni siquiera la invocan. ¿Para qué? Si por las mismas sanciones impuestas, el tema de las vacunas efectivamente camina con cuentagotas, aunque ya los científicos locales llevan rato experimentando las propias con muy buenos resultados y se espera que en unos tres meses puedan producir las suficientes para la población local e, incluso, para poder exportar.
Sin embargo, las noticias del otro lado del mundo, no dejan de preocuparme y sorprenderme.
El lunes Italia comenzará en la mitad del país un nuevo confinamiento que durará hasta el 6 de abril. Las escuelas, centros que al menos a nivel de preescolar y primaria habían sido intocables, las volvieron a cerrar desde el 5 de marzo. Los números de contagios y muertos diarios han vuelto a poner al país contra las cuerdas.
Confieso que lo que me da más tristeza es el tema de las escuelas. Imagino a todos los niños que habían logrado una ‘nueva normalidad’ tan disciplinados, atrás de las pantallas nuevamente y me regresa ese pesar de los primeros largos meses que estuvimos encerrados.
Por eso, cuando veo las imágenes de las principales plazas italianas repletas con la gente que inunda los centros comerciales para comprar, para ver a los amigos, para reunirse… pienso en eso: que el mundo se va a acabar y la mayoría nos quedamos esperando nuestro turno en las peluquerías que en este nuevo confinamiento, ya tampoco se salvaron y tendrán que cerrar.
Sin embargo, y por fortuna, siempre ha habido personas a la altura de las circunstancias.
Hace unos días, también en Italia (el país que como el mío me deprime y al mismo tiempo me llena de esperanza), el presidente Sergio Mattarella confirió el reconocimiento “Alfiles de la República” a 28 jóvenes que durante el último año inventaron formas para ayudar a quienes, durante la pandemia, han sufrido de diversas maneras, o simplemente se ingeniaron formas para hacer de este periodo más seguro.
A todos ellos, en realidad, se les premió su bondad, que durante los días más duros, siempre tuvieron una idea para poder comunicar con sus propios amigos y con su misma comunidad de diversas formas, ya fuera a través de la lectura o invirtiendo su tiempo como voluntarios.
Sorprende la edad de los premiados, pues van de los 9 a los 18 años, pero nunca eso fue impedimento para tratar de hacer de este periodo algo mucho más llevadero.
Jovencitos que como Riccardo Amicuzi (14 años) o Silvia Artuso (9 años) hicieron de la lectura, su arma principal para llenar los largos silencios durante el confinamiento. Silvia, por ejemplo, se registraba a sí misma leyendo las historias y luego las enviaba a sus compañeros de clase todos los días. Riccardo se dedicó a buscar historias de ellos mismos para contar y lograr lo que a veces nos falta: el sentido de comunidad.
O Silvia Cavalleri, que con sus 13 años, nunca abandonó a uno de sus compañeros que sufre alguna discapacidad y le dedicaba horas al día para que no se sintiera solo. Su objetivo, era arrancarle al menos una sonrisa.
O los más grandes como Giulio Carchidi (18 años) o Maria Piera Calandra (16 años), quienes pusieron su empeño y tiempo a favor de las personas más vulnerables y promovieron varias iniciativas como leerles a los ancianos, ayudarles a escribir cartas para después, enviarlas a un familiar o persona querida.
O quienes como Angelo de Massi (18 años), quien entregó toda su habilidad en la computadora, para que ninguno de sus compañeros quedara aislado en la didáctica a distancia. Él además, se dedicó a buscar entre la comunidad computadoras y teléfonos que ya no se utilizaran para que todos en su escuela tuvieran acceso a algún dispositivo.
O Niccoló Brizzolari (18 años), quien con sus propios medios realizó un audiolibro y lo regaló a los ancianos que ya no podían leer por ellos mismos.
El libro que Niccoló eligió es de la autoría de Luigi Pirandello, el dramaturgo, escritor y poeta siciliano que en 1934 ganó el Premio Nobel de Literatura y se llama “Uno, ninguno, cien mil”.
La obra trata sobre la crisis de identidad del protagonista (Vitangelo Moscarda) y su deseo de renacer cada día. Desconozco si Niccoló lo eligió por algún motivo en especial, sin embargo, ante el fin del mundo, podríamos elegir cómo queremos continuar. Cualquier idea gentil siempre se agradecerá.
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
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