San José El Paraíso, en Tehuantepec, es una pequeña comunidad oaxaqueña regida por usos y costumbres, en medio de un paraíso vegetal y caracterizada por un conjunto de cuevas atravesadas por un río, habitadas por seres misteriosos, protagonistas de sus historias
@lydicar
Ésta es una leyenda que la gente relata en San José El Paraíso, en Tehuantepec Oaxaca, una comunidad muy pequeña en medio de un paraíso vegetal y junto a un sistema de cuevas atravesados por el río La Esperanza. El sistema de cuevas tiene tres entradas: El Boquerón, La gruta del Gallo y La Cajonera.
Cuenta la leyenda que una serpiente fue la responsable de la gran inundación de 1944 en lo que ahora conocemos como San José El Paraíso, Oaxaca.
El río La Esperanza serpentea entre las colinas hasta internarse en la caverna conocida como El Boquerón; y ahí es tragado por la tierra. (Apenas una década, se sabe exactamente dónde vuelve a emerger.) Con el agua, La Esperanza arrastra un tesoro: nutrientes de otros lados, de los cerros, tierras y pueblos por los que ha pasado, y los deposita en estas riberas. Por eso la tierra es de primera, a diferencia de las zonas altas de la región, donde, tras una temporada o dos de sembrar maíz, los terrenos quedan yermos. Aquí, la calidad permite que se siembre un año tras otro.
Antes de 1944, ya comenzaban a agolparse a ambos lados del río las milpas y huertas, aunque era poca la labranza y pocos los habitantes. La mayor parte de lo que ahora es San José era monte. Donde hoy se encuentra la plaza y el centro, en ese entonces era puro zacatal.
Pero para 1944, ya vivía una veintena de mixes provenientes de otros pueblos y rancherías cercanos. Algunos huyeron de los jefes de sus pueblos; otros desobedecieron alguna ley. El caso es que San José era considerado un asentamiento de rechazados. Y estos sembraban maíz, frijol, café, plátano. Se hablaba de adquirir el reconocimiento de las autoridades y fundar una agencia municipal. Pero esta idea no era del total agrado en sus pueblos de origen, ya que era percibido como una forma de restar poder a los centros políticos; muchos se habían molestado.
Si regresamos a la leyenda, quizá una de estas personas que se oponían a que San José alcanzara reconocimiento municipal mandó su nahual o el de alguien más a tapar la entrada del Boquerón.
Pero las historias divergen. Algunos vecinos de San José refieren que la serpiente no era propiamente un nahual, sino simplemente un animal que se instaló ahí y creció y creció tanto que tapó el conducto de la cueva; sin embargo, para efectos de este relato, nos quedaremos con la versión de Pedro Figueroa Chávez, de 84 años, y nieto de Saturnino Figueroa –oriundo de la ciudad de Oaxaca–, uno de los fundadores de San José El Paraíso.
En septiembre 1944, recuerda el abuelito Pedro, El Boquerón se tapó, y el agua de La Esperanza inundó “todo el trabajerío de la gente”: el maíz, el café, el plátano se perdieron. Lo tapó “un nahual en forma de serpiente. Porque no tenía por qué taparse”.
Román Flores Figueroa, de 80 años, también recuerda los hechos y aporta otros datos. Ese septiembre del 44 “llovió durante siete días y siete noches”, recuerda el abuelito Román. Pero no se trataba de los grandes diluvios que ocurren ahora, en los que cae mucha agua en poco tiempo, sino de un chipi chipi que acariciaba la tierra por un par de horas, luego escampaba, clareaba un rato, y la lluvia regresaba… así pasaron esos siete días. Entonces, El Boquerón se tapó y se inundaron todas las tierras de labranza, y el agua llegó hasta donde actualmente se encuentra la telesecundaria.
Los señores del pueblo buscaron a un hombre que sabía cosas; que podía, por ejemplo conocer el nahual de una persona con sólo mirarla. Era proveniente de la mixería alta, es decir de los pueblos en el cerro, enemistados con San José.
El hombre que sabía hurgó en sus propios sueños: la manera que tenía para conocer lo que pasaba. Y ahí, en los sueños, vio que una serpiente parecida a un petate había extendido su cuerpo como si fueran alas y tapado el agujero.
El hombre buscó a tres señores que podrían ayudar. Uno que tenía un nahual rayo, otro cometa y otro más, nahual cangrejo. Luego estudió el problema, y concluyó: si mandamos al rayo, éste va a quebrar todo, la cueva, el monte, todo. Lo mismo ocurrirá con la cometa. Entonces mejor mandamos a éste que tiene nahual de cangrejo (en La Esperanza se dan unos cangrejitos pequeños, muy valorados y preciados hasta ahora), porque anda en el río, y con su tenaza va a picar a la serpiente en el ojo, y no la va a matar.
Los señores, el hombre de la mixería alta y aquel que tenía nahual de cangrejo se reunieron de noche en una casa. “Pensaron por muchas horas”. Cuando se levantó el señor, dijo: pues ya está. Vete a ver el agua.
Se dirigieron al boquerón. El nivel del agua había bajado más de un metro. Y en dos o tres días, el cauce había vuelto a la normalidad.
Cinco años después de la gran inundación, en 1949, los pobladores fundaron San José El Paraíso como agencia municipal. El actual agente, Benito Bautista, recalca con orgullo que desde aquel entonces establecieron que su comunidad se regiría por usos y costumbres, así como por el respeto y cuidado de sus raíces mixes (le va picar en el ojo para que se quite, pero no la va a matar).
Así pasaron algunos años en los que la lluvia no fue un problema, la población se multiplicaba, pero aún así, la curiosidad por lo que albergaba al interior del Boquerón y El Gallo aumentaba.
Los vecinos recuerdan que en 1952, unos gringos se metieron por la gruta del Gallo. El Gallo es una bella gruta, de paredes engalanadas por formaciones como si fuera una iglesia barroca. Su entrada está a unos 500 metros del Boquerón (ambas se conectan al interior, en un entramado de pasajes y cuevas que acompañan los trayectos del río). Aquélla está casi siempre inundada y sólo se puede entrar a la oscuridad nadando o en balsa. Sus aguas son tranquilas la gente suele ir a pescar.
“Se metieron en el 52, por la grieta del gallo. Llegaron unos gringos, que vivían y llegó hasta acá. Entonces traían, creo, su aparato, se metieron ahí. Pero como lo vieron, iban a entrar y como hay una piedra enmedio, ¿no? ¿No la ubicas? Dice que ahí lo vio: un gallo y un diablo colorado. Ahí los vio”, relata el abuelito Pedro.
No es la única leyenda que refiere que la gruta del Gallo está custodiada por un nahual gallo. En la actualidad hay quien asegura que en alguna ocasión, mientras pescaba, vio tres gallos volando que entraban a la cueva hasta perderse en la penumbra. El gallo, aquel animal que anuncia un nuevo día, y que la Iglesia vinculó también con aquellos dioses que el cristianismo vetó.
Durante los siguientes años, el Boquerón siguió engullendo agua y los mixes, por su parte, respetaron los misterios que la tierra guardaba. Pero el riesgo de una inundación siempre estuvo presente. Pequeñas inundaciones en el 53, luego en el 63, cuando San José ya contaba con muchos habitantes. La última inundación del siglo XX ocurrió en 1969, después de un chispeo moderado y continuo… hasta 2014, cuando El Boquerón volvió a taparse.
Después de esa fecha no hay registros de inundaciones graves en las siguientes décadas. En cambio, sucedieron otras cosas que han ido modificando la zona. Por ejemplo, los cerros han sido talados para dar lugar a potreros, aunque en la mayor parte han optado por cultivos sustentables; han logrado aglutinarse desde 1982 en la UCIRI, para dar salida a la producción cafetalera. Una cooperativa, por cierto, a la que en su momento el gobierno acusó de estar vinculada a “grupos subversivos”.
San José hace efectivos sus usos y costumbres: asambleas de la comunidad donde se tratan los problemas y se toman consensos; conservación de la seguridad y la no tolerancia a la delincuencia; tequio, el trabajo comunitario que les ha permitido reparar caminos, construir escuela, invitar a personas a que les den cursos y talleres; la conservación de la lengua, las tradiciones mixes y, por supuesto, la conservación de sus propias leyendas locales, como aquella de la serpiente que tapó El Boquerón.
Referencias:
Recopilación de historias en abril de 2014, durante un proyecto de exploración de cuevas coordinado por el espeleólogo Dante Salomo.
Columnas anteriores:
Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).
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