El fracaso de los enterradores

28 septiembre, 2019

La verdad se puede enterrar. Pero siempre sale, convertida en algo más. En lo que se convierta cuando salga, depende de los que estamos arriba, en la tierra, y no en el inframundo.

Twitter: @Lydicar

Hay un cuento de hadas sobre una joven muy pobre, muy bella. Sola en el mundo, que se ve asediada por un hombre. Ella tiene un hermoso cabello rubio, y desesperada por quitarse al  hombre de encima, le obsequia un mechón de cabello.

Él cree que es oro de verdad. No se da cuenta que el obsequio era más bien espiritual. Trata de vender el mechón en el mercado y la gente se burla de él. En un arranque de ira, regresa con la joven, la asesina cobardemente y la entierra en un lugar junto al río.

Nadie sabe qué le pasó a la joven ni dónde se encuentra. A muy pocos parece importarles. Pero su delicado cabello no para de crecer. Crece y crece debajo de la tierra, hasta llegar a la superficie en forma de carrizos.

Los pastores entonces usan aquellos carrizos para hacerse unas flautas, mas cuando las soplan, un murmullo, una voz narra la historia de la muchacha: aquí yace el cuerpo de la bella, cobardemente asesinada.

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Hay otra historia parecida, firmada por los hermanos Grimm: un niño pequeño que es asesinado por su madrastra. Una parte de sus restos son dados a comer por la progenitora al padre y la hermanita de la víctima. Otra es enterrada bajo un árbol. Pero cada noche, un gorrión se posa sobre una rama del árbol y canta: mi madre me mató.

La verdad se puede enterrar. Pero siempre sale, convertida en algo más. En lo que se convierta cuando salga, depende de los que estamos arriba, en la tierra, y no en el inframundo.

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Los mayas y los nahuas tenían ideas más o menos parecidas de lo que ocurría con una persona al morir: su cuerpo se deshacía; es decir, regresaba a su origen: el maíz (la tierra). Y las diferentes almas que animaban a esa persona (la idea de tener una sola alma en realidad es una idea occidental. En Mesoamérica cada persona tenía un mosaico de alientos y almas) regresaban también de donde provenían: los aspectos divinos, a los dioses, los animales, a lo propio; lo demoníaco, también. Y aquel aspecto o alma humana descendía al inframundo.

Inframundo

En el inframundo, esa alma iba despojándose de sus recuerdos de vida. Algunos dicen que ese olvidar se realiza mediante tormentos. Otros, mediante o travesías, viajes larguísimos, riesgosos, odiséicos. 

Durante ese viaje hay algo que sostenía esa alma: sus deudos. Los seres que siguen vivos y respirando en esta tierra, porque, al igual que los hinduistas, los mesoamericanos pensaban que el lugar de acción y de cambio de rumbo no es ni en el cielo ni el inframundo, sino aquí: el intermedio.

Los familiares y seres queridos, entonces rezan, o realizan rituales, o acompañan y dan energía a esa persona que ha partido a un viaje tan importante. Sólo ellos pueden darle la energía suficiente para que mantenga un  poco de su memoria.

Volver

Esa alma, esa semillita, ese fragmento del espíritu humano estaba lista para ascender, una vez pasado cierto tiempo. Esa alma, un ser nuevo, un recién nacido sin memoria alguna, o con memoria, si lograba tener la energía necesaria, ascendía al sol, a ser uno con la parte más luminosa de las divinidades. Y ahí esperaba  renacer de nuevo. 

“Nos quisieron enterrar, pero no sabían que somos semilla”.

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Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).

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