La sensación de dejar un país, pero sobre todo, una ciudad en la que pasamos diez años de nuestra existencia, donde formamos y vimos crecer a nuestra familia, donde nacieron mis hijos y donde nos tocó vivir el inicio de esta pandemia, con todo lo que ello significa, no ha sido fácil.
Cynthia Rodríguez
Hace casi un año, cuando en toda Italia declararon la primera Zona Roja de Europa y Occidente y las escuelas cerraron, hubo un evento en casa que nos hará recordar el inicio de la emergencia sanitaria que, pocos días después la llamaríamos pandemia: la caída de los primeros dientes de mis hijos gemelos.
Primero empezó uno y al día siguiente el otro. Ambos con poco más de seis años de edad, llevaban pocos meses que recién habían entrado a la primaria y comenzaban a leer, escribir, conocer los números y todo lo que cualquier niño debe aprender durante el primer año.
De un momento a otro, todos dejaron de asistir a las escuelas y días después comenzaron con lo que hoy conocemos como “didáctica a distancia” y a pasar gran parte del día frente a una computadora.
Seis meses sin escuelas, sin compañeritos con quien jugar o hacer travesuras. Seis meses sin las estampitas que ponen las maestras cuando los pequeños hacen bien las cosas, seis meses sin regaños por no haber puesto atención. Horas y horas tratando de hacer coincidir a todos en un espacio virtual que, hasta ese momento, era desconocido.
Por fortuna, como en muchas otras situaciones en Italia, la sociedad se movilizó y aún con todas las malas noticias en curso, hubo siempre una conciencia de que, al menos, los niños más pequeños regresaran a las aulas, pues no era sólo regresar por regresar, lo tenían que hacer en completa seguridad.
Las manifestaciones, primero a través de las redes sociales, seguidas por plantones en las principales ciudades de Italia, comenzaron y no se detuvieron.
El volver a las escuelas fue básicamente un triunfo de las madres de familia que, sin pertener a asociaciones o grupos, tuvimos claro que verlos de nuevo en sus centros escolares era lo mejor que podía pasarle a nuestros hijos.
El deseo se convirtió en realidad desde septiembre pasado cuando inició el nuevo ciclo escolar. Todos los niños, desde preescolar hasta primero de secundaria asisten regularmente a las escuelas. Claro que ha habido contagios, pero son menores, y se enfrenta todo con menos miedo y un mayor control sanitario.
El gobierno invirtió millones de euros para asegurar la distancia entre los estudiantes, para que estuvieran en bancas separadas, que contaran con mascarillas todos los días y que en cada centro haya gel desinfectante.
Hoy a casi un año de distancia y cuando los contagios han regresado con tanta fuerza, los médicos familiares cuestionan si no hubiera sido mejor haber invertido también en pruebas periódicas para tener mayor control sobre los contagios en las escuelas. Ya han comenzado a alzar sus voces para que sus propuestas también tengan peso en la ‘nueva normalidad’, pues es claro que la vida debe continuar.
Como creo que ha ocurrido en todo el mundo, cada gobierno fue tomado por sorpresa ante todo lo que ha significado esta pandemia, y cada quien reaccionó como pudo.
Ahora, sin embargo, Italia vive, además, una crisis de gobierno donde muchas cosas han quedado en suspenso. Cayó el gobierno de Giuseppe Conte y hace algunos días Mario Draghi (ex gobernador de la Banca de Italia y ex presidente de la Banca de la Comunidad Europea) aceptó formar uno nuevo, siempre y cuando todas las fuerzas políticas se puedan poner de acuerdo para coincidir en las prioridades del país.
Por esas cosas de la vida y después de casi 14 años de vivir en Italia, llegó un cambio personal casi tan repentino como el Covid y como la caída del gobierno.
La sensación de dejar un país, pero sobre todo, una ciudad en la que pasamos diez años de nuestra existencia, donde formamos y vimos crecer a nuestra familia, donde nacieron mis hijos y donde nos tocó vivir el inicio de esta pandemia, con todo lo que ello significa, no ha sido fácil.
Estos últimos días hemos tenido que hacer las cuentas con nosotros mismos. Sopesar, elegir, evaluar, dejar atrás… cerrar.
Un cambio significa siempre todo esto, pero cuando se multiplica por los miembros de cada familia, los riesgos, los miedos y las emociones se multiplican.
Antes de la despedida, mis hijos volvieron a perder otros dientes. Ya estábamos en medio del caos que significa una mudanza y un cambio de vida, así que sus dientitos entre mis manos fueron el aviso de que el tiempo en Milán estaba llegando a su fin.
No pudimos hacer fiestas ni despedirnos de tantos amigos que durante todos estos años estuvieron presentes. El covid también nos quitó los abrazos y los besos, pues además hace una semana, Lombardía era aún Zona Roja y eso nos dejó con las ganas de poder reunirnos con personas queridas fuera de nuestra ciudad.
Sin embargo y a pesar de todas estas cosas en contra, siempre hubo quien se las ingenió para hacernos sentir especiales y hasta un poco inolvidables.
Con videollamadas, encuentros de prisa, mensajes que fueron volando a nuestro encuentro que llegaban casi tan cálidos como un abrazo en vivo.
Pero hubo otra cosa que marcó como en todo este tiempo la diferencia y siguió siendo el hilo conductor para no perder la paciencia y la esperanza: las escuelas.
Fueron justo las maestras de mis hijos quienes se encargaron de hacer de este cierre de ciclo algo inolvidable para todos nosotros, porque hacer sentir especiales e importantes a los niños, mis niños, fue el mejor regalo que pudimos recibir como familia para cerrar un ciclo y empezar una nueva vida.
A mí no me queda más que agradecerles a ellas, a los amigos, a nuestra familia, a la ciudad y al hermoso país que es Italia, su generosidad, sus sorpresas, su enorme belleza que, junto con los aprendizajes de todos estos años, nos prepararon incoscientemente para lo que vendrá. Pero esa será otra historia…
Periodista mexicana radicada en Italia, donde ha sido corresponsal para varios medios. Autora del libro Contacto en Italia. El pacto entre Los Zetas y la '
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona