En el sur de Jalisco, la expansión masiva de plantaciones aguacate ha sustituido a la agricultura tradicional. Las ganancias del boom aguacatero no han llegado a las comunidades, donde ya se empiezan a percibir también efectos negativos sobre los bosques y el agua
Texto, fotos y video: Cristian Rodríguez Pinto.
Gráficas: Arturo Contreras Camero
TUXPAN, JALISCO.- La voz en el teléfono se identificó como El comandante de la zona: “Asómate, cabrón. Tengo un convoy dando un rondín esperando a que salgan. Mira, la verdad no queremos hacerle nada malo a tu esposa ni a tu niña. Es muy fácil: aprovecha y arregla tus tierras”. El campesino colgó.
Era abril de 2012. Un mes atrás, Odilón – a quien llamaremos así para proteger su identidad – había acudido a una cita en la casa ejidal de este municipio al sur del estado de Jalisco con tres corredores, como le dicen a personas que se dedican a comprar y vender tierras de cultivo. En el lugar, bajo la mirada de un Emiliano Zapata, se encontró con otros seis ejidatarios.
Los tuxpanenses se sentaron en hilera. Uno de los compradores arrimó dos elegantes botellas de wiski y una más de tequila a una mesa en la que había cacahuates, mientras otro se apoyó de una exposición en Power Point para persuadir a los campesinos de seguir el hilo negro que los haría millonarios: rentar sus templadas tierras al pie del Nevado de Colima para cultivar aguacate.
Odilón, quien siempre pronuncia la palabra madre antes de decir tierra y siembra maíz, frijol y calabaza desde chamaco, escuchaba las ideas del expositor: que el maíz es un cultivo perezoso, que ellos les pagarían en dólares y que había que firmar un contrato por 25 años.
El campesino permaneció escéptico, sin aceptar trago ni botana. De repente, una diapositiva exhibió una fotografía satelital de sus tierras. Aunque amorfa, la parcela de Odilón estaba cuidadosamente delimitada por una línea gruesa.
“Su tierra mide esto. Por eso a usted le vamos a dar 12 mil dólares al año”, cuenta que le dijeron.
Odilón comenzó a sentir un calambre en el estómago. Se preguntaba cómo estos extraños habían conseguido tanta información de su persona. El colmo fue cuando el expositor mencionó que la oferta incluía dos puestos de capataz para que cada ejidatario supervisara el cultivo de aguacate en su terreno. Es decir, ser empleado en su propia tierra.
Odilón se levantó, se despidió y se fue a su casa con una tarjeta en la mano “por si cambiara de opinión”.
Esa primavera de 2012, durante al menos un mes, Odilón y sus compañeros que tampoco rentaron sus tierras recibieron llamadas telefónicas para intentar convencerlos; unas de amables corredores y otras de intimidantes comandantes.
No fueron los únicos ejidatarios. La presión para negociar las tierras se extendió en otros municipios de la región.
Así fue como comenzó el auge del “oro verde” que presume el gobierno estatal.
La reforma al artículo 27 constitucional impulsada por el ex presidente Carlos Salinas de Gortari permitió que los ejidatarios renten o vendan sus porciones de tierra a particulares, aunque no pertenezcan al ejido (antes de eso, el destino de la tierra solía decidirse en asamblea comunitaria). Y después de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Departamento de Agricultura de Estados Unidos abrió las puertas a las importaciones de aguacate mexicano, pero únicamente a las plantaciones del estado de Michoacán.
En el inicio del milenio, los fans del guacamole en la Unión Americana comenzaron a crecer y los aguacateros michoacanos sintieron que estaban descuidando el mercado nacional. Echaron el ojo a la región vecina, que va del suroeste del Lago de Chapala hasta el volcán de Colima.
Así, la demanda nacional pasó a depender del sur del estado de Jalisco, que desde hace unos años también exporta aguacates a Europa.
Pero no sólo fue el clima agradable y la altitud de la tierra lo que incrementó la atracción de los aguacateros michoacanos por esta región, sino una amplia gama de incentivos gubernamentales guiados por las leyes del mercado. Algo así como una alfombra roja para que llegue y sobreviva el más fuerte, explica Alejandro Macías Macías, investigador de la Universidad de Guadalajara (UdeG).
En 2007, la superficie sembrada con aguacate en Tuxpan, el municipio donde habita Odilón, era de 154 hectáreas. Para 2016, ya era el quinto municipio con más plantaciones de aguacate en todo Jalisco: 960 hectáreas, según datos de la página web de la Oficina Estatal para el Desarrollo Rural Sustentable de Jalisco.
La mayoría de los ejidatarios que rentaron o vendieron sus tierras para plantaciones de aguacate solían sembrar maíz. Ahora, en vez de ir al campo con sombrero de paja y pantalón de mezclilla, varios de ellos rompen el paisaje boscoso tapados con cubrebocas y vestidos con overoles blancos que les cubren desde el talón hasta la frente. Todo para evitar el contacto con las sustancias que sus nuevos patrones les proveen para rociar la cosecha, describe Odilón.
Este campesino, aferrado a su cosecha tradicional, donde utiliza muy pocos químicos, tiene dificultades en su siembra desde que su parcela quedó en medio de dos huertos sembrados con una especie de aguacate llamado persea americana. Desde entonces las plagas de insectos, roedores y animales son cada vez más frecuentes en su terreno.
La expansión del aguacate no ha sido exclusiva en Tuxpan. Este fenómeno se reprodujo en los 26 municipios del sur que forman la zona de producción aguacatera del estado, donde la superficie plantada pasó de mil 678 a 18 mil 131 hectáreas en diez años.
En estos municipios, el valor total de producción aguacate en 2016 fue de mil 608 millones de pesos y superó por 288 millones el valor de producción del maíz en la misma zona.
Y la Oficina Estatal para el Desarrollo Rural Sustentable de Jalisco valúa la tonelada de aguacate alrededor de los 15 mil 700 pesos; mientras que la tonelada de maíz grano, o elote, en mil 800 pesos.
“A los que nos negamos a rentar, todas estas situaciones se nos juntan. Es como si todo nos orillara a rentar nuestras tierras, a dejarlas de sembrar”, dice Odilón, quien además lamenta que los miembros del ejido ya no estén tan unidos como antes.
En realidad, para él es económicamente imposible producir aguacate: tendría que invertir hasta 300 mil pesos por hectárea, poner un sistema de riego y esperar ocho años para comenzar a cosechar y ver ganancias.
Una segunda opción es aceptar la oferta de los corredores para rentarles su tierra por un período no menor a 25 años, o de plano, venderla.
Pero las ganancias que deja el espectacular auge del “oro verde” no circulan en la región como debería de ser, apunta Alejandro Macías quien ha estudiado el fenómeno del acaparamiento de tierras para la agroindustria. En su libro La agroindustria del aguacate en el sur de Jalisco, documenta cómo un solo productor, de los mil 152 registrados en la región en 2012, poseía el 11 por ciento de la superficie plantada.
En entrevista, el investigador insiste en que con la reforma de Salinas no sólo se liberaron las tierras, también se corrompió la organización interna de las comunidades ejidales al permitir la concentración de tierras en manos de quienes más tienen.
Así, aunque el maíz forma parte de la dieta básica y la cultura de los habitantes de la región, al estar a su suerte, la mayoría de los ejidatarios no ha resistido las ofertas de los intermediarios de empacadoras extranjeras, que son “las grandes ganadoras del negocio”, dice Macías.
Según el investigador, empresas empacadoras ya asentadas en el sur de Jalisco como Calavo Growers, Grupo Frutícola del Nevado, Cooperativa Great Avo y Mevi Aguacates de Calidad, que exportan el fruto principalmente a Japón, Francia y Canadá, y distribuidoras como grupo Walmart, se quedan hasta con 70 por ciento del dinero que produce el aguacate de la región.
“El negocio como tal se queda gran parte en manos de actores extranjeros, o de actores nacionales relacionados fuertemente con el extranjero, más que en actores locales”, dice Macías.
En cambio, advierte, los aguacateros locales que logran cosechar por su propia cuenta y venden su producto a las empacadoras extranjeras, son quienes corren peores riesgos: que el costo del aguacate se precipite, que las empacadoras antepongan sus intereses “extra regionales” y, el riesgo más alto, “el detrimento de recursos naturales claves para la sustentabilidad del territorio”.
Pero el gobernador priísta Aristóteles Sandoval Díaz parece no reparar ante los riesgos de la siembra extensiva del “oro verde”. Por el contrario, el aguacate se ha vuelto el ícono de su política agrícola y slogan de su gobierno: “Jalisco, el gigante agroalimentario de México”. El año pasado, incluso, asistió a Concepción para atestiguar el record Guinness por el guacamole más grande del mundo.
No sólo los campesinos tradicionales se ven afectados, el medio ambiente también empieza a pagar las facturas de la siembra extensiva de aguacate. Entre 2009 y octubre del 2017, la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial de Jalisco (SEMADET) registró tres mil 952 incendios forestales, de los cuales, 428 fueron causados intencionalmente; poco más de la mitad ocurrieron en los municipios aguacateros al sur de la entidad.
En ocho años, los incendios forestales intencionales en el sur de Jalisco han arrasado cuatro mil 633 hectáreas de arbustos y arbolado adulto, un área equivalente a más de mil 600 de estadios de futbol quemados.
Los ejidatarios consultados coincidieron en que buena parte de los incendios forestales intencionales son causados porque los propietarios de terreno boscoso quieren deshacerse precisamente del bosque para instalar ahí sus plantíos de aguacate. Dicen que cuando el área está quemada, los dueños pueden conseguir el cambio de uso de suelo de forestal a agrícola más rápido ante la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat).
De ser cierta la afirmación de los ejidatarios, la quema del bosque no sería la única manera ilegal de preparar el terreno plantar aguacate en el sur de Jalisco:
En 2017, personal de la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) encontró y clausuró 129.5 hectáreas de plantíos de aguacate que carecían de autorización de cambio de uso de suelo. La dependencia contabilizó 32 mil 686 arbolitos de persea americana plantados en donde calculó que 9 mil 463 árboles de pino y encino fueron talados y desenraizados con maquinaria pesada. En inspecciones realizadas entre 2003 y 2016, la Profepa encontró que 11 mil 540 hectáreas de bosque fueron modificadas irregularmente, según el expediente PFPA/5.3/12C.6/0000710-17, obtenido vía transparencia.
A pesar de ello, la Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delitos Forestales (SEIDF) de la Procuraduría General de la República (PGR) sólo tiene registro de una carpeta de investigación iniciada por cambio de uso de suelo no autorizado en el estado de Jalisco, pero esta no corresponde a ningún municipio de la región sur sino a Tomatlán, en la costa, y fue abierta en el año 2016 según el oficio PGR/UTAG/DG/000674/2017, obtenido también vía transparencia.
De acuerdo con el oficio PGR/UTAG/DG/000675/2017, del año 2000 a agosto de 2017, ninguna persona fue detenida por cambiar el uso de suelo sin autorización, de forestal a agrícola, en el sur de Jalisco.
En la región que inspiró a personajes ilustres como Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Clemente Orozco y el Dr. Atl, la expansión de la agroindustria del aguacate no sólo se hace sentir en los ejidos y el bosque, también en las reservas de agua.
Claudia Castañeda Saucedo y Carlos Gómez Galindo, investigadores de la UdeG, estiman que en la primera década del siglo XXI sólo 5 por ciento de la superficie que actualmente ocupa el aguacate disponía de algún tipo de riego artificial, mientras que hoy, el 85 por ciento de la superficie plantada es regada por goteo, micro aspersión o con mangueras.
Esto representa una cuantiosa y constante extracción de agua del subsuelo. Según estudios de disponibilidad de agua subterránea realizados por la Comisión Nacional del Agua (CONAGUA), el acuífero Ciudad Guzmán, que abastece a los municipios de Zapotlán el Grande, Tamazula de Gordiano, Zapotiltic y Tuxpan, perdió más de 123 millones de metros cúbicos de agua entre 2009 y 2015.
Hoy, este acuífero que dota a más de 210 mil habitantes tiene un déficit mayor a los 20 millones de metros cúbicos.
El acuífero Ciudad Guzmán no es el único de la región en números rojos. Según la Conagua, los acuíferos Aguacate, Colomos y Valle de Juárez, que están en las entrañas de los municipios de Gómez Farías, Santa María del Oro, Mazamitla, Jilotlán de los Dolores, Pihuamo, Tecalitlán y Valle de Juárez suman un déficit de 988 mil 391 metros cúbicos: casi un Estadio Azteca lleno de agua.
La Conagua estima que el 87 por ciento del agua extraída a dichos acuíferos se ha destinado a la agricultura.
En Tuxpan habita una mujer cuya infancia transcurrió entre granos de maíz y cuyo oficio es conocer y aprovechar la biodiversidad de la flora para curar: María de Jesús Patricio Martínez, la vocera del Concejo Indígena de Gobierno que busca una candidatura independiente a la presidencia del país. Es la única figura pública de la región que se ha pronunciado contra las afectaciones al medio ambiente ocasionadas por la fiebre del “oro verde”.
Resguardados por la escultura de la Tzapotlatena, deidad náhuatl en forma de mujer que sale de una mazorca, el 16 de enero del 2017, un numeroso grupo de empresarios y funcionarios públicos de los tres niveles de gobierno vitoreó y dio el banderazo de salida a cinco camiones con un cargamento de 100 toneladas de aguacate. Salían de Ciudad Guzmán rumbo a Reynosa, Tamaulipas.
Al llegar a la frontera, a los traileros de las empacadoras Grupo Roquín, Avo Select, Mevi Aguacates de Calidad y Grupo Cerritos se les notificó que no podían ingresar a Estados Unidos porque se había cancelado el contrato de exportación de aguacate jalisciense a Estados Unidos. El cargamento fue redestinado a México y Canadá.
Esa fallida travesía para penetrar el mercado estadounidense prolongó la espera de las empacadoras asentadas en el sur de Jalisco por tener ingresos en dólares, y también contuvo la velocidad con la que los bosques del sur de Jalisco están siendo convertidos en huertos de aguacate, pero sólo por el momento, explicó en entrevista Macías Macías.
“La realidad es que la demanda mundial de aguacate va a seguir creciendo”, dice el investigador, quien augura que tarde o temprano la frontera estadounidense se abrirá para el aguacate jalisciense, o que los habitantes de China incrementarán su apetito por la fruta que hoy consideran ‘exótica’. “Eso representaría un boom tremendo”.
Odilón ve con tristeza que muchos de sus paisanos no hayan apostado por conservar su tierra. Estima que, en la última década, más de la mitad de los ejidatarios de Tuxpan han rentado o vendido sus parcelas. Está convencido de que la única forma de detener la expansión aguacatera es sembrar en la cabeza de los niños la semilla de la conciencia y mantiene la esperanza de que los que se negaron a negociar aguanten la seducción del dinero
“Me imagino que nadie vende a su madre. Así es como cuidamos nosotros. Nosotros no vamos a hacer eso. Es como vender a nuestra propia madre. La tierra no se vende porque de ahí nacimos y ahí vamos a morir”, dice el ejidatario.
“Este trabajo forma parte del proyecto Pie de Página, realizado por la Red de Periodistas de a Pie. Conoce más del proyecto aquí: https://piedepagina.mx«.
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