La cinta cuenta la hazaña de un personaje romántico. Un hombre obsesionado con llevar la ópera a la selva; para lograrlo se propone hacer cruzar un barco sobre una montaña. En el diario de filmación, Herzog narra parte de su epopeya
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Esta fue es la segunda película de Werner Herzog en la Amazonía. La primera, Aguirre, la Furia de Dios (1972), cuenta la historia de la expedición de Francisco de Orellana y el descubrimiento europeo del Amazonas. Años después, Herzog volvió a la selva para filmar Fitzcarraldo (1982), la hazaña delirante de un soñador, inspirada en el descubrimiento del Istmo Fitzcarrald.
La Amazonia es la selva tropical más grande del mundo, un sitio indómito y voraz, donde sus poblaciones viven sometidas a los avatares de la jungla. La fiebre del caucho iniciada en el siglo XIX provocó que algunos magnates construyeran edificios estrafalarios. Sitiados por el paisaje agreste se yerguen edificios renacentistas ornamentados de lo más rococó, como el Teatro de Manaos.
Este choque estético ambienta la película, como si la humanidad hubiese pasado sin escala de la prehistoria a la versión más frívola de la modernidad. Entre tribus semidesnudas, los barones del caucho se pasean en fracs, abochornados por el calor tropical.
Werner Herzog creó ahí a Fitzcarraldo (Klaus Kinski), un personaje que ha acabado con su prestigio por sus descabellados fracasos; un tren transamazónico, una fábrica de hielo.
Después de asistir a una presentación del tenor italiano Enrico Caruso en el Teatro de Manaos, en Fitzcarraldo nace una nueva obsesión: construir un gran teatro en Iquitos, Perú, para llevar al mejor cantante de ópera del mundo.
Pero la construcción del teatro no encuentra patrocinadores y Fitzcarraldo idea obtener recursos de la extracción del caucho de una zona aparentemente inaccesible. El protagonista planifica navegar el Pachitea y pasar un barco por arriba de una montaña para llegar al preciado caucho que lo hará millonario.
Fitzcarraldo no es un barón del caucho, sino un soñador extraviado en un mundo de pirañas. En el filme se confiesa: “no soporto a los dandis que piensan que con dinero lo pueden comprar todo”.
Para filmar la epopeya de Fitzcarraldo, Herzog se convirtió en el personaje de su película. En el diario de filmación, llamado La Conquista de lo Inútil, Herzog narra parte de su epopeya.
En los inicios la película, los ejecutivos de la 20th Century Fox daban por sentado que para la grabación se utilizaría un barquito de plástico por encima de una colina dentro de un estudio o un jardín botánico. Pero Herzog se aferró a su idea: “la obviedad que no se discute es que tiene que tratarse de un verdadero barco de vapor sobre una montaña de verdad, pero no por una cuestión de realismo sino por estilizar un gran evento operístico”.
El barco se convierte en el vehículo de una quimera: el transporte que llevará a Caruso a la Amazonas; el medio que llevará la película de Herzog a la historia.
Como dice Molly, la amante de Fitzcarraldo: “Solo los soñadores mueven montañas”.
Fitzcarraldo navega entre brumas, pero cuando la tripulación es consciente del descabellado plan abandona la embarcación. El soñador queda solo, igual que, de a poco, Herzog es abandonado en su absurda aventura.
El primer personaje de Fitzcarraldo lo hizo Mick Jagger, pero renunció cuando buena parte de la cinta estaba hecha por los retrasos en los tiempos de filmación.
Ingenieros, actores, financiadores desembarcaron al desmesurado proyecto que se prolongó cuatro años. El cineasta Les Blank acompañó a Herzog y filmó un documental sobre las peripecias de la película llamado Burden of Dreams (1982).
En la película, a Fitzcarraldo lo salva una tribu amazónica que en un principio se muestra amenazante, pero luego se rinde a la magia del gramófono y la música. Los nativos son movidos por una convicción propia. El barco retoma su aventura para cruzar una montaña.
La imagen es hermosa: un gigante barco de vapor llamado Molly Aida remonta con un sistema de poleas una montaña selvática. Enrico Caruso canta “O Mimi, tu piu non torni” en un gramófono, Fitzcarraldo vive en éxtasis. Entre lodos, el barco cruje y se eleva. La escena parece más bien una ilusión. La embarcación de 300 toneladas logra cima. “La vida es una ilusión, tras la cual está el mundo de los sueños”, dice Fitzcarraldo.
El soñador logra que un barco cruce la montaña. Sisifo triunfa. Pero cuando Fitzcarraldo duerme en la tranquilidad de su proeza ganada, los indios desatan el barco en el río y lo hacen estrellarse en los rápidos. Lo entregan al río como forma de sacrificio a sus dioses.
Fitzcarraldo solo obtiene una victoria a medias, su empresa del caucho fracasa. Pero vive con la satisfacción de su hazaña.
En el diario, Herzog escribe sobre el sentimiento que le deja la demasía de levantar un barco sobre la montaña: “no hubo ningún dolor, ninguna alegría, ninguna excitación, ningún alivio, ninguna sensación de felicidad, ningún sonido y tampoco ningún respirar hondo. Solo hubo comprensión de una gran inutilidad, o mejor, yo había entrado más profundamente en su reino misterioso”.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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