Victoriano Huerta pasó a la historia como un traidor, el asesinato de Francisco I. Madero y su gobierno tiránico intentaron quebrar el movimiento revolucionario. Pero el apodado Chacal nunca estuvo solo, hubo gente que lo siguió y apoyó
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Francisco I. Madero llegó al poder en medio de una euforia popular, pero en tan solo unas semanas aquel apoyo quedó disipado. La gente pretendió que, en apenas unos meses, el porfiriato de más de 30 años quedara sepultado. La presidencia débil de Madero se fue quedando sola por el desencanto; los militares, los intelectuales y la gente lo abandonaron.
El Apóstol de la Democracia gobernaba en un ambiente hostil, las conspiraciones en su contra se fraguaban en todos lados. Madero fue incapaz de advertir lo que tenía enfrente. Las clases medias y altas añoraban los aires porfirianos. Pero también importantes intelectuales se terminaron germinando un ambiente propicio para la reacción. José Juan Tablada, Urbina y Federico Gamboa, integrantes de la Revista Moderna, también se voltearon en contra del nuevo régimen. Una comisión del Senado urgió al presidente en turno a presentar su renuncia, la prensa atizaba todos los días.
Un general del ejército que había pasado inadvertido, afamado por su implacable participación en contra de las revueltas mayas y contra la tribu Yaqui terminó por encarnar aquel golpe. Pero Victoriano Huerta apareció primero como un hombre cercano a Francisco I. Madero, el militar se mostró como un aliado en el llamado cuartelazo, cuando en febrero de 1913 el general Manuel Mondragón y el sobrino del dictador Porfirio, Félix Díaz intentaron tomar Palacio Nacional e iniciar la sublevación contra Francisco I. Madero.
El levantamiento fue sofocado por la guarnición de Palacio Nacional. Francisco I. Madero también se presentó en el centro de la Ciudad de México para enfrentar a los porfiristas, pero el tiroteo lo obligó a refugiarse en un local de la calle San Francisco (hoy Francico I. Madero). Ese día Madero apareció en el balcón del establecimiento mientras era vitoreado por una pequeña muchedumbre de seguidores, en la fotografía aparece rodeado de varios colaboradores de su gobierno y de Victoriano Huerta, su futuro asesino.
La batalla de la reacción se concentra en la Ciudadela, donde se acuartelan y enfrentan al ejército maderista. En ese momento Huerta era el general encargado de la Ciudad de México, el hombre da una batalla a medias contra los supuestos enemigos. Madero hace oídos sordos a los rumores de que Huerta permite el abastecimiento de armas y el abasto de comida.
Adentro de la Ciudadela no solo había soldados, el empresario Cecilio Ocón, dueño del Hotel Majestic de la capital, sirvió como enlace entre comerciantes de la capital y los sublevados. Incluso, el Majestic les sirvió como almacén de armas.
El enfrentamiento se prolonga por varios días, la operación para encontrar a los alzados es un desastre. A pesar del dudoso liderazgo de Huerta, Madero lo confirma en el cargo.
En esos días otro personaje conspiraba contra el gobierno de Madero. El embajador de Estados Unidos en México, Henry Lane Wilson, tuvo varios desencuentros con el nuevo régimen, sobre todo, porque no pudo congraciarse con el gobierno de Madero para hacer negocios. El diplomático utilizó la embajada de su país como centro de reuniones, ahí pactó con Félix Díaz y con Victoriano Huerta el derrocamiento de Madero. Además, se pactó que el embajador apoyaría a Victoriano Huerta en caso de que llegara al poder. El Pacto de la Ciudadela sería decisivo para la historia de México.
En los días previos al asesinato de Francisco I. Madero, un grupo de personas llegó a la casa del revolucionario ubicada entre las calles Liverpool y Berlín de la colonia Juárez para prenderle fuego. La vivienda quedó destruida, la familia Madero se refugió en la embajada de Japón.
En medio de una ciudad caótica, Francisco I. Madero es detenido junto con el vicepresidente José María Pino Suárez, ambos fueron obligados a renunciar a sus cargos. El secretario de Relaciones Exteriores Pedro Lascuráin tomó el poder y nombró como secretario de Gobernación a Victoriano Huerta. Lascuráin renunció 45 minutos después para ceder el lugar al tirano.
Cuando Francisco y Gustavo Madero son asesinados la funeraria Gayosso se niega inicialmente a trabajar para la familia con el pretexto que debían pagar por adelantado el servicio; sin embargo, éste finalmente se llevó a cabo. En realidad, la empresa era antimaderista.
Victoriano Huerta hizo un intento por devolver el orden porfirista al país, para ello redobló la militarización. Huerta no solo se deshizo de Madero, sino que se dedicó a aniquilar el primer gobierno democrático de México. El tirano vivió en un estado de paranoia constante, despachaba desde su Cadillac, solo comía fritangas en la calle, para no ser envenenado.
Se sabe que era un hombre muy lúcido, también demasiado bebedor y mariguano. Él mismo decía que odiaba a todos los extranjeros a menos que se apellidaran Martell o Hennessey (como las marcas de coñac). Se dice que el hombre a veces se fingía borracho para espiar a quien lo rodeaba.
Después de unos meses en el poder un nuevo movimiento revolucionario obligó a Huerta a renunciar. Antes de huir, el tirano se dedicó a quemar archivos que lo comprometían en asesinatos y negocios, se dice que la calle de Moneda del Centro Histórico amaneció llena de ceniza y papeles quemados cuando se fugó el golpista. Huerta también se robó 2 millones de dólares.
El hombre se exilió en Texas, un año después fue detenido por mantener una activa participación política con el Imperio Alemán, en ese entonces enemistado con Estados Unidos. El tirano murió de cirrosis el 13 de enero de 1916.
Cronista interesado en la historia y autor de la columna Cartohistoria que se publica en Pie de Página, medio del que es reportero fundador. Desde 2014 ha recorrido el país para contar historias de desigualdad, despojo y sobre víctimas de la violencia derivada del conflicto armado interno. Integrante de los equipos ganadores del Premio Nacional Rostros de la Discriminación (2016); Premio Gabriel García Márquez (2017); y el Premio Nacional de Periodismo (2019).
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