Construir una nueva relación con el planeta debe centrarse en sanarlo y en sanar a nuestras sociedades, en los cuidados mutuos y no en la dominación, en la restauración y no en la explotación. Por eso el movimiento ambientalista debe ser feminista
Twitter: @eugeniofv
La defensa del medio ambiente pasa necesariamente por la derrota del patriarcado. Son las mujeres en campos y ciudades quienes más directamente sufren la degradación del entorno y las constantes crisis en materia de recursos naturales. Al tiempo, son ellas quienes ocupan la primera línea en la lucha contra los depredadores, contra el extractivismo y por la construcción de un mundo más sustentable. Además, sin construir una relación distinta con el planeta —una menos marcada por el afán de dominación, por la competencia y por el machismo— no será posible conseguir ni un mundo más justo para todas y todos, ni un futuro en armonía con la naturaleza.
En muchísimas sociedades del planeta —y ciertamente en la mexicana— el sostén natural de los hogares es manejado por mujeres. Son ellas quienes están a cargo de conseguir agua para sus casas, sea acarreándola desde lejos o asegurándose de que les sea provista. Son ellas también quienes deben entrar a bosques y selvas a recolectar leña para cocinar y calentarse. Estando ellas también a cargo de los cuidados, son también quienes conocen los ecosistemas forestales más allá de los árboles, quienes saben de hierbas y arbustos, quienes saben sanar con ellas.
Todo esto hace que sean ellas también quienes padecen con más dureza la violencia vinculada al extractivismo y quienes con mayor fuerza se le oponen. Sea en el movimiento Chipko (cuyo significado en hindi es “abrazo”) que en los años setenta y ochenta salvó los bosques del norte de India de la tala indiscriminada, o en las selvas latinoamericanas, donde el ejemplo de Berta Cáceres es seguido por miles y miles de mujeres, llevan la carga del activismo en igual proporción que los hombres.
Siendo quienes más cerca están de la naturaleza, son también quienes más sufren en carne propia las embestidas del patriarcado y la violencia de género relacionada con el medio ambiente tiene muchas aristas y dimensiones. Por ejemplo, cuando el extractivismo se apodera de un lugar y lleva hasta ahí a su fuerza laboral, masculina en prácticamente su totalidad, trae consigo un fuerte aumento en la trata de personas y en la prostitución forzada. La degradación de los recursos naturales, por otra parte, provoca mayores tensiones en los hogares y aumenta la posibilidad de que sufran violencia doméstica.
Las mujeres son también las víctimas de los esfuerzos de conservación que se hacen sin manos sobre el terreno y basándose en tecnologías. En India, por ejemplo, se ha documentado cómo los guardias forestales y personal de ONG usan fotografías de mujeres captadas por las cámaras trampa instaladas para monitorear a los tigres y luego son chantajeadas con las imágenes.
Por todo esto, asumir la agenda feminista como propia no es solamente una cuestión de matiz para el movimiento en defensa del planeta ni solamente de justicia elemental (aunque también lo es): hacerlo es una condición fundamental para su éxito. Además, en el feminismo el ambientalismo encontrará una fuente de propuestas y una lógica portentosa para articular esfuerzos y dar nuevos bríos a la lucha. Como ha dicho Vandana Shiva entre otras muchas, la relación depredadora con la tierra es en muchos sentidos una relación patriarcal, violadora, marcada por el afán de dominación por el macho más fuerte.
Romper con esa lógica y construir una nueva relación con el planeta que esté centrada en sanarlo y en sanar a nuestras sociedades, en los cuidados mutuos y no en la dominación, en la restauración y no en la explotación, es la única forma en que el ambientalismo podrá triunfar y garantizar un futuro mejor para todos. El movimiento ambientalista, por todo ello, será feminista o estará condenado al fracaso.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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