Una brigada de familiares y autoridades recorrió durante doce días la Sierra de Guadalupe, en la Ciudad de México, en busca de desaparecidos. Pese al hallazgo de once restos óseos y el rescate de un hombre con vida, la jornada estuvo marcada por la denuncia de maltrato por parte de servidores públicos hacia los buscadores
Texto y fotos: Camilo Ocampo
CIUDAD DE MÉXICO. – El punto de partida era la bulliciosa estación Metro 18 de Marzo. Allí aguardaba, como un presagio de la dura jornada, un camión escolar amarillo. Los familiares de las personas desaparecidas subieron, sus rostros reflejaban el cansancio acumulado de 12 días de búsqueda.
Durante el trayecto, las conversaciones se volvían un murmullo melancólico y práctico: hablaban de cómo habían sido las búsquedas anteriores, de la incertidumbre del clima que les esperaba en la sierra, y del inevitable dolor de pies. La esperanza se mezclaba con la cruda realidad del camino que se avecinaba.
Entre el 26 de agosto y el 18 de septiembre, los cerros El Guerrero y Cola de Caballo, en la Sierra de Guadalupe, fueron el escenario de esta incansable labor. Esta zona, que sirve como frontera natural entre la Ciudad de México y el Estado de México, había sido señalada por la Fiscalía como un área de alto índice de desapariciones, susceptible de ser utilizada para ocultar cuerpos debido a sus condiciones geográficas y contextuales.
Al llegar a la base, no solo estaban las familias, sino también un contingente de autoridades y personal solidario: la Policía de Investigación, la Guardia Nacional, el Ejército, la Marina y policías del Estado y la Ciudad de México. La búsqueda se llevaría a cabo bajo el nuevo modelo oficial, que postula la delimitación geográfica por polígonos, basada en patrones y la coordinación interinstitucional. La hipótesis de trabajo se basaba en 183 casos con una posible correlación territorial en la zona, 164 de ellos vinculados directamente al Cerro Vicente Guerrero.
Doce días de sol y lluvia se invirtieron en peinar 216 mil metros cuadrados, una fracción de las más de 633 hectáreas que componen la sierra.
Las brigadas se dividieron en cinco grupos. Una de ellas, la brigada dos, se dirigió a metros arriba de donde se había realizado el último hallazgo óseo de interés forense, una zona colindante con viviendas y próxima a un tiradero de desechos.
El terreno no ofrecía tregua: era de difícil acceso, cubierto por una densa maleza, con voladeros pequeños pero peligrosos, piedras ocultas en el lodo, e infestado de insectos como ciempiés y azotadores. Las buscadoras, muchas de ellas mujeres mayores que portaban en sus playeras las fichas de sus familiares, tuvieron que abrirse paso con sus propias manos. Rompían ramas y se ayudaban mutuamente para vencer la maraña verde, sin detenerse a pesar del cansancio evidente.
El aire se llenaba con los sonidos de la búsqueda: los machetes golpeando las piedras, el corte de las plantas, el clavar de los trinches en el suelo, y la respiración entrecortada de los participantes. La labor era meticulosa, revisando cada rincón de tierra. Durante estas inspecciones, se encontraron prendas abandonadas que se debían revisar para descartar rastros hemáticos, y a veces huesos que resultaban ser de origen animal.
Aunque en el último día de la jornada solo se encontraron uniformes y radios de policía de unos diez años de antigüedad, en ese lugar se encontró material balístico, un detalle que no mencionó la Fiscalía.
Al cierre de la jornada, la fiscal general de Justicia de la CDMX, Bertha María Alcalde Luján, se presentó ante los familiares, instándolos a seguir con la labor, pues la búsqueda continuaba. El balance oficial, sin embargo, arrojó resultados concretos tras el esfuerzo conjunto de 4 mil 255 personas (entre servidores públicos, familias y solidarios) y 28 perros entrenados:
1. Once restos óseos de interés forense fueron localizados, posiblemente de origen humano.
2. Se localizó a una persona con vida: un hombre de 83 años con ficha de desaparición, a quien se encontró en un barranco, golpeado, y presuntamente víctima de un delito.
Pero el éxito de los hallazgos se vio empañado por la denuncia de malos tratos por parte de servidores públicos, un problema recurrente. Jaqueline Palmeros, madre de Jael Monserrat, alzó la voz para acusar a mandos de la Policía de Investigación de falta de profesionalismo. La Sra. Palmeros citó a Jenny Saraí Santamaría Nájera, quien supuestamente comentó que el trabajo realizado era «un favor» y que las familias «debían agradecer que estuvieran ahí».
La respuesta de Palmeros fue indignada y contundente:
«Si están aquí es porque les pagan; a nosotros nadie nos paga, lo hacemos por amor. No nos hacen ningún favor, sólo cumplen con su trabajo. Es su obligación y deberían agarrar también las palas».
Para concluir, siguiendo sus protocolos, los buscadores formaron un círculo, juntando las puntas de sus pies. Compartieron palabras de solidaridad y aliento. En un momento de profunda emoción, algunas personas rompieron en llanto, mientras los abrazos reafirmaban que, aunque sus nombres fueran distintos, la lucha era la misma.
En un acto de compromiso inquebrantable, las familias gritaron en voz alta el nombre de sus ausentes, seguido de la frase: «hasta encontrarte».
Finalmente, al abordar de nuevo el camión amarillo, el grito unísono resonó en la sierra, sellando la jornada:
—¿Por qué les buscamos?
—¡Porque les amamos!
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