“Dios, no me castigues”: el doloroso recuerdo de los sobrevivientes al 19S en Morelos

20 septiembre, 2018

Texto: Estrella Pedroza. Foto: Cortesía

Las tragedias por los terremotos del 19 de septiembre -1985 y 2017- marcaron la historia reciente de México. Pero las imágenes de destrucción no opacan las historias que salen de ellas: las personas que escaparon a la oscuridad de los escombros, la certeza de la muerte y hoy renuevan su vida

19 de septiembre de 2017. Un sismo de magnitud 7.1 sacude los estados del centro-sur del país. En segundos decenas de edificios en Ciudad de México colapsan o sufren graves daños.

Son las 13:14 horas. Las sirenas de ambulancias y bomberos, nubes de polvo en las calles y miles de personas que corren o gritan reviven las escenas de terror de hace 33 años.

Ese día, en la misma fecha pero a las 7:19 de la mañana la capital mexicana vivió la mayor tragedia en su historia reciente.

Como en aquellos días ahora también hay miles de personas que trepan entre los escombros, mueven piedras con las manos y organizan, improvisadamente, brigadas de rescate.

Las imágenes se transmiten en vivo por internet y televisión. Decenas de periodistas recorren las calles para captar los primeros minutos de la tragedia. La noticia se convierte en mundial casi de inmediato.

A 95 kilómetros en el sur de la capital, en Jojutla Morelos, a las 13:14 horas la tierra se sacudió. En segundos decenas de casas y edificios colapsaron. Nubes de polvo recorren las calles.

Son cientos las personas atrapadas bajo los escombros. Los sobrevivientes del terremoto se organizan en minutos para rescatarlos.

Jojutla, después de la capital, es la ciudad con más daños por el sismo. Pero el resto del país lo supo horas después. La tragedia se conoció poco en el mundo. Prácticamente se quedó en el pueblo.

Un año después sigue aquí. Se nota especialmente en el dolor de quienes perdieron familia, su hogar, parte de su vida.

Salomón Hernández Encarnación, de 68 años de edad, es uno de ellos. El 19 de septiembre trabajaba en su peluquería en la colonia Emiliano Zapata. Su esposa Gloria Arcos Carpio le acompañaba, como desde hacía dos años cuando perdió la vista.

Cuando la tierra empezó a moverse contuvo el impulso de correr y se quedó a tranquilizar a su esposa. “Me sostuve de la silla donde Gloria estaba sentada y le dije cálmate, no te espantes porque estaba muy asustada”, recuerda.

Fue todo lo que alcanzó a decirle. En segundos la casa de dos pisos donde se encontraba la peluquería se vino abajo. El matrimonio quedó bajo los escombros.

“Yo dije hasta aquí llegamos. Pensé que era el fin del mundo”.

No hubo tiempo para más. Como pudo se quitó los escombros y empezó a buscar a su esposa. Algunos voluntarios le ayudaron pero al encontrarla estaba inconsciente.

Minutos después murió en el hospital. “Fue una experiencia terrible y dolorosa. Perdí a mi esposa. Lo perdí todo” cuenta.

Ya pasó un año. Salomón vive en un campamento porque no ha logrado terminar la reconstrucción de su casa. A pesar de todo está agradecido.

“Me siento diferente. Siento que Dios me dio una oportunidad más de vida”.


Cuando empezó el sismo Martha Contreras Hernández sintió un golpe en la cabeza. Era una figura religiosa que tenía en el ropero de su habitación en la colonia Emiliano Zapata.

El mueble sacudió otras figuras y luego cayó al piso. Martha recuerda que se hincó para rezar. “Perdóname Dios, no me castigues”, suplicó.

En ese momento su casa se derrumbó. No supo más. Los detalles de lo que ocurrió en los siguientes minutos se borró de su memoria. Un año después recuerda pedía ayuda cerca de una ventana. Algunos vecinos la rescataron.

La casa de sus padres donde vivía con su hijo de 10 años de edad se perdió por completo. En los meses siguientes Martha padeció una profunda depresión.

Por momentos sólo pensaba en morir porque no soportaba las privaciones que padecía con su familia. Ahora poco a poco empieza a recuperarse.

Sabe que pudo morir ese mediodía del 19 de septiembre. Pero también tiene claro que, a pesar de la profunda incertidumbre de estos meses, lo más importante es acompañar a su hijo Ángel.

Y conservar la esperanza de que, algún día, tendrá de nuevo su casa, igual como estaba hace un año.


La Torre Latinoamericana era uno de los edificios icónicos de Cuernavaca, la capital de Morelos. Originalmente fue un hotel construido en 1949, pero décadas más tarde se convirtió en un complejo de departamentos.

Allí vivía Ámbar Colibrí Ariza Salazar con su madre y la pareja de ella. El 19 de septiembre el edificio se derrumbó en segundos. La chica de entonces 17 años de edad quedó atrapada, en cuclillas y con una losa encima.

Tardó un poco en entender. Estaba sola, a oscuras bajo los escombros de lo que fue su casa. Y lo primero que hizo fue revisar su celular, esperanzada de llamar a su familia. El aparato no funcionaba.

Pensó que otros edificios de la ciudad se habían derrumbado, como el suyo. Creyó que otras personas estaban atrapadas como ella. Comprendió que salir de allí, si ocurría, tardaría mucho tiempo.

Entonces gritó por ayuda pero su voz se ahogó en el pequeño espacio donde se encontraba. De pronto vio un trozo de madera y, como pudo, lo metió a un pequeño agujero por donde entraba un poco de luz.

“Me aferre a la idea de que no me iba a quedar ahí”, recuerda. La esperanza funcionó. Una persona que removía escombros vio el trozo de madera y empezó su rescate.

Mientras removían ladrillos, trozos de hierro y polvo escuchó la voz de alguien que repetía: “Todo va a estar bien”.

Así fue. Tres horas después, sobre una camilla, escuchó a su madre. “Es mi hija, es mi hija” repetía llorando.

Un año más tarde todavía le cuesta asumir su realidad de sobreviviente a la tragedia más intensa en la historia reciente de Morelos.

Pero intenta superarlo. Hace doce meses quería emigrar a la Ciudad de México para cursar una carrera como traductora. Se quedó en Morelos para estudiar Psicología.

Quiere permanecer en su comunidad. Devolver, dice, algo del amor que recibió cuando escapó de la oscuridad de los escombros y renovó su vida.

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