El liderazgo de las mujeres en la lucha por la despenalización de la marihuana es patente: madres que cultivan para mejorar la calidad de vida de sus hijos e hijas con alguna enfermedad o discapacidad; mujeres y madres consumidoras que defienden el derecho sobre su cuerpo, el derecho al placer y al libre desarrollo de la personalidad
Texto: Aranzazú Ayala y Mely Arellano | Lado B
Podcast: Sara Makowski, Ulises Chávez, Tania Matadamas, Selene Vera | Radio Abierta
Ilustraciones: Gogo | Lado B
PUEBLA.- La despenalización de la marihuana en México no es una lucha ajena a las mujeres. Desde 2006 ha sido patente no sólo su participación sino también su liderazgo, y de manera más visible desde el 2015, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) otorgó el primer amparo para el consumo lúdico de cannabis a cuatro personas, una de ellas, mujer.
El motor de la lucha han sido, sin duda, madres que cultivan para mejorar la calidad de vida de sus hijos e hijas con alguna enfermedad o discapacidad; mujeres y madres consumidoras que defienden el derecho sobre su cuerpo, el derecho al placer y al libre desarrollo de la personalidad.
Pero también están las que defienden a otras mujeres, las que están en prisión, las famosas “mulas”, que cometen delitos contra la salud obligadas por la necesidad, la pobreza o las relaciones inequitativas de poder.
Desde el Congreso de la Unión, son diputadas y senadoras que se atreven a llevar plantas de marihuana al recinto, que se reconocen feministas y consumidoras, que alzan la voz contra el prohibicionismo, las que están dando la batalla legislativa.
Mujeres que luchan contra los prejuicios y estigmas que hay hacia la planta y hacia ellas. Mujeres que le apuestan a un país donde el Estado legalice y regule el cultivo y el consumo de la cannabis, en beneficio de la salud pública y la justicia social.
Si la construcción de la historia y sus narrativas dependen también de las relaciones de poder, en un sistema patriarcal no es raro la invisibilización de las mujeres en las luchas sociales, pero ahí han estado siempre. Y estarán.
“Esta no solamente es mi lucha —aclara Margarita Garfias, mamá de Carlos, un joven con discapacidad múltiple—, es la lucha de miles de madres en la República Mexicana”. Una lucha a la que las familias se enfrentan solas y que, en la mayoría de los casos, termina convirtiéndose en una batalla sólo de las mamás con hijos o hijas que tienen algún tipo de padecimiento como epilepsia refractaria, o enfermedades poco comunes.
Margarita Garfias es una madre cultivadora, pero esa no fue su primera opción. Antes usó un aceite aprobado para uso médico, un suplemento alimenticio alto en Cannabidiol (CBD), un componente no psicoactivo de la marihuana, que ella importaba. “Nos salía en 6 mil 500 pesos cada frasco, Carlos tomaba dos frascos y medio al mes, y no nos lo cubría el seguro, teníamos que pagar un agente aduanal, sin embargo comenzó a disminuir sus crisis epilépticas”.
Por desgracia, no fue suficiente. El organismo de Carlos llevaba 12 años de medicamento y a los ocho meses creó resistencia al aceite, “entonces nosotros tuvimos que buscar en Estados Unidos otro aceite o suplemento de cáñamo o de cannabis alto en CBD, pero con .3 por ciento de THC (que tiene la particularidad de regular el sistema inmunológico), sin que fuera legal en México el THC”.
El CBD, de acuerdo con la investigadora Mara Islas, es un componente no psicotrópico del cannabis (marihuana), “que posee una gran gama de oportunidades para el tratamiento de diferentes padecimientos”.
El THC es el componente del cannabis que está asociado con el efecto psicodélico de la planta, por lo cual es el más estigmatizado y el que ha tenido una prohibición histórica.
El nuevo aceite le ayudó a Carlos más o menos un año, hasta que volvió a presentar tolerancia. Pero fue tiempo suficiente para que Margarita Garfias aprendiera “a través de tutoriales y de otras mamás que ya estaban cultivando: cómo cultivar, dónde comprar las semillas. Me veías atenta a todos los tutoriales que había de médicos en YouTube”, y ya tenía su primera cosecha.
Antes del uso de cannabis, a Carlos debían internarlo en el hospital dos veces al año por un estado epiléptico, “[que es] cuando una convulsión dura más de cinco minutos y ya no para, entonces hay que inducir un coma barbitúrico para desconectar el cerebro y que el sistema nervioso se vuelva a reiniciar”.
A partir de que Margarita comenzó a producir y administrarle a Carlos sus propios aceites, disminuyeron las crisis epilépticas: “cuando comenzamos a utilizar el THC el sistema inmunológico se reguló, entonces Carlos se olvidó de las hospitalizaciones”.
“Ahorita ya llevamos cuatro años sin que pise un hospital para quedarse internado, entonces eso representa calidad de vida, para la familia representa calidad económica, porque el servicio público no tiene todos los servicios que necesitan niños o niñas como Carlos, los padres tenemos que pagar”.
“El Estado —lamenta— nunca nos ha puesto atención, ni nos había volteado a ver para dar realmente un esquema terapéutico, para al menos dar calidad de vida”.
En 2015 inició la lucha de Margarita Garfias y otras mamás para lograr una reforma que les permitiera cultivar con fines médicos, aun cuando había quienes, ante la desesperación de ayudar a sus hijos o hijas, lo comenzaron a hacer desde antes.
En medio de la tranquilidad, tanto en términos de salud como económicos, que trajo el uso de cannabis para ella y su hijo, llegó también “mucha inseguridad, por la certeza legal, porque estamos haciendo algo que es ilegal”.
“Como no había un reglamento, los médicos no podían extender recetas [para usar cannabis]. Los médicos solo pueden extender recetas de medicamentos conocidos, que por cierto son pocos y carísimos, como el epidiolex, que es un fármaco desarrollado para niños con epilepsia refractaria, pero el frasco anda como en 28 mil pesos mensuales, y creo que aunque tuviera la receta no tendría el dinero para comprarlo; eso es lo único a lo que Carlos podría acceder con una receta médica”.
De hecho, en la experiencia de Margarita Garfias y otras mamás que se enfrentan a los mismos retos, la mayoría de los médicos le cierran las puertas a las familias en el momento en que saben que están usando cannabis, “es algo muy frustrante, no sólo nos dejan en el exilio legal, también en el exilio médico”.
Danaé Ochoa, otra mamá que cultiva cannabis para el tratamiento de su hija Maya, refiere incluso que su médico llegó a sugerir que ella además fumaba la planta, “y yo así de: si yo hiciera eso sería algo que a usted no le incumbe, porque la paciente es la niña, no yo.”
Incluso en algún punto, al ver los avances en la salud de su hija, a raíz del consumo de cannabis, ella optó por ocultarle al médico que le había retirado algunos medicamentos.
Danaé Ochoa está certificada como cuidadora cannábica. “Tengo una certificación en Estados Unidos y tengo una certificación en Chile. La de Estados Unidos la pude hacer en línea, pero la de Chile sí tuve que viajar a certificarme, para que la gente y, sobre todo, los médicos vean que una no está haciendo esto inconscientemente”.
De fondo, el temor tiene que ver con la criminalización, porque “todo era ilegal en ese entonces, de hecho sigue siendo ilegal, porque a pesar de que el reglamento (para el uso medicinal de la marihuana) entró hace una semana, aunque tenía que entrar en 2017, a pesar de que ya haya un poquito más de apertura en el consumo lúdico, lo que yo sigo haciendo, que es cultivar, transformar y administrar en una menor de edad con una discapacidad, sigue siendo totalmente ilegal”, reconoce Danaé Ochoa.
El 18 de mayo de 2018 nació formalmente la Asociación Civil Familias y Retos Extraordinarios, desde donde Margarita Garfias, Danaé Ochoa y otras mamás se han organizado para impulsar el avance legal de la regulación y consumo de cannabis.
“(…) Pero nuestra carrera ya viene de más atrás. Nosotras como mamás, cuando se convocó para la creación de la Constitución de la Ciudad de México, metimos tres iniciativas y las tres quedaron”. Garfias se refiere a cuando el Distrito Federal pasó a ser Ciudad de México y hubo un convocatoria pública para redactar su Constitución.
Esas tres iniciativas permitieron que se reconocieran el trabajo de cuidados no remunerados, la existencia de las personas con discapacidad múltiple, “porque antes de esta constitución, en México no se hablaba de la discapacidad múltiple, nuestros hijos e hijas eran un cero a la izquierda”, y el uso terapéutico de cannabis.
Ahora buscan llevar ese reconocimiento al nivel federal. En 2017 lograron que se aprobara el uso medicinal de la marihuana, aunque recién en enero de este año se publicó su reglamento. En el tema del trabajo de cuidados, apenas en noviembre del 2020 pasó a la Cámara de Diputados la iniciativa que modifica el artículo 4º Constitucional, para reconocer el derecho al cuidado y al tiempo propio de las mujeres, así como la creación de un Sistema Nacional de Cuidados.
Esto “pondrá en el centro las necesidades de las personas con discapacidad múltiple, que son las que requieren mayor intensidad de cuidados y apoyo, para tener vida digna y autónoma, y también nos ayudará a las mujeres a liberar tiempo para dar calidad de vida, calidad económica a nuestros seres queridos”.
Desde Familias y Retos Extraordinarios, además de hacer cabildeo legislativo, dan acompañamiento a otras mamás que empiezan en el uso médico de cannabis, tienen un banco de medicamentos, apoyan con despensas, organizan charlas y conversatorios con especialistas en nutrición y neuropediatras “que, por desgracia, no están al alcance del bolsillo de muchas mamás”.
También dan talleres sobre corresponsabilidad de cuidados a otras mamás del grupo, empoderan a las líderes en los estados para que comiencen a alzar su voz y han establecido contacto con la Comisión Nacional de Derechos Humanos, pues “es importante que las mamás se reconozcan como sujetas de derechos y que reconozcan a sus [hijas e] hijos como sujetos de derecho, no como sujetos de buena voluntad”.
Mariana Sevilla, activista e integrante de México Regula, otra de las organizaciones que se han vinculado con la lucha por la regulación, no duda cuando afirma que el movimiento por la despenalización de cannabis ha sido liderado por mujeres.
“Patricia Mercado fue la primer candidata en poner en la plataforma electoral el tema de la regulación; la primera diputada en presentar una iniciativa de marihuana fue Elsa Conde; la senadora que nos convocó y quien debería tener crédito por impulsar el movimiento cannábico fue Martha Tagle, las mamás como Margarita Garfias han sido indispensables en esta lucha”.
Y en su lista suma a Amaya Ordorika, de ReverdeSer; Zara Snapp, del Instituto RIA y Lisa Sánchez, directora de México Unido contra la Delincuencia (MUCD), desde donde se impulsaron los amparos a favor de la regulación.
Pero Mariana Sevilla mira hacia el norte y advierte lo que sucedió en Estados Unidos, donde primero se pensó que la industria cannábica le abriría las puertas a las mujeres, y poco a poco las han ido relegando a espacios más limitados.
Por ello “estamos haciendo nuestro esfuerzo para que eso no ocurra en el modelo mexicano, pero sí preocupa lo que pueda ocurrir hacia un futuro con la regulación y el lugar que puedan jugar las mujeres, tanto en la industria como en la parte que el gobierno vaya a implementar”.
“Mi teoría —concluye Sevilla— es que si sólo fuéramos las mujeres las responsables de regular esto, ya se hubiera hecho hace mucho tiempo y se hubiera hecho mejor de lo que está saliendo”.
Y es que el tema atraviesa a las mujeres desde cualquier ámbito, dice Polita Pepper, de Cannativa AC, e integrante de la Red Latinoamericana de Mujeres Cannábicas:
“En cualquiera de sus ámbitos, producción, distribución y consumo (…) sea cual sea la forma en la que te vincules, si eres una mujer productora vinculada al campo mexicano, ahí vas a tener particularmente tu relación con la planta de un cultivo ilícito, además de pertenecer a una población que ya de por sí está sistemáticamente vulnerada por el Estado mexicano”.
Lo mismo si se trata de una mujer consumidora en alguna ciudad, “peor si eres madre, pero si no eres madre, también vas a tener un doble estigma que tiene que ver con ese objeto totalizante de la prohibición que tiene que ver con los cuerpos”.
Y es en esa lucha por la autonomía de nuestros cuerpos y de nuestros territorios, donde Polita Pepper encuentra la convergencia de la liberación de la planta de cannabis con el feminismo, porque “nosotras tenemos el derecho legítimo de tomar decisiones sobre nuestros cuerpos, así como sobre nuestros territorios, [pero] el consumo y el derecho legítimo de disfrute de nuestro cuerpo, todo lo que está vinculado a la esfera de sentir placer, particularmente en el mundo de las drogas, está doblemente sancionado para las mujeres”.
Sobre todo si se considera que “el mundo del cannabis es muy masculinizado, y ese mundo mantiene esas prácticas que son de gueto, de reproducir esas prácticas sexistas donde las mujeres no entramos, simplemente porque no estamos consideradas, es como un pequeño bastión donde se reproduce esa lógica del patriarcado, que también sanciona el legítimo derecho al privilegio autogestionado del placer”.
Con Polita Pepper coincide Monse Angulo, joven socióloga consumidora de cannabis, que forma parte de la organización ReverdeSer, y quien también defiende que las mujeres tenemos “derecho a decidir sobre nuestras cuerpas en un sentido amplio, desde nuestra sexualidad, [y lo] que consumimos; lo veo como algo reciente, como una nueva ola de derechos”.
La discusión y la reflexión, entonces, debe centrarse en lo político, sugiere Monse Angulo, “para decir qué significa esto, qué impacto tiene en nosotras la prohibición, o que se apruebe una ley de cannabis de esta forma, qué impacto tiene en nuestras vidas”.
Las mujeres han tenido que romper los esquemas del mundo tradicional del cannabis y han organizado sus propias redes seguras. En el mundo del cannabis, como en casi todos los ámbitos, hay condiciones de inequidad, pero en México es muy evidente que gracias a la organización las cosas han cambiado.
En general los espacios cannábicos son muy masculinizados, pensados para hombres. Mariana Sevilla, de México Regula, una de las organizaciones que se ha sumado a la lucha por la regulación, pone como ejemplo las exposiciones de marihuana, y cuenta que casi siempre las pocas mujeres que había generalmente eran edecanes, chicas con poca ropa: las mujeres no estaban en espacios de toma de decisiones, en espacios para ellas.
En general al ser mujer se está en una condición de mayor vulnerabilidad al consumir, Monse Angulo, integrante de ReverdeSer, dice que la diferencia entre hombres y mujeres al acercamiento es muy grande, empezando por el problema al adquirir marihuana, con quién ir y dónde fumar.
“Me di cuenta de cómo los dealers tienen cierta diferencia de trato con las chicas, por lo regular siempre hay una connotación sexual de intercambiar algo más que la compra-venta, que sería, bueno, que sería con un pago”.
Tampoco es lo mismo para una mujer consumir y que pueda sentirse mal, darle la famosa “pálida”, en un espacio no seguro. Siempre debe procurar hacerlo con alguien de confianza cerca o pendiente, respondiendo a la misma lógica de ser mujer en México: casi ningún espacio es seguro.
Ante esto, muchas chicas han optado por crear sus propias redes y sus propios espacios, donde hay desde compra y venta hasta autocultivo, y lugares confiables de consumo.
Para Monse son estas desigualdades, de la mano con el crecimiento de la ola del feminismo en México, lo que ha detonado con más fuerza que se visibilicen las necesidades y derechos de las mujeres usuarias.
“Estamos saliendo a decir que somos usuarias y pues tenemos nuestros derechos al libre desarrollo de la personalidad, a nuestros cuerpos. Creo que era fundamental que esta conversación se detonara entre nosotras”.
“Podría empezar mencionando que es como cualquier consumo de otra sustancia, como otras drogas, sólo que son legales. No he conocido a ninguna persona que no dependa de alguna droga, como el azúcar, el café o el cigarro. Diario lo consume y no se les cuestiona: oye, ¿tú cómo puedes vivir tomando tanto café todos los días?”, cuestiona una madre que consume cannabis y que, junto con otras, defiende su derecho a hacerlo: madres cannábicas.
Y agrega: “Muchas personas tienen ese pensamiento de una persona que fuma: piensan que está bien volada y viendo elefantes y, la verdad es que no es así. Puedes hacer la mayoría de tus labores después de fumar y no pasa nada, es más, hasta las haces un poco más minuciosas o con más atención en algunas situaciones”.
El estigma hacia las madres que consumen cannabis se inscribe dentro de lo que Polita Pepper identifica como una doble sanción del patriarcado por el uso y disfrute del cannabis, que induce al placer y al autoconocimiento, debido al “esencialismo binario en el que se mueve nuestra cultura occidental, que es vincular a la mujer única y particularmente con la madre, esa mujer madre, mujer naturaleza, mujer cuidadora, mujer sanadora, mujer como única proveedora de esa atención y de ese cuidado”.
Las madres cannábicas organizadas como colectiva denuncian justamente que se les señale y criminalice por ser usuarias. “La mayoría en algún momento puede llegar a sentir miedo o sienten miedo al considerarse [usuaria]. También [es un riesgo] el que no vivan en un espacio seguro y que hayan estado con una pareja que no esté de acuerdo con que fume cannabis y que a cada rato las esté amenazando, condicionando, chantajeando [respecto de la custodia de sus hijos o hijas], y no solo la pareja, creo que también pueden ser hasta familiares”.
“Soy usuaria de cannabis, soy madre y también me informo, conozco mis derechos y sé que por usar cannabis no voy a ir a la cárcel, no soy mala madre o no soy mal ejemplo”, concluyen las mamás cannábicas.
La nutrióloga Ángela Guillermín escuchó por primera vez del sistema endocannabinoide en un seminario de medicina deportiva y nutrición. “La verdad es que cuando yo escuché esto, pues con ya muchos años de uso lúdico me abrió toda una ventana, una alternativa de posibilidades”.
Ángela explica que el sistema endocannabinoide es un sistema de neurocomunicación cuya función es justamente comunicar y dar las señales adecuadas para que nuestros sistemas (neuronal, inmunológico y endócrino) hagan sus funciones, se recuperen y se equilibren.
Todos los mamíferos tenemos un sistema endocannabinoide, el cual fue descubierto en la década de 1990. Este sistema de neurotransmisión está compuesto por receptores, proteínas receptoras específicas y sustancias que nuestro organismo sintetiza, que son los cannabinoides. La familia de receptores que responden a los cannabinoides en todas sus variantes han sido identificados y clasificados en dos grupos principales: receptores CB1 (RCB1) y CB2 (RCB2).
La participación demostrada por cada una de las estructuras químicas mencionadas (ligandos endógenos, enzimas que los degradan, receptores propios y la demostración de la presencia y ubicación en células, tejidos y órganos) en múltiples procesos fisiológicos permite considerarlo como un sistema, ya reconocido como sistema endocannabinoide (SE), lo cual demuestra su gran importancia para la supervivencia del individuo y la especie humana.
El sistema endocannabinoide o cannabinoide endógeno constituye un nuevo sistema de señalización, modulación y regulación a distintos niveles del organismo, desempeñando un papel modulador de distintos procesos cerebrales, inmunológicos, cardiovasculares y, de forma menos clara, el metabolismo energético y endócrino.
Actualmente se conocen tres tipos de cannabinoides: los fitocannabinoides, que son los que sintetiza la planta de marihuana de manera natural; los endógenos, que produce el organismo humano, y los sintéticos, que son los que se crean en el laboratorio. Esto significa que los cannabinoides, contenidos en la planta de marihuana, hacen interacción directa con algunos de los receptores que tenemos en nuestros cuerpos.
La investigadora Mara Islas de la UNAM explica que la planta de cannabis está compuesta por al menos 120 fitocannabinoides, es decir, cannabinoides de origen vegetal, entre los que destacan el THC y el CBD. El primero es el componente con propiedad psicotrópica, cosa que no tiene el CBD, lo que significa que tienen efectos muy distintos al ser consumidos; sobre todo cuando se utilizan con fines terapéuticos.
Karina Malpica, terapeuta y fundadora del sitio MindSurf, y Allionka Citlali P. Ángeles Moreno, Química Farmacéutica Industrial e integrante y socia fundadora de la Asociación Mexicana de Medicina Cannabinoide, coinciden en que el sistema endocannabinoide está encargado de funciones como el estado de ánimo y el dolor, a través de los neuro-receptores, y por ello sirven para modular a varios neurotransmisores, principalmente la dopamina y la serotonina.
Por eso, los cannabinoides ayudan para tratar varias enfermedades o padecimientos, por su interacción con los receptores dentro de nuestro organismo. Y apenas en los últimos años ha tomado más interés entre la comunidad médica y científica el reconocimiento e investigación del sistema de los endocannabinoides.
La nutrióloga Melissa Tena, integrante de Sativa Care, clínica de atención integral con cannabis medicinal en México, explica que los seres humanos tenemos cannabinoides identificados como la anandamida y la 2AG, que son muy parecidos al THC y CBD de la planta de marihuana. El sistema endocannabinoide está compuesto por receptores llamados CB1, CB2 y Vaniloides, que están presentes en ciertas células del sistema inmunológico. Los cannabinoides de la marihuana interactúan de manera diferente con cada uno de los receptores que tenemos en nuestro organismo.
Los endocannabinoides son sintetizados, liberados, recaptados y degradados en las células nerviosas del hipocampo, tálamo, cuerpo estriado, corteza cerebral, puente, cerebelo y médula espinal, todo lo cual confirma su posible función como neuromoduladores donde producen efectos farmacológicos similares a los del CBD, pero con una duración de la acción mucho más corta.
Karina Malpica, quien se ha especializado en terapias usando cannabis crudo, explica que “la principal función de este sistema endocannabinoide es la homeostasis, [que es] mantener todo en equilibrio dentro del organismo y, como tenemos receptores prácticamente en todo el organismo, en todos los sistemas (inmunológico, neurológico y endocrino) el sistema endocannabinoide es como un sistema regulador del resto de los sistemas, por eso tiene tantos beneficios en diferentes padecimientos”.
En esto coincide Citlali Moreno, quien dice que estas interacciones con los neurotransmisores es lo que vuelve a los cannabinoides algo muy atractivo para la farmacología, porque pueden ser empleados para tratar distintos padecimientos. En cuanto a las interacciones farmacológicas, la respuesta que se obtendrá del cannabinoide en particular varía a partir del lugar donde esté cada receptor dentro del organismo.
“Dependiendo de dónde se sitúe el receptor es la respuesta que vamos a tener, y también depende del tipo de cannabinoide que se pegue a ese receptor”.
Cuando Karina empezó a cultivar sus plantas, en 2017, su papá se enfermó. Tenía fallo renal, estuvo hospitalizado y muy grave; Karina sugirió que fuera tratado con ciertos aceites de cannabis, pero tanto él como los médicos se negaron rotundamente, dijeron que se podía intoxicar, y lo mandaron a dializarse. Pero al señor no le gustó, “dijo que prefería morirse, que lo llevaran a la casa”.
Y ahí fue cuando su hija insistió otra vez. “Pues, papá, si estás desahuciado, si ya te vas a morir, déjame darte cannabis”. El señor accedió. Karina había estado investigando que en esos casos la mejor forma de administrar los cannabinoides era en su forma ácida, es decir, antes de aumentar su temperatura, o sea crudos, y empezó a darle jugo con las hojas verdes, flores crudas y frutas. Ella cree que gracias a eso salvó su vida.
Otro de los beneficios de la planta es la semilla, que no tiene cannabinoides sino ácidos grasos omega 3 y omega 6 . Los AG Ω-3 son componentes estructurales del cerebro y de la retina durante el desarrollo del feto. Durante el crecimiento y en la adultez, tienen efectos antitrombóticos y antiarrítmicos, aumentan el tiempo de sangrado evitando la adherencia de plaquetas en las arterias, previenen la aterosclerosis al reducir las concentraciones de colesterol en plasma, son esenciales para un adecuado desarrollo y funcionamiento del cerebro y del sistema nervioso. Se concentran en la retina y la corteza cerebral, mejorando las funciones cerebrales durante el aprendizaje, y también son precursores de compuestos hormonales como los prostanoides (prostaglandinas y tromboxanos) que facilitan la transmisión de mensajes en el sistema nervioso central. También se encuentran formando parte de todas las membranas celulares.
Para Citlali Moreno es muy apasionante el estudio de las interacciones de los cannabinoides, porque la planta de marihuana tiene ciertos principios activos que han demostrado tener un gran potencial farmacológico para el tratamiento de distintas enfermedades.
Su colega Mara Islas agrega que tanto en la parte inmunológica como en el sistema nervioso central hay impactos positivos de los cannabinoides, no sólo para padecimientos como la epilepsia, sino, por ejemplo, para la demencia, la ansiedad y el insomnio. “Yo diría que el cannabis tiene que considerarse como un coadyuvante mientras encontramos dosis correctas y los objetivos a los cuales nos vamos a dirigir para poderlo manejar de manera adecuada”.
Las propiedades de la planta pueden ser usadas también en la nutrición. Esto lo han explorado mujeres como Ángela Guillermín y Karina Malpica, la segunda sobre todo con la hoja cruda.
Aunque cada vez hay más estudios y apertura para la investigación y experimentación, sigue habiendo un gran prejuicio. Y no sólo en el área médica y científica, sino en general en cualquier ámbito donde se quiera hablar de cannabis.
La abogada Mariana Larrea cuenta que su papá, durante los últimos meses de vida, se negaba a tomar gotas para el dolor.
“Después de dos meses me dio las gracias, pero al principio me decía: ¿cómo me vas a dar droga?, y yo: papá es que no es droga, te va a ayudar. Y claro que le ayudó muchísimo al dolor, a dormir, a descansar, tenía una mejor calidad de vida, aunque sea en esos últimos meses. Entonces, sí es un estigma, (…) si él me hubiera permitido dársela antes, y si este estigma no hubiese existido en nuestro país, igual y [él] aquí estaría”.
En 2006, en plena campaña presidencial, cuando nadie hablaba de marihuana, Patricia Mercado dijo que estaba a favor de su legalización e incluso reconoció que la había probado alguna vez.
En 2007, Elsa Conde presentó la primera iniciativa para su regulación en la Cámara de Diputados, a la que se adhirió Martha Tagle, quien desde entonces ha impulsado la legislación al respecto.
En 2018, la entonces senadora y hoy secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, presentó ante el Senado una iniciativa para despenalizar su consumo; el mismo año lo hizo también Tagle ante la Cámara Baja. A estos pocos nombres de legisladoras que luchan por la regulación del cannabis, se han sumado en los últimos años Jesusa Rodríguez y Verónica Juárez.
“Ahora ya hay más apertura para hablar del tema, lo discutimos públicamente sin riesgo a ser señaladas, y los consumidores se reconocen como tales”, dice Tagle. Aunque es un avance insuficiente, porque “de lo que sigue sin hablarse mucho, al menos en el Congreso de la Unión, es de la urgencia de legislar con perspectiva de género”.
Zara Snapp, del Instituto RIA, y una de las personas que ha ganado un amparo para cultivar y consumir con fines lúdicos, está convencida de la importancia de legislar con perspectiva de género y pone varios ejemplos:
“Antes, [en la propuesta legislativa] había una prohibición completa de consumo para mujeres embarazadas o lactantes, que es algo que no existe ni para el alcohol, ni para el tabaco, y está bien hacer recomendaciones; aunque los estudios sobre eso varían mucho, y en realidad para muchas mujeres consumir en diferentes etapas no siempre es dañino, puede ayudar con las náuseas, dependiendo de cómo lo consumas y el modo de administración”.
Eso ya se corrigió en el dictamen, explica Snapp, y señala otro tema que puede ser discriminatorio para las mujeres: “hay una prohibición para consumir frente a menores de edad y personas que no den su consentimiento, pero qué es frente a un menor de edad, si yo estoy en la misma casa, ¿eso es enfrente? Si yo estoy afuera en un jardín y mi hijo está jugando a unos metros, ¿eso es enfrente?”.
En ese sentido, advierte Tagle, “un tema fundamental es que en el caso de las mujeres hay mucho mayor estigma, así como sucedió cuando las mujeres comenzamos a consumir otro tipo de drogas legales, como el alcohol o el tabaco”.
Justo es el señalamiento de Snapp, que la regulación sobre el consumo se homologue con el alcohol y el tabaco, porque “yo puedo consumir cerveza enfrente de mi hijo y no me dicen nada, yo puedo fumar tabaco; deberíamos hacer recomendaciones, pero no deberíamos criminalizar, porque son principalmente mujeres las que cuidan a menores de edad o personas con discapacidad que no pueden dar su consentimiento, porque no tienen la capacidad de hacerlo”.
“Es muy importante entender el papel que han tenido las mujeres —pide Snapp—, y no tener una ley que se podría aplicar desproporcionadamente”.
Otro asunto que debe discutirse desde esta perspectiva es el de las mujeres en prisión por delitos relacionados con el cannabis, y adelanta Zara Snapp que van “a estar exigiendo un plan de excarcelación (…) Sabemos que son muchas las que están encarceladas por haber transportado pequeñas cantidades”.
Isabel Erreguerena, de Equis Justicia, expone el panorama a detalle: “las mujeres representamos entre el 5 y el 7 por ciento de la población penitenciaria en el fuero federal; la primera causa por la que las mujeres están en prisión, representando el 43 por ciento (2018), son los delitos contra la salud”.
Y entre 2016 y 2018 el incremento de detenciones de mujeres por este delito aumentó 105 por ciento, mientras que en el caso de hombres fue de solo el 50 por ciento.
La Encuesta Nacional de Población Penitenciaria revela que “la mayoría de las mujeres detenidas por este delito, fue por posesión con fines de comercio ¿Qué quiere decir esto? Que tienen un poco más de lo que es aprobado tener, son las mal llamadas mulas. En su mayoría son mujeres primodelincuentes, que no han cometido ningún delito, que no hay concurrencia de delito, y que los delitos, son delitos no violentos, y son mujeres en situación de vulnerabilidad”.
La abogada Erika Santana, quien estuvo involucrada en la redacción del reglamento para el uso medicinal de cannabis, explica desde su experiencia como defensora, las razones de las mujeres para vincularse con este delito:
“En todas predomina la pobreza y la falta de una capacitación profesional técnica para poder acceder a otro trabajo. Y la [razón] más importante: porque esa es la actividad preponderante donde ellas viven —casadas, divorciadas, madres solteras—. (…) Es la única actividad que podían conseguir y, a lo mejor pudiera haber otra donde ganaran casi nada, y no les alcanzaba para sostener a su familia. Y te das cuenta que la mayoría, yo creo que el 75 por ciento, son madres solteras o cabezas de familia. Están a veces a cargo de los sobrinos, de los nietos, de los hijos y los nietos, y una cadena que se repite”.
Aunque se trata de la misma historia, Isabel Erreguerena, advierte, hay matices, como el caso de Gabi, “una mujer de Oaxaca que es violada, tiene a su bebé, y a los ocho meses el bebé no mantenía la cabecita; entonces va al doctor, y le dice que tiene que sacar una radiografía que vale cuatro mil pesos, y Gabi no tenía. Entonces, se acerca a alguien del pueblo y le dice: sí, Gabi, pero tienes que hacer algo. Es cuando Gabi empieza a trasladar cannabis entre Oaxaca y la Ciudad de México”.
O el caso de Orfa, “una mujer hondureña que por violencia de su pareja es obligada a trasladar Cannabis de Centroamérica hacia México, y es condenada a bastantes años en prisión”.
“Entonces —pregunta Isabel— ¿realmente queremos meter a la cárcel a este tipo de mujeres y llenar la cárcel de este tipo de mujeres? La prohibición [de cannabis] y la guerra contra las drogas están afectando a las personas más vulnerables y, obviamente, a las que están abajo de la cadena delictiva”.
A estos datos se suman otros que revelan el grado de victimización al que están expuestas: “cuando tú miras la Encuesta de Población Penitenciaria, te das cuenta que, de las mujeres entrevistadas, el 41 por ciento de las detenidas por la Marina dicen haber sido violadas sexualmente, o sea 41 por ciento, casi la mitad de las mujeres detenidas, versus el cinco por ciento de los hombres”.
“En el caso de las mujeres detenidas por el Ejército, el 21 por ciento fueron violadas sexualmente, que también sigue siendo mucho. Entonces, aquí nos damos cuenta que la guerra contra las drogas, además de criminalizar, está causando que las mujeres seamos víctimas de violencia institucional por parte de las Fuerzas Armadas”.
Desde septiembre de 2019, la organización de la que Isabel Erreguerena forma parte, Equis Justicia, lanzó la campaña de Liberarlas es justicia, bajo el argumento de que las mujeres detenidas por delitos relacionados con delitos contra la salud no deberían estar en prisión porque “fueron víctimas de una política de seguridad fallida”, y que su encarcelamiento no ha disminuido el consumo ni el tráfico de cannabis u otras drogas.
Y aunque hay una Ley de Amnistía, aprobada en abril del 2020, a la que estas mujeres se podrían acoger, desde julio no se conocen los avances de liberación de mil 145 casos que están siendo analizados.
Finalmente, bajo la perspectiva de género, las mujeres que impulsan la regulación buscan también que en la ley se incluya que al menos el 40 por ciento de las licencias de cultivo que se otorguen sean a mujeres, y que el 20 por ciento de los empleos que genere la industria sean ocupados por mujeres.
Apenas en enero de este 2021, con tres años de retraso respecto de la aprobación del uso científico y medicinal de la marihuana, se publicó el reglamento para uso terapéutico. Y el próximo 30 de abril vence el plazo que estableció la Suprema Corte de Justicia de la Nación para que el Congreso de la Unión legisle sobre el cultivo y uso o consumo adulto de cannabis en el país.
Si la construcción de la historia y sus narrativas dependen también de las relaciones de poder, en un sistema patriarcal no es raro la invisibilización de las mujeres en las luchas sociales, como la cannábica, pero ahí han estado siempre. Y estarán.
*Este reportaje fue producido gracias al apoyo del Fondo para Investigaciones y Nuevas narrativas sobre Drogas de la Fundación Gabo.
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