Desigualdad, marginación y etnicidad, a propósito de los desastres no naturales

18 octubre, 2025

La reciente tragedia en Huauchinango, Puebla, evidencia que los llamados «desastres naturales» son en realidad consecuencia de la desigualdad estructural y la exclusión. La población indígena, forzada a migrar y a urbanizar zonas de alto riesgo por falta de oportunidades y vivienda digna, es la más vulnerable. La especulación del suelo y la omisión estatal condicionan un desarrollo urbano que perpetúa la marginación étnica

Por Iván Pérez Téllez

Como toda ciudad, el municipio de Huauchinango, Puebla, es en la actualidad un núcleo urbano compuesto en gran medida por población migrante. Muchas de las personas que hoy radican en este centro urbano provienen de localidades indígenas masewales: Cuacuila, Xaltepec, Xilocuautla, Chiconcuautla, Tlaola, Naupan, por ejemplo. Desde hace décadas, personas nahuas, totonacas, tepehuas y otomíes fincaron su residencia en Huauchinango en busca de oportunidades laborales, de salud y educativas, pero también con miras a “desindianizarse”, tal como exige el Estado-nación a los pueblos indígenas —basta mudarse a la ciudad para no ser más una persona rural-indígena; no se trata de mestizaje, sino de descaracterización y castellanización forzada—. En los años ochenta, este centro rector comenzó un proceso sostenido de recepción de población migrante. Muchas de estas personas, en un inicio, llegaron a rentar una vivienda, mas, con el correr de los años, buscaron el modo de conseguir una vivienda propia. Implementaron para ello una serie de estrategias para adquirir un terreno.

El núcleo de población nativa de Huauchinango era lo que hoy se conoce como el “Centro”; más allá de él se encontraba la periferia. Es ahí donde la gente comenzó a adquirir predios para fincar sus viviendas. De hecho, algunos terrenos ejidales dieron pronto lugar a pequeños fraccionamientos, como ocurrió con el paraje conocido como El Potro. Asimismo, barrios como La Cumbre, Zacamila, La Mesita o Chapultepec fueron ocupados por los nuevos vecinos de la ciudad; maestros rurales, comerciantes y burócratas de todo tipo se asentaron en estos sitios periféricos. Así, Huauchinango fue creciendo en estos lugares sin ningún tipo de planeación urbana y al amparo de una incipiente especulación sobre la tierra, pero también inmobiliaria.

Algunos de estos nuevos asentamientos se fincaron cerca de arroyos, barrancas y laderas no aptas para vivienda; el precio definía la compra: se trataba de terrenos baratos. Es decir, los nuevos avecindados adquirieron lotes en fraccionamientos y lugares más accesibles económicamente hablando, aunque de alto riesgo. El camino que conduce al pueblo masewal de Cuacuila, por ejemplo, se llenó de construcciones precarias en plena ladera; mucha de la gente que pobló estos terrenos accidentados se ha dedicado por lo general al comercio ambulante y se trata mayormente de población de origen nahua. Colonias como La Aurora Roja —que ha padecido la voracidad caciquil— también albergó población indígena —trabajadores del INI, maestros bilingües—, ni qué decir de colonias como la Chapultepec y Santa Catarina. En realidad, los caminos que conducen de las comunidades aledañas a Huauchinango se poblaron paulatinamente de avecindados indígenas provenientes de esos pueblos cercanos. Para donde se mire —cosa a lo que no es muy dada la sociedad no indígena huauchinanguense—, se encuentra uno con población masewal, principalmente.

Un hecho como el ocurrido recientemente muestra sobre todo la gran desigualdad que existe en los centros urbanos: Huauchinango es así una metonimia del país. ¿Es un asunto de irresponsabilidad que la población migrante finque sus viviendas en lugares de riesgo? O, por el contrario, se trata de una expresión de la desigualdad y la exclusión. La incipiente especulación sobre la tierra disponible y las lógicas caciquiles —y también las lógicas clientelares— han condicionado los proyectos de vivienda en Huauchinango. Por un lado, están los trabajadores de PEMEX y de la Compañía de Luz y Fuerza, que crearon proyectos de vivienda propios, pero fuera de ello el desamparo ha privado, pues las personas que no tienen un trabajo en el Estado difícilmente pueden acceder a un crédito a la vivienda. Ese es el caso de la mayoría de los habitantes avecindados en Huauchinango.

Asimismo, la desigualdad y la exclusión están asociadas al origen étnico de las personas que llegan a las urbes. Gran parte de la población que ha sido damnificada por las lluvias torrenciales, que volvieron zona de desastre algunas colonias del municipio de Huauchinango, no fue afectada debido a los “desastres naturales”, sino principalmente a sus condiciones de pobreza, marginación y exclusión, que posee un alto componente étnico. Así, la gente que ha sido perjudicada por estas lluvias es sobre todo gente indígena empobrecida que vive en laderas, barrancas, zonas de derrumbes o cerca de arroyos de aguas negras. De hecho, el núcleo de Huauchinango, conocido hoy día como el “Centro”, es un espacio pequeño, estrecho y medianamente plano, pero fuera de eso en Huauchinango predominan laderas o pequeñas lomas, bordeadas por arroyos, como el Río Chiquito que se salió de su cauce durante estas lluvias torrenciales.

La falta de proyectos de vivienda —que no sean clientelares— obstaculiza la planeación de vivienda popular en una ciudad como Huauchinango. Asimismo, la indiferencia de las autoridades locales y estatales ante proyectos de vivienda popular autogestionados —como la trágica experiencia de la colonia La Aurora Roja— dificulta un ordenamiento, el acceso a servicios básicos o a planes de protección civil. Al final, no se trata, entonces, de desastres naturales, sino de las consecuencias de la exclusión, la marginación y la falta de acceso a vivienda digna y a planes de desarrollo urbano, sobre todo para la población indígena del municipio. Y, por supuesto, de un Estado omiso, como acostumbra.

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