Encabezado por mujeres y con un amplio despliegue de la Guardia Nacional, el gobierno federal exhibió las bases de la llamada Cuarta Transformación durante el desfile militar de este 16 de septiembre
Texto: José Ignacio De Alba y Arturo Contreras Camero
Fotos: Duilio Rodríguez y Daliri Oropeza
CIUDAD DE MÉXICO.- Tres horas antes del desfile los militares ya estaban ajustando el paso marcial, el malabareo de las trompetas, el audio, las entradas, las salidas. Alineados a ellos, estaba la estrella del evento: la Guardia Nacional, cuya única distinción fue el uniforme; por lo demás, eran militares, con las mismas armas, vehículos, equipamiento y verticalidad.
El contingente de la nueva guardia mexicana fue el más grande de todos. Pero más que una demostración bélica, lo que desfiló este 16 de septiembre fue una exhibición de los planes de gobierno de Andrés Manuel López Obrador.
Nueve mujeres, integrantes de distintas corporaciones, abanderaron el desfile. Además asistieron 32 representaciones de los estados, las gendarmerías de Argentina, Chile, Italia, Polonia y Portugal.
Desfilaron los adultos mayores beneficiados en programas sociales, los jóvenes favorecidos con becas, las pipas que suministrarán combustibles, las brigadas de ingenieros que reparan ductos perforados por el “huachicol”, las cuadrillas que limpian el sargazo. En total participaron 12 mil 111 personas en el desfile.
También, en carros alegóricos, hubo una representación de las cuatro transformaciones del país, citadas en varias ocasiones por el presidente: la Independencia, la Reforma — desde el balcón presidencial López Obrador saludó con felicidad al hombre que se vistió de Benito Juárez — , la Revolución y la que asegura encabezar el presidente: la separación del Estado y el poder económico.
Un camión representó a las Islas Marías, recientemente cerradas como centro penitenciario e inauguradas como un centro de conservación natural, en el camión viajaron niños vestidos de tortugas y delfines.
Estos son los elementos con los que el gobierno del presidente López Obrador intentará apaciguar la ola de violencia que vive el país.
Entre los invitados a los balcones de Palacio Nacional estuvieron Alfonso Durazo de la Secretaría de Seguridad, Luis Crescencio Sandoval de la Defensa Nacional; Rafael Ojeda de la Marina; las presidentas de las cámaras, Mónica Fernández Balboa y Laura Angélica Rojas; el presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar; y el canciller Marcelo Ebrard.
Otros secretarios de Estado presenciaron el evento desde las gradas instaladas en el zócalo capitalino; también desde ahí vieron el desfile los hijos de López Obrador.
Los presentadores del evento no tuvieron miedo a ser demasiado dulzarrones, se apasionaron diciendo: “tengo una madre de seda, que me cuida, que me vela: ¡Mi bandera!”.
Ante el paso de la caballería soltaron “briosos caballos con características de docilidad y mansedumbre”. Al paso de los integrantes del colegio militar “resuenen las fanfarrias”; cuando marchar las fuerzas especiales “distinción y marcialidad”; con la Guardia Nacional y sus uniformes nuevos “gallardía y notoriedad”. El presidente aplaudió al ritmo de los tambores durante todo el desfile.
El ritmo de los soldados marchantes provocaba ligeros tremores en la tierra, el paso de aviones y helicópteros hizo que los presentadores dijeran con arrojo “vencemos en el aire, en la tierra y en el mar”. En la exhibición de paracaidismo el maestre de infantería Valente Mateo sufrió un “traumatismo craneoencefálico leve”, cuando intentó aterrizar frente al Palacio Nacional, la Semar reportó que el hombre de los aires se encuentra “estable” de salud.
Al finalizar el evento y al ritmo del Cielito Lindo, el Ejército abrió las vallas para que la gente entrara a la exposición militar instalada en el zócalo, pero los asistentes se apuraron a saludar a López Obrador que se encontraba frente a Palacio Nacional. Desde ahí el presidente saludó a la concurrencia, su esposa Beatriz Gutiérrez convino los saludos mientras cantaba.
Desaforada, Elizabeth Medina Mendoza grita gracias mientras pasa la Guardia Nacional frente a ella. No cabe en sí de la emoción. Grita tan duro, que la gente alrededor de ella voltea a verla. El Ángel de la Independencia es una verbena de vítores.
Desde el Zócalo, pasando por 5 de Mayo, hasta llegar a Reforma, las banquetas son una romería de niños que se emocionan al ver carrotanques pasar, que aplauden y saludan a los soldados.
¿Por qué tanto agradecimiento? “Pues porque ellos ofrecen su vida ante tanta inseguridad, tanto descontento, y pues es que ellos están dispuestos a defender el proyecto de la Cuarta Transformación que inició el licenciado López Obrador”, cuando lo dice, Elizabeth como que alza el pecho y saca la barbilla, como si se refiriera a solemnes figuras.
Los asistentes que vienen cada año al desfile, la mayoría por demanda de sus hijos pequeños, aseguran que esta vez vino más gente que en ediciones pasadas, al menos, seguro que las del año pasado.
“N’ombre, aquí ni se puede caminar, en otras ocasiones hay más espacio, pero porque no había Guardia Nacional, yo creo que es por eso”, asegura Elizabeth.
Cuando no hay ningún contingente pasando enfrente de la gente, entre las masas impera un extraño silencio, apenas se escucha un pequeño susurro entre la gente, pero apenas se asoma un militar en el horizonte, el ánimo de la gente rebosa y se desata el escándalo.
Como si fuese un tipo de saludo de una secta, cuando los militares pasan en frente de la multitud, inmediatamente las manos de los asistentes se alzan con celular en mano, rectas.
Una vez que pasan, el ánimo se calma y el silencio solo es roto por el chillido lejano de los organilleros y de los vendedores ambulantes que ofrecen desde periscopios de cartón, para los bajitos que no alcanzan a ver el desfile por los tumultos, hasta el que vende figuras de GI Joes mexicanos con paracaídas de plástico que, juran, son una réplica de la Guardia Nacional.
Tacos de a seis por diez, nieves de limón y mango, tacos de chuleta, huevos con confeti y hasta renta de bancos se concentran en la glorieta del Caballito, en Reforma y Bucareli. De aquí hacia el Campo Marte, la gente que asiste al desfile va cambiando poco a poco.
Hacia el zócalo quedan las familias que llegaron a apartar lugar desde las ocho de la mañana. Abuelas, tías, primos, hermanos, papás y mamás que apretujados se pelean por un resquicio de espacio para mirar el paso del desfile. En adelante, los lentes oscuros, las chamarras de marca y los jeans con cortes de última moda se vuelven más comunes.
Cerca del Ángel de la Independencia, hasta los acentos de la gente cambian, pareciera que los hoteles de Reforma avenida se vaciaron en las banquetas, y muchos de los turistas que vinieron de otros estados del país a celebrar el Grito de Dolores en el Zócalo, aprovechan el espectáculo marcial para bajar la cruda de la fiesta del día anterior.
Mientras, por el arroyo vehicular, circulan los carros alegóricos que representan las tres transformaciones previas del país. Cuando pasa el Ángel de la Independencia, los gritos de ¡Viva Hidalgo! suenan como por inercia. De pronto, alguien que parece conocer muy bien la talla de los héroes patrios reclama: “¡Aldama no estaba tan gordo!”.
Toca el turno al carro de la Guerra de Reforma, en él, alguien interpreta al general Ignacio Zaragoza, con sus característicos lentes redondos. Desde el fondo de la multitud que lo ve pasar, se escucha “¡ahí va Harry Potter!”. Algo parecido pasa con el carro que representa la Revolución. Algunos confunden a Venustiano Carranza con “ese señor que tiene la barba como Santa Claus”.
Así como los contingentes históricos, que aparecen por primera vez en este desfile, hay otros que generan el desconcierto de los asistentes. Como el de las personas de la tercera edad beneficiarios de los programas sociales del gobierno.
Unos tres camiones llevan en su batea a una docena de viejitos sentados en bancas que alegremente saludan a la multitud. Sin tener idea de qué está pasando, un niño pregunta a su mamá: «¿Y esos, quiénes son?»
Apurada y con menos conocimiento que el niño, la madre apura a contestar: “Son los cuatachos del presidente”.
Cerca, una señora de unos 60 años dice que es el carro que lleva a las personas insoladas y que ya no aguanta, bromeando, les grita “yo también ya me cansé”, con la tonta esperanza de que paren su marcha y la dejen subir al carro.
Pese a las puntadas y los chistes, cada que pasa un militar, la gente se emociona, les aplaude, les gritan “¡chulos!”, “¡guapos!”, como si las fuerzas armadas fueran una de las instituciones que más congenian con la ciudadanía.
A su paso, Gualberto García Hernández, comerciante de 21 años, no puede quitarles los ojos de encima. Los ve como con deseo, como si quisiera estar ahí, marchando junto a ellos. La mirada fija en las armas relucientes; las manos atrás, quietas.
— ¿Alguna vez has intentado unirte al Ejército?
— No, pero ahora que veo a la Guardia, sí se me antoja —, responde.
Y sin quitar los ojos de encima de los soldados, añade: “tal vez el próximo año”.
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