Por Eduardo Sierra Romero @edsierraromero
Imágenes: Duilio Rodriguez y Ximena Natera
Un arrullo de temporalidad
donde el estar sin transcurso
pinta las paredes de tus sílabas,
que estación a estación
distribuyen su poesía.
Apostado desde el interior en
las parcelas doradas del norte,
el corazón cuenta las gotas
de lluvia hasta tu boca.
Entre todo el silencio, mi columna
palpita con el vaivén de estas
lunas, versadas en la
disciplina de la locura asimilada.
La flor que nace a la puerta
no contempla los amaneceres
como sucesiones de alumbramiento
a la palabra. En estos parajes
yo soy la antorcha, y se escucha
tu voz.
Aterriza la eléctrica tormenta en el remanso de mi pecho
la belleza se canaliza en las ráfagas de cálidos vientos.
Se extiende el susurro de lo impasible en el verdor
de la negación de la aridez, conjuras el sudor
de los dioses y la Tierra se doblega a tu semejanza.
En la configuración de esta ruleta el único número
pinta lo real de lo que gira alrededor de nuestro tacto,
confundido ya de identidad.
El cielo adopta la pose del espejo en la procuración
de amar tus ángulos, inmejorable pasión de lo manifestado.
La única visión de lo perfecto asoma desde lo alto
con la mano de lo que se define como bueno,
así nuestro riesgo es un lujo.
El tiempo vibra fuera de mi pensamiento,
sombra de tu augurio que pretendo dentro.
Viven los escasos roces de vida junto con tu tacto
en la conciencia del milagro, renacido de la forma de
tus labios.
Aprendo el régimen de vuelo cuando agitas
lo sereno, y lo inmaculado pierde identidad
tras tu suspiro.
Vierte el huracán su legado entre mis piernas
cuando exhala tu fragancia el aliento de la Tierra
y ruegan mis pasos a su origen
volverse raíces.
Todas las bellezas son tu belleza
y mi poesía, una excusa.
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