A 48 años de la matanza de estudiantes de 1971, conocida como El Halconazo, la Secretaría de Gobernación abrió al público el sótano de una oficina de gobierno donde la Dirección Federal Seguridad llevó a cabo torturas y desapariciones durante la Guerra Sucia
Texto y fotos: Arturo Contreras
“Se te ponen los pelos de punta al pasar por acá”, dice Iván Uranga Favela al caminar por el sótano del edificio que solía albergar la Dirección Federal de Seguridad (DFS). Aquí, la agencia del Estado detuvo, torturó y desapareció a sus opositores políticos durante la Guerra Sucia.
Hoy este mismo edificio es la Dirección General de Estrategias para los Derechos Humanos, la dependencia de la Secretaría de Gobernación que elaboró el programa contra la tortura, o donde apenas se empieza atender a personas víctimas de desplazamiento forzado.
Este edificio estrecho, blanco, escondido tras los árboles de la plaza Morelia, fue parte de un circuito para torturar, secuestrar y asesinar, del que también formaban parte instalaciones policiacas y militares.
Iván Uranga, o Ali-van, como le decían en los movimientos estudiantiles de entonces, mira inmóvil una de las placas del museo. Sus ojos, de enclavados en su cráneo, parecen más profundos, la lámina explica algunos de los métodos de operación de la Dirección Federal para detener y desaparecer personas.
“Yo me acuerdo de esas combis de florería” dice de repente, interrumpiendo al guía del museo. “Llegaban y se quedaban en frente de tu casa, hasta que te vieran salir o llegar y te llevaban”.
Alguna vez, cuatro de sus compañeros desaparecieron, lo último que vieron, fueron las camionetas, asegura Ali-van. Entonces, decidido, tomó varios camiones y se plantó frente a las autoridades del gobierno. “¡Si no liberan a nuestros compañeros, quemaré uno cada hora!” cuenta que los amenazó.
Después de unas mesas de negociación, sus cuatro compañeros aparecieron. Pero él tuvo que irse a esconder a una madriguera de piedra en el Ajusco por cinco días. “Luego luego apareció la combi de la florería de mi casa”.
Las combis disfrazadas fueron formas de detención clandestina empleadas por la brigada Blanca, una corporación de la DFS, que empleaba tres turnos de 80 personas para espiar y secuestrar opositores al gobierno. Según dicen las cédulas, su tarea era identificar, detener y desaparecer.
Momentos antes, Ali-van junto con otro puñado de sobrevivientes de esos movimientos estudiantiles escuchan las palabras del subsecretario de Derechos Humanos, Alejandro Encinas.
El secretario asegura que este edificio, ahora con placa conmemorativa y museo, es una foto de reivindicación y desagravio a todas las personas perseguidas en esa época. “Pero sobre todo, del esfuerzo vano que hizo el gobierno mexicano fallido, de socavar las libertades políticas de los ciudadanos”.
Desde aquí operaron los directores de esa dependencia. Personajes como Fernando Gutiérrez Barrios, Luis de la Barrera, Javier García Paniagua y Miguel Nassar Haro, que junto a un equipo de policías llevaban a cabo interrogatorios bajo tortura, e incluso, tenían a su disposición a un equipo de médicos, para mantener vivos a los torturados.
Una de esas personas fue Martha Alicia Camacho Loaiza, ahora académica de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Ella entró a estas instalaciones en agosto de 1977.
“Mi esposo fue ejecutado extrajudicialmente, obviamente no nos entregaron su cuerpo, ni nada. Yo fui obligada a parir en medio de golpes un hijo, 50 días después de estar detenida”, cuenta. Hace una pausa y mira el edificio. “Ahí tienen el archivo donde dice quienes fueron los que lo ejecutaron. Está su ficha de detención, mi ficha de detención, ahí está todo.
Este sitio es parte de un memorial que además incluye la página de internet Sitios de memoria y el documental La herencia más oscura, producido por la propia Secretaría de Gobernación con entrevistas realizadas por el escritor y periodista José Reveles.
Periodista en constante búsqueda de la mejor manera de contar cada historia y así dar un servicio a la ciudadanía. Analizo bases de datos y hago gráficas; narro vivencias que dan sentido a nuestra realidad.
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