¿Puede llamarse autonomía si tu existencia como grupo o individuo está condicionada a la obediencia sumisa de la norma ajena? ¿Hay autonomía sin acuerdo?
Texto: Leonardo Toledo
Fotos: Isaac Guzmán
CHIAPAS.- ¿Qué imaginamos cuando decimos «autonomía»? Hay muchas y dispares escenas posibles. Desde un funcionario facturando a nombre de su organismo autónomo el consumo del table dance, hasta un miembro de la autodefensa comunitaria emboscado por policías, soldados, narcos y exautodefensas.
Otra imagen de la autonomía puede ser un señor con tres cargos en instituciones autónomas que telefonea con su mejor amigo para burlarse de la forma de hablar de un grupo de indígenas, pero también puede ser una comunidad indígena reunida en asamblea decidiendo juntos su próximo gobierno local.
Quizá imaginamos un fiscal que, en vez de resolver casos apremiantes para la sociedad, dedica su tiempo a litigar contra su propia familia y pelear una beca del SNI. O quizá a un pueblo entero que, luego de mil fiascos, decide expulsar a los partidos políticos del gobierno local.
Mi imagen imaginaria favorita de autonomía es la de un señor que desde un cubículo de una universidad autónoma (la cual colapsaría sin recursos públicos) escribe un artículo donde determina que la autonomía de los pueblos sólo es posible si se niegan a recibir recursos públicos.
La autonomía puede ser muchas cosas. Las personas filósofas nos dirán que su existencia depende del “imperativo categórico”, la sociología acudirá sin pensarlo al “acuerdo en asamblea”, probablemente algunas abogadas nos aleccionarán sobre indivisibilidad de la soberanía territorial y la concurrencia de la ley, mientras que la antropología se ofrecerá a caminar con nosotros para reflexionar juntos sobre la justicia y la dignidad. ¿Cómo se mira y se vive, entonces, la autonomía?
Asomémonos a la experiencia autonómica de los pueblos de Chiapas.
Como compromiso inicial tenemos que aceptar que hay muchas formas de ejercerla, por definición es imposible que haya UNA autonomía. Pero podemos hacer el acuerdo básico de la definición de autonomía aplicada a los pueblos: la capacidad de éstos para regirse mediante normas y órganos de gobierno propios en sus territorios (sean municipios, estados o comunidades).
Autonomía es, pues, gobernarse a sí mismo, tomar decisiones por sí mismo en lugar de simplemente aceptar la decisión de otros. Así entre las personas como entre los pueblos como entre las regiones y los trabajadores freelance.
Pero la construcción de las autonomías de los pueblos ha pasado por muchos altibajos, muchos formatos y muchos nombres. Para no clavarnos mucho, podríamos distinguir entre aquellos sistemas normativos que dialogan y negocian con el Estado y los que no lo hacen (o casi no).
En el mundo urbano desindigenizado le decimos «usos y costumbres» a toda forma de gobierno que no entendemos ni nos interesa entender. Aunque solo aplica a pueblos originarios. Muchos tampoco entendemos las formas de gobierno europeas, pero no les decimos «usos y costumbres».
Los sistemas normativos de los pueblos existen en una continua metamorfosis que negocia con poderes y gobiernos. En el Virreinato tuvieron un modo, luego de la Independencia otro, tras la Reforma otro, en la postRevolución otro y así. Nunca es el mismo, pero siempre es propio.
Sin embargo, la versión más reciente de autonomía en los pueblos de Chiapas es (quizá) la primera en autoadscribirse a sí misma, llamarse como tal por quienes la ejercen. Su manifestación concreta fueron los Municipios Autónomos Rebeldes Zapatistas (MAREZ).
Agrupados en las Juntas de Buen Gobierno (JBG) los MAREZ emitieron normas propias y ratificaron las leyes promulgadas por el Comité Clandestino Revolucionario Indígena (CCRI, aka comandancia del EZLN).
Esta generación de normas y acuerdos (condición sine qua non de la autonomía) tenía una condición peculiar de efimereidad, pues al no haber jurisprudencia cada JBG emitía nuevas y derogaba de facto las anteriores. Cada año la autonomía se reiniciaba, como condición autoinmune.
Toda esa autonomía que se construía y se reconstruía de forma permanente, desapareció con el decreto del 5 de noviembre de 2023 donde se anunciaba la desaparición de los MAREZ y las JGB, además de declarar inválidos todos los puestos y documentos relacionados, es decir, toda la norma.
(En ese mismo decreto se anuncia la creación de nuevas figuras de gobierno, los Gobiernos Autónomos Regionales, de los cuales todavía no hay mucho detalle ni territorial ni normativo).
De forma paralela a la autonomía zapatista existen otras formas de autonomía de los pueblos. Persisten los gobiernos tradicionales (en más o menos sincronía con los gobiernos municipales). Pero sin presupuesto y sin participación en la toma de decisiones, son más testimoniales.
También han surgido nuevas formas de autogobierno, como el caso de Oxchuc, que luego de muchos trámites y «verificaciones» lograron elegir en 2018 a sus autoridades de acuerdo a su propio sistema normativo con reconocimiento del Organismo Público Local llamado IEPC.
Pero al ser excluidos del proceso, los partidos políticos se aliaron para descarrilar el proceso, junto con (pero no revueltos) simpatizantes zapatistas que vieron esta autonomía «legal» como una amenaza a sus propios procesos autonómicos.
La autonomía de Oxchuc terminó autodestruyéndose a balazos en 2021.
Otras experiencias de autogobierno se han dado en Altamirano y en Pantheló, luego de procesos electorales amañados y violentados para mantener en el poder local a grupos cuyo principal interés era el saqueo y su único método de convencimiento era la amenaza y el asesinato.
En ambos casos (y en Oxchuc, luego de 2021) han desaparecido de facto las alcaldías unipersonales para dar paso a Concejos Municipales (que no necesariamente son de iure).
Con tropiezos y altibajos se van construyendo nuevas formas de gobierno.
Están esas otras autonomías que no salen en la tele, ni tienen armas, ni se agrupan alrededor de siglas, pero que hacen normas que regulan su convivencia y su relación con poblados vecinos y con el gobierno. Son muchas, insignificantes para casi todo mundo, menos para sí mismas.
Son esos grupos de colonos que impiden el crecimiento de desarrollos urbanos ecocidas; los que colocan mantas de «Ladrón: si te agarramos te linchamos»; los que recaudan cooperaciones para construir muros de contención; los que acuerdan un día al mes para limpiar el área verde…
Son también esos pueblos que ponen piedras en el camino para evitar el paso de los virus (tan efectivo como las acciones de alcaldías «legales» que se realizaron con la misma intención). Todos se construyen en el acuerdo que deriva en normas de bienestar colectivo.
Pero sin duda la experiencia autonómica más grande que hemos tenido fue el proceso de los diálogos de San Andrés. Un grupo nunca antes reunido de estudiosos y representantes de los pueblos plantearon dos cosas fundamentales: quienes somos y qué necesitamos.
Ese proceso de construcción de acuerdos fue negociado con representantes de los poderes legislativo y ejecutivo, lo que dio lugar a los Acuerdos de San Andrés y a la iniciativa de Ley de Derechos y Cultura Indígena. Leyes propias con el respaldo del Estado.
Un momento histórico que habría transformado no solamente la relación de los pueblos con el Estado, sino sus condiciones de vida y su participación plena y con dignidad en la toma de decisiones, fue traicionada primero por el timorato Ernesto Zedillo y luego por Vicente Fox.
Aquel gran ejercicio de autonomía que sucedió en San Andrés Sacamchen fue rechazado parcialmente por el ejecutivo y el legislativo, tanto en el sexenio de Zedillo como en el de Fox. Los siguientes sexenios tampoco hicieron mucho por cumplir los acuerdos.
Los pueblos de Oaxaca, sin embargo, aprovecharon los resquicios de la reforma para legislar en lo local y crear municipios regidos por «usos y costumbres» indígenas. Al día de hoy más de 400 municipios de ese estado eligen autoridades conforme a sus propios sistemas normativos.
En Chiapas los pueblos zapatistas optaron por la autonomía rebelde, sin reconocimiento del Estado (ni presupuesto ni nada). El legislativo local, sin consulta a los pueblos, aprobó una reforma limitada e inaplicada. Hasta que Oxchuc lo intentó.
La construcción actual de autonomía pasa de largo todo aquello que se teoriza sobre ella. Nombrarse a sí mismos ya no es «esto somos», sino una afirmación de la diferencia sin la construcción de acuerdos con los diferentes.
En estos tiempos, gobernarse a sí mismos resulta en rechazar por la vía de la fuerza la forma de gobierno previa o de los vecinos inmediatos. La emisión de normas propias (no siempre, pero a veces) suele ser un mecanismo de impunidad y no rendición de cuentas y (también no siempre) sin consulta previa.
Esa autonomía asentada en los fusiles tiene como cimiento muchos años de agravios y despojos. En todos los poblados donde la gente se ha levantado en armas, se han levantado sobre los cadáveres de sus seres queridos, ocultos tras el manto de la impunidad y la omisión del Estado.
Si los prefijos fueran películas, el “AUTO” de esta AUTOnomía armada no habría sucedido sin las precuelas “IN”. Este nomos de la selva surgió como respuesta a la INgobernabilidad, la INeptitud, la INejecución, la INcapacidad, la INjusticia… Incluso ese spin-off fuera de canon llamado INdigenismo.
En cada una de las fotos de Isaac Guzmán que co-construyen este texto podríamos instalarnos un buen rato elaborando una semiótica del agravio. La historia que cuenta cada foto no debería leerse sin conocer también la historia previa, las precuelas de esas secuelas.
Discurrir sobre el imperativo categórico resulta banal cuando la norma se dicta con fusiles. El “nosotros buenos y ellos malos” no deja espacio para plantear metafísicas morales. La restauración de la dignidad humana pasa a último término frente al anhelo de venganza.
Pero «autonomía es gobernarse a sí mismo», nos seguimos repitiendo.
El arco a la entrada del pueblo de Tila da la bienvenida. Dependiendo de qué lado vivas (+- 20 m) te gobernará una norma distinta. Ese arco marca el inicio y fin del sí mismo, de unos iguales que dejaron de serlo.
«Autonomía es gobernarse a sí mismo», nos repetimos.
Los habitantes del poblado Tila quieren dejar de ser parte del Ejido Tila. Los habitantes del Ejido Tila quieren que los terrenos del poblado Tila regresen al ejido al que pertenecen.
Cada grupo gobernándose a sí mismo.
¿Qué adjetivo debemos agregarle a la autonomía cuando el gobierno que de ella emana incluye solo a unos cuantos símismos?
¿Puede llamarse autonomía si tu existencia como grupo o individuo está condicionada a la obediencia sumisa de la norma ajena? ¿Hay autonomía sin acuerdo?
Cuando la autonomía de unos es la heteronomía de otros que comparten el mismo territorio, la única posibilidad que parece permanecer es la disolución del otro, el único acuerdo posible es la sumisión, la pérdida de la libertad moral (dijera Castoriadis).
En esa misma Tila, además del autogobierno «oficial», conviven tres autonomías «rebeldes»: la zapatista, que por su número ya casi es nomás testimonial; la de «los autónomos», que son herederos de la lucha zapatista pero autónomos de ella, autónomos en busca de su propio camino; el tercer grupo es el de los autónomos armados, que no son ni oficiales ni zapatistas ni autónomos sino todo lo contrario (no sé si estoy parafraseando a Cantinflas o a López Portillo).
Van por la suya, convencidos de la legitimidad de la lucha armada ante el agravio de la violencia previa.
Esa escisión no ha sido reconocida ni desconocida por autónomos zapatistas ni por autónomos-autónomos.
Para los oficialistas, los tres grupos autónomos son lo mismo, son los mismos. Exigen su aniquilación por igual. Sus antepasados asesinaron antepasados de los tres grupos sin distingo.
(la problemática en Tila es mucho, muchísimo más compleja que lo planteado aquí arriba. He elegido hablar nada más de lo relacionado con la norma propia, con el nombre propio o apropiado, para poder ejemplificar el paso de autonomía del bien común a la autonomía de la exclusión).
Tanto en Tila como en Oxchuc como en todo el estado de Chiapas, sostener la autonomía es una tarea compleja, con integrantes del mismo “pueblo” enfrascados en la lucha por territorio, recursos, partidos, religiones, organizaciones político-campesinas y, por supuesto, los dineros públicos.
Pero hay un nuevo protagonista que se ha sumado a una disputa que parecía ser entre formas de gobierno reconocidas (o no) por unos y otros.
Ese personaje son los grupos del crimen organizado, que han crecido cual cordyceps en ese fango penumbroso de ingobernabilidad y desconfianza mutua.
El micelio de ese cordyceps infestó todo de manera silenciosa y subrepticia, apareció en los partidos, en las religiones, en las organizaciones, en las familias…
Les da lo mismo si sus reclutas viven en territorios autónomos, fundos legales, palacios municipales o caracoles.
Quienes se dedican a la actividad ilegal florecen ahí donde la legalidad está cuestionada por normas sobrepuestas que se anulan mutuamente.
Más que el poder de fuego, su fuerza viene del desacuerdo, de la incapacidad de autónomos u oficiales para aplicar su ley sobre los otros.
En estos tiempos, con estos nuevos personajes y estas nuevas condiciones, es necesario detenerse y contrastar la autonomía imaginada con estas imágenes de la autonomía realmente existente, la autonomía de quienes la ejercen y la viven.
Enfrente hay un enemigo más grande que el municipio libre y las comunidades autónomas, que ni tan poco a poco les ha ido minando y destruyendo, porque crece en su interior sin que ninguno tenga la capacidad de defenderse de sus sí mismos.
Es imperativo volver a imaginar, volver a considerar la posibilidad de que para construir tus propias normas es más importante el tamaño del acuerdo que el tamaño de las armas.
Imaginar que las próximas fotografías de la autonomía reflejarán más compartencia que competencia.
Es cierto que pareciera que la omertá machacó nuestras manos y nuestra palabra, que apenas nos alcanza para poner lucecitas en efímeras puestas en escena, pero es urgente —sin negar el dolor de las heridas ni olvidar la herencia de tantas luchas— responder juntxs quiénes somos y qué necesitamos.
Eso creo, que imaginar esa respuesta es el primer paso para seguir caminando.
Los comunistas dicen que su vía es la única vía emancipatoria posible. En esa afirmación subyace la tentación de desaparecer todas las otras vías (lo cual haría la suya efectivamente la única posible).
Los liberales afirman que su vía no es perfecta, pero que todas las demás son peores (y por tanto no deberían existir).
Los religiosos fundamentalistas dicen que su doctrina es la única que garantiza salvación eterna. Y han dado a lo largo de la historia muestras suficientes de que no dudarán en destruir hasta los cimientos las otras doctrinas salvadoras.
Yo sigo pensando que quiero un mundo donde quepan muchos mundos.
Creció y reside en Los Altos de Chiapas. Estudió la licenciatura en comunicación social por la UAM-X y la maestría en antropología social por la ENAH. Actualmente trabaja como editor de la revista “Sociedad y Ambiente”, de El Colegio de la Frontera Sur (ECOSUR) y colabora con el proyecto Kinoki Media. Formó parte del Colectivo Frecuencia Libre (radio comunitaria de San Cristóbal de Las Casas) y del colectivo fotográfico Tragameluz. Es colaborador de Chiapas Paralelo y docente en la Maestría en Educación y Comunicación Ambiental Participativas de la Universidad Moxviquil, además de participar en el Consejo del proyecto “Bat’si Lab, fotografía y comunidad”
Ayúdanos a sostener un periodismo ético y responsable, que sirva para construir mejores sociedades. Patrocina una historia y forma parte de nuestra comunidad.
Dona