En este aislamiento físico y social como mecanismo para evitar la propagación del coronavirus, ¿cómo inventar nuevas formas de comunicación que nos acerquen? El desafío será ir más allá de los impedimentos. Expertos en salud mental hacen énfasis en no aislarnos, y buscar estrategias de vinculación con nuestras personas amadas
Twitter: @tuyteresa
¿Recuerdas el pasado cercano, aquel mundo en el que podías bailar y sudar en un evento masivo, reír a carcajadas en un espacio público, departir con amigos en un bar o un café, o simplemente tomar un helado sin temor a contagiarte?
Ese mundo acuoso, atestado de gotículas, ese mundo en el que sudar, abrazar, besar, tocar y respirar libremente era algo común no será posible durante mucho tiempo.
Hoy un corte de cabello es todo un desafío. Y el contacto piel con piel se hace más complicado.
La BBC Mundo titula una de sus notas: “¿Volveremos a darnos un apretón de manos alguna vez?”.
¿Cuánto tiempo resistiremos el aislamiento social y la pérdida de contacto físico?
Somos seres sociales: aprendemos el mundo a través del contacto piel a piel con otros seres humanos. Durante la lactancia, el vínculo con nuestra madre es una extensión de aquella relación acuática previa al nacimiento. Se trata de una forma de conocimiento ancestral, adaptativo, forma parte de la evolución humana, es primigenio… y por ello, vital.
El contacto táctil, olfativo y visual -en un contexto afectivo- hace posible la activación del sistema nervioso, extiende nuestras redes neuronales e incide en nuestro sistema inmune. Este vínculo también proporciona datos sobre el mundo exterior: durante los primeros meses de vida, el vínculo con nuestra madre es imprescindible para conservar la vida y conocer el mundo. El contacto es parte del desarrollo físico, neuronal y emocional de un ser humano.
Uno de los hallazgos más notables es que el vínculo físico favorece la secreción de sustancias como la oxitocina y las endorfinas, responsables de segregar opioides endógenos: sustancias producidas por el mismo organismo en el cerebro. Éstos actúan como reguladores del dolor, el hambre y el estrés.
En suma, el contacto físico -nutricio, amoroso, consensuado y en el marco del respeto al otro/a- favorece el equilibrio emocional y físico.
¿Qué pasa cuando el distanciamiento físico y el aislamiento social se convierten en una estrategia para preservar la vida?
Se trata de una gran paradoja: por un lado el contacto físico ha permitido la evolución de la especie y por el otro, hoy, es una amenaza latente.
Está ampliamente documentada la práctica del aislamiento físico y social como método de castigo, control y/o tortura en muchos centros carcelarios del mundo. Esta práctica también es recurrente en lugares de confinamiento como psiquiátricos o centros para tratar adicciones. Entre los argumentos para validar esta estrategia de control están: evitar que la persona haga daño a otra se haga daño a sí misma, o bien, un grupo de personas dañe a un individuo en particular. Regularmente se aísla a la persona en un lugar pequeño, con poca o nula luz y sin comunicación con el exterior.
Durante esta cuarentena, el aislamiento y el distanciamiento han sido medidas de salud pública obligatorias. De un día para otro nos aislamos sin saber bien a bien qué alcances tendría esta disposición. Por supuesto sabemos que no todas las personas lo han podido llevar a cabo, sobre todo en países como el nuestro, donde la precariedad laboral hace que muchas personas no puedan “darse el lujo” de este confinamiento obligatorio.
Jamás hubiésemos imaginado que el aislamiento físico y social fuese un mecanismo para evitar la propagación de un virus. Lo cierto es que está teniendo efectos inesperados.
La OMS lo ha advertido: como si de un tsunami se tratara, además de la difícil situación económica, se aproxima una oleada de padecimientos mentales: ansiedad, depresión, estrés post-traumático e incremento de suicidios.
La estrategia mundial para frenar el contagio masivo ha sido resguardarnos, sin embargo, tampoco nos garantiza total seguridad. Estamos aprendiendo a navegar en condiciones de incertidumbre permanente.
Viviana Valdés Teja, experta en psicoterapia Gestalt y Trauma, define la actual situación: “Cuando estamos en peligro, nuestro sistema está diseñado para luchar o huir. Una tercera respuesta es la parálisis. Antes, sabíamos dónde estaba el peligro -en el caso de los sismos por ejemplo-. En este contexto, no podemos verlo, esto nos pone en una situación de alerta continua. Todo el tiempo sabemos que hay un peligro por ahí, pero no sabemos dónde está, ni cuándo llegará. Si la respuesta es de huida, la persona se mantendrá aislada, sin querer hablar o tener contacto. También está la respuesta de congelamiento: uno de sus rasgos es la dispersión, el letargo y desmotivación que a ratos puede confundirse con depresión. La ansiedad es energía que está lista en el cuerpo para luchar o huir, pero como no la estamos ocupando, se queda en el cuerpo sin saber a dónde ir”.
De ahí que muchos lo comparen con el sentir de otras especies cuando viven en jaulas creadas por humanos para tenerles en cautiverio.
Este resguardo ha generado falta de conexión con otras personas. Mientras que para unos el encierro ha significado limitación a su libertad, para otros ha sido un refugio, un lugar seguro, sin embargo, ¿cuánto tiempo podremos estar así?
Durante estos meses de confinamiento -en casi todo el mundo-, hay personas que ya han experimentado sus efectos.
Una parte intrínseca de la evolución humana ha sido gracias al contacto físico y la convivencia social. Somos seres que vivimos en relación a los otros. Una variante de esta conexión se da a través del contacto físico y la lectura facial. A través de lo que vemos en el rostro del otro, podemos interpretar seguridad, tranquilidad o amenaza.
Hoy, no podemos tocarnos, abrazarnos o simplemente estar cerca -tenemos que estar al menos a un metro y medio de distancia- y tenemos que cubrir gran parte del rostro.
¿Cómo inventar nuevas formas de comunicación que nos acerquen? El desafío será ir más allá de los impedimentos.
Expertos en el campo de la salud mental hacen énfasis en no aislarnos, y buscar estrategias de vinculación con nuestras personas amadas, sea a través de llamadas telefónicas, videoconferencias, mensajes y en algunos casos, tomar medidas adecuadas como uso de cubrebocas y guantes para aproximarnos a personas en condiciones de vulnerabilidad.
Textos científicos indican la aparición del VIH como un suceso que marcó la vida sexual de los seres humanos. Esto nos lleva a una gran pregunta: ¿Cómo se está transformando la sexualidad en el contexto de distanciamiento físico y social?
En la siguiente entrega de Sin Etiquetas, tendremos una mirada al mundo de la sexualidad en tiempos de coronavirus.
Mientras esto siga su curso, buscaremos nuevas formas de vincularnos hasta que podamos realizar encuentros piel a piel. Quizá estemos en la antesala de nuevas formas de deseo.
Guionista, reportera, radialista. Cubre temas culturales, sexualidad, salud, género y memoria histórica. En sus ratos libres explora el mundo gastronómico y literario. Cofundadora de Periodistas de a Pie.
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