17 octubre, 2020
Son veinte perfomers de 11 países de América Latina. Narra desde el arte virtual e interactivo, las violencias contra las mujeres en la región.
Texto: Vania Pigeonutt
Foto: Especial
Ciudad de México.- Un short infantil con flores primaverales rosas, amarillas, lilas y blancas aparece en el video de «Chambona». Es la actriz mexicana María Luna quien decidió representar la historia de su infancia a través de una representación simbólica. Ella se cuestiona: ¿qué es el amor?, ¿qué es la conciencia? Pasan noticias del martes 28 de julio de 2020. Un anciano muere atropellado en moto al salir de una iglesia.
El anciano está cubierto con un cubrebocas y porta rosas amarillas. Las palabras alegría, amor, protección, perdón, saltan en la pantalla durante el video de menos de cinco minutos. María saluda a las participantes a su cabina.
En el video se ve el short infantil en un río sereno de aguas turbias. Está atorado. María explica que retrata un momento de su infancia. “Fue un espacio muy importante. Soy una sobreviviente, vengo de una familia de un padre que fue abusador”.
Este es una de las 20 cabinas virtuales del proyecto Cristales de Hidroxiapatita, donde las performers comparten violencias que las atraviesan por el hecho de ser mujeres. Una de estas cabinas es la de «chambona».
Los asistentes deben ingresar a la página de https://cristalesde.wixsite.com/hidroxiapatita/saladeespera, después, en el sitio web interactivo cada performer cuya cabina se identifica por la etiqueta, redirecciona a Zoom y empieza la puesta en escena que aspira a formar conciencia sobre las violencias del ser mujer en América Latina. Transformarlo.
Contar su historia junto a la de otras 20 mujeres valientes –muy pocas de ellas son actrices profesionales, las demás se desempeñan en otros ámbitos no necesariamente artísticos–, le permitió a María decir: “sí, sí voy a hablar porque mi historia no es la única ni desafortunadamente será la única. Quizá mi aportación no es para detener eso, porque el abuso dentro de la familia, la violencia, los feminicidios no se van a terminar; ojalá… es decir: marcar un límite, acá no me va a afectar esto, ya no lo voy a permitir más”.
Son 22 mujeres originarias de Perú, Colombia, Argentina, Venezuela; en total 11 países de América Latina. Ellas coinciden en este performance virtual a modo de exposición interactiva, como un recorrido íntimo por sus mundos. Contextos como el de México, donde 10 mujeres son asesinadas cada día o en Argentina, donde la violencia tampoco cesa.
Sus edades y circunstancias son distintas; por eso decidieron ponerse estas etiquetas en sus cabinas de performance: machorra, mulata, cruel, mala madre, intensa, paranoica, linda, mandona, llorona, chambona, sensible, caderona, irreverente, chola, mala, obediente, indiscreta, ladrona, rara, perversa.
“Comparten los estigmas de sociedades signadas por las formas dominantes heteropatriarcales”, dice en su sitio web.
María Luna comparte que este espacio fue muy importante para ella. “Mi papá murió, no puede hacer más daño, pero hay algo dentro de mí, que está permeando en los demás: en mi hijo, en mi compañero, todavía estoy en esta lucha”, comparte la actriz de 56 años que nació en la Ciudad de México y busca a través de la metáfora mostrarse.
La venezolana J. René Guerra es la directora y quien ideó el proyecto. Su propuesta es que todos los espectadores no sólo vean, sino también participen en los performances; por ejemplo, en uno donde «Cruel» atormenta como un ministerio público y revictimiza a una víctima de violación sexual.
Inés Cuello diseñó el dispositivo donde están las cabinas de las performers Tamara Adrián, Fátima Aguilar, Maribel Anaya, Pau Andino Chifflet, Eliana Córdoba, Nata D. Guier, Lucía Aráoz De Cea´s, Josefina Del Valle, Morena Demédici, Paola Eirene, Giselle Giarrizzo, María Luna, Marcela Oviedo, Rocío Pawluk, Guiomar Pérez, Maya Ponce, Adriana Rendón, Jane Santa Cruz, Inés Sceppa, Rosangela Urosa y Berna Vaianella. Dicho dispositivo es interactivo y tiene un auxiliar que te guía en la experiencia.
René Guerra considera que: “cada perfo habla eso, de violencias laborales, violencias ideológicas, violaciones, abuso de poder. Hay un poco de todo lamentablemente. Pero nuestro deseo es visibilizar eso porque nos pasó, no es porque alguien nos lo contó”.
Considera todos los performances actos de mucha valentía. “Nos salva el arte en este sentido, porque lo rompemos y construimos algo con eso. Como el video de María, que es pura poesía. Un relato fuerte y violento, pero María hizo poesía con eso”.
Piensa que esa experiencia en María también se transformó en otras cosa. “Se genera un espacio sanador, reparador, porque convierte un acto muy perturbador, en algo muy sanador y muy poético; de alguna manera logra resolver y rescatar cosas de esos episodios, además te lo comparto, porque visibilizo que esto pasa, esto nos viene pasando, nos viene sucediendo a todas”.
Al final del performance hay una última sala donde los participantes interactúan en la virtualidad contestando preguntas sobre si han vivido violencia de género. La mayoría y no todas son mujeres, admiten este sesgo de género, comparten tanto la directora como María Luna.
“Hay violencias que se manifiestan más porque están más a la vista y otras que están muy escondidas y esas que están escondidas, que no son fácil de diagnosticar, por ejemplo la violencia psicológica, es muy difícil de darse cuenta que estás frente a violencias psicológicas”, cierra René, diciendo que la idea siempre es provocar que se encuentren en esas etiquetas.
Las mujeres aquí reunidas construyen desde el feminismo. Los cristales de Hidroxiapatita se generan de la alianza con otros elementos en el cuerpo. “Le da resistencia a las estructuras más fuertes del cuerpo humano: huesos y dientes, que es lo último que se descompone del cuerpo. Entonces es una metáfora de la resistencia, del poder de la alianza y de que es lo último que se degrada de los cuerpos”. Convoca a las alianzas y a la unión.
Este sábado fue la última puesta en escena. Las ganancias dele evento de cooperación voluntaria se destinarán a El Gondolín, refugio de chicas trans y travestis en Argentina. En las próximas temporadas –esta es la segunda– decidirán qué nuevas causas ayudarán.
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