La pandemia por covid-19 recrudeció la escasez de alimento en medio de la sierra de Sonora, donde vive el pueblo indígena Guarijío, una zona con legendarias carencias, pues el común denominador es el abandono gubernamental. La actual escasez de alimento o servicios de salud se suma a su cotidianidad: sin caminos, sin energía eléctrica, sin red de agua potable ni escuelas con techos o maestros en su idioma
Texto: Reyna Haydeé Ramírez
Fotos: Daliri Oropeza y Especial
Aureliano Rodríguez lleva unas ocho horas caminando en el monte de Bavícora. Él y su familia andan en busca de “lechuguilla”, un agave para alimentarse. Por la pandemia de covid-19 los indígenas Guarijíos están aislados. La autoridad local cerró los caminos y no hay más que comer que lo que el monte dé.
Ya antes prepararon el hoyo, la leña, y las piedras que pondrán para meter el agave, ya pelado. Para que no se salga el vapor y no se queme hay que cubrirlo con un zacate especial que se da en esa zona serrana de Álamos, Sonora.
Luego, a esperar a que se “tateme”, toda una noche o todo un día, dependiendo de la cantidad de pencas. Listo, salen trozos de mezcal, color café, dulce, como los camotes enmielados. También se puede destilar para beber —por supuesto— pero mejor para vender o hacer trueque en el pueblo más cercano, a nueve y hasta doce horas de camino. A pie.
—Vamos a hacer un poco, pa’ comer. ¡Es bueno! –dice sonriente Aureliano a través del teléfono celular.
Nomás que no se puede comer mucho, porque suelta el estómago, advierte.
Aureliano se ha rezagado un poco para poder hablar, ha tenido que quedarse en lo alto de un cerro, para agarrar señal. Aprovecha que anda en el monte para hablar por teléfono, aunque hay días que tiene que recibir o hacer una llamada “urgente” y sube al cerro más cercano a en dos horas a paso normal y en media hora si corre.
Alimentarse en esta región es una lucha por la superviviencia. Los alimentos siempre han escaseado porque están aislados, por la distancia, por la falta de caminos, cuando el río crece, o como ahora que hay pandemia.
Su principal dieta es el maíz, que siembran o compran a 500 pesos los 100 kilos. Pero ahorita no hay ni dinero, ni maíz.
—Hacemos tortillas y lo acompañamos con frijol, arroz, hacemos pozol con frijol, y si cazamos un venado o cochi jabalí, le ponemos carnita –explica Aureliano.
Pero no es fácil cazar un animal del monte.
—Puedes andar todo el día y no encontrar ninguno –dice.
Ayer, a poco más de dos meses de cuarentena, una autoridad les mandó una despensa, la primera que recibe su padre. Don Aureliano, de 80 años, bajó por ella a Mesa Colorada, caminó 9 horas de ida y 12 de regreso.
Aureliano ríe cuando recuerda que es lo que trae la despensa:
—Un cuarto de kilo de manteca, medio litro de aceite, un litro de leche, una (harina) maseca, un poco de arroz, un poco de frijol… le voy a tomar una foto pa’ que vea –dice.
A la mayoría de los pueblos guarijíos se llega principalmente a pie o en burro. También en helicóptero. Por eso todo siempre escasea o nada llega y enfermar en estas comunidades es de vida o muerte.
Cuando recién llegó la gobernadora Claudia Pavlovich, les prometió un centro de salud. Han pasado cinco años, le queda uno de gobierno, y nada. Por eso ellos tratan de tener saldo en sus teléfonos celulares. Si tienen saldo podrán subir a un cerro y llamar a algún conocido que pueda ayudarles con la autoridad para que envíe un helicóptero. Y no siempre lo consiguen.
Así murió su esposa, recuerda: no consiguieron helicóptero y entre cuatro la bajaron a lomo, en una camilla improvisada, murió a medio camino. No supieron de qué. Tenía 32 años.
Al día de hoy no hay registro de Guarijíos infectados por covid-19, pero el aislamiento por la emergencia los agarró sin comida, ya sin grano en reserva.
—No hay nada. Ni trabajo. No hay cultivos, no es tiempo, hasta junio, julio, se siembra en el río. Lo que hay para comer es lo que hay en el monte –explica Agustín Cautivo, gobernador de Mesa Colorada.
El alimento ahora son las frutas silvestres que colectan del monte, Cámori, Chichivo, Guamúchil. Y el mezcal. En un mes más habrá también pitahaya.
Son alrededor de 2 mil los indígenas Guarijíos que viven en 21 asentamientos pertenecientes a tres ejidos y una sociedad rural, sus comunidades están dispersas en la sierra de Álamos, municipio a 372 kilómetros al sureste de Hermosillo la capital sonorense. Y a mil 632 kilómetros al noroeste de Ciudad de México.
Bavícora, El Sáuz, Rancho Nuevo, Macurawe, Bocojaqui, Basicorepa, Aquinabo, Mochibampo, Guajaray, Jobebi, La Chuna, El Aguaro, Arroyo El Venado, El Chalate, Los Bajíos, Los Plátanos, Los Jacales, Los Estrados, Boca del Arroyo, Todos Santos y Mesa Colorada. Son las comunidades en el abandono. El hambre es una constante en estos pueblos.
Hay también guarijíos que viven en San Bernardo, una comunidad serrana un poco más accesible, a 50 kilómetros de la cabecera municipal de Álamos, ahí llega un camión de pasajeros, pero por la pandemia están suspendidos los viajes desde fines de marzo.
—Orita no tenemos trabajo, nada más yo hago artesanía, hago sombrero, petate, servilletas, todo eso, nada más eso hago, pero a veces no vendemos, también aquí no hay compradores, nosotros, pues, ‘tamos lejos –explica Elvira Rodríguez Bacasegua, quien vive en San Bernardo.
En Mesa Colorada hay una Conasupo, pero no está surtida. Y de ahí a Álamos son 80 kilómetros, explica Agustín Cautivo.
La pandemia por el virus SARS-COV-2 vino a recrudecer la escasez de alimento, el abandono gubernamental y el aislamiento cotidiano al que están sometidos a diario los Guarijíos. Se suman legendarias carencias, nada de infraestructura, nada de caminos, sólo brechas, sin energía eléctrica, sin red de agua potable; escuelas sin techos y sin maestros en su idioma.
Por ejemplo, en Bavícora, el Sáuz, Rancho Nuevo, que son de los más aislados, el hambre es una constante. Los nuevos programas sociales presidenciales y las becas para estudiantes no llegan aquí. Hace unos dos años les quitaron el “Prospera” y ya nadie recibe nada. Y los adultos mayores, no todos reciben su pensión. ¿Por qué? Literalmente no hay camino para llegar y las mismas autoridades reconocen que no llegan hasta esos lugares. Si reparten despensas no suben a las comunidades lejanas y aseguran que las dejan en Mesa Colorada y desconocen si realmente llegan a su destino.
Sí reparten despensas, pero no suben a las comunidades lejanas, como reconoce el mismo alcalde de Álamos, Víctor Balderrama, que las únicas despensas que les ha enviado a las zonas altas las ha dejado en Mesa Colorada y desconoce si realmente llegan a su destino.
Don José Romero, gobernador de Makurawe, de 75 años, cree que no le llega su pensión de adulto mayor porque ha sido uno de los opositores a la construcción de la presa Bicentenario.
El 25 de octubre de 2019, don José tuvo que viajar al municipio de Etchojoa, para intentar ver al presidente Andrés Manuel López Obrador, que ese día visitó su comunidad de San Bernardo, donde se le impidió el acceso. Lo vio de lejos, pero logró enviarle un documento con los que andaban con él.
Desde entonces don José no figura en los apoyos, el argumento que le dan es que se cancelaron las antiguas listas porque con el nuevo gobierno cambió el sistema, pero en las nuevas no aparece. “Espera para el otro mes”, le dicen. Los hermanos Sebastián y Marcelino Rodríguez Buitimea están en la misma situación. Los tres, mayores de 70 años.
Es la falta de comida la mayor carencia, pero el agua potable es otra demanda general, no sólo de los indígenas Guarijíos, de todos los habitantes de Álamos, un municipio de 30 mil habitantes.
En los pueblos más alejados, el agua se “jala” de los arroyos con mangueras negras de menos de dos pulgadas. En Bavícora la bomba y la pila hace 25 años que dejó de funcionar por falta de mantenimiento.
Los maestros, indígenas mayos, se fueron desde antes de la pandemia. Hoy los adultos ayudan como pueden. La escuela de la región está en Bavícora, ahí hay nueve niños que siguen en clase, pero los de localidades vecinas, a dos o tres horas de camino, no acuden, el aislamiento les tiene impedido desplazarse.
Aun en tiempos sin covid, la educación no es una prioridad en esta zona, los Guarijíos hablan en su lengua natal y un español tan precario que apenas se dan a entender fuera de su comunidad. Y los maestros son indígenas mayos.
Y los maestros. Los últimos tres que han estado en Bavícora han recibido dinero para arreglar las escuelas, pero lo primero que han hecho es comprarse una camioneta. Uno de ellos estuvo un par de días solamente, recibió el recurso público, compró el carro y ya no volvió. La escuela sigue igual. Sin techo. En Bavícora el desfalco los pobladores lo estiman en cerca de un millón de pesos.
Aureliano tiene 47 años y desde hace unos siete meses su fama de veloz lo precede. El 25 de octubre de 2019 a trote limpio hizo seis horas de Bavícora a Mesa Colorada.
—Pa’ bajar son ocho, diez horas de camino, pero ya cuando viene recio, son menos, son seis horas, viene recio uno y va cruzando por travesía, el camino da vuelta lejos, pero va cruzando uno por cerros, y así haces seis horas –explica.
Aureliano se enteró de última hora que el presidente Andrés Manuel López Obrador, estaría al día siguiente en San Bernardo. Y él pensó que debía ir.
—Quería alcanzar al Presidente, quería estar en San Bernardo, yo quería reclamar que nunca hemos tenido apoyo pa’ la comunidad –contó.
—Y al llegar a la Mesa Colorada, nadie me quería dar raite.
En Mesa Colorada había dos camiones. Pero no todos los guarijíos estaban en la lista para ir a ver al Presidente, porque hay un grupo que mantiene la lucha contra la construcción de la presa Bicentenario, porque no se les consultó y se les desplazó de sus tierras ancestrales, y Aureliano es uno de ellos.
Así que Simón, su hermano, que ya estaba arriba de un camión, le cedió su lugar, eso no se podía hacer y lo bajaron. Entonces se les ocurrió ir a otro camión que estaba vacío y le dijo al chofer que él era invitado del presidente, que todos los guarijíos eran libres de ir a ver al presidente. Así defendió su lugar y pudo ir a San Bernardo. Allá encontró otros obstáculos. Y no pudo acercarse.
—Nosotros sí estamos jodidos, tenemos casa de palo, de palma y la carretera no tenemos nada, nosotros acarreamos la botana, la comida, desde la Mesa Colorada. Pa’ subir, sin carga, son unas nueve horas, pero ya llevando carga, unos 20 kilos, son unas 12 horas –explica.
Así son en lo cotidiano los traslados de los Guarijíos en la sierra de Álamos. No hay camino. Ni siquiera hay proyecto, reconoce el alcalde de Álamos; cuando en octubre de 2019 se inició la granja solar en Bavícora, él le propuso a los gobiernos estatal y federal hacer el camino. No tuvo respuesta.
Recién el Gobierno de México les liberó recursos para construir una pequeña granja solar para que pudieran tener energía eléctrica, por primera vez en su vida. La empresa constructora consiguió un helicóptero para subir el cemento y otro material pesado. Pero la manguera, los paneles y otros materiales los subieron los guarijíos “a lomo» y a pie. Los paneles solares, por ser tan delicados, los subieron entre cuatro y tardaron cuatro días. La obra se terminó ahora en abril. Y esperan que vaya el presidente a inaugurarla. Claro que él prometió volver, pero no a inaugurar la pequeña planta solar, sino la presa Bicentenario, que pasó por encima de ellos para construirse. Sin consulta alguna.
Lo poco que han construido en lo alto de las comunidades indígenas lo han llevado así: sobre su espalda y a pie. A veces con burros y mulas. Pero tienen pocos animales, suman 27 burros entre unos cuatro pueblos relativamente cercanos. Ahora que construyeron la planta solar en Bavícora prestaron los burros para acarrear el material.
Las 28 familias que viven en Bavícora prácticamente no tiene burros, porque hace unos 12 años que construyeron la escuela, que no es más que un par de salones de adobe que hoy ya no tienen techo, ahí murieron varios animales.
—La escuela mató varios burros, se “acarriaron” las láminas, se calentaron el lomo con las láminas, diez, doce o más se enfermaron, se murieron, se chingaron con el calor –narra Aureliano.
Hace también, unos dos o tres años, un león pantera anduvo por el lugar, hambreado, matando burros, agrega.
—No se dejaba ver nunca, pero andaba en cada rancho. Don Rafael Rodríguez Palomo (50 años) sí lo vio una vez, venía de traer leña, sólo sintió un aire cuando el león pantera saltó sobre él y se le montó al burro.
El burro reparó, don Rafael Rodríguez Palomo cayó al suelo y se echó a correr, no paró hasta Bavícora. Perdió la leña. Y el burro.
Álamos es un municipio de contrastes, turístico, tiene mucha riqueza cultural, con un festival internacional, pero tiene mucha pobreza y analfabetismo, admite casi con vergüenza el alcalde Víctor Balderrama.
—Pero no es pobreza, es pobreza extrema –enfatiza.
Según cifras del Coneval, en 2010, el 65 por ciento de la población de Álamos estaba en pobreza y de esta el 20 por ciento en pobreza extrema. Un estimado de casi 5 mil personas, de sus casi 30 mil habitantes. Y hasta el 2019, el Instituto Sonorense de Educación para los Adultos reconocía un analfabetismo del 9 por ciento en Álamos. Y presumía haberlo bajado a 4 por ciento.
Además de la pobreza cotidiana, cayó la economía turística y empeoró el desempleo. Así el ayuntamiento se declara rebasado para abastecer de alimento a la población, ante la emergencia por el covid-19. Ha repartido despensas con básicos, dice, un poco de frijol, arroz, pero es insuficiente, reconoce el alcalde.
En el caso de los guarijíos, les han tocado algunas despensas pero para llegar a las comunidades como Bavícora no hay caminos y se han dejado en Mesa Colorada, donde los pobladores han tenido que bajar por ellas.
—¿Cuántas despensas han recibido los Guarijíos del gobierno federal? Pues no han recibido ninguna. ¿Del Gobierno del Estado? Ninguna. Y es muy pesada la carga para el municipio solo, porque no nada más tenemos Guarijíos, tenemos Mayos, y pobreza general, ¡utaa! –exclama el alcalde.
—Sí hay mucha necesidad, lo tengo que reconocer, pero sí tenemos que jalar la carreta los tres niveles de gobierno para que las cosas funcionen –reclama el alcalde.
Álamos es Pueblo Mágico, y como todo municipio turístico, el alcalde explica: la realidad es una en la ciudad y otra en las comunidades.
En la ciudad hay una colonia de 500 residentes extranjeros y ahora con la situación de emergencia, se sumaron a la compra de alimentos.
—Están colaborando con la comunidad, compraron 5 toneladas de frijol y 5 de maíz, compraron 20 toneladas de maseca y están repartiendo -comenta.
A la pobreza se suma la caída de la economía turística y el recorte de empleos que empezó la minera Cobre del Mayo, desde noviembre de 2019.
—De mil 500 empleados se quedaron como 200, 300 –explica el alcalde.
Con todo en contra, el Ayuntamiento tomó la decisión de cerrar sus accesos desde mediados de marzo, para evitar contagios de Coronavirus. No podrían con una crisis de salud. Hasta hoy no hay contagios.
La geografía sonorense ubica a Álamos en la frontera con Chihuahua y Sinaloa y se conecta a Sonora por la región del Mayo, Navojoa, Etchojoa, Huatabampo y Cajeme, municipios todos con casos de covid-19. Entre todos suman 14 defunciones y cerca de 200 contagiados. La mayoría, en Cajeme.
No abrirán el paso hasta que se estabilice la situación en los municipios vecinos. Apenas la semana pasada empezó a circular el autobús de pasajeros pero sólo vende viajes redondos a la gente de Álamos que va por suministros y comida a Navojoa.
Esta decisión afecta también a las familias de Guarijíos y mayos. A unos la pandemia los agarró en la sierra, pero a los que se desplazan para trabajar en los campos agrícolas del Valle del Mayo. Allá quedaron varados, porque ya no hay ni trabajo y están sin poder subir, porque están en municipios con contagiados. Esta Migración obligada es constante.
Algunos pueden comunicarse, otros llevan al menos un mes sin poder hablar con sus familias, porque en el peor de los casos no tienen saldo en sus teléfonos. Y otros no tienen ni teléfonos.
La pandemia por covid-19 se convirtió en Sonora en un pretexto más para mayor olvido de las comunidades indígenas.
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