Si el Estado existe para garantizar la supervivencia y/o el bienestar de sus ciudadanos, países ricos y pobres están fallando. Se necesita la creatividad de una generación en la que seamos capaces de replantearnos al mundo y cambiar nuestros paradigmas
Para Jorge, por presentarme a Lauterpacht y Lemkin
Twitter: @luoach
¿Para qué existe el Estado? La cara del profesor se ilumina en la pantalla de mi computadora. Son las ocho de la mañana y estoy decidida a iniciar mi primer curso en línea, ofrecido de manera gratuita a causa de la pandemia de COVID-19. Es un curso sobre filosofía política; la introducción es muy básica. Me recuerda a mis clases en la carrera, a esas sesiones sentada frente a profesores donde yo –más que atragantarme lo que explicaban— me limitaba a escuchar y anotar por cumplir. Noto ahora, con esa claridad que da la distancia, la diferencia entre estudiar por deber y estudiar por querer entender.
La clase me recuerda al libro que leía una noche anterior: un recuento detallado de las vidas de dos abogados que cambiarían el rumbo de la aplicación de justicia a nivel internacional después del Holocausto. El autor Phillipe Sands, abogado también, relata primero las peripecias de uno de los dos ideólogos, Lauterpacht, aquel que acuñó el término de “crímenes contra la humanidad”, y después la vida de Lemkin quien inventó el término “genocidio”.
Se enciende la pantalla de mi teléfono. Está confirmado, leo de un mensaje de texto, que los cuerpos de personas que murieron a causa del coronavirus en Ecuador se están quedando abandonados en las banquetas. El gobierno del país está sobrepasado y, al menos en Guayaquil, hasta la alcaldesa está contagiada del virus y reclama, anuncia, lamenta desesperada, a través de redes sociales, que están sobrepasados. Entro a Twitter y encuentro las imágenes de los cadáveres cubiertos por sábanas en las banquetas de Guayaquil.
En un instante más, la plataforma me muestra también las camionetas equipadas con frigoríficos largos adaptadas como morgues móviles aparcadas a las afueras de los hospitales en la ciudad de Nueva York. Hasta el viernes en la noche son 45 y 85 más están en tránsito hacia la Gran Manzana. El gobierno de la ciudad está pidiendo que los profesionales de salud voluntaríen para ayudar a atender la crisis. En Madrid, empezaron a multar a quienes salgan de casa sin un ticket de compras del supermercado o si van a uno que no sea el más cercano a sus domicilios.
¿Para qué existe el Estado? La imagen del profesor, parado en el pasado dentro de un estudio de grabación, está proyectada en el presente sobre mi computadora. Sus manos, dobladas frente a su torso, quedan a la altura de mi taza con café y un chorrito de leche con saborizante a vainilla. Son pasadas las ocho de la mañana, la luz se filtra por la ventana angosta que recorre mi departamento a lo largo y la voz en inglés del profesor retumba a través de los audífonos por los que lo escucho. Ofrece cuatro respuestas. El Estado existe para: maximizar la felicidad, garantizar justicia, fomenta la igualdad u ofrecer libertad.
El profesor de mi curso en línea explica que las actuales instituciones políticas y sistemas legales estadounidenses fueron creados por hombres comunes y corrientes, ni expertos ni eruditos, algunos de 26 o 28 años de edad, respondiendo a las necesidades de sus tiempos. Invita a cuestionar estos arreglos.
Una de las cosas que hacen de esta pandemia algo tan aterrador y desconcertante es reconocer que no estamos listos para enfrentarla. Si el Estado existe para garantizar la supervivencia y/o el bienestar de sus ciudadanos, países ricos y pobres, con sistemas de justicia e instituciones políticas débiles y sólidas, están fallando.
¿Para qué existe el Estado? En el curso en línea el profesor dice que las instituciones políticas y los sistemas legales existen para ayudarnos a llevar a cabo nuestras obligaciones morales. Dice que quienes diseñaron nuestras instituciones políticas y sistemas legales lo hicieron respondiendo a un contexto donde se enfrentaban a ciertos problemas, retos, a un tipo de población y comunicaciones y fronteras; a una realidad entonces tangible y real, pero diferente y distante a la nuestra.
¿Para qué existe el Estado?, insiste el pobre profesor desde un momento en el tiempo en el que él no sabía que estaríamos viéndolo desde diferentes partes del mundo durante una pandemia.
Y cada vez con más desesperanza, la pregunta que yo tengo es otra: ¿quién nos va a garantizar sobrevivir a esta pandemia y lograr sobrellevar la crisis económica que inevitablemente le sigue?
Apenas hace algunos minutos el presidente López Obrador se dirigió a la nación para comunicar la esperada estrategia económica con la que su gobierno pretende enfrentar la recesión garantizada que viene. Parado solo en el estrado, hablando en ese tono lento que ahora me parece casi demencial, explica un delirante esbozo de plan: empieza enlistando apoyos económicos específicos y termina hablando de los sueños personales que tiene para su presidencia.
Regreso al libro que leía y a cómo se cuestionaban, replanteaban, re imaginaban aquellos abogados la manera de crear nuevas herramientas que sirvieran para juzgar a aquellos que habían cometido los crímenes de asesinar a miles. Hasta ese momento, la humanidad no había presenciado algo como el exterminio masivo de un pueblo con la llamada “Solución Final” como sucedió durante la Segunda Guerra Mundial. Ante un fenómeno nuevo en un orden mundial en transformación, hubo quienes crearon nuevas palabras, literalmente, nuevos términos, sistemas legales y soluciones institucionales a problemas a los que, como humanidad, no nos habíamos enfrentado antes.
El reto globalizado, trasnacional, de salud, de desabasto, de sobre oferta de información al que nos enfrentamos hoy merece ser atendido con una nueva perspectiva, con un planteamiento innovador y soluciones a la medida. Miento, no es que la situación lo merezca; lo demanda.
Así como Lauterpach y Lemkin hicieron el siglo pasado, literalmente inventando herramientas para enfrentar una crisis nunca antes vista, la pandemia del COVID-19 en estos tiempos de híper conexión virtual, producción masiva para el consumo y globalización enardecida necesita de la creatividad de una generación en la que seamos capaces de replantearnos al mundo y—con él—las soluciones necesarias para cambiar nuestros paradigmas y con éstos, las condiciones de nuestra estancia en el mismo.
Quizá así encontremos la respuesta incesante del profesor repetitivo y podamos contestarnos en pleno Siglo XXI –ante este claro hito que marca un antes y después del mundo como lo conocíamos– para qué sirve el Estado.
Ha participado activamente en investigaciones para The New Yorker y Univision. Cubrió el juicio contra Joaquín El Chapo Guzmán como corresponsal para Ríodoce. En 2014 fue seleccionada como una de las diez escritoras jóvenes con más potencial para la primera edición de Balas y baladas, de la Agencia Bengala. Es politóloga egresada del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) y maestra en Periodismo de investigación por la Universidad de Columbia.
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