Contradictorias

3 abril, 2024

Me maravilla que seamos contradicción y aún más indagar en el cómo y el por qué. Nos valoro en toda nuestra contrariedad. Busco las reflexiones contradictorias de otras que también la aprecien o por lo menos se atrevan a reconocerse en ella porque me ayudan a comprender(me) un poco más. Los absolutos nunca nos alcanzarán para entender(nos)

Por Celia Guerrero / X: @celiawarrior

Me interesa la contradicción. Creo que vivimos en un mundo con circunstancias tan contradictoras como podemos ser complejas las personas. Me interesa de igual forma la congruencia. O quizá —para ser congruente— deba reconocer que en realidad aspiro a la congruencia en sus acepciones de sensatez, coherencia; aunque solo se trate de una meta distante porque lo que hay en mí es lo que hay en todo lo que se diga humano y no es lo simple, sino lo contrario: lo complejo, que puede ser incongruencia, que puede ser contradicción. Entonces, me contradigo en afirmar que me interesan ambas cosas.

Me maravilla que seamos contradicción y aún más indagar en el cómo y el por qué. Nos valoro en toda nuestra contrariedad. Busco las reflexiones contradictorias de otras que también la aprecien o por lo menos se atrevan a reconocerse en ella porque me ayudan a comprender(me) un poco más. Los absolutos nunca nos alcanzarán para entender(nos).

Hace no mucho tiempo leí fuera de contexto la frase de la escritora peruana Gabriela Wainer: “La teoría me la sé, pero cómo me la meto al cuerpo” y me pareció que hacía referencia a las contradicciones de las que solemos conversar entre feministas.

La frase citada proviene del libro Huaco retrato (2021), en el que en las primeras páginas la autora explora en el personaje de su tatarabuelo —un colonizador, racista, explorador que extrajo objetos precolombinos hoy día exhibidos en museos europeos; un señor del que heredó el apellido—, a la par que inicia un duelo por la muerte de su padre.

Si Huaco retrato se trata de una novela o un ensayo autobiográfico, un texto historiográfico de análisis postcolonial o un poema largo, es una discusión de corte literario que, aunque importante, no es objeto de esta reflexión. Nada como ir a la lectura para hacerse una idea propia del asunto.

Pero la razón por la cual para esta Igualada resulta un texto interesante a mencionar es, principalmente, por el abordaje de la historia personal y familiar desde una perspectiva crítica a las figuras patriarcales, lo que podríamos llamar un abordaje feminista. A la par, también es significativo que la columna vertebral del enfoque sea la contradicción.

Escuché a la autora platicar en un podcast sobre este libro y, efectivamente, sobre la contradicción como tema en el que la literatura se debe permitir ahondar. Habla de ella como “la no solución del conflicto” y reflexiona: “Nunca hemos sabido nada sobre cómo solucionar las cosas, nunca hemos vivido la solución, solo hemos vivido soluciones finales, soluciones horrorosas […] Nos quedamos con los procesos, es ahí en sonde está todo”.

En la exploración de Weiner en Huaco retrato de la contradicción, de sus afectos y deseos y de cómo ello se convierte en una “no solución” de lo que son los conflictos: el racismo, el saqueo, el duelo, la problematización de la propia identidad; es que encuentro la pista de lo que creo nos lleva a detectar y rechazar la contradicción como algo negativo. Pensamos que se interpone a un objetivo sano o deseable. Si tan solo no fuéramos tan contradictorias, entonces… Pero no lo sabemos ni se sabrá porque lo somos.

Sin embargo, la autora se detiene a señalarnos que la contradicción es parte del proceso, y este es en sí mismo valioso. Yo agregaría que es el contenido, aquello que da forma. Si la congruencia es la meta, las contradicciones van marcando el camino.

“Siento que a lo mejor tengo que empezar a pensar seriamente en que algo de ese ser fraudulento me pertenece”, confiesa, mientras narra cómo revisa las conversaciones de su padre recién fallecido con la mujer con la que sostuvo una relación paralela clandestina de treinta años y con otra hija.

Y de ello he escuchado antes, en diversos contextos, reflexionar a feministas, a mujeres a quienes la contradicción las corta y al mismo tiempo las construye. Están las que se han librado del amor romántico, pero continúan atrapadas en la heterosexualidad, o viceversa; las que creen en el antipunitivismo y en otras formas de hacer justicia, pero cancelan y atacan a otras cuando no les gustan las formas en las que se expresan. Tantas formas de contradecirnos son posibles. Pero, si lo detectamos, en el proceso, ¿podemos cambiar algo?