México viene saliendo de una sequía terrible de muchos años. Todavía no se actualizan los datos del monitor de estiaje de la Comisión Nacional del Agua como para saber si ya salimos de ella o ni siquiera las lluvias torrenciales recibidas le han puesto fin. Lo que sí sabemos es que después de la escasez, ahora llegan las inundaciones, y los huracanes de este año y de muchos más por venir serán mucho peores de lo que nunca esperamos
Por Eugenio Fernández Vázquez / X: @eugeniofv
El año pasado el huracán Otis sorprendió al mundo al pasar de la noche a la mañana de ser una tormenta tropical a ser un huracán categoría 5. Ahora el huracán Beryl, que viaja casi en línea recta desde las Antillas hacia Quintana Roo, ha vuelto a ser noticia porque tiene una fuerza inusitada para ser tan pronto en la temporada de huracanes. En el nuevo régimen climático, sin embargo, esto ya no serán fenómenos, sino una nueva normalidad. Su costo en vidas humanas, economías e infraestructura en el país será terrible, y para hacerle caso no habrá varilla ni concreto que alcance: la única solución es restaurar la naturaleza para que amortigüe estos golpes.
La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza ha definido las “soluciones basadas en la naturaleza” como las respuestas a problemas que aprovechan la flexibilidad y la fuerza de ecosistemas y elementos naturales. La idea no es nueva: ya en los años 1930, por ejemplo, el gobierno de Puebla financió al parque nacional La Malinche para regular los caudales de agua. Lo que es relativamente nuevo es el trabajo para hacer que estas soluciones sean la norma, y no la excepción.
En México el concepto es, por desgracia, todavía incipiente. La idea que rige en la forma en que lidiamos con la escasez de agua o, al contrario, con las inundaciones, es a tubazos, construyendo más infraestructura gris. La misma lógica, pero en otro campo, se impone en la manera en que el sector agropecuario lidia con plagas y pestes, o en cómo las ciudades tratan de remediar sus problemas. En nuestro país —como, por lo demás, en gran parte del mundo— la norma sigue siendo la apuesta por la infraestructura y la tecnología.
Una lección muy importante de cómo apostar por la restauración de los ecosistemas es mucho más eficiente lo han mostrado las grandes aseguradoras en la península de Yucatán. Ahí, junto con la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, organizaciones de la sociedad civil y agrupaciones empresariales diseñaron un mecanismo por el cuál el dinero de riesgos y seguros se invierte en la restauración de un arrecife que protege la costa caribeña mexicana. El mecanismo ha permitido al mismo tiempo mantener la buena salud del coral, impedir que las olas huracanadas se lleven las playas y ahorrar dinero en seguros y economías destruidas.
Como pasa con todas las ideas que tienen un nombre recordable y que parecen buenas, ha habido un esfuerzo de los grandes responsables del cambio climático de adueñarse del término y pervertir su finalidad. Donde hay la intención de restaurar la naturaleza para todos, ellos pretenden usar este esfuerzo para capturar carbono en bosques, selvas y humedales pensando que así no deberán tomar medidas para dejar de contaminar. Este tipo de fraudes deben combatirse e impedirse, pero no quitan valor al concepto de soluciones basadas en la naturaleza.
México viene saliendo de una sequía terrible de muchos años. Todavía no se actualizan los datos del monitor de estiaje de la Comisión Nacional del Agua como para saber si ya salimos de ella o ni siquiera las lluvias torrenciales recibidas le han puesto fin. Lo que sí sabemos es que después de la escasez, ahora llegan las inundaciones, y los huracanes de este año y de muchos más por venir serán mucho peores de lo que nunca esperamos.
Esta nueva realidad, este nuevo régimen climático, exige nuevas soluciones. A los desastres naturales que se nos vienen encima habrá que responder restaurando la naturaleza, quitando el concreto y sembrando bosques, selvas, parques.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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