La proporción de emisiones de un individuo es bastante pequeña. Es necesario impulsar la economía circular, manejar mejor la basura y el impulso al manejo forestal sustentable. El resultado sería nuevas economías, más descentralizadas y más limpias
Twitter: @eugeniofv
Sea a nivel mundial o apenas a nivel de las ciudades mexicanas, la cuarentena provocada por el coronavirus ha generado grandes reducciones en las emisiones de contaminantes y de dióxido de carbono. Sin embargo, estas emisiones han estado muy lejos de lo que uno hubiera esperado, considerando que la economía está detenida y que aun en ciudades en las que no hay castigo por salir a la calle -como Ciudad de México- la movilidad se redujo en un 60 por ciento. La razón es que las acciones individuales tienen menos que ver en la contaminación y las emisiones que provocan la crisis climática de lo que podría pensarse, y de cualquier forma las opciones que tienen los hogares son bastante limitadas.
Un estudio publicado en la revista científica Nature Climate Change registró un bajón de las emisiones de gases de efecto invernadero globales de 17 por ciento, algo nunca visto. Sin embargo, eso apenas nos llevó a los niveles de 2006, que eran de por sí demasiado altos como para evitar una catástrofe ambiental. Esto es así porque la proporción de emisiones que un individuo puede evitar alterando sus patrones de consumo es bastante pequeño en comparación con lo que hace falta.
En Ciudad de México, por ejemplo, la reducción del tráfico de automóviles hizo que bajara en apenas treinta por ciento la emisión de monóxido de carbono, y otros contaminantes han registrado la misma tendencia. Aun con esta reducción, la capital ha pasado casi toda la cuarentena al borde de la contingencia ambiental por las altas concentraciones de ozono y de partículas suspendidas. Se trata de contaminantes que salen de actividades cotidianas casi inevitables -cocinar, calentar agua para bañarse- para las que una familia normal no tiene alternativa; de la basura, y de un montón de fuentes que no están bajo control de los ciudadanos, sino de los gobiernos y de los grandes corporativos.
Para corregir esta situación no basta con endurecer el “Hoy no circula” a nivel local, ni con lograr que todos en el mundo cambien sus hábitos, compren productos orgánicos locales y se muevan en bicicleta -aunque eso ayuda mucho. También hay que generar alternativas viables y realistas. Sobre todo, tienen que cambiar los patrones de consumo de energía, al tiempo que cambia la forma en que se satisface esa demanda.
Muchos de los pasos que se pueden dar tienen beneficios en sí mismos. Por ejemplo, fortalecer el uso del transporte público en todas las ciudades del país y sustituir los viejos autobuses por vehículos eléctricos y otros sistemas de transporte colectivo facilita la vida de la gente al reducir el tiempo de traslado, además de reducir el tráfico vehicular y con ello la contaminación y el espacio que hay que dedicar a los coches y que no se puede dedicar a las banquetas.
También se puede transformar la demanda de energía en esas mismas ciudades con programas como Ciudad Solar, con el que el gobierno de la Ciudad de México impulsa la instalación de calentadores solares de agua y páneles solares de generación de electricidad. Su éxito reduciría enormemente la necesidad de generar energía eléctrica para los hogares.
Está, además, todo lo que afecta a las grandes instalaciones y que sale del ámbito de los individuos. Por no manejar bien la basura, México emite al menos 15 por ciento más de lo que podría si reciclara más y aprovechara sus desechos orgánicos. Esto además daña la salud de los habitantes de pueblos y ciudades y contamina agua y aire por igual. La deforestación también contribuye enormemente a las emisiones del país.
Trabajar en torno a ambos problemas permitiría a México generar nuevas economías, más descentralizadas y más limpias. Por una parte, combatir la deforestación a partir del impulso al manejo forestal sustentable y de la revaloración de la labor de los campesinos reduciría la migración del campo a la ciudad, generaría bienestar económico y menor pobreza y aportaría servicios ambientales importantes también en lo local. Por otra parte, impulsar la economía circular y manejar mejor la basura contribuiría a la salud de todos en las ciudades, abriría nuevas oportunidades económicas y de encuentro y dignificación para comunidades que generalmente viven marginadas y permitiría reducir la extracción de materias primas.
Opciones hay muchas. Hay que emprenderlas a todas las escalas, con miras al futuro y a trabajar de abajo para arriba.
Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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