Después de cinco días que la contaminación sumió en una bruma a la Ciudad de México, sus habitantes no acaban de entender el problema que enfrentan. Muchos continúan haciendo ejercicio o usan carbón para cocinar. Algunos tienen que continuar sus labores como en la normalidad
Texto: Arturo Contreras Camero
Fotos: Ximena Natera
En la colonia Barrio Norte, el día transcurre como siempre. Los niños, que no fueron a la escuela, juegan en el parque sin saber que hay contingencia ambiental. Es entendible, faltaron a clases porque es Día del maestro, no por la contaminación.
Barrio Norte es una colonia al poniente de la ciudad, en la alcaldía Álvaro Obregón, cerca del cruce entre Periférico y el Eje 5 Sur. En la avenida que entra a la colonia, están instaladas dos grandes cementeras: Moctezuma y Gorsa, que cuando operan es como si hubiera contingencia todos los días.
“A veces saca unas polvaredas enormes, como explosiones tóxicas que cubren todo de polvo”, dice el oficial Martínez, el policía que cuida la colonia. Sin embargo, por la mala calidad de aire que ha prevalecido en la ciudad, una de las cementeras cesó sus labores.
En una cancha con pasto sintético, Pedro Arellano, un boxeador profesional retirado, entrena a un grupo de niños entre 7 y 12 años de edad para mantenerlos alejados de la delincuencia presente en la zona. El hombre de 66 años cuenta que este miércoles decidieron retomar su clase porque, según él, el cielo estaba más despejado.
Junto a la cancha de futbol, donde juegan los niños que no fueron a la escuela, hay un gimnasio. Afuera, Saúl López, un hombre fornido por levantar pesas, espera para entrar a entrenar. “Aquí, como estoy adentro, no se siente, pero en la mañana voy a los parques y ahí sí lo he sentido. Incluso he sentido que se siente más en la noche, empieza a oler como a quemado”.
Saúl no entiende muy bien si esta contingencia es como las demás, tampoco sabe qué son las partículas PM2.5, y no sabía que por eso, una de las cementeras había dejado de trabajar hoy.
La mala calidad de aire obedece a los más de 66 incendios forestales que hubo en la Ciudad de México y 130 en el Estado de México, que provocaron una alta concentración de un contaminante llamado PM2.5, un finísimo polvo que se produce con la quema de cualquier cosa. Como en los últimos días no había soplado el viento en la capital, la contaminación no se ha disipado del valle de México.
“Se dice que es por los incendios, pero a mí se me hace que hay otras cosas. Se lo atribuyo a los gases que sacan las fábricas”, afirma Saúl.
Durante esta semana el cielo de la ciudad ha estado tan contaminado que las autoridades han dicho que en el clima hay bruma, aunque más bien son partículas con hollín flotando en el aire. Si bien estos contaminantes son diferentes a los que suelen ocasionar las contingencias, la gente no parece entenderlo así.
En una fuente de la colonia Hipódromo, un grupo de repartidores de comida descansa con sus bicicletas a la espera de un pedido. No entienden muy bien la diferencia de contaminantes, pero tampoco les importa demasiado.
“Sí nos da miedo, pero nosotros si no trabajamos no comemos, contaminación o no, hay que comer”, dice Luis Ángel, uno de ellos. “Y ya ves, tú con tu moto güey, que contamina de a madres”, revira otro de los repartidores a uno de sus compañeros.
Estas partículas no proceden de las fuentes más comunes de contaminación, como pueden ser otras partículas parecidas, las PM10, o el Ozono, que se genera en la atmósfera por reacciones químicas que tienen los gases que emiten los automóviles. “Ah no, entonces no es como el smog de tu motocicleta”, responde otro de los repartidores.
Luis Ángel usa un buff en el cuello, un tipo de mascada circular común entre ciclistas que puede usarse como mascarilla. “Yo sí siento que me pica la garganta, y me ha dolido la cabeza”, asegura. Con contingencia o sin ella, los repartidores suelen pasar hasta 12 horas en la calle y recorren entre 40 o 50 kilómetros en bicicleta al día.
A pesar de este tipo de ejemplos, y de mucha gente que se queja continuamente de las afectaciones de la contaminación, el martes pasado la secretaria de Salud de la ciudad, Olivia López Arellano, aseguró que no se ha tenido un incremento de ingresos hospitalarios por afectaciones a las vías respiratorias, ya que estas partículas, si bien pueden ser molestas, no tienen efectos permanentes a la salud si la exposición a ellas es temporal.
Este miércoles fue el segundo día de una contingencia extraordinaria, llamada así porque en la ciudad no existe un protocolo de actuación ante las altas concentraciones de PM2.5. De acuerdo con el gobierno la próxima semana se presentarán nuevos lineamientos que ayuden a prevenir situaciones como esta.
En Paseo de la Reforma, una de las avenidas más transitadas de la ciudad luce vacía, pocas personas caminan por aquí y menos autos circulan. Una de las disposiciones de la contingencia fue reforzar el programa Hoy no circula, que dejó fuera de circulación a autos con holograma de verificación vehicular 2 y a aquellos con holograma uno cuyo último dígito fuera impar. Más tarde, la Comisión Ambiental de la Megalópolis (Came) reforzó esta medida obligando a todos los autos con holograma 1 a dejar de circular de cinco de la tarde a diez de la noche. Sin embargo, algunos automovilistas ni siquiera se enteraron.
Lizeth trabaja por la zona, y camina en una de las calles aledañas a Reforma. Va saliendo de su trabajo y usa un cubrebocas. Ha escuchado que los PM2.5 son contaminantes diferentes. “Lo traigo porque recomendaron usarlo, pero no sé si sirva de algo o no”, confiesa.
“Yo en la mañana vi a varias personas corriendo y haciendo ejercicio. Me imagino que es por desinformación, porque yo la verdad no me pondría a hacer ejercicio ahorita”, cuenta. Lizeth no sabía que entre los lineamientos sugeridos por la Came estaba hacer trabajo desde casa, pero ahora que lo sabe, va a pedir que se aplique la medida en su oficina.
Un puesto de hamburguesas al carbón no ha dejado de echar humo durante toda la semana, a pesar de que las autoridades sugirieron a la población dejar de cocinar con leña o carbón, que contribuyen a la concentración de las partículas contaminantes.
“Nosotros trabajamos porque nos dijo el patrón. Es una cadena, tiene varios puestos, y como no nos dijo que no, pues no apagamos el anafre”, se justifica uno de los empleados. Mientras le sirve unas papas con queso a un policía, dice que no sabía muy bien de qué trataba la contingencia.
Junto a ellos, unos comensales niegan que les dé remordimiento comer algo al carbón durante la contingencia. “Sí lo pensamos, pero ya que estábamos comiendo, se me quitó”, responde Vicente. De pronto, una tromba con granizo inunda las calles sin avisar. “Bueno, al parecer Tláloc ya nos castigó por ello”.
Más que afligido, Vicente parece aliviado, espera que la lluvia limpie un poco el aire de la ciudad. Sin embargo, no se pueden esperar cambios de la noche a la mañana, como explica Luis Zambrano, especialista del Instituto de Biología de la UNAM.
“Los sistemas complejos, como es el clima o la contaminación, son como un barco”, ejemplica. “Llevan cierta inercia, entonces aunque haya algo que los haga cambiar de dirección, no van a dejar el curso que tenían de tajo. Estas lluvias pueden ayudar, pero no van a bajar los niveles de contaminación a cero”.
La contingencia continúa este jueves en la ciudad y, según los pronósticos, las lluvias también.
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